Esas pequeñas cosas que te irritan cuando te haces viejo: la sátira irresistible de Nora Ephron
'No me acuerdo de nada', el último libro que publicó la genial periodista estadounidense, es una recopilación de artículos que ahora recupera en castellano Libros del Asteroide
Los camareros que interrumpen la conversación en la mesa para llenarte la copa de agua y preguntarte si todo va bien. La súbita noticia de que las sartenes de teflón sueltan componentes cancerígenos cuando llevas toda la vida haciéndote los filetes en sartenes de teflón. La sensación de que todo lo que se dice de internet como si fuera una verdad irrefutable —que nos va a hacer libres, que va a aumentar la productividad— acabará siendo mentira. Los periodistas que se inventan cosas. La aparición en el cuero cabelludo de pequeños remolinos que hacen que parezca que tienes una calva. Lo mala que está la sopa de pollo.
Ephron, nacida en 1941, tuvo una carrera habitual en alguien de su generación en Estados Unidos y, al mismo tiempo, completamente única. Como cuenta en este libro, después de ser brevemente becaria en la Casa Blanca de Kennedy, se pasó al periodismo y empezó a trabajar en la revista 'Newsweek', pero solo como chica del correo y documentalista, que eran los puestos reservados para las mujeres. Pronto, sin embargo, descubrió que tenía talento para la sátira y se fue al 'Washington Post'. De allí saltó a lo que en los años sesenta y setenta se consideraba la primera división del periodismo estadounidense: la revista masculina 'Esquire'. Ahí se convirtió en la chica mala del nuevo periodismo, en una estrella que escribía, por ejemplo, sobre la experiencia de tener los pechos pequeños y sus efectos psicológicos.
Nora Ephron fue hasta tal punto una celebridad que su propia vida se convirtió en uno de los temas principales de su escritura
Era hasta tal punto en una celebridad que su propia vida se convirtió en uno de los temas principales de su escritura. Estuvo casada con Carl Bernstein, el periodista que, junto con Bob Woodward, descubrió el escándalo del Watergate y propició la dimisión de Richard Nixon. Cuando estaba embarazada de su segundo hijo, descubrió que Bernstein la engañaba con una de sus amigas. No solo le dejó, sino que escribió una novela, '
Ephron se hizo si cabe más famosa con su siguiente trabajo: el guion de 'Cuando Harry encontró a Sally', la película que fundó el género de la comedia romántica moderna y se hizo célebre por la escena del orgasmo fingido en una cafetería (Ephron reconoció que la idea fue de la protagonista, Meg Ryan). Después dirigió 'Algo para recordar' y 'Tienes un e-mail' (ambas con Tom Hanks y Ryan). Era la encarnación del éxito literario y cinematográfico: una mezcla de romanticismo comercial, humor judío, tópicos de las clases medias altas de Nueva York, una gran capacidad para la observación costumbrista, una elegancia discreta y una tremenda imaginación verbal. Años más tarde, Ephron refinaría aún más esa imagen en sus maravillosos artículos para la revista 'The New Yorker': en uno podía contar su fascinación por una tienda de donuts, y en otro, uno de mis preferidos, cómo cuando empezó a ganar dinero se empeñó en mudarse a un majestuoso edificio del Upper West Side de Nueva York que a duras penas podía permitirse, pero que se convirtió en una especie de correlato de su vida sentimental y la evolución de la propia ciudad, su economía y sus múltiples formas de esnobismo.
El pasado se me escapa y el presente es una lucha constante. Me resulta imposible seguir el ritmo
Como decía, la Ephron de 'No me acuerdo de nada' es la misma de siempre, con su talento para el detalle, su falsa indiferencia hacia los códigos de moda en la clase intelectual de Nueva York y un gran talento para el aforismo y la frase graciosa. Pero aquí el tema central, por mucho que se disfrace de sus temas habituales, es el envejecimiento, hacerse mayor y dejar de sentirte cómodo en el mundo, ver cómo a tu alrededor la gente hace cosas que te parecen absurdas —como comer tortilla de clara de huevo— o tus costumbres más antiguas —como ir al cine— se vuelven obsoletas. “El pasado se me escapa y el presente es una lucha constante —dice—. Me resulta imposible seguir el ritmo (...) [antes] sentía curiosidad por la tecnología. Me volví una gran defensora de los blogs y el correo electrónico: me parecían románticos; hasta hice películas que hablaban de eso. Ahora, en cambio, creo que prácticamente cualquier novedad se ha traído al mundo para que yo me sienta mal, porque mi memoria es cada vez peor, y he construido un muro para protegerme de casi todo”. Pese a esa mala memoria, aquí hay muchos recuerdos: la madre alcohólica, los trabajos mal hechos por torpeza, los fracasos y el dolor que dejan…
Sin embargo, no es un libro triste. Hay algo en Nora Ephron que hace que, incluso cuando lamenta una pérdida, parezca que está celebrando la riqueza de la vida, sus ridiculeces, la manera estúpida en que nos obsesionamos con las cosas. En eso, Ephron es siempre una humorista. Una que primero explica sus vulnerabilidades y luego se ríe de ellas.
Los camareros que interrumpen la conversación en la mesa para llenarte la copa de agua y preguntarte si todo va bien. La súbita noticia de que las sartenes de teflón sueltan componentes cancerígenos cuando llevas toda la vida haciéndote los filetes en sartenes de teflón. La sensación de que todo lo que se dice de internet como si fuera una verdad irrefutable —que nos va a hacer libres, que va a aumentar la productividad— acabará siendo mentira. Los periodistas que se inventan cosas. La aparición en el cuero cabelludo de pequeños remolinos que hacen que parezca que tienes una calva. Lo mala que está la sopa de pollo.
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