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El Teatro Real 'plebiscita' a Plácido Domingo entre clamores
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El Teatro Real 'plebiscita' a Plácido Domingo entre clamores

El barítono madrileño regresa al Real después de tres años de castigo político e impresiona a sus 81 años con otra noche de gloria

Foto: Plácido Domingo, durante su actuación en el Teatro Real. (EFE)
Plácido Domingo, durante su actuación en el Teatro Real. (EFE)

No tuvo siquiera que insinuarse en el escenario. La mera sombra de Plácido Domingo ya tenía excitados a los espectadores en sus asientos del Real. Y recibieron al maestro entre bravos y clamores. Y se pusieron de pie atronándolo como si fuera aquello un plebiscito. Tres años de castigo administrativo y justiciero se diluyeron con una ceremonia de despecho popular. No le dejaban cantar. Lo abrumaron hasta conmoverlo.

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Al principio. Y al final. La pirotecnia sentimental del repertorio de zarzuela precipitó la escandalera. Y no estaba anunciada ni la 'Maravilla' de Moreno Torroba ni 'El gato montés' de Penella, pero las propinas calentaron el graderío y derivaron la noche a las viejas 'rutinas' triunfales del coloso.

Hasta el extremo de que Domingo disolvió él mismo a los profesores de la orquesta y a los espectadores. De otro modo, todavía estaríamos allí verificando estas proezas de otros tiempos. Cantantes de leyenda. Y mitos que recuperan la energía allí donde sigue manando: el teatro.

El ambientazo predisponía el triunfo de la velada. Domingo se había laureado sin bajarse del autobús, pero el estado de sugestión y la rehabilitación del barítono madrileño no explican por sí solos la comunión del escenario y los tendidos. Domingo no posee la opulencia vocal de antaño, ni el volumen, ni el esmalte, pero tanto impresiona escucharlo en semejante forma con 81 años como destacan sus cualidades artísticas. El timbre hermoso. La dicción y el fraseo. La nobleza de una viña vieja. La afinidad a Verdi y al verismo. El instinto musical. Y la inverosímil administración de sus facultades, sin miedo a medirlas con la 'arrogancia' de una diva en plenitud —la imponente soprano búlgara Sonya Yoncheva— ni discriminar las arias y dúos más exigentes del repertorio. Domingo arriesgó. Se puso en juego.

Podría haber sido un recital de beneficencia y de pasteleo, un bolo veraniego —la orquesta del teatro sonó excelente a las órdenes de Jordi Bernàcer—, pero el concierto del regreso al Real respondió a todos los síntomas de un acontecimiento. Y no solo por la redención y el asombro del fenómeno octogenario, sino por la credibilidad estética y artística con que fue desglosando el programa. El 'calentamiento' premonitorio de 'Nemico della patria' ('Andrea Chénier', Giordano) predispuso la maestría y la cualificación verdiana con que Domingo se desquitó del aria capital de Macbeth. Impresiona evocar el libreto porque asemeja al epitafio que le gustaría escribir a sus detractores: "Piedad, respeto, amor, consuelo para mis días otoñales, ¡ay!, no arrojarán una sola flor sobre tu encanecida edad. Ni sobre tu tumba realmente esperes suaves elogios, ¡ah, solo maldiciones, oh desdichado, serán los cantos funerarios que te dediquen!".

Foto: La reina Letizia visita el Teatro Real con los acompañantes de los mandatarios que asisten a la cumbre de la OTAN. (EFE/Ballesteros)

Acaso sorprendieron las numerosas localidades vacías. Las había muy caras, desde luego (413 euros), pero también más asequibles y económicas (29 euros). No quisieron retratarse tampoco las principales autoridades políticas, no fuera a suceder que se las acusara de complicidad.

Conviene recordar que Plácido Domingo reaparecía en el Real pese al veto del Ministerio de Cultura, cuya jerarquía intervino para frustrar los contratos del barítono madrileño en las funciones contemporáneas de 'Nabucco'.

Foto: Plácido Domingo. (Reuters)

Es la razón por la que la 'rehabilitación' se ha organizado por la alternativa del Universal Festival Music. O sea, que Domingo volvía al Real, pero lo hacía a título extraoficial. Un matiz que consolida el boicot de la Administración socialista y que no contradice el plebiscito de la noche del domingo, de tal manera que los clamores y los bravos tanto redundaron en el éxito del maestro como dieron un valor simbólico al 25 aniversario del 'debut' de Domingo en el nuevo Teatro Real. Estuvo el cantante en los primeros títulos del Real en 1997 con 'Divinas Palabras'. Y ha vuelto un cuarto de siglo después, en el umbral de los 81 años. Ni los aparenta su aspecto de patriarca ni se resiente de ellos la voz, como cabría esperar, si no fuera porque Plácido es un fenómeno indescriptible en la historia general de la ópera y en la historia particular del Teatro Real. Aquí ha cantado casi una veintena de papeles distintos. Se ha pluriempleado como héroe wagneriano, sacerdote de Verdi y exégeta del repertorio francés. Ha cantado música barroca y contemporánea. Se ha prodigado como mediador de Mozart y de Puccini. Y ha comparecido incluso a la vera de José Carreras y de Luciano Pavarotti en una escala memorable de la gira de los tres tenores.

La propia versatilidad estaba descrita en el programa del espectáculo. Nunca había cantado en Madrid el 'Hamlet' de Thomas ni se había prodigado como el padre de 'Aída' en la celebérrima ópera de Verdi. Tiene sentido mencionarla y enfatizarla porque el dúo junto a Yoncheva condujo la gala a su mejor expresión artística. La soprano búlgaro posee un timbre y una personalidad deslumbrantes, pero semejante elocuencia canora no intimidaron la nobleza ni el carisma de Domingo, repuesto no solo como rey de Etiopía, sino como el monarca absoluto de la ópera.

No tuvo siquiera que insinuarse en el escenario. La mera sombra de Plácido Domingo ya tenía excitados a los espectadores en sus asientos del Real. Y recibieron al maestro entre bravos y clamores. Y se pusieron de pie atronándolo como si fuera aquello un plebiscito. Tres años de castigo administrativo y justiciero se diluyeron con una ceremonia de despecho popular. No le dejaban cantar. Lo abrumaron hasta conmoverlo.

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