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Por qué la cultura está en manos de los hijos de los ricos
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'TRINCHERA CULTURAL'

Por qué la cultura está en manos de los hijos de los ricos

Uno de los aspectos más relevantes de la industria cultural actual es la enorme disparidad: hay quienes tienen mucho éxito, los menos, y una gran mayoría de creadores invisibles. La clase social también cuenta en ese entorno

Foto: Un 'remake' de 'Los ricos también lloran'. (EFE/Alicia Civita)
Un 'remake' de 'Los ricos también lloran'. (EFE/Alicia Civita)

La cultura se ha dividido, a la hora de repartir lo que genera, entre los que triunfan y los condenados a desaparecer. Hablo de artistas y creadores, los gestores son un mundo aparte, aunque se dé entre ellos una bifurcación similar. Dado que los espacios entre la mera subsistencia y el triunfo masivo son tan escasos, la dinámica general lleva a que quienes se plantean hacer carrera artística sean conscientes de que tendrán que picar piedra durante tiempo y esperar que la fortuna les sonría. Y si no es así, olvidar sus anhelos y dedicarse a otra cosa. No es solo la cultura, muchas profesiones funcionan hoy de esta manera, pero ha de reconocerse a la industria cultural su carácter de pionera.

Precisamente por esta misma dinámica, por esa fragilidad en la generación de recursos para los creadores, la industria necesita una circulación masiva, de la que siempre ha vivido. Nuevas caras que reemplacen a las anteriores, nuevos aspirantes que acepten hacer lo que sea sin cobrar si eso les procura una oportunidad. Junto con estos, otros muchos están en el sector simplemente porque les gusta, e invierten tiempo y dinero en una actividad que les satisface, sin mayores pretensiones. Eso crea una avalancha de productos que complica las cosas a la hora de que lo producido encuentre un receptor.

El hambre de los aspirantes

Ha de constatarse, además, que no se trata únicamente de la dinámica de la novedad que ha caracterizado a la industria cultural, sino que esa falta de permanencia es uno de los factores que permiten generar más beneficios. El star system también tenía su coste para los productores o las discográficas, los técnicos que llevaban tiempo tendían a cobrar lo máximo posible y así sucesivamente. El hambre de los aspirantes favorece la rebaja de costes, como bien es conocido, en general.

El descontento y el malestar aumentan entre los precarios culturales. Aparecen así nuevas reivindicaciones de justicia

De modo que tenemos un montón de gente intentando hacerse un hueco, esperando esa oportunidad, que mientras tanto subsiste por vías paralelas. El caso típico hace unos años era el del camarero actor: trabajaba sirviendo copas mientras intentaba encontrar un hueco y, pasados unos años, terminaba constatando que su posición no era eventual: nunca sería un actor que viviera de ello. No había término medio: o se ascendía o se desaparecía. Uno de los logros, producto de un mercado cultural que amplió el número de receptores y que se asentó en una insistencia institucional en la promoción de la cultura, fue el hecho de que, durante un tiempo, existió un cúmulo de autores, artistas, instrumentistas y técnicos que podían vivir de lo que hacían: no eran ricos, pero tenían para vivir. Muchos de ellos hicieron carrera, y no tuvieron que abandonar la profesión porque su nivel de ingresos era aceptable.

Los ricos ganan

No es el caso hoy, cuando la opción es el triunfo o la invisibilidad; cuando, como en las consultoras, se asciende o se sale. El descontento y el malestar aumentan entre los precarios culturales. Aparecen así nuevas reivindicaciones de justicia. La última, ligada a lo que llaman nepobabies, los hijos de los ricos y los famosos que, por las conexiones de sus padres, tienen más fácil triunfar en la industria artística. Lleva mucho tiempo siendo así, en la cultura y en la vida, pero el regreso de este tipo de polémicas sirve también para subrayar hasta qué punto las reivindicaciones materiales ponen el acento en un lugar secundario.

Tienes recursos, cuentas con conexiones en la profesión y posees el capital para resistir, luego es mucho más probable que triunfes

La mayor probabilidad de éxito de los hijos de familias con recursos y bien conectadas, una de las constantes de nuestro sistema, tiene distintas vertientes. Es lógico que, en un contexto de puestos escasos, aquellos que siempre han contado con recursos estén mejor preparados, porque se ha invertido mucho capital en ello. Además, fruto de su posición social, cuentan con redes que les abren puertas y les facilitan las oportunidades. Y, también, cuentan con un remanente que les permite esperar que el éxito aparezca durante más tiempo que el resto, que soportará la aventura durante un periodo limitado.

La posibilidad de vivir de tu trabajo

No es nada diferente de lo que ocurre en otras profesiones. Por eso, resulta curioso que se apele a la meritocracia, o mejor, a la ausencia de ella, porque ese es un terreno movedizo. Es fácil entender, si se analiza desde otras profesiones, que quienes triunfan suelen contar con méritos para ello: cuando se ha sido educado desde pequeño en colegios de élite, se ha acudido a universidades de élite y se han realizado los primeros pasos laborales en empresas de élite, suelen acumularse las credenciales necesarias para el éxito. Por lo tanto, cualquier apelación a la meritocracia alude más al futuro que al presente: de lo que se trataría es de construir una sociedad en la que quienes tengan menos recursos puedan contar con oportunidades similares a las de los ricos.

Foto: Es hora de facturar, bebé. (YouTube)

Sería conveniente, pero quizás el problema no esté tanto en el hecho meritocrático, sino en la creación de un contexto en el que la cultura no esté dominada por lógicas de éxito o desaparición, de arriba o fuera. Lo lógico sería tejer condiciones que permitieran que existiera una cantidad razonable de personas que pudieran vivir de su trabajo sin necesidad de convertirse en estrellas. Eso es lo que se ha hurtado: la posibilidad de vivir de tu trabajo. Si luego triunfan o no los mejores, es otra historia. En realidad, casi nunca tienen éxito los mejores.

O eres precario o te sobra el dinero, y cada vez hay menos gente entre ambos extremos. En la cultura pasa lo mismo, pero a lo bestia

El ámbito cultural ha anticipado, y continúa haciéndolo, dinámicas sociales más profundas. Uno de los grandes males occidentales es esa dificultad para obtener recursos que permitan una existencia decente con un adecuado nivel de seguridad. Si eres de clase trabajadora, aunque creas que perteneces a la clase media, tener una vida materialmente digna será posible siempre que salgas de tu clase y asciendas en la escala social, porque lo que se ha hurtado es la posibilidad de tener una vida sin aprietos si no te conviertes en alguien con cierto éxito profesional o empresarial. O eres precario o te sobra el dinero, y cada vez hay menos gente entre ambos extremos. En la cultura ha pasado lo mismo, pero a lo bestia. Tan es así que mucha gente se dedica a la cultura como mera afición, y es consciente de que nunca generará ingresos, pero le divierte. Algo que pueden hacer mucho mejor los ricos, claro está.

Para terminar, la endogamia

De modo que el problema primero no es que la meritocracia esté fracasando, que no se elija a quienes más méritos o potencialidad tienen, sino la división de la sociedad entre los que fracasan y los que triunfan, sin término medio. Poder vivir dignamente de la profesión sin necesidad de tener éxito debería ser el objetivo. Del mismo modo que debería serlo que las clases trabajadoras pudieran tener una vida materialmente digna, aunque siguieran perteneciendo a esa clase toda su vida. En lugar de fijarnos ese objetivo, el acento se pone en el hecho de si quienes triunfan lo merecen.

Foto: Foto: EFE/Manuel Lorenzo.

Sin embargo, en la cultura, como en las profesiones liberales, ese triunfo de quienes tienen más recursos produce un efecto añadido pernicioso, que a menudo tiene notables repercusiones sociales. Quienes permanecen en el sector, especialmente en los lugares relevantes de la profesión, es decir, aquellos que toman las decisiones, cada vez más tienen la misma mentalidad. Es normal, vienen de entornos sociales similares, por lo que su visión del mundo tiende a coincidir. La cultura se vuelve cada vez más endogámica, porque sus directivos lo son y suelen promover aquello que se supone que deben aceptar, sin riesgo alguno. Hay cada vez más gente diciendo las mismas cosas, aunque las doten de algún matiz diferencial, que en algo hay que distinguirse. Esto también tiene mucho que ver con nuestro momento político y económico, pero en la cultura es muy peligroso, en la medida en que ese circuito surte de ideas a buena parte de la conversación pública. También es un sector cada vez más iletrado, producto de esa endogamia, pero esto merecería comentario aparte.

La cultura se ha dividido, a la hora de repartir lo que genera, entre los que triunfan y los condenados a desaparecer. Hablo de artistas y creadores, los gestores son un mundo aparte, aunque se dé entre ellos una bifurcación similar. Dado que los espacios entre la mera subsistencia y el triunfo masivo son tan escasos, la dinámica general lleva a que quienes se plantean hacer carrera artística sean conscientes de que tendrán que picar piedra durante tiempo y esperar que la fortuna les sonría. Y si no es así, olvidar sus anhelos y dedicarse a otra cosa. No es solo la cultura, muchas profesiones funcionan hoy de esta manera, pero ha de reconocerse a la industria cultural su carácter de pionera.

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