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"Intentaba levantarse con las cervicales medio rotas": crónica del garrote vil y otras torturas
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"Intentaba levantarse con las cervicales medio rotas": crónica del garrote vil y otras torturas

Eslava Galán y Castro Latorres repasan en su libro 'A garrote vil' la historia de ese españolísimo método de ejecución 'piadoso' que buscaba ser menos cruel con los reos

Foto: Campesinos rusos ejecutados por partisanos. (Cedida)
Campesinos rusos ejecutados por partisanos. (Cedida)

"El condenado, con las vértebras cervicales medio rotas, intentaba levantarse, entre las argollas de hierro, mientras el verdugo y su ayudante daban vueltas a la manivela, que no acertaba a hacer funcionar". El reo al que le dieron garrote no era otro que José Muñoz Lopera, según la crónica periodística escrita por el pintor José Gutiérrez-Solana, que era gran aficionado a las ejecuciones, recogida en A garrote vil: verdugos, ejecuciones y torturas en España y otros países, (Arzalia) de Isabel Castro Latorre y Juan Eslava Galán.

Lopera había cometido seis asesinatos junto a Juan Andrés Aldije en Sevilla en 1909, en lo que fue conocido como el célebre caso de los crímenes de huerto del francés. En otra crónica sobre ese ajusticiamiento, se decía que Muñoz Lopera murió, entre convulsiones, por impericia del verdugo o por el mal estado del artilugio, y que Aldije, según la leyenda, le decía al verdugo: “Aprieta sin miedo”.

placeholder Ejecución de Aniceto Peinador en Barcelona en 1893.(Cedida)
Ejecución de Aniceto Peinador en Barcelona en 1893.(Cedida)

Parece una barbaridad, pero tal y como explica Juan Eslava Galán a El Confidencial, en realidad el garrote era una bendición dentro de lo que cabe, un instrumento de los Estados modernos, más piadosos con los condenados a muerte para no causarles tanto martirio.

Para muestra, un botón: en 1492, el frustrado regicidio contra Fernando el Católico cuando salía de la Diputación de Barcelona supuso para su perpetrador, Joan Canyamars, una ejecución acorde con la audacia de intentar acabar con la vida del rey de Aragón con una cuchillada en la nuca, que al final no afectó a ningún órgano vital del monarca: “Lo subieron a un carro desnudo y atado a un palo y de esta guisa recorrió las calles de Barcelona acompañado por el verdugo que en cada plaza hacía un alto para amputarle un miembro: la nariz, un ojo, una mano, la otra; una pierna, un muslo, la otra pierna, el otro muslo…Cuando agonizaba, lo lapidaron y finalmente quemaron sus restos, junto con el carro mismo, extramuros de la ciudad, en el Canyet”.

La mera imagen de la tortura repugna inmediatamente, pero no está tan lejos de la reacción de la sociedad cuando por ejemplo se han conocido esta semana las declaraciones finales de Francisco Javier Almeida que cerraban el juicio en el que está acusado de asesinar y abusar del niño de nueve años en Lardero, La Rioja, y quien decía “que no tenía intención de hacerle ningún daño”. O cuando se lee en la prensa que unos menores, que no van a ir a la cárcel, violaron en grupo a otra menor en los baños de un centro comercial, algo que se ha repetido de forma similar esta semana en Alicante. Aparecen en las redes inmediatamente personas indignadas que comienzan a verter improperios y comentarios sobre lo que habría que hacerles a los criminales, pidiendo para ellos castigos más acordes con el sufrido por Joan Canyamàs que con el torpe garrote que le dieron a Lopera y al Francés.

placeholder Portada del libro 'A garrote vil', de Isabel Castro Latorre y Juan Eslava Galán.
Portada del libro 'A garrote vil', de Isabel Castro Latorre y Juan Eslava Galán.

Castro Latorre y Eslava Galán, más allá de relatar la galería de los horrores de lo que fueron muchos más siglos de tortura y espectáculo, advierten asimismo del morbo y del sadismo que desataban, en muchas ocasiones disfrazados de venganza, que se supone que es lo que mueve a la muchedumbre a los castigos más brutales e increíbles que se puedan imaginar. Buena cuenta de ello dan en su libro: la tortura de los 100 cortes, en vigor en China hasta 1909, los empalamientos, las castraciones, la castellana picota, lapidaciones y otras galerías de monstruosidades, algunas de ellas aún presentes en ciertas partes del mundo. En Estados Unidos, de hecho, sigue funcionado en muchos estados su garrote vil, ya sea en forma de silla eléctrica o de inyección letal.

PREGUNTA. Al final la de Lopera, entre otras muchas ejecuciones fallidas con el garrote vil, fue muy suave en contraste con lo que hubiera ocurrido si se hubiera permitido a la gente satisfacer su sed de venganza...

RESPUESTA. Sí, sin duda eso es algo que se ha dado a lo largo de la historia. Es decir, por una parte, esa especie de venganza social que significa la justicia. Y por otra parte, lo que tiene el espectáculo, algo que siempre, en todas las culturas, ha traído como espectáculo la crueldad. Eso es algo que podemos perfectamente constatar, incluso llegando a nuestro tiempo, cuando se abrió camino la idea más moderna y más progresista —que partió de los gobiernos— de que las ejecuciones se llevaran a cabo en secreto. Y aun así, siempre hay subterfugios para que una serie de gente, falsamente movida por intereses cristianos, asista a las ejecuciones.

Lo que explica Eslava Galán es otro de los componentes esenciales del libro: la necesidad de unir ese castigo vengativo y sádico con el espectáculo público, que los autores equiparan con el de la Fiesta Nacional, los toros. Durante todo el siglo XIX y hasta 1909 que se prohíben, las ejecuciones se llevaban a cabo en plaza pública y formaba parte de una puesta en escena perfectamente medida, con sus puestos de bebida y comida para amenizarlo (hasta que se prohibieron 1874). Cada vez que se habla de linchamiento en redes sociales no somos conscientes de que en otras circunstancias, sin un control del Estado como el que se fue abriendo paso a lo largo del siglo XX, las cosas serían muy distintas. La crónica de esas costumbres en España, no tan lejana, es espeluznante. Una práctica común, según el libro, era que los padres llevaran a sus hijos de seis o siete años a presenciar la ejecución, y, una vez concluida esta, les daban una paliza tremenda para que asociaran para siempre el dolor y el castigo con hacer algo mal, algo en contra de la sociedad. ¿De qué sociedad? ¿Una que disfrutaba o condenaba las ejecuciones pero luego acudía en masa a presenciarlas?

placeholder El verdugo Vicente López, cuando era un joven legionario. (Cedida)
El verdugo Vicente López, cuando era un joven legionario. (Cedida)

P. No sé si hay como un componente de venganza, de la ley del Talión o directamente se aprovechaba para para dar rienda suelta a los instintos sádicos de la gente y no sé si cuando en redes se expresa este odio se está sublimando un poco ese impulso, un impulso que es algo más que el morbo.

R. Existe ese impulso sádico: por una parte asociaciones de tipo religioso siempre pedía que se indultar a los reos, pero cuando llegaba un indulto era una contrariedad, porque se perdían el espectáculo. Era una actitud absolutamente hipócrita. Hoy la industria del espectáculo nos presenta, incluso para edades bastante tempranas, cantidad de ejecuciones, muertes, desastres, tripas, gore... Todo eso está a la orden del día, es parte del espectáculo y al público en general le gusta.

P. Aquí tenemos como instrumento piadoso del Estado para la ejecución uno tan españolísimo como el garrote vil, que se asocia al franquismo por proximidad incluso con a la película de Luis García Berlanga El verdugo (1963).

R. Se asocia con el franquismo porque la última ejecución con garrote fue la del 4 de marzo del 72. Pero, en principio, el garrote está pensado para ser menos cruel con el reo. Hay que verlo en el contexto del siglo XIX. Se plantea un concurso, digamos, a nivel europeo entre los intelectuales para aligerar la pena y las ejecuciones. Los franceses inventan la guillotina, a pesar de que en la Revolución Francesa su uso fue tan extenso que fue algo terrible. Pero en cualquier caso, seguía siendo un instrumento piadoso de ejecución, porque no fallaba nunca. Lo que había antes, que era la decapitación mediante espada, fallaba muy a menudo. Los ingleses inventan la caída larga, que al hacer que corresponda la longitud de la cuerda con el peso del reo, consigue que en lugar de que se estrangule éste se rompa el cuello, lo cual es una muerte instantánea. En ese mismo contexto piadoso España aporta el garrote, que ya estaba inventado, pero lo que hace es extenderlo a todo el mundo con idea de hacer las cosas lo mejor posible. Lo que ocurre es que la guillotina y la horca responden a la ley de la gravedad actuando a favor, digamos, de la justicia, de una ejecución limpia y segura. En España no, en España responde al músculo del ejecutor, que muchas veces es viejo, está en mal estado y llega además borracho…A veces hay ejecuciones que son muy rápidas, como se buscaba, pero también hay otras que son absolutamente desastrosas.

placeholder Ejecución con garrote vil de Isidre Mompart en Barcelona en 1890. (Cedida)
Ejecución con garrote vil de Isidre Mompart en Barcelona en 1890. (Cedida)

P. ¿De dónde sale la idea de que una justicia brutal, sádica, sea más rentable para la sociedad que una que busca la reinserción en su versión más moderna? ¿Habría menos asesinos y violadores con castigos desproporcionados que pretendieran ser ejemplares?

R. Está estadísticamente demostrado, es algo que no admite discusión, que el castigo de la pena de muerte no es ejemplarizante. Allí donde existe la pena de muerte el nivel de delitos es equivalente a los países donde no existe. La pena de muerte no retrae al violador o al asesino. Lo que ocurre es que existe ese prurito de venganza social. Muchas veces la persona, no necesariamente bien informada, ni culta, lo que quiere es ese sentimiento directo de la venganza. “Este tipo ha hecho tal cosa, pues que pague, que pague con su vida…”. Le molesta incluso que el Estado tenga ciertas consideraciones hacia los delincuentes. Molesta a cierto nivel social, que no se caracteriza por ser la capa más culta de la sociedad, y lo estamos viendo enredes constantemente.

P. ¿Está más avanzada Europa que Estados Unidos en ese sentido? ¿Por qué aquí se ha ido abandonando la pena de muerte y allí aún son reticentes? Existe un espectáculo, aunque sea privado, para los familiares de la víctima?

R. Sí, porque en realidad lo que estamos presenciando son culturas distintas. En la cultura protestante hay siempre ese prurito de castigo ejemplarizante que tiene que acompañar a la ejecución. Muchas veces no se ha buscado la piedad, que el castigo no sea doloroso, porque la silla eléctrica sí lo es, aunque se haya modernizado ahora con la inyección letal. Es decir, que existen esas discordancias culturales entre la forma de verlo en Europa y Estados Unidos. Aquí se ha renunciado a esa venganza o compensación para las víctimas.

"Hay un contraste entre los verdugos españoles, unos desgraciados marginados en la sociedad, y los franceses, que están orgullosos de su oficio"

P. Sin embargo, en España hasta hace poco también se seguía este espectáculo, no digamos en el XIX, si no hasta bien entrados los años cincuenta, cuando ya no había público pero si periodistas que escribían sus crónicas…

R. Sí, efectivamente, existió una forma de periodismo un poco paralelo al de las crónicas taurina, que retrataba el comportamiento del verdugo en las ejecuciones múltiples. Todo esto genera una literatura y un interés que están ahí, incluso por parte de la gente que se supone que por su cultura debía estar en contra de todo ese espectáculo. Antes, en el XIX, era algo que se hacía muy públicamente. Cuando había una ejecución, por ejemplo en Madrid, del asesino de una víctima de un pueblo de los alrededores, ese día no se trabajaba porque todo el mundo procuraba ir a la ejecución, se alquilaban incluso terrenos, balcones, se ponían puestos de churros, es decir, había el mismo espectáculo que había entonces respecto a los toros, que antes del fútbol era el gran espectáculo nacional.

P. En el libro retratas la última generación de verdugos, que no se parece en nada al de Pepe Isbert en El verdugo de Berlanga…

R. La última generación se suponía que tenía que estar compuesta de cinco verdugos, pero al final, en el año 48, cuando salió en el Boletín Oficial del Estado la convocatoria, solo salieron tres plazas y con eso se arreglaron…Podían ir de un lado a otro, desplazarse. No hacía falta que hubiera un verdugo en las cinco audiencias que tradicionalmente los tenían, no. Esa es la generación del año 48, que es la que más hemos podido estudiar modernamente. A esa generación, cuando muere uno de ellos, el titular de Sevilla, se une el famoso José Moreno Moreno, quien solo ejecutó una vez sin tener ni idea de cómo se montaba el garrote y fue algo desastroso. La verdad es que los verdugos españoles no tienen mucha dignidad. Son unos bestias. Vicente López, en concreto, era un tipo que no tenía ningún escrúpulo. En cambio su colega Antonio López, extremeño, tenía que emborracharse cada vez que actuaba y procuraba actuar lo menos posible. Hay un contraste entre los verdugos españoles, que son unos desgraciados sin más y están completamente marginados en la sociedad, y los verdugos franceses o ingleses, que tienen su cierta fama y que digamos que están orgullosos de su oficio y hasta alardean de ello.

"El condenado, con las vértebras cervicales medio rotas, intentaba levantarse, entre las argollas de hierro, mientras el verdugo y su ayudante daban vueltas a la manivela, que no acertaba a hacer funcionar". El reo al que le dieron garrote no era otro que José Muñoz Lopera, según la crónica periodística escrita por el pintor José Gutiérrez-Solana, que era gran aficionado a las ejecuciones, recogida en A garrote vil: verdugos, ejecuciones y torturas en España y otros países, (Arzalia) de Isabel Castro Latorre y Juan Eslava Galán.

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