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Por qué EEUU está en problemas. La historia se repite, y ahora es mucho peor
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Por qué EEUU está en problemas. La historia se repite, y ahora es mucho peor

Los grandes movimientos internacionales de los últimos meses se parecen mucho a los vividos hace pocas décadas, pero vienen con dificultades añadidas. La fórmula de Kissinger comienza a desvanecerse

Foto: Kissinger en Pekín, 2019. (EFE/Jason Lee)
Kissinger en Pekín, 2019. (EFE/Jason Lee)
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La historia recuerda a Richard Nixon por el Watergate, y no le ha dejado en muy buen lugar. Kissinger ofrece una versión diferente. Le retrata en su libro Liderazgo, y muestra a un dirigente intuitivo, acertado a la hora de comprender los movimientos de fondo, perspicaz en la toma de decisiones; incluso le exculpa lateralmente del Watergate. No es extraño, porque Kissinger estaba a su lado y fue el responsable directo o indirecto de muchas de sus acciones en el ámbito internacional; en cierta medida, una valoración negativa del expresidente implicaría un mal juicio sobre sí mismo.

Uno de los hechos fundamentales del mandato de Nixon fue la visita a Pekín, asesorado por Kissinger, para desligar a China de la URSS y situarla del lado estadounidense. A pesar de que Pekín y Moscú eran las capitales del comunismo internacional, EEUU ignoró la ideología y jugó otras bazas a la hora de convencer a los dirigentes asiáticos, como las tensiones ligadas a la geografía y los tradicionales desencuentros entre ambos Estados: dos grandes países con fronteras comunes tienden a convertirse en rivales. El mérito de Kissinger fue forjar una alianza con China que fue relevante para que EEUU ganase la guerra fría y se convirtiera en la potencia hegemónica. Ahora, se está desandando el camino tejido por Kissinger y Nixon, y de una manera sorprendente.

Los tres frentes abiertos

El giro hacia China tuvo lugar en un contexto muy interesante, que Kissinger detalla convenientemente. EEUU estaba viviendo los mejores años de su historia, en cuanto a poder y economía, pero al mismo tiempo había comenzado a sufrir profundas heridas internas. Los asesinatos de los hermanos Kennedy y el de Martin Luther King habían abonado una creciente inestabilidad social que encontró en la guerra del Vietnam su punto álgido. Por primera vez, se lamenta Kissinger amargamente, los valores tradicionales del país se ponían en entredicho. Hasta entonces, las discusiones tenían que ver con los medios más adecuados para alcanzar fines en los que se coincidía. Vietnam supuso una brecha crucial: la guerra era percibida como inmoral y contraria a los intereses norteamericanos por buena parte de la población, pero también por fracciones de las élites del país. Incluso información clasificada, cuenta nerviosamente Kissinger, era filtrada y publicada por los grandes medios de comunicación. Vietnam, para el establishment estadounidense, fue un gran shock, un ejemplo de lo que nunca debería ocurrir.

Francia, Alemania y Japón estaban centrados en sus intereses nacionales y se desalineaban de las acciones promovidas por EEUU

Al mismo tiempo, el régimen de alianzas surgido de la II Guerra Mundial ya no era tan sólido. La visita que realizó Nixon a Europa en 1969 le mostró claramente que el continente ya no seguía al pie de la letra los intereses estadounidenses; el frente común estaba fragmentándose. La posición de De Gaulle en Francia y la ostpolitik alemana señalaban que los líderes europeos estaban centrados en sus intereses nacionales y que existía una creciente disparidad sobre qué retos globales eran percibidos como comunes por parte de los socios. Por ejemplo, señala Kissinger, el grado de cooperación de la OTAN fuera de las zonas del tratado era menor del que resultaría conveniente. El Viejo Continente se resistía cada vez más a aceptar la perspectiva estadounidense.

Por si fuera poco, además de las tensiones internas y del alejamiento europeo, el dólar estaba siendo amenazado. Japón y Europa, que se habían recuperado económicamente con fuerza, estaban introduciendo presión para que se cambiaran más dólares por oro.

El golpe en la mesa

Era imperativo para EEUU asentar la fortaleza del dólar. Nixon no se quedó parado: actuó unilateralmente y por sorpresa, terminó con la convertibilidad del dólar y del oro, y lo hizo a pesar de la oposición frontal de países como Francia. Ahí comenzó un orden económico diferente, que ha perdurado durante décadas, que trajo a Thatcher y Reagan, y que sostuvo la hegemonía estadounidense en la era de la globalización. Ese instante fue el principio del fin de los denominados 30 gloriosos, las tres décadas posteriores a la II Guerra Mundial en las que Europa creció enormemente asentada en el estado del bienestar.

Al terminar con la convertibilidad del dólar en oro, los problemas que tanto preocupaban a Kissinger comenzaron a desaparecer

Esa reacción provocó también un cambio en las tendencias internacionales. Con la URSS debilitada, China de su lado y Europa ligada de una manera muy estrecha al ámbito financiero, al terminar con la convertibilidad entre dólar y oro, los problemas que tanto preocupaban a Kissinger comenzaron a desaparecer. EEUU tomó las riendas de una manera decidida.

El regreso de la historia

Sin embargo, nada dura eternamente. Todo aquello que Kissinger ayudó a dar forma comienza a desvanecerse, y EEUU debe volver a afrontar las amenazas que tanto le preocuparon. Los problemas internos en el país de Biden son cada vez mayores: está políticamente dividido en dos; la desigualdad aumenta, lo que conforma dos sociedades diferentes, y tampoco la visión sobre lo que debe hacerse en relaciones internacionales es compartido. Una parte de las élites piensa que se debe ser más bastante más agresivo con China y ahondar en el proceso desglobalizador, y otra aboga por una reglobalización que conserve un comercio internacional fuerte y que mantenga más lazos con Pekín. Tampoco las posiciones respecto de Rusia son comunes: Trump acaba de declarar que no dirá quién voló el Nord Stream 2 para no meter a su país en problemas, pero que Rusia no fue. Y una filtración sobre Ucrania ha vuelto a sacudir EEUU, como ocurrió con Vietnam, solo que ahora con componentes esperpénticos.

Si en la época de Nixon EEUU debía hacer frente a una serie de Estados, que se situaban fundamentalmente en Europa, que abogaban por perseguir sus intereses nacionales aunque no coincidieran con los de EEUU, ahora esa insurgencia proviene de otras partes del mundo. India, Turquía, Sudáfrica o Arabia Saudí han elegido priorizar lo que perciben como opciones más favorables para su país, aunque eso suponga alejarse de lo que recomiendan los cánones estadounidenses. Y, al mismo tiempo, China ha emergido como gran rival, y está construyendo una red de relaciones prioritarias con países africanos, latinoamericanos y, por supuesto, asiáticos, con los que está tejiendo una notable zona de influencia. Alcanza incluso a países europeos, como vimos en la visita de Macron a Xi Jinping y la compra de los Airbus.

Por si fuera poco, Rusia está aliándose estrechamente con China: es el camino contrario al promovido por Kissinger

Como tercer asunto, los problemas financieros regresan a EEUU después de décadas de tranquilidad, en las que la fortaleza de su moneda le permitía soportar un gran déficit, porque los excesos de ahorro extranjeros eran invertidos en deuda pública o en fondos de su país. Tras varias crisis económicas, y las consiguientes inyecciones de dinero público para solventar los problemas, EEUU tiene una deuda pública elevada, hay países que están iniciando un proceso limitado de desdolarización (incluso Brasil aboga por ello), y EEUU como refugio del capital global está siendo puesto en duda después de las sanciones a Rusia. En ese escenario, las palancas habituales para controlar la economía, como el control de la oferta monetaria, ya no parecen tan eficaces, porque lo que organizan en un lado lo desorganizan en otro.

Y, por si fuera poco, en ese contexto de repetición de los problemas, Rusia está aliándose estrechamente con China y recorriendo justo el camino contrario al marcado por Kissinger.

Las dos opciones

Quizá lo más significativo no sean los nuevos desafíos, sino la perspectiva con que EEUU los está haciendo frente. Dado que la fórmula Nixon le sirvió durante mucho tiempo, y que el tipo de orden económico y de relaciones internacionales que se formuló entonces le fue muy provechoso, el impulso de utilizar las mismas recetas sigue vigente. Sin embargo, han sido esas fórmulas las que han acabado creando los problemas que ahora se deben combatir, y eso es complicado de reconocer, en especial por parte de quienes las han aplicado, y más aún de modificar.

EEUU tiene problemas, que tienen que ser puestos en contexto: sigue siendo, de largo, la primera potencia mundial, lo que significa que sus dificultades son mucho más llevaderas que las del resto de países. Eso no evita que estén presentes. Y, en ese contexto, hay únicamente dos posibilidades, con los matices que se quiera: cambiar el rumbo o continuar por el mismo camino, pero acelerando. EEUU prefiere, de momento, la segunda opción. Vienen tiempos complicados.

La historia recuerda a Richard Nixon por el Watergate, y no le ha dejado en muy buen lugar. Kissinger ofrece una versión diferente. Le retrata en su libro Liderazgo, y muestra a un dirigente intuitivo, acertado a la hora de comprender los movimientos de fondo, perspicaz en la toma de decisiones; incluso le exculpa lateralmente del Watergate. No es extraño, porque Kissinger estaba a su lado y fue el responsable directo o indirecto de muchas de sus acciones en el ámbito internacional; en cierta medida, una valoración negativa del expresidente implicaría un mal juicio sobre sí mismo.

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