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Ser viejo

Un criterio para medir moralmente una sociedad es contemplar el trato que da a la franja de personas que mira de frente la muerte. El filósofo Javier Sádaba reflexiona sobre ello

Foto: Dos jubilados. (Pixabay)
Dos jubilados. (Pixabay)

Ser viejo en la era digital es sentirte apartado, despojado, pidiendo ayuda para poder moverte en el bullicio de las nuevas tecnologías. Te sientes aparcado del mundo, descartado y pidiendo que una mano generosa te saque del atasco cotidiano en el que, desvalido, te encuentras. Una veloz rebelión de los jóvenes ha derrotado, en la lucha vital, a los superfluos viejos.

La vejez siempre lo ha tenido difícil en aquellas sociedades en donde el valor se mide por lo que se produce. Así, el viejo, mayor o anciano es una remora, una especie de objeto que aliviará en cuanto desaparezca. Nada aporta al conjunto de utilidades de la comunidad. El viejo gasta en enfermedades, en residencias y en todo aquello que, como individuo menesteroso, necesita. Si a todo ello añadimos los implacables daños que la naturaleza nos inflige en proporción a la duración en este mundo, el viejo es una persona con achaques, con goteras.

placeholder Un jubilado sentado en un banco. (EFE)
Un jubilado sentado en un banco. (EFE)

Un criterio para medir moralmente a una sociedad consiste en contemplar el trato que se da a aquella franja de los humanos que mira de frente la muerte. Dicho popularmente, el viejo va descontando los telediarios. Allí, en donde venza la calidad a la cantidad, la justicia distributiva al puro intercambio económico, el viejo saldrá bien parado. Pero si vivimos, como es el caso hoy, en una cultura ferozmente utilitarista en donde el éxito anula a la gloria, el viejo, y no es ironía, tiene los días contados.

Y no admitamos la tontería de aquellos que nos dicen que cada día estamos más jóvenes, que parece que hemos hecho un pacto con el diablo y tópicos semejantes. Esa flor marchita que se la guarden.

Pero el mayor guarda un as en la manga. Mira desde arriba a los que viven sin meta alguna, yendo de un sitio para otro, embebidos en tantas sandeces y perdiendo el precioso tiempo. Entonces la mirada nostálgica está llena de piedad. Y el indestructible ego se basta a sí mismo. Y dará siempre un consejo a los jóvenes: que no sean viejos prematuros.

Ser viejo en la era digital es sentirte apartado, despojado, pidiendo ayuda para poder moverte en el bullicio de las nuevas tecnologías. Te sientes aparcado del mundo, descartado y pidiendo que una mano generosa te saque del atasco cotidiano en el que, desvalido, te encuentras. Una veloz rebelión de los jóvenes ha derrotado, en la lucha vital, a los superfluos viejos.

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