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Por qué Jorge Javier no puede con Pablo Motos
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Juan Soto Ivars

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Por qué Jorge Javier no puede con Pablo Motos

La televisión no funciona como Twitter. Supongo que Jorge Javier, que lleva tantos años en el negocio como Motos, lo sabe. La audiencia de tele es anónima y, por lo tanto, es libre

Foto: Jorge Javier Vázquez en Cuentos chinos. (Mediaset España)
Jorge Javier Vázquez en Cuentos chinos. (Mediaset España)
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Cualquiera que viva con la cabeza metida en según qué burbuja de Twitter hubiera esperado que esta semana concluyera, entre risas y burlas, ante la fosa televisiva de Pablo Motos. ¡Ah, qué ganas le tienen en Twitter! Y mucha gente confunde sus deseos con la realidad y su forma de ver el mundo con lo que la mayoría de la gente piensa. Esta es una consecuencia de las redes y sus burbujas.

Mirando en ese espejito mágico, cualquiera hubiera dicho que el factotum de El Hormiguero llegaría al viernes aplastado por la audiencia de esa implacable rueda de talento, progresismo y desparpajo que representa Jorge Javier Vázquez. Puede que uno de los problemas de Cuentos chinos haya sido precisamente este: que Jorge Javier se haya fiado demasiado de lo que leía en Twitter.

La audiencia de tele es anónima y, por lo tanto, es libre de ver lo que quiera

Allí, en Twitter, soltó antes del estreno de su programa una carta a Pablo Motos redactada y leída en estilo pasivo-agresivo y teñida de una soberbia producto de la autoconfianza ciega. Después se tiró de panza a un plató rojo que, según Sergio del Molino, parecía un restaurante chino de los ochenta. Vestido y peinado como Kim Jong un, delgado, mezcló la autocomplacencia y el yoísmo y empezó a dar paso a unas secciones sin pies ni cabeza. Susi Caramelo era lo único que se salvaba.

Esto, lo de Susi Caramelo, también se iba diciendo a regañadientes en esas burbujas de Twitter que confiaban en el destronamiento de Motos; esas que, a medida que los datos de audiencia iban en descenso, ponían el emoticono de las manos rezando y suplicaban a la gente de la burbuja que por favor pusiera el programa, como quien intenta convocar una manifestación o espera que el mundo cambie con el mando a distancia. El jueves, ni el estreno de GH Vip pudo levantar Cuentos chinos.

La televisión no funciona como Twitter. Supongo que Jorge Javier, que lleva tantos años en el negocio como Motos, lo sabe. La audiencia de tele es anónima y, por lo tanto, es libre. Acude sin compromiso allá donde le viene en gana y nadie se lo reprocha, ni le vigila, por ejemplo, si suelta una carcajada ante la broma que en el Twitter condenan unánimes como inmoral o desfasada. Delante de la tele nadie te castiga. Solo el tedio o los anuncios te obligan a cambiar de canal.

He visto aclimatarse a Twitter opiniones que luego, en la salita del café, los mismos tertulianos relativizaban y hasta desmentían

Lo digo, esto, porque a veces me sorprende lo mucho que otros programas de actualidad parecen rendirse a las opiniones mayoritarias en Twitter. Yo he visto en un plató a los tertulianos de un programa revisar lo que dicen de ellos en Twitter con cara de nervios. He visto aclimatarse a Twitter opiniones que luego, en la salita del café, los mismos tertulianos relativizaban y hasta desmentían.

Como una parte de la gente que ve la tele también está en Twitter y allí exclama las cosas que otros sin redes simplemente le gritan a la pantalla, y se montan tendencias, y se rescatan fragmentos que se premian o se castigan, la gente de la tele le ha terminado cogiendo miedo a Twitter. Para colmo, los programas incluyen tuits en la pantalla y contribuyen a la fantasía de que los usuarios de las redes sociales importan, cuando a los anunciantes y la cadena lo que les interesa es el bulto.

Ni una sola de las campañas contra Pablo Motos en redes ha hecho mella en su audiencia, ni siquiera las financiadas por el Ministerio con el dinero de la audiencia de El Hormiguero. Leer en clave ideológica este fenómeno sería insensato. El truco de Motos es que lleva tantos años en su formato que lo ha perfeccionado hasta límites catedralicios. El programa, de apariencia chafardera y espontánea, lleva detrás una maquinaria de precisión que Motos controla personalmente. Está encima. Vive ahí.

placeholder Pablo Motos, en 'El hormiguero'. (Antena 3)
Pablo Motos, en 'El hormiguero'. (Antena 3)

La única forma de destronar a Pablo Motos es hoy por hoy que él mismo se queme, que se aburra o se canse, como pasó con Sardá y sus Crónicas marcianas. Entonces, los rivales que la competencia le iba poniendo delante caían como marionetas sin cuerdas, empezando por el destronado Pepe Navarro, que había sido el precursor de ese tipo de formato nocturno en España. Xavier Sardá era acusado por la prensa de todos los pecados y a la audiencia seguía divirtiéndole. Tuvo el olfato de cerrar su programa justo cuando la tendencia empezaba a decaer.

Quizás Jorge Javier hubiera podido, al menos, competir con Pablo Motos en plano de igualdad, si no hubiera repudiado a su propia audiencia, el tesoro que cosechó después de muchos años de cotilleo, machismo y chabacanería española. Jorge Javier ha renunciado a su propio producto y ha tratado de hacer otro muy diferente que conectase con gente que no está interesada en él. Creo que intenta hacer La Resistencia de Broncano sin contar con dos cosas: la primera, que él no es Broncano; la segunda, que la gente que seguía a Jorge Javier en Sálvame no sabe quién es Broncano.

Por resumir, la primera semana de Cuentos Chinos ha sido como poner trap en una residencia geriátrica; como cascarle La hora chanante a un alemán; como explicar la huelga de las futbolistas contra la RFEF a un maorí. Pero no es personal. Supongo que nadie vería a Pablo Motos si de la noche a la mañana quisiera convertirse en Paco Lobatón.

Cualquiera que viva con la cabeza metida en según qué burbuja de Twitter hubiera esperado que esta semana concluyera, entre risas y burlas, ante la fosa televisiva de Pablo Motos. ¡Ah, qué ganas le tienen en Twitter! Y mucha gente confunde sus deseos con la realidad y su forma de ver el mundo con lo que la mayoría de la gente piensa. Esta es una consecuencia de las redes y sus burbujas.

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