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¿Cómo y cuándo el remoto norte se convirtió en Occidente?
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¿Cómo y cuándo el remoto norte se convirtió en Occidente?

Un original ensayo de Bernd Brunner describe la fascinación de la frontera septentrional, su misterio e idealización, sus leyendas, sus mitos fundacionales y su papel de vanguardia en la actual civilización

Foto: Miembros de la expedición de Robert Peary al Polo Norte en 1909. (Getty/Hulon Archive/Robert Peary)
Miembros de la expedición de Robert Peary al Polo Norte en 1909. (Getty/Hulon Archive/Robert Peary)

Quienes hemos viajado a Islandia tenemos razones para sorprendernos por una tierra de hielo y fuego cuya geografía carece de vestigios históricos y cuyo modelo de sociedad es acaso el más evolucionado del planeta. Cuestión de derechos, de igualdad, de prosperidad energética, de los índices de natalidad (y de divorcios), y de la excelencia educativa... Podría decirse lo mismo de Noruega. Y de todos los países escandinavos, hasta el extremo de haberse sobrepuesto la mejor expresión de la civilización occidental en la referencia extrema, cardinal, magnética, del norte.

La invención del norte (Acantilado) es el título de un original y atractivo ensayo de Bernd Brunner cuyas 272 páginas hacen perspectiva y prospectiva de un gran misterio geográfico y cultural sacudido por los vaivenes de la historia, de la poesía y del tiempo. Es el norte donde Frankenstein y su criatura libran la batalla de Prometeo. Y donde el imaginario del romanticismo advirtió las esencias y las supersticiones de un lugar remoto donde tanto residían tribus inexploradas y alienígenas, como podía convocarse la expectativa del hombre incorrupto.

“El norte no es algo que haya existido desde siempre en una forma específica”, escribe Brunner. “Ha estado perennemente sujeto a una transformación histórica, reinventado y reconstruido para siempre”.

placeholder Portada de 'La invención del norte', el ensayo de Bernd Brunner.
Portada de 'La invención del norte', el ensayo de Bernd Brunner.

Es la manera de explicar las dificultades de identificarlo en una toponimia. Goethe decía que el norte empezaba en la frontera alpina del Brennero, aunque bien podría localizarse en orilla del río Tent, en el umbral del Muro de Adriano en Britania o trasladarlo al enigma del Ártico, cuyo poderío magnético y territorio impenetrable malograba los barcos y exploradores que osaron a profanarlo. Fue necesario esperar a los primeros años del siglo XX para homologar la conquista del Polo Norte, aunque la línea editorial de Brunner nos participa de una concepción septentrional mucho más ambigua y difusa. El norte es una idea, un territorio psicológico y el itinerario remoto de una gran ficción donde resulta incluso concebible la leyenda de una isla imaginaria, Thule, que desafía las leyes del espacio y del tiempo.

“El norte enfoca nuestras ansiedades”, escribe Margaret Atwood. "Volviendo hacia el norte, entramos en nuestro propio inconsciente. Siempre, en retrospectiva, el viaje hacia el norte tiene la calidad del sueño".

Y de una pesadilla, toda vez que el recorrido de Brunner también alude a los mitos fundacionales que alentaron el supremacismo y la hegemonía de la raza aria en el desgarro de entreguerras. Participaron de ella los mitos escandinavos y los rapsodas contemporáneos. Empezando por Madison Grant y Friedrich Karl Günther, autores pseudocientíficos de los años veinte que, pretendiéndolo o sin pretenderlo, orientaron la ideología del nazismo en la búsqueda de la sangre incontaminada. Hitler convirtió Dinamarca en el paridero de los hombres puros, partiendo de unos rasgos inequívocos —cabello rubio, ojos azules, cuerpos longilíneos— que enfatizaban la discriminación de las pieles oscuras y los pueblos promiscuos.

El norte se ha vuelto el paraíso contemporáneo, el mejor baluarte de los valores democráticos y la expresión más sofisticada de la civilización

“¿Cómo se compara la afinidad actual por el norte con la mentalidad sentimental de los románticos de los siglos XVIII y XIX?”, se pregunta Brunner en un pasaje de su ensayo. “Ya no hay costas o montañas que no se hayan medido, ni aguas árticas que no lleven rastros de contaminación de la civilización humana: plásticos en el océano o lluvia ácida y radiación en los confines del norte. Los viajeros al Alto Norte buscan la quietud y anhelan retirarse de la civilización hacia paisajes escasamente asentados y una naturaleza apenas alterada. No le temen a la oscuridad en invierno”.

Desprovisto de las leyendas vikingas y lejos de la estilización romántica, el norte se ha convertido en el paraíso contemporáneo, en el mejor baluarte de los valores democráticos y en la expresión más sofisticada de la civilización.

placeholder Aurora boreal en Dinamarca. (EFE)
Aurora boreal en Dinamarca. (EFE)

Le sorprenderían semejantes avances al maestro Ole Worm (Olaus Wormius), un médico y anticuario danés de inquietudes polifacéticas cuyo gabinete de curiosidades impactó a los vecinos y coetáneos del siglo XVII. Los atraía Worm con el cráneo de un narval, los esquíes de un inuit, el kayak de un esquimal, un taburete elaborado con vértebras de ballena, extraños minerales y testimonios arqueológicos de procedencia misteriosa.

La experiencia equivalía a una expedición vicaria a la Luna. Y redundaba en el inventario de un misterio al que dieron forma los cuentos de los hermanos Grimm, las óperas de Wagner y los historiadores dotados de más fantasía, hasta el punto de atribuírsele a la reina Victoria el mismo linaje de Odín.

El norte ya no está en el norte, se desprende del ensayo de Brunner. La necesidad de ubicarlo lejos de las coordenadas convencionales explica que haya sido pertinente reconstruirlo o construirlo en un teatro de operaciones inalcanzable. Se han ocupado de hacerlo los científicos de la NASA, determinando que el norte es un objeto binario inusual en el Cinturón de Kuiper a unos 4.000 millones de millas de la Tierra.

Quienes hemos viajado a Islandia tenemos razones para sorprendernos por una tierra de hielo y fuego cuya geografía carece de vestigios históricos y cuyo modelo de sociedad es acaso el más evolucionado del planeta. Cuestión de derechos, de igualdad, de prosperidad energética, de los índices de natalidad (y de divorcios), y de la excelencia educativa... Podría decirse lo mismo de Noruega. Y de todos los países escandinavos, hasta el extremo de haberse sobrepuesto la mejor expresión de la civilización occidental en la referencia extrema, cardinal, magnética, del norte.

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