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Los treintañeros sabemos de vino porque no podemos pagarnos una casa
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Los treintañeros sabemos de vino porque no podemos pagarnos una casa

Vivimos peor que nuestros padres y con una ley de vivienda que solo hará que los ricos sean más ricos. Solo nos queda darnos a la bebida

Foto: Sabemos más de vino que nuestros padres, pero ¿sirve de algo? (EFE/R.M.)
Sabemos más de vino que nuestros padres, pero ¿sirve de algo? (EFE/R.M.)
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Esta pregunta va dirigida a quienes están entre los treinta y los treinta y cinco: ¿Os habéis dado cuenta de que muchos de nuestros padres saben menos de vino que nosotros y que a nuestra edad les seguía resultando una aventura ir a comer a un restaurante fino?

En las grandes ciudades, la generación millennial, nacida entre mediados de los ochenta y mediados de los noventa, nos hemos convertido en auténticos gourmets y sommeliers comparados con nuestros progenitores, que con suerte se iban un par de veces al año al Parador. Hemos viajado al extranjero desde niños, hicimos Erasmus, nos gusta hacernos los cocinitas, y salir a cenar todas las semanas.

Foto: Días de cosecha y futuro en Bodega Numanthia, Toro, Zamora. (Cortesía)

Mis padres no salían a cenar ni a comer tan a menudo. Es más, cercanos a su jubilación, creo que no han ido nunca a una cata de vinos y su sofisticado conocimiento sobre este caldo no pasa del Burdeos y el Riesling.

Pero mis padres a mi edad tenían dos hijos, dos coches y una casa pagada. Es uno de los puntos a los que les gusta llegar en las conversaciones con sus hijos ya creciditos: "A tu edad ya habíamos pagado el piso, ¡y al doce por ciento!" Recalcar el interés con orgullo es muy de padres. Lo que no entienden es lo que pensamos nosotros mientras nos lo dicen.

Si alguien tiene dudas de que vivimos en una época decadente, solo tiene que mirar las terrazas de cualquier ciudad europea una tarde de buen tiempo. Nuestros padres no salían a cenar porque estaban pagando ese doce por ciento y nosotros nos lo estamos bebiendo, porque la relación coste-beneficio de emprender o comprar un piso es cada día peor. Viajar a Tailandia, dar la vuelta al mundo, irte de excursión enológica a La Rioja o salir todas las semanas a que nos sirvan la comida son los pequeños lujos con los que nuestra generación capea el tedio y la emoción del día a día. Vivimos peor que nuestros padres, e incluso peor que como vivíamos nosotros cuando vivíamos con nuestros padres, y por eso nos damos al vino.

La relación coste-beneficio de emprender o de comprar un piso es cada día peor

Un enorme número de nosotros vivimos con el sueño de empatar la vida que teníamos de niños. No la familia, no el coche, sí la casa y sí la sensación de haber hecho algo con la vida; de no vivir una universidad eterna, de "no ponerle etiquetas a los túper de la nevera para evitar que te quite la comida el de la habitación de al lado". Esta broma la tomo prestada de Pedro Herrero, pero es la verdad de mucho treintañero.

Lo más cruel es que procuramos no darnos cuenta porque, del mismo modo que el mercado adapta la oferta al poder adquisitivo menguante de la demanda, hemos resignificado qué es lo bueno y qué es lo malo. Desde hace años se instala la mirada de la sospecha sobre aquellos que reivindican el formar una "aburrida" familia y se ve como aceptable a quienes racionalizan lo bueno que es vivir libre y sin ataduras. Así podremos disfrutar del alquiler aquí o allí, según nos lleve el viento de la movilidad social. Ocurrió también tras el 2007, cuando muchos desgraciados empezaron a ensalzar las bondades del alquiler frente a la compra. Ya saben el famoso lema del Foro de Davos: "No tendrás nada y serás feliz".

Para algunos políticos, es útil que la gente se dé al vino mientras protesta por los precios de las casas. Lo es porque solo ebrio puede uno vender como buenas ciertas ideas que hoy se venden como solución al problema de los precios. Por ejemplo, la idea de que las viviendas protegidas (la mayor parte de ellas de promoción privada) deban mantener los precios topados ad eternum. Nuestro gobierno lo ve como una forma de engrosar la lista de Excel de su parque de viviendas sociales, habida cuenta de que, según ellos, pasados los veinte o treinta años de protección, quienes accedieron a una propiedad subvencionada se convierten ahora en pérfidos especuladores a costa del contribuyente.

Foto: Santa Cruz de Tenerife. (EFE/Cristóbal García)
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Así que lo mejor es atajar el cuello de botella de una o dos generaciones, convirtiendo esas viviendas en indescalificables: a diferencia de sus mayores, los jóvenes que desde ahora compren esas casas "asequibles", se tirarán tres décadas mejorando su barrio, creando vida y convirtiéndolo en un lugar mucho más amable y feliz que la solana sin árboles ni colegios a la que llegaron. Con el tiempo harán atractivo el barrio y crearán plusvalías. Pero después de las tres justas décadas de protección, sus pisos seguirán sin poder venderse a precio de mercado, y así para siempre. Una ley regresiva como pocas. Buenas intenciones para una medida casi feudal, que otorga privilegios a quienes tienen suficiente dinero para comprar en el mercado libre y que en el futuro podrán vender al precio que consideren. Ellos y sus hijos, y los hijos de sus hijos. Una vez más serán las administraciones de "izquierda" las que se encargarán de que los ricos siempre sean más ricos explotando lo que es de todos: el barrio. Una injusticia convertida en ley y pagada con dinero público.

Una ley que creará tres escalones, tres niveles de derechos sobre un mismo lugar. Tres estamentos diferenciados solo por el dinero previo que uno tenga: el vecino de la vivienda libre, al que le está permitido ganar dinero en el futuro, el que compra una vivienda protegida para siempre, mientras ve por la ventana cómo el rico se enriquece a su costa, y el pobre desgraciado que no le queda otra que "disfrutar" del alquiler social y que siempre estará igual que cuando llegó. Sin nada que pasarle a sus hijos. Quizá sea esa la pregunta: ¿Qué hijos?

​Una sociedad decadente

Por cierto, para evitar ensoñaciones: no existen los barrios completamente públicos, no los hay y no los va a haber. Eso es otro modelo político. En el nuestro, las viviendas públicas pueden venderse si los políticos quieren. Aunque esta ley diga lo contrario, al nivel que va la deuda pública no será difícil ver cómo se cambia en el futuro. Y quienes las compren a granel serán los nuevos nobles. Vaya vuelta que hemos dado si la vivienda ha pasado de ser fuente de emancipación a las cadenas de las próximas generaciones. ¿Esa es la mierda de solución nos están dando?

Todo esto es el símbolo de una sociedad decadente, y ya ha pasado muchas veces. Cuando los bárbaros están ante portas y Roma se devora a sí misma, ¿qué nos queda, si no el vino y la guía Michelín?

El cortoplacismo con el que juega la política es el que ha permeado en nosotros. Cuando lo importante es ser libre y disfrutar de un buen vino, reducimos la vida a una suma de experiencias para saciar nuestro yo. Por eso, cuando sueltan la liebre del acceso a una "vivienda asequible", el titular eclipsa nuestro proyecto de vida a medio y largo plazo, porque no importa. Pero nadie da duros a pesetas.

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Es el mismo cortoplacismo que hace que los problemas importantes desaparezcan. Puede que la atención mediática haya sido desviada a cosas "más serias" como la formación de gobierno, la amnistía o donde quiera que mire cada uno. Ahora bien, fuera de los focos, la cosa no cambia: más chavales se gradúan y abandonan el nido para engrosar las listas de "generaciones perdidas" y juventudes vividas en recesión económica con precios de la vivienda crecientes... Solo que ahora vienen más. Esa que llaman la generación Z es más extensa que la millennial y los que pertenecen a ella vienen más desengañados. Pero también más atentos a sus problemas de ansiedad, depresión, tristeza y rabia. No lo esconden. Hacen bandera de ello. Y mientras tanto, las ofertas que se han vendido como solución, solo pasan por el alquiler y la propiedad de segundo nivel. Tiritas de colorines sobre una herida profunda que nada hacen para curar, que inciden en dificultar un sueño que no es más que el de darte a ti mismo la vida que te dieron tus padres cuando eras pequeño. Mientras no lo consigues, siempre te quedará explorar las diferencias entre la uva Shiraz y la Tempranillo.

Esta pregunta va dirigida a quienes están entre los treinta y los treinta y cinco: ¿Os habéis dado cuenta de que muchos de nuestros padres saben menos de vino que nosotros y que a nuestra edad les seguía resultando una aventura ir a comer a un restaurante fino?

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