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Por qué compramos más libros de los que podemos leer
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Héctor G. Barnés

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Por qué compramos más libros de los que podemos leer

Hacerse con un libro es, ante todo, comprar la promesa de un tiempo futuro en el que tendremos tiempo para leerlo

Foto: Total, por uno más... (Reuters/Manuel Silvestri)
Total, por uno más... (Reuters/Manuel Silvestri)
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Las visitas que vienen a casa suelen hacer la misma observación cuando entran en el salón: vaya, la torre de libros es cada vez más alta. ¿Cuántos te has leído? ¿Te los vas a leer algún día? Pues unos sí y otros no, respondo. Lo que tengo claro es que la pila va a seguir creciendo hasta que se derrumbe. Matemática pura: compro (y recibo) libros más rápido de lo que los puedo leer.

Hay quien también me ha dicho que le gusta la torre siga ahí, porque refleja mi carácter. Me pregunto qué parte exacta, si la parte obsesiva, la consumista o la que pronostica un síndrome de Diógenes en mi vejez. En realidad, ver aumentar la torre de libros me da seguridad. Cuando la miro, veo un montón de futuro condensado en unos cuantos objetos. Horas y horas de placer que experimentará ese Héctor del mañana al que le legaré esos volúmenes. Merece la pena perder un poco de espacio.

¿Por qué compramos libros aunque sabemos que tal vez no vayamos a leerlos? Para empezar, son objetos bonitos. Bonitas portadas, bonitas palabras escritas en las fajas por los bonitos amigos del autor y bonitas sinopsis que raramente están a la altura de su contenido, pero que cumplen su función al animarnos a pasar por caja.

Pero, sobre todo, comprar un libro es comprar la promesa de un tiempo futuro en el que tendremos tiempo para leer ese libro. Un tiempo en el que solo estaremos nosotros y él, en el que por fin sacaremos un hueco para darle el espacio que merece. Quizá por eso es una maldición que te regalen un libro que no te apetece leer, porque te roba un tiempo futuro que podría estar destinado a cualquier otra cosa (en caso de que hagas mal y decidas leerlo solo por complacer a tu amigo).

Comprar un libro para no leerlo al momento te permite someter al libro a tu control

Los libros se compran por la tarde, al salir del trabajo, o en las mañanas de los fines de semana, cuando nos sentimos optimistas y con energía, porque nos prometen un tiempo libre que aún no existe. Son todo lo contrario que comprar una entrada para el teatro o para un concierto, que nos emplazan a estar tal día a determinada hora en un lugar concreto durante un período de tiempo no demasiado largo. El próximo tres de enero, de ocho a diez de la tarde, usted debe acudir a la Ópera de Milán a contemplar la representación de Turandot.

Con los libros no ocurre lo mismo. Uno pasa por caja, vuelve a su casa y coloca el libro encima del montón porque ha adquirido un billete para un futuro en el que por fin tendrá tiempo. Comprar un libro para no leerlo inmediatamente, como suelen recomendar los padres a sus hijos para enseñarles a reprimir sus impulsos consumistas, es uno de los lujos más accesibles que existen, porque te permite marcar los tiempos al libro. Ya volveré a ti cuando me cuadre o me apetezca, no me vas a imponer tu tiempo, ahora eres mío y no te escapas. Comprar un libro para no leerlo es una manera de recuperar el control. En ese sentido, es todo lo contrario del reloj del texto de Cortázar, que esclavizaba al que lo llevaba.

Puede ocurrir lo opuesto, que es que te levantes un buen día sin ningún plan determinado, te vistas para dar una vuelta por las librerías del centro y te sorprendas a ti mismo con un libro bajo el brazo que apenas unas horas antes ni siquiera sabías que existía, de igual manera que muchos amantes no se conocían ni dos horas antes de encontrarse. Después del paseo, vuelves a casa y te pones a leerlo hasta que te duermes con él en brazos. Los libros, en ese sentido, son como el amor: hay que dejarse sorprender. No hay mayor placer que el de lo inesperado que un día te cambia la vida.

Esos libros que de repente irrumpen sin esperarlos son lo que nos sacan de la rueda del hámster. Compramos comida, la guardamos en la nevera, pero en menos de una semana la tenemos que cocinar y comérnosla para que no se ponga mala, no podemos acumularla como acumulamos libros. Cuánto tiempo se tarda en hacer la sopa y qué rápido nos comemos la sopa. Cambiamos unas sábanas por otras que a su vez serán sustituidas por las primeras sábanas, compramos ropa para estrenarla, lavarla y volvérnosla a poner ya sin estrenar: la vida es una sucesión de horarios inacabables donde no paramos de movernos para que todo siga igual.

La gente lee al terminar de limpiar la casa para salir de la rueda del hámster

Por eso nos gusta comprar libros que no leemos, porque contienen la posibilidad de abandonar ese círculo. Supongo que por eso tanta gente coge un libro cuando termina de limpiar la casa o de hacer la comida, para contrarrestar la sensación de ser Sísifo por unos instantes y recuperar el control de su tiempo. En realidad, que el montón de libros aumente debería significar que cada vez tengo menos tiempo para leer. Pero yo lo siento de otra manera: cuantos más libros acumulados veo en el montón, de más tiempo futuro dispongo. A nadie se le reprocha que ahorre dinero y no lo gaste. Con los libros ocurre parecido.

Lo infinito en una estantería

En El cisne negro, Nassim Nicholas Taleb defiende que toda librería debe contener "tanto de lo que no sabes como te lo permitan tus medios económicos". La antilibrería que debemos tener en casa, razonaba, no es una colección de todo lo que ya sabemos, sino de lo que desconocemos, pero está al alcance de nuestra mano. Por eso son más importantes los libros que no hemos leído que los restantes, porque son los que nos abren a lo desconocido.

placeholder Seguiré acumulando libros hasta que se derrumbe. (H. G. B.)
Seguiré acumulando libros hasta que se derrumbe. (H. G. B.)

Para ejemplificarlo, el ensayista utilizaba a Umberto Eco, que poseía una librería de alrededor de 30.000 volúmenes. Algunos incautos visitantes a su hogar, como los míos, le preguntaban cuántos se había leído. Con los que Eco simpatizaba más era con aquellos que entendían que eso daba igual, porque toda biblioteca es una herramienta de investigación. "Cuanto mayor seas, más conocimiento y más libros tendrás, y los libros sin leer en la estantería te mirarán amenazadoramente", escribe Taleb. "Cuanto más sabes, más grandes serán las torres de libros sin leer".

El propio Eco explicó alguna vez que los compraba de tres en tres sin haber terminado el anterior (¿quién lo hace?), y que su motivación no era para poseer el libro, ni mucho menos leerlo al momento, sino "leerlo en algún momento". Llego a un artículo de Letras Libres en el que Cristian Vázquez reproduce una cita del industrial y bibliófilo Edward Newton: "Incluso cuando no se pueden leer, la presencia de los libros adquiridos produce un éxtasis: la compra de más libros que los que uno puede leer es nada menos que el alma en busca de infinito. Apreciamos los libros aunque no los hayamos leído, su mera presencia brinda confort y el hecho de que estén disponibles, seguridad".

Aunque pasen años cogiendo polvo, los libros pueden revivir de un momento a otro

Los libros, como ocurre con los discos o las películas, son algo que introducimos en la comodidad del hogar para que nos acompañen y podamos invocarlos cuando los necesitamos, haciendo un poco más infinitas nuestras casas. No son animales disecados que colgamos en la pared, porque aunque pasen años en un montón cogiendo polvo, en cualquier momento podemos cogerlos, abrirlos y darles vida. El animal muerto no va a resucitar jamás, los libros, las canciones y las películas nunca mueren.

Compré hace un par de semanas Las amistades peligrosas de Choderlos de Laclos y ahí está, esperándome en lo alto de las dos torres. Me meto en How long to read, esa página que te dice cuánto tiempo se tarda en leer un libro, y veo que me llevará alrededor de 7 horas y 42 minutos acabarlo. Cierro los ojos y veo al Héctor del futuro, tumbado en el sofá, sumergiéndose durante 7 horas y 42 minutos en la perversa correspondencia entre la marquesa de Merteuil y el vizconde de Valmont. Algún día, no sé cuándo, me convertiré en esa persona. Mientras tanto, tendré que seguir trabajando.

Las visitas que vienen a casa suelen hacer la misma observación cuando entran en el salón: vaya, la torre de libros es cada vez más alta. ¿Cuántos te has leído? ¿Te los vas a leer algún día? Pues unos sí y otros no, respondo. Lo que tengo claro es que la pila va a seguir creciendo hasta que se derrumbe. Matemática pura: compro (y recibo) libros más rápido de lo que los puedo leer.

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