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Carmencita, la primera española que triunfó en EEUU (sus piernas valían 150.000 dólares)
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Carmencita, la primera española que triunfó en EEUU (sus piernas valían 150.000 dólares)

La bailaora logró entrar en el 'star system' y tener su propia velada en el Madison Square Garden. En 1868 protagonizó el vídeo más antiguo de la Biblioteca del Congreso. Esta es su historia

Foto: Fotograma de 'La Carmencita'. (Biblioteca del Congreso de EEUU)
Fotograma de 'La Carmencita'. (Biblioteca del Congreso de EEUU)
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La nota de prensa contenía un reclamo más. Un nombrecito entre grandes acontecimientos: “Carmencita - Spanish Dance”. Una mujer bailando y ya está. En blanco y negro, durante 21 segundos mudos. Carmencita who?

Como comer aceitunas

Esa misma pregunta se hizo el doctor en Filosofía y Letras de la Universidad de Alicante Francisco Javier Kiko Mora Contreras. Hasta entonces, solo se sabía el año de la grabación, 1894, la supuesta etnia gitana de la artista (“Spanish gypsy dancer”, decía la lata) y que el vídeo se había encontrado en la colección personal del pionero del cine americano Thomas Armat. Las agencias de noticias europeas ofrecían un dato más, uno goloso: era el vídeo más antiguo que tenía en su poder la Biblioteca del Congreso.

Mora Contreras, también doctor por la Universidad Estatal de Ohio, hizo los deberes. Consultó más de 2.000 documentos a lo largo de tres meses y el 28 de octubre de 2010 ofreció los resultados en el Congreso Internacional de Etnomusicología que se celebró en la Universidad de Lisboa.

Primero: Carmencita era Carmen Dauset Moreno, nacida en Almería en 1868 (y ni gitana ni nada). Segundo: era cuñada del conocido cantaor alicantino Rojo el Alpargatero. Tercero: había sido filmada por Thomas Alva Edison en el “primer estudio cinematográfico” de la historia, el famoso Black María Studio de Nueva Jersey. Y cuarto: el año era correcto. Carmencita bailó en marzo de 1894, lo que la convertía en “la primera mujer protagonista de la emergente industria del cine americano” (Charles Musser); un año y medio antes del alumbramiento oficial del cine (hermanos Lumière, Salón indio del Gran Café de Paris, Navidad de 1895).

Carmencita no pasaba por allí. “Su baile es raro y atractivo, y merece la pena ir al Niblo’s solo para ver eso”, escribía el New York Times en el verano de 1889. En aquel local de variedades de Broadway tenía un despacho el empresario húngaro Bolossy Kiralfy, que descubrió a Carmen en París (probablemente durante la Exposición Universal) y le pagó un pasaje transoceánico. Con apenas 20 años, viajó en primera clase junto a “un matrimonio español de gimnastas especializados en el número de las anillas”, Rafael y María Pialras.

La fama de Carmen Dauset en EEUU se labró en espectáculos exóticos y orientalizantes. En pantomimas y ballets. En shows de peteneras y cachuchas y jotas. En giras musicales hasta San Francisco y Los Ángeles, en vodeviles que llegaron a Kansas, Denver o Salt Lake City. “Aún si Bolossy Kiralfy, en su reciente viaje a Europa, no se hubiera asegurado más atracción que la señorita Carmencita, su tiempo y su dinero habrían estado bien empleados” (The Evening World).

De las giras kilométricas y los impagos (llegó a denunciar a su descubridor Kiralfy) Carmen terminó ingresando en el star system. Cuando un comité teatral del cuerpo de cadetes de Boston la invitó a bailar en su ciudad, en 1891, sus piernas fueron blindadas con una póliza de seguros de 5.000 dólares (unos 150.000 dólares actuales) que la protegía durante el viaje. “La cantidad se pagará en su totalidad, incluso por un esguince, y es la primera póliza de esta clase que se haya expedido”, se pudo leer en el Boston Daily Globe, según ha exhumado el investigador Mora.

La andaluza llegó a tener incluso su propia velada en el Madison Square Garden, el llamado Carmencita Ball, “primera verdadera fiesta española dada en este país” (Brooklyn Daily Eagle).

“Carmencita apareció a las 11 de la noche en una carroza dorada y efectuó tres bailes, ya famosos dentro de su repertorio: la cachucha, el vals Santiago y la petenera. Un corresponsal en Nueva York del diario The Sunny South de Galveston (Atlanta) escribirá: ‘Ningún político, ningún ministro, incluso ningún actor antes, probablemente, recibió tal bienvenida en esta ciudad. Lo más que se aproxima ha sido quizá cuando John L. Sullivan [último campeón de los pesos pesados que boxeaba sin guantes] peleó aquí ante una multitud”.

Y, sin embargo, la mejor definición de la fiebre americana por la latina Carmencita se pudo leer en el Chicago Tribune, en términos mucho más sencillos: era “como probar las aceitunas por primera vez”.

2.000 reales en el pecho

Artistas de vodevil, trapecistas, contorsionistas. Ese fue exactamente el tipo de farándula resultona que pobló las primeras grabaciones de cine, destinadas a ofrecerse de manera individual (el kinetoscopio se miraba por una ranurita) en ferias y grandes eventos como la Exposición Mundial Colombina de 1893 en Chicago. Eso explica la oportunidad de que Edison tratara de refinar la propuesta y hacerse con los servicios de la cotizada Carmencita.

Porque la almeriense trascendió los derroteros populares. No solo bailó y prestó su cara a cajas de cigarrillos y puros (Sweet Caporal, de Detroit), que por supuesto la asimilaban con la Carmen de Mérimée y Bizet. Las piernas de los 150.000 dólares frecuentaron los salones más culturetas de Nueva York, en fiestas nocturnas de pintores y fotógrafos y banqueros que empezaban después de que ella terminara de sudar ante el público.

Fue en esos círculos privados, en buenos pisos entre la calle 57 y la Sexta Avenida, donde Carmencita terminó de espolvorear su leyenda. Allí contaba una historia fundacional de la que conviene desconfiar pero en ningún caso prescindir para medir al personaje. Kiko Mora la cuenta en los siguientes términos, de nuevo gracias a los periódicos de la época:

"Tenía 15 años cuando vivía en casa de sus tíos, en una granja a medio camino entre Madrid y el monasterio de El Escorial. A lomos de un burro, Carmencita solía llevar huevos y verduras a los monjes por un camino solitario plagado de salteadores. Aquella mañana, además de la carga habitual, guardaba en su pecho dos mil reales para pagar las misas de un familiar suyo.

De repente, se ve rodeada por un grupo de hombres que la llevan por una senda pedregosa hacia un bosque oscuro. En cuclillas en un rincón, Carmencita pudo sentir con envidia el olor de las tortillas y la cebolla frita que alguien del grupo había preparado con su equipaje. Mientras saborean la comida, el jefe de la banda le alarga un generoso vaso de vino y un plato de viandas. Después alguien comienza a tañer una mandolina y la almeriense, tal vez incitada por la euforia del brebaje, acompaña la melodía golpeando con los pies en el suelo. 'Ah, ¿bailas? —preguntó el jefe—. Ahora ven, pequeña, veamos si puedes conseguir que te devuelva tu dinero para las misas'.

Se agruparon sentados en un pequeño claro de hierba a la puerta de una cueva mientras tres hombres puestos en pie tocaban sus instrumentos. Carmencita bailó como nunca lo había hecho antes, durante una hora, hasta la extenuación. Cuando acabó, el jefe la cogió en brazos, la besó, le devolvió su monedero con el dinero intacto y le pagó un extra por el estupendo desayuno que les había proporcionado: una suma mucho mayor que la que solía recibir del monasterio.

Según cuenta, era la primera vez que recibía dinero por sus piruetas y fue allí donde se le bautizó con el diminutivo que usaría como nombre artístico. Alarmados los monjes por la historia que Carmencita les acababa de contar, se ordenó que partiera una compañía de dragones en busca de los malhechores. Ella se alegró mucho de que nunca los encontraran".

En busca de los vestidos de Sargent

El Museo de Bellas Artes de Boston exhibe, hasta el día 15 de enero de 2024, Fashioned by Sargent, una exposición sobre la importancia de los vestidos y la moda en los cuadros del pintor estadounidense John Singer Sargent. Allí destaca la pintura (prestada por el Musée d’Orsay de París) que Sargent le hizo a la bailaora, de la que se encaprichó viéndola actuar varias veces en un music hall de Manhattan llamado Koster and Bial. El cuadro se llama La Carmencita (1890). Y en él la almeriense viste un vestido amarillo inolvidable, casi dorado, también recuperado para la exposición y dispuesto justo al lado de la pintura.

Explica Kiko Mora que, al menos para las sesiones fotográficas, como las del famoso Napoleón Sarony, las artistas llevaban al estudio su propio vestuario. ¿Pero cómo ha llegado el vestido amarillo hasta nosotros? Le pregunto a la comisaria de la exposición, Erica E. Hirshler. Que me remite… al propio pintor: “Si el traje era de Carmencita, [Sargent] nunca se lo devolvió. Años más tarde él se lo envió a su amiga Sybil Sassoon para que lo usara en una fiesta”.

Sybil formaba parte de una rica familia judía de comerciantes proveniente de Bagdad, los Sassoon, apodados “los Rothschild del Este”. Sigue contando Hirshler: “Le escribió Sargent una carta a Sasson diciendo: ‘Saqueé todos los armarios y cajas y encontré por fin el vestido de Carmencita. Está muy sucio además de ser ordinario y llamativo, así que ya me dirás si te gusta”. Sí fue el caso, porque semanas después Sargent la felicitó, subiéndose al carro: ‘Me alegro mucho de que la reencarnación de la Carmencita haya sido tal triunfo. Todo el mundo me cuenta que estabas divina. Siento mucho no haber podido verte. ¡Qué gran vestido antiguo!”.

placeholder John Singer Sargent, 'La Carmencita', retrato, 1890. (Alamy Stock)
John Singer Sargent, 'La Carmencita', retrato, 1890. (Alamy Stock)

Pienso entonces en otra pregunta. Es una duda ociosa, fetichista, pero el tercer vértice del triángulo: ¿baila Carmencita ante Edison con ese mismo vestido, cuatro años después? El vestido que lleva en su retrato más famoso pintado por el retratista más famoso de la época. Erica me da su opinión:

“El vestido en la película de Edison se mueve demasiado rápido y está un poco borroso para distinguirlo. Puedo decir que la falda es bastante similar, pero no necesariamente igual, a la que pintó Sargent; ambos tienen una enagua con un dobladillo de cuentas y una sobrefalda de gasa con lentejuelas y pedrería. Pero la parte superior es muy diferente: el corpiño no es en absoluto el mismo. Ella tenía más de un conjunto; lo sabemos con certeza, ya que el artista William Merritt Chase la pintó en Nueva York al mismo tiempo que Sargent”.

No me resisto a preguntarle también a Kiko Mora, que no necesita muchas palabras: “No es el mismo vestido”. Aunque me ofrece un pequeño premio de consolación. Existe otra grabación de Carmencita (de aquel mismo día de 1984) muy parecida en casi todo menos en una cosa: el vídeo no termina de golpe. “La película no concluye con su baile, sino con una pose en actitud relajada y hasta mirando a la cámara”. Mora asegura que este final (y esta ruptura de la cuarta pared) es una excepción total respecto a este tipo de películas de kinetoscopio de Edison, siempre con final abrupto. Y va más lejos:

“Musser ha afirmado que esa pose final relajada [brazos sobre el vestido, mirando a la cámara] recuerda al famoso cuadro de Sargent. ¿Cómo no comprender entonces la impertinencia de ese final y la testarudez del destino de su vida, pues es justo en el momento en que aparece la mujer anónima [nos mira Carmen Dauset, no Carmencita] cuando de nuevo se la cubre con el velo de la mujer artista?”.

placeholder Vestido atribuido a 'La Carmencita'. Colección Privada. (Houghton Hall/Pete Huggins)
Vestido atribuido a 'La Carmencita'. Colección Privada. (Houghton Hall/Pete Huggins)

La película marca el cénit de su carrera. El colofón antes de un suave declive (fue siendo relegada de los carteles neoyorquinos) hasta la marcha de Carmen de Estados Unidos en enero de 1895.

Luego su vida se va haciendo anónima y casi una novela de misterio. Según el flamencólogo Juan Vergillos, periódicos brasileños la sitúan actuando en el Moulin Rouge de Río de Janeiro en 1901, perdiendo una medallita de oro dedicada. Ninguna certeza sobre dónde y cuándo murió. Kiko Mora me pone los dientes largos: “Estoy en ello y tengo algunas pistas. Los frutos aparecerán en mi blog a finales del mes de enero”.

La nota de prensa contenía un reclamo más. Un nombrecito entre grandes acontecimientos: “Carmencita - Spanish Dance”. Una mujer bailando y ya está. En blanco y negro, durante 21 segundos mudos. Carmencita who?

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