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Esta novela sobre los corcheros de Málaga da en el clavo: "Hay que escuchar a los que pisan la tierra"
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Esta novela sobre los corcheros de Málaga da en el clavo: "Hay que escuchar a los que pisan la tierra"

La vasca Txani Rodríguez, ganadora del premio Euskadi, recrea en 'La seca' el conflicto de las políticas agrarias cortoplacistas, a la vez que ofrece un fresco íntimo entre una madre y una hija

Foto: La escritora vasca Txani Rodríguez (Aimar Gutierrez Bidarte)
La escritora vasca Txani Rodríguez (Aimar Gutierrez Bidarte)

El corcho se saca del árbol cada nueve años. Los corcheros, profesión ancestral que le debe casi todo su trabajo al monje francés Dom Pierre Perignon (1638-1715), quien popularizaría el famoso tapón, van rotando cada año por distintas zonas y cambiando de tierras. Son casi como hombrecillos circenses -mujeres hay muy pocas en este oficio- colgados del árbol y moviendo sus hachas. Así se ganan su pan. Y ahí siguen, como en el parque de los alcornocales, entre Cádiz y Málaga, zona regada por la serranía de Ronda y parajes como Gaucín y Jimena de la Frontera. Con las manos ya menos sucias -ahora llevan guantes- pero haciendo frente a nuevas problemáticas: cultivo de aguacates que agotan los ríos, instalaciones eólicas, centrales hidroeléctricas que arrasan las arboledas… El mundo ancestral frente al contemporáneo.

La escritora y periodista vasca Txani Rodríguez (Llodio, 1977) -una de las mejores de su generación, con premios como el Euskadi de Novela- que conoce bien la zona porque son los campos de su infancia veraniega -sus raíces son andaluzas y canarias-, ha centrado ahí su nueva novela, La seca (Seix Barral), que saldrá publicada este 17 de enero. Sabe bien de qué habla, aunque sea en el terreno de la ficción, porque ya trabajó en un reportaje para la revista Minerva sobre el corcho. Y porque es nieta, hija, prima y sobrina y de corcheros. Con toda esa información se dio cuenta de que el corchero era algo más que el personaje mítico de la niñez y que ahí había enfermedades a las que enfrentarse -como la seca del título que ataca a los árboles- y nuevos conflictos como el cambio climático y las condiciones laborales, la situación socio-económica de los trabajadores del campo… Y cómo todo ha cambiado tanto en tan poco tiempo.

Foto: Los títulos de ficción que vienen en 2024. (EC Diseño)

“Todo lo que tiene que ver con el sector primario es un asunto muy conflictivo. Y creo que todos tienen parte de razón. Se debería incentivar más la escucha y a los que conocen la tierra que pisan”, señala Rodríguez por teléfono. La novela, precisamente, da ahí en el clavo y aparecen todo tipo de posturas acerca de cómo cuidar el campo, cómo mantenerlo sostenible y cómo a la vez vivir de él y ganarse la vida.

“Con los corcheros el monte se mantiene limpio y cuidado por lo que no es el lugar que más arde”, señala, por ejemplo, con respecto a algunas virtudes de esta actividad. Sin embargo, también concede que hay quien quiera escapar de ahí y empiece a cultivar aguacates, que son menos peligrosos y menos laboriosos y ofrecen un dinero rápido y efectivo con tanta tostada con tomate y este fruto en las ciudades. “Si es que si no se conoce este mundo se acaban dando soluciones que no satisfacen a quien lo habita. Pero yo tampoco hablaría de desencuentro entre campo y ciudad sino dentro del propio campo. Porque el campo no es algo uniforme sino que unos tienen unos intereses y otros otros. No hay soluciones para todos y todo va muy rápido”, apostilla.

De hecho, hay quien dice que el cultivo del aguacate contamina menos que el uso del avión, pero Rodríguez estima que el daño que se está haciendo a los ríos ya es bastante evidente, sobre todo en regiones como Cádiz y Málaga. “No tenemos tantos pozos de agua y los ríos están sufriendo mucho con esta explotación. Es una política agraria muy cortoplacista. Sí, es verdad, se gana mucho dinero y rápido. Es lo mismo que con los eucaliptos, que vas a ganar más dinero que si plantas castaños. Yo creo que habría que estructurar mejor las políticas agrarias y que no fueran tan nocivas. Tiene que convivir esa mentalidad de la gente para que gane dinero pero con el respeto por el medio ambiente”, señala.

"Tiene que convivir esa mentalidad de la gente para que gane dinero pero con el respeto por el medio ambiente"

Al leer esta novela, aunque con toda la distancia porque después su planteamiento íntimo es distinto, se piensa irremediablemente en películas como As Bestas y Suro, en las que este conflicto es fundamental. La primera sí la había visto la escritora, con la segunda se mantuvo al margen para mantener también la distancia durante la escritura. No obstante, que aparezcan este tipo de películas y novelas a la vez es un síntoma claro de que este conflicto es uno de los grandes asuntos contemporáneos. Y que nos preocupa.

“Sí, estamos todos andando por un mismo camino y como siguiendo una misma intuición. De todas formas, para mí viene de muy atrás. Todo eso de las manos negras, de lanzar el hacha… Es un mundo con una potencia estética increíble. Y luego con toda esa parte socioeconómica”, manifiesta.

También es muy plausible en toda su literatura el detalle con el que describe a la naturaleza. Los árboles, las distintas plantas, los animalillos, los insectos. Hay algo de Miguel Delibes ahí. Ocurría así en anteriores novelas como Si quieres puedes quedarte aquí o Los últimos románticos, sobre un conflicto laboral en el País Vasco, con la que ganó el Premio Euskadi de Novela y cuyo rodaje de la película empezará este próximo febrero.

placeholder La escritora Txani Rodríguez
La escritora Txani Rodríguez

“Me interesa mucho la idea del paisaje, que está muy vinculado con la soledad. Cuando empiezas a tener pérdidas de personas, el paisaje permanece y ofrece ese consuelo de la permanencia. A mí me reconforta mucho. Soy una persona fascinada por la naturaleza contemplativa y ahora tenemos mucho acceso a la información. Si veo un árbol que no conozco, lo busco. Le meto muchas horas a esto”, confiesa.

Y se nota en textos donde toda esa naturaleza tiene un aspecto protagónico. Es fundamental. “Para mí los árboles son como personajes y los trato igual. Y luego es que calman tanto… Dar un paseo por un bosque es sanador. La Seguridad Social debería plantar más porque tienen una utilidad práctica, pero también emocional”, comenta. Y sí, sabe que precisamente esta política últimamente no es la mayoritaria. “Todas esas plazas nuevas duras de cemento… Son muy tristes. Y no lo digo solo por Madrid, sino que esto es algo muy generalizado”.

La raíces del sur

La seca es una novela también de personajes. Sobre todo dos, una madre y una hija que llegan a ese pueblo malagueño de la infancia y no en las mejores condiciones. “La seca” no es solo por la enfermedad del árbol sino por la rabia y enfado de esa hija que ha tenido que cuidar de su madre en los últimos meses -una caída, la pandemia, la vejez- y que no soporta que su madre decida quererse a sí misma e intentar ser feliz más allá de la relación con ella.

“No sé si esto también es algo muy contemporáneo -se ríe- pero es verdad que hay mucha frustración y ansiedad. Esta hija llega cargada con mucha ansiedad a las vacaciones, todo le molesta y contesta mal a todo el mundo. No lleva la vida que quiere, la madre le agobia… Y sí, es una mujer seca, pero que está escondida detrás de una máscara. Muchas personas se esconden tras un personaje por no mostrarse”.

"Los conflictos migratorios ahora los sufren otros y no el andaluz. Pero yo, y eso que estudié en euskera, estoy muy orgullosa de mis raíces"

Pero todo esto el lector lo tiene que ir descubriendo mientras va pasando las páginas. Txani Rodríguez destila la información de a poco “como el director de cine cuando grita acción”. Y por ahí aparecerán todas esas raíces sureñas de esta escritora vasca, que no ha abandonado nunca. Al contrario, les ha dedicado novelas como Agosto, donde aparecían los inmigrantes andaluces, manchegos o extremeños que acudieron a trabajar a las fábricas del País Vasco a partir de los años cincuenta y que son una parte importantísima de la región. Ahora sabe que todo ha cambiado mucho. “Los conflictos migratorios ahora los sufren otros y no el andaluz o el hijo del andaluz o el nieto. Pero yo, y eso que estudié en euskera, estoy muy orgullosa de mis raíces”, insiste. Se nota.

El corcho se saca del árbol cada nueve años. Los corcheros, profesión ancestral que le debe casi todo su trabajo al monje francés Dom Pierre Perignon (1638-1715), quien popularizaría el famoso tapón, van rotando cada año por distintas zonas y cambiando de tierras. Son casi como hombrecillos circenses -mujeres hay muy pocas en este oficio- colgados del árbol y moviendo sus hachas. Así se ganan su pan. Y ahí siguen, como en el parque de los alcornocales, entre Cádiz y Málaga, zona regada por la serranía de Ronda y parajes como Gaucín y Jimena de la Frontera. Con las manos ya menos sucias -ahora llevan guantes- pero haciendo frente a nuevas problemáticas: cultivo de aguacates que agotan los ríos, instalaciones eólicas, centrales hidroeléctricas que arrasan las arboledas… El mundo ancestral frente al contemporáneo.

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