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La cirugía estética salvará a tu hija de la depresión
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Galo Abrain

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La cirugía estética salvará a tu hija de la depresión

La autoestima de los jóvenes está hoy en la cuerda floja. Y cada vez más recurren a la cirugía estética para parchear sus traumas, aunque los resultados dejen mucho que desear

Foto: Cirugía estética en Corea del Sur. (Reuters/Kim Hong-Ji)
Cirugía estética en Corea del Sur. (Reuters/Kim Hong-Ji)
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Yailyn era una monada de chica. Nació bendecida por la maldición de la belleza. Su piel mulata revestía unos músculos tersos sin esfuerzo, y el rostro fino de una jovencísima aristócrata antillana. No eran pocos los babeos que despertaba en las bocas de los chavalitos salidorros del instituto. Y de alguna chavalita también, claro.

Un día, con 17 años recién cumplidos, Yailyn se descolgó por el patio con semblante vehemente. Gastaba, de pronto, una soberbia nueva. Como de Cleopatra. Y viene a cuento compararla con la faraona porque, de una semana para otra, Yailyn pasó de tener una nariz levemente aguileña, con carácter y firma propia, a un aguijón prefabricado. Demasiado pulido y estrecho. Ese fue su primer tratamiento de cirugía estética.

Recuerdo que aquel busto maqueado la mantuvo contenta un tiempo. Tenía el guapo subido, que suele decirse. Sin embargo, creo que, más que por esa nariz de estreno, su beldad se debía a una renovada autoestima. Se encontraba a gusto en su propia piel, saben. Y esas cosas se huelen. Hasta un tiñoso despacha atractivo si se siente bien consigo mismo.

Por desgracia para Yailyn, los retoques estéticos son material inflamable. Una chispa, un ligero borrón, desencadena un incendio de dudas. Cuando la emoción de la novedad nasal se desinfló, pronto se sucedieron otras intervenciones. La siguiente tuvo por víctima sus pueriles y esponjosos pechos. En un visto y no visto, se convirtieron en dos balones duros como la caoba. Sonaban a madera sin tocarlos.

Sé que parezco estar haciendo leña del físico de Yailyn. Pero no. Solo describo su evolución de joven ninfa a pepona-japonesa-morena

También acabaron por mosquearle las arrugas. ¿Qué arrugas, dirán, puede tener una adolescente? Pues esos simpáticos pliegues que brotan en la frente al fruncir el ceño. Su cara, antes expresiva, tuvo tras la intervención la viveza de una muñeca Bratz. Y, vaya, todo esto sin cumplir la mayoría de edad. Al final, incluso se cotilleó con que había transformado su vagina en poco menos que una rojiza planta carnívora del Amazonas. Pero esto último prefiero relegarlo al desierto de los chismes. Más desastrosa que la cirugía estética puede ser la mala baba.

Sé que parezco estar haciendo leña del físico de Yailyn. Pero no, para nada. Solo describo su evolución de joven ninfa a pepona-japonesa-morena. Una mutación cada vez más común en rostros pubescentes. Según la Sociedad Española de Cirugía Plástica Reparadora y Estética, en nuestras costas se llevan a cabo unas 8 mil cirugías en adolescentes al año, y van en constante aumento. En Estados Unidos, la cifra se dispara hasta un cuarto de millón. Ya sabemos, los yanquis ande o no ande; caballo grande.

Para algunos, el Botox o el Jeuveau son como la tarjeta Dorada de la Renfe, llegada cierta edad es de tontos no apuntarse

Hablando de yanquis… Todo esto que cuento de Yailyn, me asaltó poco después de enseñarme un amigo el tuneado al que se acaba de someter la actriz Erin Moriarty, conocida por su papel como Luz Estelar en la genial serie The Boys. A Erin, ya les digo, su cirujano no le ha hecho ningún favor.

Sobran ejemplos en cualquier catálogo mental de hombres y mujeres que, en su desesperación por patear lejos el paso del tiempo, pasan por quirófano. La gerontofobia es muy cabrona. Por eso, sobre los cincuenta, muchos famosos parecen sacados de un museo de cera. Para algunos, el Botox o el Jeuveau son como la tarjeta Dorada de la Renfe, llegada cierta edad es de tontos no apuntarse.

Ni que decir tiene que nos hemos calentado como sociedad en eso de buscar la fuente de la juventud. No tanto porque sea una novedad, sino por los métodos chascos e invasivos que se han sacado de la manga quienes buscan parné vendiendo el mito. A mí me parece que da mucho poderío llevar con clase y orgullo las arrugas, pero como todavía me quedan décadas para verme untado en el brete, mejor me callo.

Foto: Fuente: iStock.

De lo que sí puedo hablar es de Erin Moriarty y de Yailyn. Dos mujeres de mi edad que han acabado convertidas en marcianas polioperadas, con unos sancochos en el cuerpo que ya no tienen vuelta atrás. Y eso, contando con que son muy jóvenes. Y eso, contando con que eran muy guapas.

Me gustaría saber quién ha podido venderle la moto a Moriarty para creer que ponerse unos morros como si un abejonejo los hubiera picoteado, una napia digna de una cocainómana con el tabique chafado y unos pómulos que parecen pelotas de golf subcutáneas, la favorecen…

Hay que ser cretino, oye. Un cenutrio de campeonato, para motivar a una chica con la deslumbrante ternura facial que gastaba Moriarty a inyectarse tanta toxina. Si alguien es directamente culpable, que lo cuelguen de los pulgares. Pero me da en la nariz (la mía, mi napia de cerdito original) que no ha habido ningún Pepito Grillo malintencionado susurrándole putadas al oído. Porque si te fijas bien, tanto Moriarty como Yailyn pertenecen ahora a otro modelo humano. Ambas son como un filtro de Instagram.

Foto: Foto: Istock.

Vale, Yailyn se puso manos a la plástica antes del crítico despertar de las redes, pero ya entonces los referentes de belleza pasaban por la lijadora. Los ídolos televisivos, Kardashian y demás, retuercen desde hace décadas el valor o el empoderamiento, homologándolos a cirugías y actividades que consolidan una belleza de maniquí. Un canon que hincha muchos bolsillos. Tanto los de quienes esculpen la carne, como los de quienes sacan provecho de la frustración y la indefensión que impone ese ideal de guapura transhumanista.

Y si antes la televisión escupía un reflejo ajeno del deseo, los filtros en redes sociales han ido un pasito más allá, brindando una maqueta digital de la construcción que se puede llevar a cabo en el propio cuerpo.

Detrás de eso, no podemos olvidar la chifladura de los likes y la creciente dependencia que avivan —sobre todo en los adolescentes—para la autoestima. Al parecer, cuantos más filtros tiene la foto y más parece que te has tatuado el maquillaje tras una ruta en bici, y más se diría que te has pasado las navidades fundiéndote a abdominales antes que comiendo jamón, más reacciones positivas obtienes. No hace falta ser Jung para pisparse de las consecuencias que eso produce, a la larga, en cualquier mente.

Foto: Ya hay países que han amonestado a 'influencers' por usar filtros. (@lauraescanes)

Molaría asumir que Yailyn y Erin son casos aislados. Neurosis excéntricas de dos chavalas mareadas por el qué dirán. Pero no. Empiezan a ser norma. Los pimpollos ahora se pasan el día viendo constantes instantáneas de ellos mismos de las que terminan por arañar traumas. Defectos que se mueren por remediar. Eso antes quedaba reservado a los famosos. Por eso bastantes acaban con esas máscaras de silicona que parecen todas compradas en la misma tienda de disfraces. Porque no dejan de mirarse. Esa obsesión ahora se ha democratizado. Y, vaya por Dios, siempre se reparte lo peor.

T. Capote dejó escrito en su última obra; Plegarias atendidas: "El hecho de que algo sea verdad no quiere decir que sea convincente", y mira tú si acertaba. La cirugía estética, en tándem con los filtros de las redes, ha hecho que la verdad sea de todo, menos convincente. Lo que convence no es la certeza. Lo que convence es la falsedad, mientras sea bonita.

He leído en las páginas de varias clínicas de cirugía estética, que una forma de combatir la creciente depresión adolescente es con esta clase de tratamientos. Me parece que hay que tenerlos muy cuadrados para vender uno de los síntomas más preocupantes de una enfermedad, como el remedio de otra. La desfachatez, sin embargo, si es para hacer caja tiene menos fronteras que la Coca-Cola.

Pero, ¿qué sabré yo? Si digo las cosas a ojo de buen cubero. A lo mejor va y es cierto. Denle una vuelta. ¿Sufren sus retoños una depresión? ¡Págueles la cirugía estética! A lo mejor la melancolía no se les pasa. Pero, bien mirado, se ahorrará usted una fortuna en disfraces de Halloween y carnaval.

Yailyn era una monada de chica. Nació bendecida por la maldición de la belleza. Su piel mulata revestía unos músculos tersos sin esfuerzo, y el rostro fino de una jovencísima aristócrata antillana. No eran pocos los babeos que despertaba en las bocas de los chavalitos salidorros del instituto. Y de alguna chavalita también, claro.

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