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Un Chagall muy político y menos onírico llega a la Fundación Mapfre
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del 2 de febrero al 5 de mayo

Un Chagall muy político y menos onírico llega a la Fundación Mapfre

'Chagall. Un grito de libertad' hace una relectura del bielorruso, generalmente considerado apolítico y soñador, para mostrarle como un artista profundamente comprometido con el ser humano

Foto: 'La casa gris' de Marc Chagall, 1917. (Cedida por Mapfre)
'La casa gris' de Marc Chagall, 1917. (Cedida por Mapfre)
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Oníricos caballos o cabras azules, parejas que flotan por la habitación y juntas vuelan por la ventana, judíos errantes y paisajes llenos de nieve que nos recuerdan a una infancia remota y olvidada. Parece imposible no conocer los símbolos que representan la original obra de Marc Chagall (1887-1985), al que siempre se puede volver, como a los brazos de un antiguo amigo. Y, si no la conocemos, ahora tenemos oportunidad de hacerlo, pues la sala Recoletos de la Fundación Mapfre (en Madrid) presenta desde el próximo 2 de febrero hasta el 5 de mayo una exposición centrada en la obra del pintor bielorruso.

Chagall. Un grito de libertad (una colaboración entre la Fundación Mapfre, La Piscine- Musée d’Art et d’Industrie André Diligent, -Roubaix- y el Musée national Marc Chagall de Niza) pretende mostrar (según las propias palabras de sus creadores) la obra del artista, un vanguardista bastante naif e inclasificable, desde una perspectiva distinta: a la luz de los hechos históricos de los que fue testigo, para comprender así a la persona detrás del artista, su compromiso sociopolítico y, en definitiva, su perspectiva, lo que irremediablemente ayuda a entender mejor su obra.

Más de 160 obras y 90 documentos inéditos

Pues, al fin y al cabo, Marc Chagall fue un hijo de su tiempo al que le tocó vivir los convulsos momentos que protagonizaron el siglo XX. Su vida no solo estuvo marcada por las dos guerras mundiales, sino también por el exilio, la Revolución rusa o el desarraigo propio de su diáspora personal, que siempre pueden apreciarse en esos paisajes nevados de su infancia, propios de una Rusia de la que tuvo que huir para instalarse después en Francia, Alemania, Palestina, Estados Unidos o México.

placeholder 'Le salut' (El saludo). (Cedida por Fundación Mapfre)
'Le salut' (El saludo). (Cedida por Fundación Mapfre)

“Chagall nos transmite un profundo compromiso con el ser humano”, cuenta Nadia Arroyo, directora cultural de Fundación Mapfre, en rueda de prensa, donde ha querido agradecer la labor de las comisarias Ambre Gauthier y Meret Meyer. “Esta es una propuesta que nos habla y nos presenta la obra de este artista faro del siglo XX, a la luz de los acontecimientos históricos que él mismo vivió, y presenta una nueva lectura sobre su obra. Nos aleja de esa imagen de un Chagall más onírico y nos muestra un artista rotundamente anclado a la realidad de su tiempo y comprometido con ella, que se erige a través de ese compromiso profundo con el ser humano en un mensaje de paz universal. Es una lectura inédita hasta ahora gracias a una profunda investigación de archivos que también se encontraban inéditos”.

“Siempre se ha pensado que Chagall era un pintor onírico, dulce, soñador…, pero era profundamente político y crítico con su entorno”

La exposición la componen más de 160 obras y un conjunto de más de 90 documentos, en su mayoría inéditos, procedentes del archivo Marc e Ida Chagall. “Lo que queríamos era que el artista se presentase y mostrase con sus palabras las dos guerras y el exilio”, cuenta la comisaria Meret Meyer. “Ha sido un camino muy largo de búsqueda intelectual, se han necesitado más de dos años de trabajo para digitalizar documentos o traducir cientos de cartas, que sirven para enseñar por qué Marc Chagall es político. Siempre se ha pensado que era un artista soñador, apolítico, dulce, onírico…, pero, cuando miramos sus obras con sus propios escritos en ruso y yidis, vemos una lectura nueva de sus obras. Sin el conocimiento de estos documentos no habríamos hecho una relectura de sus obras. Tenía una conciencia natural de lo que pasaba en Europa del este o en los campos de muerte y deportación”.

Las dos salas que componen la exposición siguen un orden cronológico y natural, que va desentrañando los momentos más cruciales del siglo XX. Rusia, primera guerra mundial (con la que da comienzo la exposición) empieza el recorrido en 1911, cuando Chagall se trasladó a París con una beca y se relacionó con otros artistas como Modigliani o Chaïm Soutine, pocos años antes de conocer a Bella, la que sería su esposa. Después seguimos con Rusia, ese país que no es el mío, La modernidad yidis (dividida en dos partes), No son tiempos proféticos, La pintura como acto militante (el partido nazi llegó a quemar en ceremonia pública El rabino, una de las obras del pintor), A los artistas mártires: escenas de la guerra y crucifixiones y, por último, Hacia la luz, con la vuelta a Europa del artista tras su paso por Estados Unidos.

Los momentos que recorre la exposición son los que afectaron no solo a Chagall, sino a todo el planeta. Sorprende la variedad de estilos, algunos a los que no estamos acostumbrados cuando vienen de la mano del bielorruso: desde los bocetos de la Primera Guerra Mundial, que parecen emular el expresionismo alemán y el estilo de Otto Dix o George Grosz, a un autorretrato que parece una imitación de algún artista del Quattrocento y a la última sala (y los últimos años de vida), donde pareciera que juega con la materia, utilizando más color y trazos más duros y enloquecidos, tornándose casi abstracto en algunos casos.

placeholder De la serie del Circo, el primer cuadro que se encuentra a la entrada. (Cedida por Mapfre)
De la serie del Circo, el primer cuadro que se encuentra a la entrada. (Cedida por Mapfre)

Pero hay temas que siempre se muestran presentes: la religión, no solo en imágenes y simbología judía (unas cartas de su propio puño y letra incluso señalan su profunda fe en la causa sionista tras haber visitado Palestina, viaje que regala, además, un impresionante cuadro llamado El muro de los lamentos, en tonos grises, que impacta en cuanto se ve), sino también la interesante obsesión con el calvario de Cristo y su crucifixión, tras conocer los horrores nazis contra su pueblo. Y, por supuesto, hay muchos machos cabríos, circos, pueblos nevados, ángeles que sobrevuelan el cielo, amantes que representan a su amada mujer Bella, judíos con violines e incluso alguna que otra referencia a la Revolución rusa. Pero es que, si no, no hablaríamos de Chagall.

El último cuadro representa a un Ícaro en el momento en que, por su ambición de llegar al sol, ya está cayendo. Una alegoría de todas las caídas a los infiernos que presenció a lo largo de su vida. En su caso, no sufrió el mismo destino que Ícaro, puesto que su ambición se vio recompensada. Pero eso probablemente no lo sospechaba cuando con tan solo 16 años viajó en soledad a San Petersburgo, y, aunque era terriblemente tímido —hasta el punto de tartamudear—, tuvo la valentía suficiente como para tocar de puerta en puerta, buscando un maestro y una oportunidad, mientras se presentaba: “Hola, me llamo Marc. Tengo la tripa delicada y poco dinero, pero me han dicho que tengo talento”.

Oníricos caballos o cabras azules, parejas que flotan por la habitación y juntas vuelan por la ventana, judíos errantes y paisajes llenos de nieve que nos recuerdan a una infancia remota y olvidada. Parece imposible no conocer los símbolos que representan la original obra de Marc Chagall (1887-1985), al que siempre se puede volver, como a los brazos de un antiguo amigo. Y, si no la conocemos, ahora tenemos oportunidad de hacerlo, pues la sala Recoletos de la Fundación Mapfre (en Madrid) presenta desde el próximo 2 de febrero hasta el 5 de mayo una exposición centrada en la obra del pintor bielorruso.

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