'Amor, acoso, asesinato': la policía es un icono, la queremos

Lo que más he paladeado después de visionar este documental sobre tecnología y acoso es la inteligencia de la policía. Son muy pillos. Tiene la policía mala fama porque todos queremos ser delincuentes, incluso los propios policías. Saltarse la ley es, a veces, gracioso, otras, heroico, otras, imprescindible. Luego están los que se saltan la ley muy brutamente, pero a todos tiene que meter en vereda el tipo de la placa.

La policía está para aguar la fiesta, como decía la canción, y sabemos del poli corrupto y de los palos de más, del racismo y la soberbia, del desbarre guindilla cuando el régimen (una dictadura, idealmente) es autoritario o férreo, o busca serlo. Tienen los cuerpos de seguridad del Estado algo de por sí condenatorio: la obligación de obedecer. Y a veces les toca obedecer a Marlaska. Lo peor de la policía es a quién obedecen.

Sin embargo, la policía no es todo pegar tiros y tumbar puertas, a veces les da por pensar. Hay mucho trabajo policial que combina inteligencia y cariño, porque los policías trabajan mejor cuando alguien les importa. Eso pasó en algunos casos españoles conocidos, como el del asesinato de El pescaíto, niño de ocho años, por su madrastra, cuando la policía descubrió a la culpable y la fue espiando hasta su propia caída. O en el caso del pederasta de Ciudad Lineal (2017), al que detuvieron después de tirar de hilos muy finos, apenas la marca de un vehículo. Aquí la policía emplea todas las horas del día, todos los rincones de su inteligencia desesperada. Quieren pillar al malo como si les fuera la vida en ello.

Muy poco se lo reconocemos.

TE PUEDE INTERESAR

Formar parte de los grupos de investigación policial no es tan 'sexy' como dicen las series

Pablo D. Almoguera

Así llegamos a Amor, acoso, asesinato (Netflix), un documental primero curioso, estrambótico, y luego apasionante, de policías buenos y listísimos.

Pre-Tinder

Antes de Tinder, ya se ligaba por internet, lo cual quiere decir que antes de Tinder ya te podía tocar un loco, una loca en la lotería del desconocido chungo. Dave se casó, tuvo dos hijos, se divorció y, para no perderlos de vista, se mudó a Omaha (Nebraska), ciudad de su ex mujer. Allí no conocía a nadie, así que se metió en una web llamada Plenty of fish (“llenos de peces”) a ver si ligaba.

Opinión

TE PUEDE INTERESAR

Cómo me acabé Tinder en una semana

Alberto Olmos

Él mismo nos va contando su historia en Amor, acoso, asesinato, incluso protagonizando escenas de su yo de hace más de diez años (2012), cuando, tras fracasar consecutivamente (Tinder no inventa nada, al cabo) consigue al fin una amiga, Liz. Luego, porque la vida es como es, consigue otra amiga, Cari. Dos amigas y amantes suelen dar problemas, como Dave comprobó quizá en exceso.

Dave era mecánico de coches, y sólo quería pasar el rato, pero al mezclar amoríos, la chispa del mal saltó, y vino el acoso, los allanamientos, los mensajes amenazantes y los coches rayados con llave. A Cari no le gustaba que estuviera con Liz, era Cari la que lo acosaba y entraba en su casa a apuñalar la ropa de su novia definitiva. Dave llegaba a recibir 125 mensajes al día, fotos del interior de su casa incluidas. Acabó denunciando.

El caso se complica porque nadie puede encontrar a Cari, diagnosticada bipolar; ni su madre logra contactar con ella.

Por supuesto, hay un giro argumental increíble, porque, si no, no te hace una serie Netflix; giro que se ve venir o no, según lo atento que esté uno a los detalles.

TE PUEDE INTERESAR

Tres historias de Tinder para no dormir: "Si huele a podrido, es porque está podrido"

Ana Ramírez

El caso es que, llegada la sorpresa, el documental no decae, sino que mejora, porque entonces aparecen tres policías (o dos policías y un experto en tecnología) de los que apuntamos más arriba: apasionados, inteligentes, protectores. Uno es todo un personaje, vestido siempre de vaquero, aunque “no creo que haya montado a caballo en toda su vida”. Juntos respiran únicamente para resolver el caso.

Si me apuran, Amor, acoso, asesinato va de un montón de hombres que hacen todo lo posible por proteger a las mujeres del daño que les pueden hacer otras mujeres. Suena bastante incorrecto. “Zorra”, aparece escrito con pintalabios en una pared en casa de Dave.

Y escuchamos: “De hombre hombre, de padre a padre. Si tuviera que volver con mi ex para que mis hijos estuvieran seguros, lo haría”. Esto le dijo un policía a Dave, que acababa de comprarse una pistola.

El documental, primorosamente rodado, con ese gusto yanqui por radiografiar la provincia y las vidas humildes y verdaderas, nos habla del miedo que da una simple frase, un mensajito en el móvil (y no digamos 125 mensajes al día); de lo difícil que es encontrar una buena persona con la que pasar el rato o la vida entera; y de lo enrevesada que puede ser una mente enferma y desequilibrada, sobre todo si se apoya en las redes sociales y la tecnología.

Miles de horas de trabajo, expedientes revisitados, trampas y algo de suerte llevan a la policía a resolver el caso como si fueran el mismísmo Sherlock Holmes: todos sentados y dándole a la cabeza, sin un solo acto de violencia. Resulta muy grato de ver.

Es ésta la policía detectivesta icónica, la policía a la que nos gusta querer