Es noticia
¡Dame tu palabra!: la ley trans y el código de honor
  1. Cultura
Galo Abrain

Por

¡Dame tu palabra!: la ley trans y el código de honor

Hecha la norma, hecha la trampa, reza el dicho. Pero cuanto más chapuza sea la norma, más fácil resulta aprovecharse de ella

Foto: Una bandera del colectivo de personas trans durante una manifestación frente al Conrgeso de los Diputados, en Madrid. (EFE/Luca Piergiovanni)
Una bandera del colectivo de personas trans durante una manifestación frente al Conrgeso de los Diputados, en Madrid. (EFE/Luca Piergiovanni)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Cada día que pasa, la Ley trans se parece más a un dique hecho de cemento barato, con demasiados boquetes como para que los dedos del Ministerio de Igualdad puedan taparlos. La revolución se ha convertido en un chiste. En la encarnación del panoli bienintencionado del patio. El mismo que por su ingenuidad es objeto de las mofas y satisface la gula de los matones con su merienda.

La Ley trans no es, en sí, la mala de la película. Diría incluso lo contrario. Gasta un fondo honrado, aunque su benignidad haya parido una psoriasis social de órdago… Porque cuando se legisla para las minorías, todo tiene que estar atado como un nudo gordiano. Si no, los listillos, trepas y ladinos, saltan como conejos sobre la norma para hacer la trampa. Y, por desgracia, cualquier fulero que se precie ve esta ley como un caramelo en manos de un crío ciego con hipoestesia. Oséase, cosa hecha…

La panda TNN (Transexuales No Normativos), son los últimos avispados dispuestos a usar la Ley trans como arma de doble filo. Uno de los relejes para embolsarse ventajas inmerecidas. Bueno… inmerecidas si ponemos por delante el sentido común y no la ley. Porque la norma amparar, lo que se dice amparar, los ampara. Y el otro, para reírse de ella. ¿Cómo si no se explica que su logo sea un machaca alopécico, mezcla de forzudo de circo y ravero del Ortigueira, con la misma pose que la mujer trabajadora del cartel We can do it, de Howard Miller? Si el río suena… ya se sabe.

La asimetría penal existente en nuestro país otorga ventajas a las mujeres (457 diferencias, para ser exactos, muchas de ellas legítimas y otras apabullantemente delirantes), pero con esta ley también a quienes se dicen mujeres, solo por el hecho de decírselo. Por llegar al registro y cantar, sin siquiera entonar agudo, lo que rezaba Peggy Lee en: I’m a Woman. Como si ser mujer pudiera verse tal que un caprichito embolsable según convenga el momento, o razón de una llamada iluminadora, divina, casi mesiánica, igualita a la de San Mateo… Para ir en dirección contraria al tradicionalismo religioso, ¡qué metafísico puede llegar a ser lo que rodea a esta ley!

Foto: La ministra de Igualdad en funciones, Irene Montero, celebra la entrada en vigor de la ley trans. (EFE/Dani Gago)

Pero es lógico, vaya, son cosas que ocurren cuando se legisla en forma de eslogan. Ya lo dice Savater: “el populismo es la democracia de los ignorantes”. Homologar la ley a una bandera multicolor en lo alto del campanario para que todo el mundo te aplauda, y vestir de fascista casposo a quien la cuestione, permite fiscalizar sobre una base de palillos mohosos. A lo que te has querido dar cuenta, tienes una norma al vapor, tipo dumpling asiático, gomosa y desustanciada. Un ágape insípido que, encima, no puede criticarse bajo pena de ser declarado persona non grata; ¡monstruo rancio y desalmado!, y hasta condenado a pagar una multa.

Las mujeres y hombres transexuales se enrolan en una travesía salpicada de naufragios y enredaderas que merecen un respeto. Una acogida. Una integración eficaz. Para empezar, la de una ley que no le haga el paseíllo al oportunismo. A un liberalismo ramplón del que sacar tajada porque vale más la palabra, que la prueba.

Cuando la libertad de decisión se impone a la realidad material, flotamos en un limbo líquido donde la única certeza es la voluntad

Cuando la libertad de decisión se impone a la realidad material, flotamos en un limbo líquido donde la única certeza es la voluntad. La voluntad individual; tan insobornablemente sometida a la arbitrariedad, el egoísmo o la desquicia. Es una puta lástima, pero el imperativo categórico kantiano no permea orgánicamente el universo… ya lo siento.

El filósofo Jean François Braunstein, publicó hace unos años un ensayo llamado La filosofía se ha vuelto loca, en el que analiza los tres debates principales en el mundillo del pensamiento-bien; la bioética, los derechos de los animales y el género. Leyendo el tochazo de Braunstein, se te pueden llevar los demonios si no logras filtrar con una pequeña dosis de humor lo que expone. Profesores de Berkley, Princeton o Yale, como Donna Haraway, describiendo colmada de éxtasis y pasión los morreos que se da con su perra para borrar las barreras entre especies, o el clásico John Money, que llegó a proponer la amputación de los miembros sanos de nuestro cuerpo con los que no estemos satisfechos. Cuando Eduardo Galeano habló de su “derecho al delirio”, fijo que no hablaba de esto.

Difuminar hasta la membrana más porosa cada apartado de la realidad nos hace esclavos de la subjetividad y el relativismo. Dos CPP (conceptos potencialmente peligrosos) capaces de relegar la verdad a fantasías particulares, y justificar el mantra que sirvió de guía a William Burroughs: “Nada es verdad, todo está permitido”, que se supone fueron las últimas palabras del gurú y asesino Hassan-i Sabbah. Un tirabuzón moral y ético que mola cantidad en literatura, pero que llevado a la vida real edifica un escenario de canguelo en Elm Street.

Foto: Una persona, con una careta de la escritora JK Rowling, protesta ante el Congreso en febrero pasado en contra de la aprobación de la ley trans. (Reuters/Susana Vera)

Los soldados y policías de TNN han aprovechado esta legislación del naufragio de lo material, para hacer valer la dictadura de los sentimientos y así manipular las reglas del juego en su favor. De momento, el único tribunal ante el que están respondiendo es el de las redes sociales y los medios de comunicación, que cuando prevalecen sobre la justicia ordinaria, nos sumerge en una caja de resonancia tan vociferante y morbosa como inútil.

Tengo verdadera curiosidad por saber hasta dónde llegará la broma. ¿Quién cederá antes, el Ministerio de Igualdad o la asociación? O bien unos se despelotan, asumiendo que tras su disfraz trans-friendly no hay más que un espurio intento de beneficio, y un pulso a los agujeros de la norma, o bien la agencia de Ana Redondo recoge carrete, aceptando que la ley, no su idea, no su fondo, sino la ley en sí, es una chapuza con más huecos que un queso gruyere.

La escaramuza ha comenzado. Por ahora, unos cuantos agentes de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, barbudos, lesbianos y cisgénero, son mujeres en el registro. No dudaré aquí de su palabra, al fin y al cabo, es lo más valioso, ¡lo único de hecho!, con esta ley. La palabra… La palabra por encima de todo... ¡Menudo código de honor! El Ministerio de Igualdad debía pensar al redactar la ley que la gente tiene la mentalidad del samurái, cuando la que más abunda, o al menos eso parece, es la del pirata.

*Si no ves correctamente el módulo de suscripción, haz clic aquí

Hecha la ley, hecha la trampa… Pensándolo mejor, casi espero que el Ministerio no dé marcha atrás. El espectáculo de artimañas para pescar privilegios con la Ley trans promete ser, como poco, memorable.

Cada día que pasa, la Ley trans se parece más a un dique hecho de cemento barato, con demasiados boquetes como para que los dedos del Ministerio de Igualdad puedan taparlos. La revolución se ha convertido en un chiste. En la encarnación del panoli bienintencionado del patio. El mismo que por su ingenuidad es objeto de las mofas y satisface la gula de los matones con su merienda.

Trinchera Cultural
El redactor recomienda