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La cultura y el momento de pánico de las clases altas con sus hijos
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La cultura y el momento de pánico de las clases altas con sus hijos

Los cambios de los últimos años, que han trastocado la sociedad occidental, han generado dos consecuencias: la desaparición de las clases populares y las medias de la cultura y de la política y el nuevo papel de los hijos de las élites

Foto: Manifestación en la Universidad de Columbia. (EFE/Ruth E. Hernández Beltrán)
Manifestación en la Universidad de Columbia. (EFE/Ruth E. Hernández Beltrán)

Hubo una época en la que la cultura contaba con prestigio social, esa en la que leer formaba parte del proceso educativo y en la que los conocimientos culturales otorgaban distinción. Era transversal: las clases trabajadoras que deseaban incorporarse a una sociedad no manual, las medias que pretendían asentar su posición y las altas que deseaban justificar su lugar privilegiado recurrían al influjo de la cultura como elemento legitimador.

En ese instante nació una nueva clase social, como describe el sociólogo Élie Guéraut en Le déclin de la petite bourgeoisie culturelle (Ed. Raisons d’agir). Durante los años 60 y 70, y fruto del auge económico generado en los años fordistas, los gobiernos occidentales apostaron por políticas educativas y culturales que asentaron las trayectorias de un conjunto de profesionales que ocuparon una posición intermedia entre las clases trabajadoras y la burguesía tradicional.

La pequeña burguesía cultural se expandió por las geografías nacionales mediante la creación de empleos públicos y privados ligados a la educación y la cultura: desde asalariados del sector educativo (profesores y docentes) hasta artistas de diferentes áreas (audiovisual, literaria, musical, etc.), pasando por el personal ligado a ella (agentes, trabajadores de soporte, especialistas, periodistas), los empresarios culturales, las firmas y los trabajadores del sector social o los expertos académicos. Esa clase social basaba su influencia social mucho más en el capital cultural que en el económico, y a menudo la posesión del primero suponía un aumento del segundo.

En Francia, describe Guéraut, estas nuevas clases medias encontraron acomodo en la esfera política, en especial en la izquierda y particularmente en el Partido Socialista francés. Una parte de ellas, además, participó activamente y ocupó cargos públicos municipales o regionales. Los años 2000 fueron el momento en que tuvieron mayor auge. Con su presencia, también cobraron relevancia en la esfera institucional nuevas ideas vinculadas a los movimientos sociales, desde el feminismo hasta la ecología, pasando por la diversidad social o el regionalismo.

1. El declive de la cultura

Esa época se termina en la década pasada, cuando nuevos modelos de pensamiento se imponen. Las formas de gestión emanadas de criterios economicistas conducen a la eliminación de puestos de trabajo institucionales, a los recortes en el ámbito educativo y cultural y a las transformaciones en la forma de relacionarse con la cultura, que se convierte en un elemento de atracción turística mucho más que un asunto educativo.

Al mismo tiempo, su influencia social decae: esa pequeña burguesía se caracterizaba por un conocimiento cualificado de las formas culturales, y por tanto de una mirada experta, que señalaba cuáles eran las expresiones a las que los interesados en la cultura debían acercarse. Ya no era la época en que esa clase podía imponer un canon, porque era el momento del horizontalismo. La era de las redes sociales ayudó en buena medida a que ese giro se produjese. La pérdida de influencia social del crítico especializado es un buen ejemplo de esa decadencia.

Guéraut describe la situación francesa, que no es exactamente la española, aunque tenga muchos puntos de conexión. En nuestro país hubo un desarrollo cultural intenso en los años 70, ligado a la politización que supuso la Transición, y que exhibía un marcado perfil intelectual. En los 80, cuando se desarrolla esa estructura de puestos culturales en España de una manera más sólida, es ya la época en que se apuesta desde los poderes públicos y desde los privados por una lectura más festiva de la cultura. La movida es un ejemplo obvio. Del mismo modo, ya fuera por el lado del PCE o del PSOE, la conexión de la cultura con la política fue evidente.

Sin embargo, el caso español resulta interesante a la hora de analizar qué ocurrió cuando la burguesía cultural inició su declive, ya que ha tenido consecuencias en diversos órdenes de la política y de la sociedad española.

2. Artista es el que hace dinero

En primera instancia, ha de constatarse que la cultura no es ya una fuente de distinción social. Las clases altas se alejan de ella, las medias se acercan mucho más a los preceptos de la burguesía económica, grande o pequeña, y las populares reciben la información por canales mucho más directos, que se basan en la imagen y que promueven formas de entretenimiento sin mayores pretensiones.

En segundo lugar, las transformaciones del mercado cultural, las nuevas formas de comercialización ligadas a las plataformas y a la concentración, así como el alejamiento de los poderes públicos han producido la disminución y precarización de los empleos ligados a la cultura y el empobrecimiento de artistas y trabajadores culturales. Esa deriva explica por qué muchos de los artistas de diferentes ámbitos provienen de clases con recursos, ya que el patrimonio les permite resistir en un sector que no genera ingresos suficientes.

El emprendedor sustituye al artista, el tecnócrata al intelectual, el comunicador al catedrático y la contracultura es invertir en bitcoin

Además, la influencia social que esa pequeña burguesía tuvo ha pasado a manos de otra clase social, de una nueva burguesía ligada a la gestión, a las ideas que promueven las consultoras y a las que emanan de la tecnocracia, que se ha impuesto como espacio dominante. De este modo, el emprendedor sustituye al artista como elemento de imitación, el tecnócrata al intelectual, el inversor en bitcoin al artista contracultural, el comunicador al catedrático.

Sin embargo, esta enorme pérdida de recursos y de influencia no ha provocado la desaparición de la pequeña burguesía cultural, sino una mutación que la ha ligado cada vez más a la política.

3. Por qué todo el mundo se puso a ver series

El cambio de rumbo cultural fue significativo porque, en la medida en que esa burguesía cultural ya no podía imponer un canon y tampoco ejercía de vanguardia que empujase a que formas culturales más complejas llegaran al gran público, tomó un camino lateral. Su forma de reciclarse fue abrazar lo popular, es decir, lo más exitoso, y reinterpretarlo mediante su intelectualización. Veían series, las estudiaban y aportaban una lectura superior, descubriendo en ellas elementos transformadores, subversivos o socialmente movilizadores.

Esa operación se aplicó a artistas exitosos, a festivales reciclados, como Benidorm y Eurovisión, o a películas taquilleras. Ya que no podían imponer un tipo de cultura, se agarraron a las creaciones populares y trataron de ofrecer una nueva mirada sobre ellas, que a veces estaba solo en la mente de los intérpretes. Al interpretar los elementos políticos o simbólicos que aparecían en el último disco de Rosalía o en la última serie de moda, se convertían en publicistas voluntarios o involuntarios de creaciones culturales que ya eran un éxito. En todo caso, ese movimiento les permitía mantener una posición de mediadores, y por tanto un espacio diferencial.

La política consistió en identificar asuntos político-culturales emergentes, resignificarlos y ponerse al frente

Este giro fue importante en la política, porque esa burguesía cultural construyó una nueva mirada que se concretó en partidos de nuevo cuño. La izquierda española, desde el nacimiento de Podemos hasta Sumar, partió de estos presupuestos: su tarea era la de tomar las energías existentes y canalizarlas. Ocurrió con el 15-M y con el momento de impugnación abierto con la larga crisis de 2008: existía un malestar latente y difuso en la sociedad española que había que orientar. La idea de fondo era, como en la cultura, la mediación reinterpretadora.

Por eso los medios de comunicación y las redes fueron los lugares idóneos en los que operar; había que trabajar en la interpretación de las demandas existentes y eso se hacía desde la esfera comunicativa. No había que crear nada, sino darlo forma. Ese fue el motivo de que no se concediera importancia a la estructura y a la organización, los elementos clásicos de los partidos.

Su tarea fue la de identificar las energías existentes y canalizarlas, y a ello se dedicaron, tanto Podemos como después Sumar. Si el ecologismo era una demanda social, trataban de ponerse al frente y empujar en esa dirección más que nadie; si lo era el feminismo, igual. La forma política de operar consistía en identificar asuntos político-culturales emergentes, resignificarlos y hacerlos propios. Como en la cultura, no había nada que construir: bastaba con recoger lo que ya estaba funcionando y ponerlo de su lado.

4. Por qué Sumar y Vox se enfrentan por los toros

Al situarse en el ámbito de la resignificación cultural, su espacio político se redujo. Por más que los productos culturales sean cada vez más numerosos, la cultura está encerrada en ámbitos de alcance limitado, lo que también afecta a la reinterpretación de creaciones y fenómenos culturales. Puede ser un nicho atractivo, pero es un nicho.

Las consecuencias en el nuevo espacio político han sido evidentes: en la medida en que su visión y su discurso van dirigidos a las clases de las que proceden (las urbanas formadas) y en especial a las generaciones jóvenes, tienen recorrido dentro de ellas, pero escasamente fuera. Del mismo modo que las personas con menos recursos tienen dificultades para encontrar un lugar relevante en sus organizaciones, también sus discursos calan menos entre las clases populares, que hoy son en buena medida gente con ingresos bajos y mentalidad de clase media.

La izquierda y derecha se pelean en el terreno cultural, pero ya no son pequeñas burguesías. Son todos hijos de clases medias altas

Además, esta nueva posición política ha dado lugar a una lucha peculiar entre los hijos de las burguesías, que son quienes han acogido la clave cultural como relevante: el enfrentamiento entre Más Madrid y la derecha por los toros es un buen ejemplo. Mientras que unos recogían elementos populares ligados a la música, a los programas televisivos o a las series, en la derecha, y particularmente en Vox, han hecho la misma operación con elementos tradicionales, como los toros. Pero no solo: las generaciones jóvenes de Vox están recuperando la tradición intelectual y cuentan con figuras de referencia: el éxito entre ellas de un autor como Adriano Erriguel es un síntoma evidente. Las burguesías de izquierda y derecha se enfrentan en el terreno cultural, solo que han dejado de ser pequeñas burguesías. Ya son todos hijos de clases medias altas.

5. Los expulsados

Centrarse en estos enfrentamientos, sin embargo, opaca el hecho principal de la época. Las clases medias que procedían de la cultura habían reaccionado para no perder más espacio porque existía una fuerza dominante: la burguesía económica y su ejército de expertos habían tomado masivamente la gestión y, con ella, el discurso público.

En la cultura, esas nuevas formas de gestión trajeron una bifurcación profunda: los creadores e intermediarios que ganan dinero, ganan más que nunca. Los artistas y técnicos que ocupan un lugar intermedio, así como los aspirantes, la esfera técnica y especializada que se sitúa a su alrededor y el segmento institucional que la acompaña, han visto cómo sus ingresos y su influencia disminuyen significativamente.

Quienes son de origen humilde o carecen de contactos se vuelven invisibles. La creación cultural es para quien puede pagársela

Dado que el éxito es un espacio en el que cada vez cabe menos gente, esta bifurcación produce que la mayoría de la gente que se mueve en el ámbito cultural atraviese condiciones de profunda precariedad. El asentamiento profesional, además, es un proceso que suele ser largo. Supone soportar continuas épocas de escasez hasta que, en el mejor de los casos, se alcanza una posición de cierta estabilidad. Resistir no garantiza el éxito, tampoco una mejora profesional, pero es la condición indispensable. Y resistir es algo que pueden hacer solo quienes cuentan con los recursos precisos para aguantar las épocas de ingresos insuficientes.

Esa es la causa de que la cultura esté cada vez más en manos de clases medias altas, aquellas que pueden ayudar a los hijos en su trayectoria y las que pueden proporcionar los contactos adecuados. Esto trastoca la línea temporal de los tiempos de la pequeña burguesía: si el ámbito cultural y el educativo fueron espacios de ascenso social a través de los cuales los hijos de clases populares encontraban no solo una forma de valoración social, sino de aumentar sus recursos, ahora quienes son de orígenes humildes o carecen de contactos adecuados se vuelven invisibles. La creación cultural es para quien puede pagársela.

Por un camino o por otro, las clases populares y buena parte de las medias están siendo expulsadas de la práctica política

Es un signo de los tiempos, porque traslada al ámbito cultural lo que ocurre en los demás espacios. En la política, quienes forman parte de la esfera tecnocrática poseen un recorrido notable, en influencia social y en trayectoria profesional. Suelen situarse en instituciones internacionales, en los aparatos de gestión gubernamentales y en los círculos públicos que permiten dar el salto a las empresas. Y este no es un espacio de ascenso social. Si en la política activa cada vez hay más hijos de clases medias y medias altas, en la esfera de influencia sobre la política casi todos tienen ya esos orígenes. Es un espacio que precisa de cualificaciones especiales y de redes de relaciones que solo se adquieren en instituciones de élite, en las que el acceso suele estar limitado.

Es decir, por un camino y por otro, las clases populares y buena parte de las medias están siendo expulsadas de la actividad artística y de la práctica política, un aspecto muy relevante para entender por qué los intereses de estas clases han estado ausentes de las acciones y programas de partidos e instituciones en los últimos años.

No obstante, esta concentración de ambas actividades en las clases con más recursos de las sociedades occidentales también trae algunas sorpresas. Para entenderlas, conviene echar un vistazo a lo que está ocurriendo en el país más importante del mundo.

6. En qué se ha convertido la política

Como bien ha explicado William Deresiewicz en La muerte del artista (Ed. Capitán Swing) y en Excelent Sheep, de las universidades estadounidenses no solo provienen las élites económicas y tecnocráticas, también buena parte de los productores culturales. Sin la legitimación de haber acudido a un centro de élite y sin la red de contactos que en ellos se puede adquirir, es complicado abrirse paso en los circuitos académicos y en los de creación cultural, pero también lo es ejercer como intelectual a la antigua o tener recorrido en las estructuras de los partidos. Son tareas que han quedado reservadas para las clases que se forman en estos lugares. Quienes se titulan en universidades menores, o carecen de un título, tienen las puertas cerradas. Las excepciones, que existen, y particularmente en ámbitos culturalmente menos valorados, como la música, refuerzan la regla.

Musa al-Gharbi, doctorado en Columbia y profesor de periodismo en la universidad Stony Brook, cuenta en Behind the Ivy Intifada, un muy interesante artículo, el papel que las universidades de élites estadounidenses, es decir, mundiales, han desempeñado y desempeñan en esa tensión entre las directrices económicas y las aspiraciones culturales.

Los centros de la Ivy League, señala al-Gharbi, tienen como función principal convertir la riqueza en mérito, de modo que ayudan a que los hijos de las familias ricas y bien conectadas reproduzcan su posición social a través de un certificado de esfuerzo. Se educa a los estudiantes para que conozcan a la perfección los estándares de la época, para que sepan qué pautas seguir y cómo emplearlas, y se espera de ellos que sean lo suficientemente aplicados para las puntuaciones de sus exámenes sean las adecuadas. Cumplir en una universidad de élite implica adquirir una gran legitimación para el futuro éxito.

La política estadounidense se resume en la tensión entre el establishment de los padres ricos y el atrevimiento de sus ricos herederos

A cambio, y dado que las universidades son espacios de conocimiento donde la crítica debe estar presente, se permite cierta separación de la norma en lo que se refiere a modos de vida y formas de ver el mundo: hay un grado de rebeldía autorizado y la mayoría de los estudiantes conocen hasta qué punto pueden forzar los límites y cuándo es mejor no cruzarlos.

En los últimos años, las universidades estadounidenses han sido un lugar especial, porque las nuevas generaciones se han ido formando en el discurso económico, pero han promovido y divulgado otras formas de ver el mundo, que fueron definidas como cultura woke. De alguna manera, impugnaban las creencias de las generaciones mayores apelando a otra conciencia cultural que extendieron por los ámbitos en los que sus padres trabajaban, desde las empresas hasta las instituciones. No solo se trataba de un conjunto de ideas, sino de lo que representaban: eran la parte más atrevida de la sociedad, la que empujaba en una nueva dirección. Frente a lo establecido, ellos encarnaban la oposición. Cuando estos discursos se difundieron, se insistió mucho en la variable generacional, como si el ímpetu juvenil confrontase directamente con la gente de mayor edad, y por tanto más reaccionaria. Pero también puede decirse de otra manera, quizá más precisa: la política estadounidense se podía resumir en la tensión entre el establishment conformado por los padres ricos y el atrevimiento de sus ricos herederos.

7. La llamada al orden

Así iban las cosas hasta que llegó la invasión de Gaza. Los jóvenes salieron a manifestarse en contra de la guerra y los medios de comunicación más importantes de EEUU les prestaron mucha atención. Al fin y al cabo, en esas acampadas estaban sus hijos o los amigos de sus hijos. Y esto generó mucha alarma: ya no estaban peleando por utilizar unos pronombres, o significándose a favor de la diversidad racial o de la libre elección de género, sino enfrentándose a una guerra, a los intereses de la política exterior estadounidense y a los intereses económicos estadounidenses. Eso eran palabras mayores. Los ricos tocaron a rebato. Convocaron en el Congreso a los rectores de las universidades y les avergonzaron públicamente, mismo tiempo que los donantes de las universidades amenazaron con dejar de aportar fondos. Los ricos llamaron al orden a los tutores de los niños y les pidieron que pusieran fin al alboroto o, si no, les despedirían.

A pesar de eso, los estudiantes hicieron caso omiso, hablaron de libertad de expresión constitucionalmente garantizada y siguieron adelante. Con su actitud, hicieron visible el rechazo de una parte de la sociedad estadounidense a la invasión y contribuyeron a que las protestas se fueran extendiendo por Occidente.

Tarde o temprano, la mayoría de los estudiantes continuarán con sus trabajos bien remunerados; la rectora de Columbia seguirá siendo rica

La insistencia, obviamente, tuvo contrapartidas. Los gobiernos enviaron a la policía, las protestas se reprimieron, hubo muchos detenidos y de algunos de ellos se mostró su rostro al mundo para que quedaran públicamente señalados. Sin embargo, muchos de ellos tienen un paraguas para cuando llueve. Como describe Musa al-Gharbi, "en verdad, hay muy poco en juego en cualquiera de los dos lados de las luchas en la Universidad de Columbia y, en última instancia, todos estarán bien. Tarde o temprano, la mayoría de los estudiantes continuarán con sus trabajos bien remunerados: manifestantes, contramanifestantes y partidos neutrales por igual"; y la rectora de Columbia, sea o no cesada, "continuará siendo muy rica el resto de sus días".

Dicho de otro modo, al igual que en la cultura hay que tener soporte para aguantar los malos momentos, en las protestas tampoco viene mal tener el origen adecuado: limita el riesgo. Para quienes no pertenecen a ese grupo las consecuencias van a ser muy distintas.

8. El momento de pánico

Sin embargo, las protestas universitarias tienen algunas enseñanzas para nosotros. La actitud de los estudiantes de la Ivy League ha ejercido de mecha para un fuego latente. La opinión pública estadounidense, para la que la guerra de Gaza no estaba entre sus preocupaciones principales, comienza a tomar conciencia de las consecuencias de la invasión. En el ámbito occidental, ha generado un efecto imitativo, incluso en países que habían cerrado filas a favor del gobierno de Netanyahu, y donde las protestas habían sido silenciadas, cuando no prohibidas.

Gaza puede ser un problema muy grave para la política exterior estadounidense, ya que cada vez más países europeos están dando pasos en la dirección de reconocer el Estado palestino (la votación en la ONU señala la amplitud de ese giro), y demandan detener la guerra. Fuera de la esfera occidental, en el resto del mundo, el apoyo a Palestina es muy grande. Y el resto del mundo ha dejado de ser un espacio secundario: su peso es enorme desde que China ha cobrado un papel principal. En la esfera interna las cosas no pintan mejor: el respaldo a Netanyahu en los hechos, por más que el discurso sea ambiguo, amenaza seriamente con derribar las opciones de Biden de seguir en la Casa Blanca.

De modo que hay un momento de ira y decepción entre las élites, cuando no de pánico, ese que aparece cuando se constata que la situación deja de estar bajo control. Las protestas de los estudiantes de la Ivy League han contribuido enormemente: que sus hijos les desafíen y se pongan de parte de la paz y de los palestinos es algo mucho mayor que una travesura. En buena medida, porque contribuyen a que ese sentir se extienda, lo que será difícilmente evitable; en otro sentido, porque legitiman la entrada en juego del sentir de las poblaciones occidentales, que hasta ahora se habían mantenido bajo control.

Sin embargo, y por crucial que sea en muchos sentidos la guerra de Gaza, no habría que olvidar la secuencia previa. El giro de nuestra economía, que llevó a que la cultura perdiera influencia, no solo produjo una insistencia en asuntos político-culturales, sino que supuso la exclusión de facto de las clases populares y cada vez más de las medias de la cultura, de la política y de la visibilidad pública. La legitimidad quedó únicamente en manos de las familias acomodadas y de sus hijos. La desigualdad es también esto. Las democracias no pueden subsistir si se convierten en la esfera autorreferencial de unas élites que no dejan espacio ni otorgan legitimidad a la gran mayoría de sus poblaciones.

Hubo una época en la que la cultura contaba con prestigio social, esa en la que leer formaba parte del proceso educativo y en la que los conocimientos culturales otorgaban distinción. Era transversal: las clases trabajadoras que deseaban incorporarse a una sociedad no manual, las medias que pretendían asentar su posición y las altas que deseaban justificar su lugar privilegiado recurrían al influjo de la cultura como elemento legitimador.

Súper ricos Universidades Protesta social Joe Biden
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