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Este es el espacio que nunca sale (ni saldrá) en los anuncios de Ikea
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Este es el espacio que nunca sale (ni saldrá) en los anuncios de Ikea

Las sociedades cambian y sus ciudades evolucionan. Y también los portales que dan acceso a nuestras viviendas, fieles reflejos de las épocas y las modas

Foto: Sofás en el interior de un portal de la Calle Quintana en Madrid. (S. B.)
Sofás en el interior de un portal de la Calle Quintana en Madrid. (S. B.)
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Las sociedades cambian y con ellas sus casas. Y en concreto, uno de los espacios arquitectónicos que más ha cambiado en las últimas décadas son los portales de acceso a nuestras viviendas. Antes eran lugares más o menos cuidados, ya fuese con una puerta un tanto pretenciosa en un edificio humilde o con un verdadero derroche de diseño en los edificios de las zonas adineradas. Pero el caso es que en nuestras ciudades estos espacios comunes, aunque sean lugares de paso, cada vez pierden más su carácter representativo. Da igual que estemos en un barrio acomodado o en uno humilde, hasta los años ochenta se intentaban crear pequeños portales que dieran buena imagen. Pérgolas, entradas bien diseñadas o incluso espacios revestidos con algún tipo de mármol barato y hasta con algún cuadro. La idea era quedar bien. Dignificar.

Hoy, tan solo unos pocos edificios de superlujo cuentan con estos espacios de paso “superfluos” tan bien cuidados. Son metros cuadrados que se construyen, pero que no se venden. Le cuestan al promotor y a los demás nos han repetido durante décadas esa cursilada de que se trata de “no lugares”.

A mí siempre me gustaron los portales con sofá. Eran lugares tranquilos, pasaban los años y todo seguía igual. Las juntas de vecinos siempre tienen otros temas más importantes en los que gastar los dineros, y por eso hay tantos que se mantienen congelados en el tiempo y normalmente bien cuidados por los porteros durante décadas y décadas. Estos espacios son una radiografía del espíritu de la época en que se hicieron. Mostraban los horizontes de la sociedad en cada momento. Lugares con poco uso doméstico, pensados para circular o como mucho para una parada rápida. Sitios que les sirven a todos pero a nadie en concreto.

Dejando de lado los portales de Ipanema y Copacabana de los años 50 (antes abiertos y hoy con rejas para que no se cuele nadie), me siguen llamando la atención los portales nacionalcatólicos que abundan por los ensanches de nuestras ciudades. La política y los anhelos de toda una generación están condensados en esos lugares. El desarrollismo fue, junto a la Belle Époque, el gran momento de estas entradas prominentes, y dio a nuestras ciudades un sinfín de espacios comunales y lugares comunes donde encontrarse tanto en persona como en el imaginario colectivo.

placeholder Un portal en la Calle Quintana de Madrid. (S. B.)
Un portal en la Calle Quintana de Madrid. (S. B.)

Si uno se da una vuelta por Sarriá, Sant Gervasi, Chamberí o el Barrio de Salamanca, no tardará mucho en pasar por delante de bajos y portales de edificios de los años 50, 60 y 70. Algunos de ellos, elegantísimos, son los accesos a auténticas obras maestras de la arquitectura moderna española del siglo XX. Pero en la gran mayoría de los edificios de esa época, aunque sus fachadas nos parezcan repetitivas y anodinas, sus portales sí que muestran una combinación estética que merece la pena destacar.

Cuando entren o pasen por delante de uno, fíjense un momento. Esos lugares lo merecen. Lo que mola de ellos es una mezcla estética casi imposible. El anhelo feroz tanto de la modernidad desarrollista como de la tradición historicista de mesón de carretera en un mismo espacio. La cuadratura del círculo.

Hay ejemplos maravillosos de edificios modernos y anónimos con portones neobarrocos, muros de piedra y lámparas con velas falsas

Fíjense en esa mezcla de sillones inspirados en los de Mies van der Rohe que hay en muchos de ellos, y también en esas piezas escultóricas talladas en la pared de piedra, junto a paramentos de vidrio (ultramoderno para la época) y junto a ellos, una puerta sacada de la mismísima casa del Cid. Solo falta la Tizona en el paragüero. En los “edificios bien” de la España desarrollista, esa estética extraña está muy presente. Hay ejemplos maravillosos de edificios modernos y anónimos con portones neobarrocos, muros de piedra que parecen arrancados de las murallas de Ávila y lámparas con velas falsas, que imitan un porta-antorchas de la corte de Leovigildo.

Fantasía pura, vaya. Es como si Don Draper, protagonista de la serie Mad Men, se casase con una vieja del visillo de las de “Aquí no hay quien Viva".

Modernidad y tradicionalismo, esa era la meta franquista desde su origen. Lo que explica Anna Catharina Hofmann en su estupendo libro “Una modernidad autoritaria” Y es eso lo que vemos en los portales de las casas de quienes mandaban. Esos portales son la traducción estética del Decreto de Unificación de la revolucionaria Falange y la reaccionaria Comunión Tradicionalista. Agua y aceite que, tras hacerse la guerra en tres carlistadas, encontraron en la lucha de clases a un enemigo común y aguantaron juntas 40 años. Durante ese tiempo, la derrota de sus enemigos no fue solo en el campo de batalla. Para eliminar de raíz a la ideología marxista, la verdadera cruzada que pusieron en marcha fue la de desclasar a la sociedad a través de la propiedad, y todo ello en comunión con una ideología introducida a través de la estética pública de “los de arriba”. Aquella con la que se dejaban ver. La estética de sus portales.

Accedo a un edificio de viviendas en la Calle Arapiles de Madrid. (S. B.)

Suele pasar que “los de abajo” quieren parecerse a “los de arriba”. Por eso no hay nada como ver la decoración de la casa de los Alcántara en el ficticio barrio de San Genaro. Típico edificio moderno de la periferia de Madrid, promovido por el Instituto Nacional de Vivienda que dirigía José Luis Arrese, aquel que convirtió a los proletarios en propietarios. El trickle down comenzaba a funcionar, y con ello permeaban socialmente tanto los certificados de propiedad como la estética de las glorias imperiales de la recia Castilla. Y así, en el interior de las casas de los nuevos barrios de la periferia, aparecía ese estilo conservador que decoraba la vida de quienes llegaban del campo y de la fábrica, conformando con los años el imaginario colectivo que durante décadas hemos conocido como “franquismo sociológico”.

Una estética aspiracional política y a la vez despolitizadora, con sus cuadros de galgos, sus muebles imitando a la caoba y sus puertas de vidriera color ámbar entre el recibidor y la sala. Pero los años sesenta llegaron a su fin, y con la crisis del petróleo, el aumento del precio de la mano de obra (bendito problema) y los porteros automáticos que instalaba el protagonista de La escopeta nacional, también comenzó el lento declive de los portales grandes y decorados. Una larga decadencia que se alargaría todavía dos décadas más.

No es que los amplios portales de antaño hayan cambiado de sofás y de decoración, sino que sencillamente están desapareciendo

En fin, con el paso del tiempo, lo que ha ocurrido en los edificios de la clase media no es que los amplios portales de antaño hayan cambiado de sofás y de decoración, sino que sencillamente están desapareciendo. Esos lugares humanizadores, de transición entre el espacio público y el privado desaparecen sin que a nadie parezca importarle. Y del mismo modo que antes estas estancias compartidas mostraban una ideología o unas aspiraciones concretas, hoy los nuevos portales muestran en sus paredes desnudas y sus espacios reducidos el lugar mental en el que nos encontramos. Un lugar donde lo común se evita. No nos compensa. Ni a nosotros socialmente, ni a la cuenta de resultados de la promotora.

placeholder Un conserje limpia los cristales de un portal de una vivienda en el barrio de Argüelles en Madrid. (S. B.)
Un conserje limpia los cristales de un portal de una vivienda en el barrio de Argüelles en Madrid. (S. B.)

Hoy son molestos espacios de paso entre nuestra casa y nuestro destino. Pero antes eran lugares donde se socializaba, salas de espera públicas para familias mucho más numerosas. Lugares para ver y ser vistos, donde sigue siendo más fácil ser amable, precisamente porque siguen siendo espacios mucho menos funcionales que las cuatro paredes espartanas de las entradas que construimos hoy en día.

Llevamos al menos medio siglo instalados en la idea de que no importa lo que los demás piensen de nosotros. Antes, la vestimenta, el coche, la fachada, o el portal no eran sólo símbolos de estatus, sino también la manera que tenía la gente de adquirir crédito social cuando las comunidades eran más homogéneas. Cuando aún no existía la capacidad tecnológica de discriminar con qué personas alrededor del mundo queremos mantener algún tipo de relación.

De esta forma, conforme la vida se hace más individualista desaparecen los espacios comunes, los lugares “superfluos”, e innecesarios, que salen en rojo en la tabla de Excel. Porque somos nosotros mismos los que demandamos que se nos aplique la eficiencia y el pragmatismo. Hoy, hemos aceptado pagar la mitad de lo que ganamos en impuestos y a cambio no queremos saber nada de quienes nos rodean. Por eso aceptamos vivir en edificios cuyos portales son sitios fríos y asépticos donde con las justas damos los buenos días al vecino, aunque realmente no queramos ver a nadie.

placeholder Interior de un portal en Argüelles, Madrid. (S. B.)
Interior de un portal en Argüelles, Madrid. (S. B.)

Lo importante ya solamente está en el interior, no en lo común, no en lo que se enseña. Hoy creamos fachadas funcionales, portales funcionales y viviendas funcionales donde vive gente individualizada, perfectamente especializada, con vidas cómodas y funcionales.

¿Se han fijado que en IKEA nunca ha habido escenarios de portales? Hasta la pregunta parece extraña.

Por supuesto que existen también diversos motivos técnicos. Las normativas urbanísticas cambian. Pero al final, es la “Ratio”, la relación entre los metros cuadrados que se construyen y los que realmente se pueden vender, donde está la tasa de ganancia. Como decía al principio, son espacios que cuesta dinero construir pero cuya inversión no se recupera. Y eso es lo que hace que hoy haya más viviendas (vendibles) en planta baja que locales comerciales. O que hayan desaparecido los usos mixtos en los edificios, con pisos principales y sus oficinas para alquilar -sin mencionar a los pisos turísticos que además ahora necesitan entradas separadas-. La sociedad no demanda espacios comunes representativos. La ideología que aceptamos pagar y que entra por los reducidos portales es la de la eficiencia y la maximización de la tasa de ganancia. Su escaso tamaño y su ausencia de estética son hoy una declaración económica y política tan potente como lo eran aquellos portales de hace medio siglo.

Las sociedades cambian y con ellas sus casas. Y en concreto, uno de los espacios arquitectónicos que más ha cambiado en las últimas décadas son los portales de acceso a nuestras viviendas. Antes eran lugares más o menos cuidados, ya fuese con una puerta un tanto pretenciosa en un edificio humilde o con un verdadero derroche de diseño en los edificios de las zonas adineradas. Pero el caso es que en nuestras ciudades estos espacios comunes, aunque sean lugares de paso, cada vez pierden más su carácter representativo. Da igual que estemos en un barrio acomodado o en uno humilde, hasta los años ochenta se intentaban crear pequeños portales que dieran buena imagen. Pérgolas, entradas bien diseñadas o incluso espacios revestidos con algún tipo de mármol barato y hasta con algún cuadro. La idea era quedar bien. Dignificar.

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