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Volver a empezar: el mito del pop español que acabó arreglando dientes en la Suecia profunda
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De Tetuán al Círculo Polar

Volver a empezar: el mito del pop español que acabó arreglando dientes en la Suecia profunda

Una biografía sobre Adolfo Rodríguez -miembro del supergrupo Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán- revisa la odisea de ser músico de culto en España. Cuando el éxito es reinventarte en el quinto pino, hasta que tropiezas con la misma piedra

Foto: El reencuentro ochentero: Rodrigo y Adolfo en el norte de Suecia. (Archivo personal de Adolfo Rodríguez)
El reencuentro ochentero: Rodrigo y Adolfo en el norte de Suecia. (Archivo personal de Adolfo Rodríguez)
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Hay una escena tan cinematográfica en la vida de Adolfo Rodríguez que es necesario arrancar con ella. Echen un vistazo a la fotografía que ilustra este artículo. Estamos en 1983, en una casita de madera de la Suecia profunda, junto a un río con garzas y castores, a unos 650 kilómetros al norte de Estocolmo. En la foto hay dos treintañeros españoles de pelo largo. El de la barba es Rodrigo García, que ha viajado hasta ahí para convencer a Adolfo de reunir a su antigua banda -Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán (C.R.A.G.)- separada una década antes tras publicar la madre de todos los álbumes malditos: Señora azul -puesto número once en la lista de Rockdelux de los mejores 100 discos españoles del siglo XX.

El dilema existencial de Adolfo durante la visita sueca de Rodrigo no era sencillo. Su adiós a España, en 1975, fue algo más que una pedrada para huir de la industria musical española o de una banda con demasiados gallos. Había más cosas: Adolfo se había reinventado del todo en Suecia.

Casado con una mujer sueca -a la que conoció en el Torremolinos pop sesentero, cuando tocaba en una de las bandas pioneras del pop español: Los Íberos- Adolfo llegó a Suecia con un bebé al caer (el niño de la fotografía) y dispuesto a empezar de cero. En Suecia trabajó en una plantación de pinos (recogiendo esquejes de rodillas) o en un laboratorio de prótesis dentales (reparando dientes, coronas y puentes).

“Aunque la música seguía siendo su gran pasión, tenía experiencia de sobra de lo que se cocía en la industria, así que esperaba de la música lo justo. Tras haber experimentado varios sinsabores pensó que le vendría bien desdoblarse hacia otra profesión. Adolfo se aplicó en serio en su nuevo trabajo: combinó su trabajo como protésico dental con sus estudios de sueco”, cuenta Concha Moya en Adolfo. Por el camino púrpura, exhaustiva biografía del músico publicada por Sílex.

placeholder Foto de portada de uno de los singles del grupo.
Foto de portada de uno de los singles del grupo.

Mientras arreglaba dentaduras suecas, Adolfo alimentó el gusanillo musical girando por lugares remotos (hasta el Círculo Polar Ártico) con bandas locales de nombres irresistibles, como La Liga Lapona. “En el viaje a Kiruna [la ciudad más septentrional de Suecia, en la que tocó con La Liga Lapona] llegaron a sufrir temperaturas de 30 grados bajo cero, aunque sus compañeros suecos lo afrontaban con normalidad. Adolfo sintió cuando salió del vehículo que se le congelaban los párpados y las fosas nasales, le costaba respirar. ‘No respires muy hondo’, le aconsejaron los suecos”, según el libro.

Adolfo, por tanto, puso mucho de su parte para integrarse en Suecia, pero el Estado también hizo lo suyo. Era la fase dorada (tardía) de la socialdemocracia sueca. Al poco de aterrizar en el país, al español Alfonso le pagaron piso, los gastos del bebé y un salario hasta que aprendiera sueco y pudiera valerse por sí mismo. “Suecia tenía sus cosas, también diferencias de clase, pero era un país mucho más horizontal e igualitario que España, con querencia por la justicia social. Adolfo aprovechó el tirón”, razona Concha Moya.

El síndrome de los 27

Tras la primera disolución de C.R.A.G., Rodrigo participó en un musical histórico, Rocky Horror Picture Show, y recibió una oferta de Columbia para relanzarse como solista, pero dijo no porque, según recuerda medio siglo después desde su autocaravana, “yo era más de grupos que de solistas”.

Hablamos con Adolfo Rodríguez.

"El momento más álgido de mi vida fue cortar por lo sano e irme a Suecia"

PREGUNTA. ¿Por qué se fue a Suecia con una carrera musical lanzada?

RESPUESTA. Te va a sonar raro, pero el momento más álgido de mi vida no fueron mis discos o echarme a la carretera a los 16 años: fue cortar por lo sano e irme a Suecia. Yo tenía 27 años, la famosa edad de la fama y el rock [(Brian Jones, Jimi Hendrix, Janis Joplin y Jim Morrison murieron a los 27]. Lo que sentí a los 27 años es que ya lo había hecho todo en la industria y que lo de la fama no daba más de sí. Mi mujer se quedó embarazada. Decidí dejarlo todo y conocer otra realidad de la vida. Volví a nacer en un lugar donde no conocía a nadie y cuyo idioma no hablaba. ¡El Caudillo estaba cerca de morirse y no se me ocurrió otra cosa que irme!

P ¿Cómo se tomó la ‘fuga’ su entorno musical?

R. Algunos pensaron: "¡Está loco! ¡Lo deja todo para arreglar dientes en Suecia!". Ahora que lo pienso, recuerdo mis imágenes con bata blanca en un laboratorio dental sueco, y me parece que fue un sueño. Pero debió ser realidad porque tengo un hijo medio sueco.

La tercera vía

Tras no pocas cavilaciones, Adolfo dijo sí a Rodrigo cuando fue a buscarle donde viven los renos. En 1984, volvió a España. C.R.A.G. regresó al estudio -el disco Queridos compañeros-. La cosa salió otra vez regular. Hubo flashbacks incómodos del legendario (pero frustrante) primer disco del grupo...

Contexto musical setentero de C.R.A.G: "la tercera vía". Fue la etiqueta de la crítica para una nueva hornada de bandas influidas por el folk gringo de la costa oeste, con guitarras y voces suavemente crepusculares. Rock acústico fluyendo en mil direcciones. Rodrigo formó primero Solera con José María Guzmán. Tras un puñado de buenas canciones y un intento fallido de fichar a Adolfo y a Juan Robles Canovas, Solera se disolvió, dando paso a Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán. El nombre era un guiño a una banda emblemática, Crosby, Stills, Nash & Young, pero también sonaba a bufete de abogados, y era “complicado repetir dos veces seguidas sin equivocarse", recuerda Moya, "un nombre anticomercial reflejo de las diferencias que hubo en el grupo desde el principio, hasta para decidir nombre”, recuerda Moya.

Pero cuando Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán se pusieron a componer, surgió la magia. El álbum Señora azul.

"Eran los cuatro tan autosuficientes que les faltó espíritu de grupo"

El disco, que salió en Hispavox, contó un productor refinado, Rafael Trabucchelli, al que Guzmán describió así: "Italiano de Milán, aficionado al whisky con agua, porque decía que era bueno para las arterias". Además de trincar, Trabucchelli tenía un oído fino para los "fondos orquestales" y los arreglos fetén. El colchón adecuado para que Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán pudieran desplegar sus encantos musicales y literarios.

"Además de su sentido de la melodía y las extraordinarias letras de sus canciones, están considerados como el mejor grupo de voces del país, gracias a la mezcla vocal que lograban", cuenta el libro.

Sobre el disco es inevitable detenerse en la canción homónima, Señora azul, cuya letra les sonará. Extracto:

Señora azul, que sin contemplación
Desde la cima de tu dignidad
Vas a imponer tu terca voluntad
Y con tu opinión medir nuestro criterio

Señora azul, sabemos tu intención
La frustración que te hace obrar así
Señora azul, ¡qué lástima nos das!
La mediocridad está en tu corazón

Señora azul, lo más parecido a un hit que tuvo nunca el grupo, propició un equívoco cultural que aún colea: publicada en 1974, se tomó como una parábola de los últimos días de Franco y el régimen, el de los azules, como una alegoría sobre la censura y la arrogancia de la oligarquía, pero el grupo siempre lo negó, reduciendo la letra a mera ironía sobre los críticos musicales. Pero, antes de que se pudiera aclarar la confusión, la canción ya era lo que al pueblo quisiera que fuera. "Una muestra más de que el público hace suyo el significado de las canciones, más allá de lo que sus autores pretendan decir", zanja Moya.

Entre las varias canciones del disco que superaron el paso del tiempo, Adolfo aportó la inolvidable Don Samuel Jazmín, sobre un señor extremadamente avaro. Extracto de la letra:

Don Samuel Jazmín, hijo de Jonás
De la ley observador
Comerciante fiel a los principios
De no perder jamás

Don Samuel Jazmín, hijo de Jonás
Eminente pensador
Vive por y para su dinero
Para él no puede haber nada mejor

Hace tiempo que en un calcetín
Y debajo de un colchón
El guardaba siempre sus monedas
De toda tentación

Y al anochecer, antes de dormir
Recontaba su caudal
Preso de emoción de verlo entero
Para él no puede haber nada mejor

placeholder La última reunión del grupo, en 2005.
La última reunión del grupo, en 2005.

"Adolfo estima que si la carrera de los C.R.A.G. hubiera avanzado como ellos esperaban no les habría frenado nadie, tenían recursos de sobra para componer, tocar y para cantar como solistas, en dúo, en trío o en cuarteto, las posibilidades eran inmensas", según el libro.

Con todo y con eso, Señora azul pasó sin pena ni gloria en su momento. ¿Por qué?

El nombre del grupo subrayaba su condición de superbanda: cuatro músicos con trayectoria, capaces de componer y tocar lo que se les pusiera por delante. Pero el fuerte de C.R.A.G. acabó siendo también su debilidad. “El problema es que eran los cuatro tan autosuficientes que les faltó espíritu de grupo”, resume Moya.

"¡Como el hombre había recorrido 4.500 km para contarme eso de la Movida, yo me lo creí!"

En efecto, hubo caracteres contrapuestos, problemas de egos y diferencias sobre si salir o no de gira. Moya sintetiza así el conflicto: "Armonías vocales y disonancias personales". Rodrigo fue a buscar a Adolfo hasta el quinto pinto para que volviera, pero también protagonizó -carácter fuerte- algunos de los episodios internos más convulsos. La precariedad de la industria musical española también ayudó para mal: poco interés de la compañía por la banda (opacada por propuestas más comerciales), falta de promoción radiofónica y ausencia de mánager. La caprichosa relación entre la sociedad española y la música hizo el resto. “En España nos gusta la música para beber, bailar e ir de fiesta, las propuestas más melómanas siempre han tenido problemillas”, resume Moya.

Superada la frialdad inicial del público, la crítica se rindió con los años a Señora azul y al grupo.

Según el periodista Héctor Acebo: "No ha habido ninguna otra banda en España que igualase sus armonías vocales. Guzmán poseía un registro agudo. Cánovas -tan arenoso- estaba emparentado con los intérpretes negros, las cuerdas de Adolfo eran dúctiles y Rodrigo recordaba a Dylan. Estoy convencido de que ningún director de casting hubiera conseguido aglutinar voces tan distintas". El periodista Santiago Alcanda dijo del disco: "Obra histórica de cuatro gigantes. Es el disco de culto por excelencia del pop y rock españoles. Para el crítico Guillermo Z. del Águila: "Pasa a la historia como disco de culto inmortal, emblemático de un rock poético que la mediocridad de la industria musical no supo imponer a los blandos cantantes solistas y que aún mantiene casi silenciado". Refiriéndose a la carrera de Rodrigo, autor de los temas más emblemáticos del grupo, Diego Manrique aseguró: "Canciones de lujo para una España sorda".

"¡En C.R.A.G nos disolvimos cuatro veces! ¿Estamos locos? Así es muy complicado"

Resumiendo: muchos reproches a la industria y al país por lo que pudo haber sido y no fue.

Por supuesto, siempre hay margen para el revival. “Aunque ahora estamos en fase de recuperación de la música anterior a los ochenta, con libros sobre Cecilia o Waldo de los Ríos, no creo que recuperar a C.R.A.G. o a Los Íberos sea cuestión de nostalgia, sino de justicia musical”, añade Moya.

Retomamos la conversación con Adolfo.

P. Señora Azul arrancó regular, pero ha llegado vivo a nuestros días. ¿A qué lo achaca?

R. Fue un proyecto muy consciente de los cuatro, nada casual, teníamos muy claro de lo que queríamos hacer, con Crosby, Stills, Nash & Young en la cabeza, pero con ganas de hacer nuestro propio camino. Tras años de grupos españoles que cantaban en inglés y calcaban lo anglosajón, la idea era componer algo de calidad en castellano.

P. ¿Qué falló para que el disco no funcionara en su momento?

R. Es muy fácil criticar a la industria musical, pero era igual de mala para todos. Sinceramente, creo que fallamos nosotros: nos faltaron ganas de triunfar…

P. Siga.

R. No logramos ponerle un lazo al disco para moverlo por la carretera. Al primer revés, disolvimos la banda. ¡Fue absurdo! Éramos una cooperativa en la que cada uno defendía sus canciones, nos faltó espíritu de grupo, algo que sí viví con Los Íberos. Yo quiero mucho a mis compañeros, pero ¡en C.R.A.G nos disolvimos cuatro veces! ¡Cuatro! ¿Estamos todos locos? Así es muy complicado.

Buscarse la vida

Dos años después de cambiar su ordenada vida sueca por el resbaladizo sueño de la resurrección de C.R.A.G, el grupo volvió a romperse, entre el desinterés de las compañías y la eterna disputa interna. "Se repetía el funesto final de la primera unión de los C.R.A.G., agravado porque la ruptura resultó aún más dolorosa. Adolfo se sintió el peor parado y el que sufrió el mayor descalabro. Había traído a una familia a España detrás de un proyecto en el que creía firmemente pero que había sido dinamitado una vez más. Los C.R.A.G. habían vuelto a tropezar con la misma piedra", cuenta el libro.

Adolfo fue tirando como músico de estudio. Dos participaciones como corista en Eurovisión -con Mikel Herzog y Serafín Zubiri- o giras internacionales siderales con Camilo Sesto. Encargos televisivos: canciones para Benjie y Oliver o Lupin III (muchos confunden su voz con la de Sergio Dalma en este tema). Y jingles publicitarios para Gillette o Coca-Cola. Los desencuentros con la industria musical no le quitaron el sueño, se veía como un obrero de la música, buen hijo de una familia de clase obrera, afincada en la posguerra en el barrio madrileño de la Ventilla (Tetuán), con el padre encofrador de Adolfo sobreviviendo como podía tras perder la guerra (fue parte de la Columna Durruti).

En la falta de mayor éxito comercial de C.R.A.G. también hubo algo de desencuentro temporal, llegar justo antes o después de la moda de marras. Cuando el momento de Los Íberos parecía al caer, tras retrasar varias veces la grabación de un disco en Londres, pasó el gusto por las bandas melódicas de arreglos sofisticados que cantaban en inglés. Al primer C.R.A.G. le pasó por encima el hype de solistas y cantautores; y al segundo, el rodillo de la Movida, que se llevó por delante (con la complicidad de medios y público) todo lo anterior a los ochenta, no digamos ya a veteranos sesenteros en busca de una segunda oportunidad.

No hay metáfora mejor de todo este desajuste temporal que Adolfo se fuera de España justo cuando Franco agonizaba. “Se fue porque estaba desencantado con la industria musical, había perdido las ilusiones artísticas y quería vivir otras aventuras. La vida le jugó buenas y malas pasadas, pero siempre hizo su camino. Estaba ocupado en vivir”, zanja Moya.

"Lo aposté todo a volver a España y lo pagué caro"

“Fui un niño pacífico y muy solitario, me montaba unas películas tremendas yo solo y, de hecho, me las sigo montando. Siempre ha disfrutado muchísimo de mi aislamiento, posiblemente porque de niño vi muchas películas del Oeste, yo creo que me hicieron un lavado de cerebro con eso de los cowboys y comencé ya entonces a vivir la vida como una gran aventura. Mi instinto de conservación viene de esas historias de héroes anónimos y solitarios”, escribe Adolfo en el epílogo del libro.

Rematamos la conversación con él volviendo al principio.

P. ¿Qué le dijo Rodrigo cuando fue a buscarle a Suecia?

R. Me habló de la Movida madrileña.

P. ¿Cómo?

R. Tal cual. Yo no tenía ni idea de qué era eso de la Movida, llevaba una década en Suecia desconectado de absolutamente todo. Rodrigo me dijo que había un nuevo movimiento pop que lo estaba agitando todo, que las compañías querían que grabásemos otro disco y que igual había llegado nuestro momento. ¡Como el hombre había recorrido 4.500 kilómetros para contarme eso, yo me lo creí!

P. Salió mal.

R. Sí, y lo pagué muy caro. Lo aposté todo a volver a España, arrastré a mi familia conmigo y al poco me arruiné [tras fracasar la resurrección de C.R.A.G., abrió un restaurante que se fue a pique]. Fue todo una catástrofe. Me costó el divorcio de mi estupenda exmujer. Así se escribe la historia. Luego, eso sí, no me faltó el trabajo. Hasta giré con Camilo Sesto y pisé varias veces Eurovisión.

P. ¿Algo más que añadir?

R. Estoy muy agradecido a la música. ¿Me he equivocado varias veces? Seguro. Pero soy un privilegiado. Mis padres me dieron una base de honestidad y autoconfianza y de eso he vivido. Soy bastante feliz.

Hay una escena tan cinematográfica en la vida de Adolfo Rodríguez que es necesario arrancar con ella. Echen un vistazo a la fotografía que ilustra este artículo. Estamos en 1983, en una casita de madera de la Suecia profunda, junto a un río con garzas y castores, a unos 650 kilómetros al norte de Estocolmo. En la foto hay dos treintañeros españoles de pelo largo. El de la barba es Rodrigo García, que ha viajado hasta ahí para convencer a Adolfo de reunir a su antigua banda -Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán (C.R.A.G.)- separada una década antes tras publicar la madre de todos los álbumes malditos: Señora azul -puesto número once en la lista de Rockdelux de los mejores 100 discos españoles del siglo XX.

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