Es noticia
No existe esa izquierda malasañera de la que usted me habla
  1. Cultura
Israel Merino

Por

No existe esa izquierda malasañera de la que usted me habla

Construir el pensamiento antiposmoderno alrededor del barrio de Malasaña es divertido porque es falso; Malasaña es un parque de atracciones, un santuario de guiris ricos e hijos de papás provincianos, en el que no hay izquierda viviendo

Foto: Turistas llegando al barrio de Malasaña en Madrid.
Turistas llegando al barrio de Malasaña en Madrid.
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Me preguntaba Julia el otro día si me iría a vivir a Malasaña. Con los ojos como platos al pensar en los 1.000 euros que vale allí una habitación con ventana, le respondí que antes preferiría rajarme los pulmones con la cáscara salmonelósica de un huevo podrido; además, le dije también que a mí me gusta mi barrio y he jurado por lo más grande que de él tendrán que sacarme en una bolsa con zip.

Reformulando su pregunta, me dijo que imaginara que el piso me lo pagara alguien, un sumiso financiero o similar, solo para vivir la maravillosa experiencia de tener antros con olor a garrafón en los bajos de mi edificio y hacer la compra en legumbrerías a granel ocho veces más caras que el paquete premium del súper, y entonces me hizo pensar: no me iría ni muerto, claro, sin embargo, ¿por qué me estaba germinando ese ramalazo de animadversión que, estoy seguro, tú también sientes mientras lees esta columna?

Malasaña es un barrio curioso, pues lo conocen y odian en toda España, incluso quienes no lo han pisado jamás. Gueto al norte de la Gran Vía en otros tiempos, este parque de atracciones de casas diminutas empezó a llevarse en la movida, cuando todo el moderneo pijo de los barrios de la capital —se puede recorrer la Wikipedia pinchando en el árbol genealógico de los famosos ochenteros— decidió montar allí su cirio de alcohol y porros postfranquista.

Poco a poco, el barrio se fue sumiendo en la gentrificación, neologismo que viene a decir con finura que una zona se va a la mierda, hasta convertirse en la zona absurda y cara que os hoy en día. En muy poco tiempo, Malasaña dejó de ser ese barrio idealizado por los amantes de la juerga y la música para convertirse en un auténtico meme; sin embargo, lo que cuesta entender es que para los jóvenes siempre ha sido ese meme del que hablamos.

Foto: Una viandante haciendo sus necesidades en una calle de Malasaña

Cuando me mudé a Madrid, con las manos vacías y 17 años en el carné de identidad, Malasaña ya no era esa zona chula a la que todos queríamos mudarnos, sino un auténtico horror plagado de cutres con ínfulas de indies; no tuve que desromantizar Malasaña porque nunca lo había romantizado, pues la primera vez que supe de su existencia fue ya como un sitio que solo pisar borracho —es donde están las discotecas y a mí me gusta salir, en esto sí que no puedo hacer nada—.

Es curioso que esa zona no se ha convertido solo en un chiste con el que mofarnos —lícitamente, nada mejor que reírse de ellos— de los modernos más pesados de la faz de la tierra, sino que también es una especie de sujeto político que describe a la supuesta perfección una idea: todos sabemos a lo que nos referimos, no hace falta explicar nada, cuando hablamos de izquierda malasañera.

Foto: La colonia Tercio Terol. (Ana Beltrán)

Lo de izquierda malasañera es un constructo forjado por viejos columnistas frustrados que se creyeron los más modernos del mundo hasta que, claro, el mundo siguió avanzando y ellos no se enteraron de la mitad de la misa; es una especie de insulto, supongo que lo podemos llamar así, para calificar a una izquierda posmoderna —qué pesados los antiposmodernos, hablan como si hubiera algo más posmoderno que leer o escribir en un diario digital— que se habría olvidado de todas las cuestiones materiales para centrarse en contentar al arquetipo de flipadito indie e izquierdoso que puebla los balcones de Malasaña; sin embargo, siento ser yo quien venga a deciros que como coña está genial usarlo, yo lo hago, pero en el mundo real no existe ninguna izquierda malasañera.

Primero, porque no creo que la izquierda se haya olvidado de lo material. No sé, podéis llamarme desnortado, pero la principal preocupación de las izquierdas, la que copa todo el discurso político, es la cuestión de los alquileres y la inaccesibilidad de la vivienda, y no creo que este sea precisamente un tema identitario; además, sobre el rollo este de las identidades, no creo que haya nada más material que el discurso LGTBI, por mucho que algunos se empeñen en decir lo contrario, cuando tengo un amigo que tuvo que correr hace no mucho de seis trozos de mierda porque lo querían pegar al grito de "puta maricona".

Todo este rollo de construir el pensamiento antiposmoderno alrededor del barrio de Malasaña me parece tan divertido porque es directamente falso; Malasaña es un parque de atracciones, un santuario de guiris ricos e hijos de papás provincianos, en el que no hay nadie de izquierdas viviendo porque no hay nadie viviendo, directamente.

*Si no ves correctamente el módulo de suscripción, haz clic aquí

Se bromea mucho con esta guisa cuando se acusa a los chavales jóvenes con tendencias izquierdistas, cuyos únicos intereses reales son los que contaba antes —vivienda y libertades sexuales—, de ser unos pijos malasañeros modernos, cuando no es nada así; la gente joven odia Malasaña más que los más mayores porque no lo hemos conocido jamás en sus supuestos buenos tiempos, sino que lo vimos por primera vez como ese pozo inmundo de pesados que —en esto estaremos de acuerdo— tanto odiamos.

No existe ningún movimiento político real allí, ni siquiera una idealización; mienten todos los que dicen que la izquierda moderna quiere extrapolar al resto de España la idea cultural —sí, vamos, será la cultura de las cervezas a siete euros— que hay en Malasaña, pues no hay mayor odiador de todo lo que representa ese barrio que un chaval joven de izquierdas, os lo puedo asegurar.

Todavía, por cierto, sigo pensando en si me iría a vivir allí con todos los gastos pagados por un sugar daddy. De momento, creo que me quedo en mis cuatro callecitas.

Me preguntaba Julia el otro día si me iría a vivir a Malasaña. Con los ojos como platos al pensar en los 1.000 euros que vale allí una habitación con ventana, le respondí que antes preferiría rajarme los pulmones con la cáscara salmonelósica de un huevo podrido; además, le dije también que a mí me gusta mi barrio y he jurado por lo más grande que de él tendrán que sacarme en una bolsa con zip.

Trinchera Cultural
El redactor recomienda