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Año 248 a. C: cuando los antiguos griegos se preparaban para los 133º Juegos Olímpicos
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Año 248 a. C: cuando los antiguos griegos se preparaban para los 133º Juegos Olímpicos

En 'Un año en la vida de la antigua Grecia', el historiador Philip Matyszak relata la vida cotidiana en los 12 meses previos a la cita culminante del calendario antiguo. Publicamos un extracto

Foto: Detalle de un ánfora de alrededor del año 525 a.C que muestra a cuatro atletas que se preparan para participar en los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia: un lanzador de disco, un saltador y dos lanzadores de jabalina.  (Getty Image)
Detalle de un ánfora de alrededor del año 525 a.C que muestra a cuatro atletas que se preparan para participar en los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia: un lanzador de disco, un saltador y dos lanzadores de jabalina. (Getty Image)

Al fin ha llegado el momento. Un momento para el que Similo lleva casi toda su vida entrenando. Pronto descubre que la sensación es bastante parecida a la que se experimenta durante un entrenamiento de alta velocidad, en el que el gymnastes obliga al atleta a correr lo más rápido posible por una empinada cuesta abajo para que su mente se acostumbre a que las extremidades se muevan a una velocidad mucho más alta de lo que sería natural. Por una parte, Similo está ansioso por lanzarse a la pista y dejar escapar la energía que los nervios han estado acumulando en su interior durante los últimos días; por otra, no tiene ningunas ganas de empezar: lleva toda su vida esperando este momento y, cuando pase, gane o pierda, no tendrá nada por lo que luchar.

Antes de saltar a la arena, Similo ha estado calentando en el gimnasio ante la atenta y preocupada mirada de su entrenador, mientras los espectadores que observaban a los atletas les daban consejos y les lanzaban gritos de ánimo desde las cuerdas que les impedían el paso. Y entonces ha sonado la trompeta que convocaba al público y a los competidores a la prueba principal de los Juegos Olímpicos.

Lo cierto es que, durante casi un siglo, esta prueba no es que fuera la más importante, sino que era la única: se trata del estadio, una carrera de velocidad cuya distancia, según se dice, equivale a lo que el poderoso Heracles podía correr con una sola bocanada de aire. Desde entonces se han añadido otras competiciones, por lo que ahora en el estadio olímpico también tienen lugar otras pruebas, como el lanzamiento de disco, el salto de longitud y el pentatlón, aunque siga estando hecho a medida para la única carrera que albergaba en un principio.

El entrenador de Similo se separa de él al inicio de la avenida de estatuas, y el velocista la recorre junto al resto de los competidores, todos ellos desnudos, ligeramente cubiertos de aceite y con un aspecto tremendamente saludable. Las estatuas bajo las que pasan les sirven de advertencia, ya que todas ellas han sido elaboradas con los fondos obtenidos de las multas impuestas a los atletas que hicieron trampa o que contravinieron de algún modo las normas olímpicas.

placeholder Portada de 'Un año en la vida de la antigua Grecia'.
Portada de 'Un año en la vida de la antigua Grecia'.

Los velocistas han llegado a la entrada cubierta que se conoce como la "puerta oculta", a través de la cual pueden ver gran parte del estadio. La pista lleva en uso algo más de un siglo y sustituye a otra anterior que se encontraba un poco más al oeste, porque aquella era incapaz de acomodar a las decenas de miles de espectadores que querían presenciar el acontecimiento. En el estadio no hay asientos, salvo para el presidente de los juegos y para los jueces, por lo que todos los demás asistentes se sitúan de pie en los terraplenes ligeramente inclinados de los laterales, que se elevan unos tres metros sobre la pista y pueden albergar a unos cuarenta mil espectadores. Entre el público hay alguna que otra mujer, ya que, pese a la prohibición general de que asistan, a las solteras se les permite ver la carrera, y la más destacada entre ellas es la sacerdotisa de Deméter Chamyne, que se sienta en un trono de mármol blanco frente a los jueces.

Similo no puede apreciar gran cosa de todo esto porque, junto al pequeño grupo de corredores, se dirige absorto hacia la Tumba de Endimión, al lado de la cual hay una fila de losas de mármol con una ranura doble tallada en la piedra. Esas grandiosas puertas de salida que se ven en los Juegos Ístmicos o en Delos no son adecuadas para los estrictamente tradicionales Juegos Olímpicos: aquí hay que permanecer de pie con los dedos metidos en la primera ranura de la losa de mármol, y tener muy claro que las penalizaciones son muy duras para los que crucen la segunda ranura antes de que se dé la salida. Al final de la pista — exactamente a 192 metros de distancia— hay una fila similar de losas de mármol con una ranura, y el ganador será el primero en cruzarla.

Cuando oye el siguiente toque de trompeta, Similo se coloca en su sitio cerca del centro, con siete corredores a su izquierda y doce a su derecha. Ahora toda su atención se concentra en la pista, una capa de arcilla perfectamente alisada con una fina capa de arena encima para mejorar la tracción. Similo no ha prestado mucha atención al bramido de la multitud y solo lo aprecia realmente al darse cuenta de que esa inmensa masa humana ha enmudecido de pronto... Ahora todas las miradas se dirigen hacia el juez principal, que observa la fila de atletas para comprobar si están preparados. El juez le hace un gesto con la cabeza al heraldo, y este respira hondo y grita: "¡Aaaaaa... pate!".

Al oír el sonido oclusivo de la "p" de apate ("ya"), Similo sale disparado como si le fuera la vida en ello. Y en muchos aspectos podría decirse que así es. El joven atleta no ve a nadie delante, por lo que sabe que ha empezado bien y ahora se concentra en que sus piernas se muevan lo más rápido posible, con la mirada fija en la lejana línea de meta... Sin embargo, a pesar de su velocidad, puede apreciar por el rabillo del ojo un cuerpo pálido que se aproxima, de modo que Similo trata con todas sus fuerzas de acelerar todavía más... Aun así, le resulta imposible dejar atrás al corredor, que ya se ha situado a la altura de su hombro y que, sin que él pueda evitarlo, acaba de adelantarlo.

Han recorrido ya la mitad de la pista y Similo sigue detrás de su rival, pese a que es consciente de que va más rápido que nunca en su vida. Ahora ve la espalda de su contrincante, y sabe que la carrera se ha convertido en un asunto entre ellos dos. Lo malo es que en esta competición no hay segundo puesto, solo existe la victoria o la vergüenza de la derrota... Y es precisamente la idea de la derrota lo que lo impulsa a esforzarse más, a correr más rápido, quemando unas reservas que ni siquiera sabía que tenía.

Y lo está logrando, lo ha alcanzado... ¡su contrincante se ha tenido que quedar pasmado mientras sentía que las piernas y el aliento comenzaban a fallarle en esos frenéticos metros finales! Ambos corredores han cruzado la meta casi a la vez, pero Similo sabe que, al lanzarse hacia delante a la desesperada en las últimas zancadas, llevaba una ligera ventaja. Mientras intenta recuperar aliento, puede apreciar el rostro compungido de su contrincante y se da cuenta de que él también lo sabe.

Ahora que todos los corredores han terminado, algunos comienzan a arremolinarse en torno a Similo para felicitarlo. Otros, en cambio, se apartan con desdén, limitándose a esperar el veredicto de los jueces. Con las manos apoyadas en las rodillas, Similo alza la cabeza hacia las cuerdas que contienen al público, y puede ver a su entrenador chillando desquiciado de alegría. Antes incluso de que el heraldo grite su nombre y puedan oírlo los millares de espectadores, Similo comienza a hacerse a la idea de que ha ganado... Es ni más ni menos que el vencedor del estadio de Olimpia, y los próximos cuatro años le pertenecen: esta será la Olimpiada de Similo de Neápolis.

*Philip Matyszakes es doctor en historia romana por el St John 's College de Oxford y actualmente trabaja como tutor del Madingley Hall Institute of Continuing Education de la Universidad de Cambridge, impartiendo un curso sobre la Antigua Roma. Es autor de varios libros sobre el mundo antiguo. El último es 'Un año en la vida de la antigua Grecia', un libro en que nos traslada al año 248 a. C, cuando los antiguos griegos esperaban con ansias los 133º Juegos Olímpicos.

Al fin ha llegado el momento. Un momento para el que Similo lleva casi toda su vida entrenando. Pronto descubre que la sensación es bastante parecida a la que se experimenta durante un entrenamiento de alta velocidad, en el que el gymnastes obliga al atleta a correr lo más rápido posible por una empinada cuesta abajo para que su mente se acostumbre a que las extremidades se muevan a una velocidad mucho más alta de lo que sería natural. Por una parte, Similo está ansioso por lanzarse a la pista y dejar escapar la energía que los nervios han estado acumulando en su interior durante los últimos días; por otra, no tiene ningunas ganas de empezar: lleva toda su vida esperando este momento y, cuando pase, gane o pierda, no tendrá nada por lo que luchar.

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