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'Milli Vanilli': Cuando los pobres no entendían la industria musical
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'Milli Vanilli': Cuando los pobres no entendían la industria musical

Rob y Fab tuvieron que elegir entre ser cantantes o ser super-estrellas, y eligieron lo que daba más dinero

Foto: MTV produce ahora un documental sobre el mítico grupo.
MTV produce ahora un documental sobre el mítico grupo.

No querer a tus hijos tiene estas cosas: pueden acabar formando Milli Vanilli. Robert Pilatus era alemán, hijo de un militar norteamericano y de una cabaretera, que lo abandonaron. Vivió en un orfanato hasta los tres años. Fabrice Morvan era francés, huyó de sus padres a los diecinueve, y conoció a Robert en Munich. Eran pobres, casi los únicos negros en la noche alemana. Decidieron ser ricos, dos negros más en el Olimpo de la música.

MTV produce ahora un documental sobre su historia, que es la historia de la música moderna: todo es falso. El cantante no canta, la estrella no compone, la melodía es robada y en el concierto no suena en directo ni el micrófono cuando se cae. A esto hemos llegado después de muchos años de práctica. Con Milli Vanilli sólo se puso la primera piedra de la catedral de plástico de la música contemporánea.

Vista ahora, su polémica, que en los primeros noventa nos pareció intolerable, es casi una anécdota. Ah, ¿que no cantaban ellos? ¿Y quién canta entre vocoders y autotunes? ¿Canta alguien hoy de los que canta? ¿Podríamos soportar sus voces sin el destilado digital omnipresente? Bad Bunny no canta, sólo negocia; Shakira factura. Tuvimos que reírnos de Milli Vanilli para que la industria musical siguiera riéndose de nosotros. Aún hoy pensamos en Milli Vanilli como en gente culpable. Eran, de hecho, los más inocentes de todos.

El documental Milli Vanilli empieza con un letrerito que da cuenta de la distancia que media entre el presente y 1989: avisa de que algunas imágenes pueden herir tu sensibilidad. Es verdad que los peinados de Rob y Fab son escalofriantes, pero, fuera de eso, no he conseguido saber de qué obscenidad o aberración querían precavernos. Sólo vemos lo habitual en el éxito musical: fiestas, hoteles, coches, decadencia, cocaína y portadas de la Superpop.

Los peinados de Rob y Fab son escalofriantes, pero, fuera de eso, no he conseguido saber de qué aberración querían precavernos

Durante su tramo inicial, la película nos deja a solas con Fabrice, que enseguida entendemos que es el único miembro del dúo que sigue vivo. Habla mucho y bien. Resulta, de primeras, encantador que conserve su icónico peinado, aunque luego (viendo que todo es falso en esta vida) uno malicia que quizá se ha imitado a sí mismo a toda prisa para resultarnos más cercano. Con todo, sería bonito que en la historia de una falsedad, Fabrice Morvan reivindicara su pureza haciéndonos ver que sigue creyendo en su look, su aspecto, su cultura y su propuesta.

El caso es que Milli Vanilli no es lo que pensábamos, un par de pícaros que hacen playback en los conciertos y les pillan y lapidan. En realidad, eran dos chicos muy guapos, que enseguida entendieron que la música (ojo) va de la imagen, y crearon su propia imagen, y esa imagen gustó tanto al productor Frank Farian que la incorporó a un producto donde otros ponían las voces, las composiciones y la instrumentación. Ellos sólo fueron una página doble para forrar carpetas.

Que los cantantes no cantaran, nos dicen en el documental, ya era algo que pasaba con Boney M, otro producto de Frank Farian. Incluso en el primero disco de The Monkees (recuerdo yo por mi cuenta) otros pusieron las voces. Luego The Monkeescantaron ellos, porque algunos necesitan que les vayas haciendo los discos mientras aprenden a cantar.

placeholder El cantante de The Monkees, Davy Jones, cantando en el Newcastle Arena. (Reuters)
El cantante de The Monkees, Davy Jones, cantando en el Newcastle Arena. (Reuters)

Eso querían, al cabo, Rob y Fab, cantar ellos, aunque no tuvieran buen inglés y sus voces fueran detestables. Farian se negó, porque daba mucho dinero la cosa según la había ideado él. Entonces los chicos empezaron a darle problemas, y le pidieron más dinero. Frank Farian cortó por lo sano revelando a todo el mundo que Milli Vanilli eran una estafa. Su estafa.

Eran tan estafa que les dieron un Grammy, tan falsos que vendieron ocho millones de discos, tan ridículos que su gira en Estados Unidos incluyó más de cien conciertos sold out. Si se podía estafar a tanta gente entonces, imaginen hoy.

En los comienzos de Rob y Fab (así titularon su primer disco en solitario, Rob y Fab, después del escándalo y de la ruptura con la industria; vendió dos mil copias en todo el mundo), en los comienzos, digo, los vemos acompañando en un vídeo a Sabrina (qué tiempos); en su final, vemos a Rob caer por el sumidero de las drogas y morir de sobredosis, y a Fabrice esconderse en Alemania y cortarse el pelo para que no le tiren piedras. Hay imágenes de apisonadoras pasando por encima de un montón de discos de Milli Vanilli y gente rompiendo sus pósters o quemando merchandising. El público estaba muy dolido con la música que le gustaba, sólo porque alguien le había dejado ver las cuerdas de los títeres.

Eso me parece endiabladamente kafkiano: que la gente no se crea que cantas tú, cuando cantas tú

Antes de que Farian se delatara a sí mismo como estafador, uno de los raperos que ponía su voz al proyecto fue por los medios denunciando el engaño. No le creían. Eso me parece endiabladamente kafkiano: que la gente no se crea que cantas tú, cuando cantas tú. Súmenle la vuelta de tuerca psicopática de que Rob y Fab llegaron a considerar que las voces que sonaban pre-grabadas por los altavoces en los conciertos eran las suyas. “Mi voz suena muy baja, súbela”, decían, por ejemplo.

La de Milli Vanilli es, al cabo, una historia de autenticidad, no de falseamiento. Los dos jóvenes reconocen desde el primer momento que quieren ser “super-estrellas”, quieren fama y dinero, y se ponen a trabajar en esa dirección, con pleno éxito, debemos reconocer. Muchos actores y músicos nos venden que su éxito es azaroso, no buscado, que fueron a acompañar a un amigo. Me gusta que Rob y Fab digan desde el principio: queremos lo que tiene Michael Jackson.

Además, ellos crearon su imagen, el dúo, los peinados y la ropa ajustada y hortera. Le dieron al mercado musical lo que quería: una percha sobre la que colgar acordes y ritmillos.

Como eran pobres, no entendían que seguían siendo esclavos de las discográficas incluso después del éxito (esto lo supo bien Prince, claro). Como eran pobres, tanto dinero les hizo perder la cabeza.

Si hubieran sido nepo babies, ahora serían celebrados y radiados como, de hecho, Bonney M. Su único error fue querer hacer más música de la que la industria musical te permite hacer.

No querer a tus hijos tiene estas cosas: pueden acabar formando Milli Vanilli. Robert Pilatus era alemán, hijo de un militar norteamericano y de una cabaretera, que lo abandonaron. Vivió en un orfanato hasta los tres años. Fabrice Morvan era francés, huyó de sus padres a los diecinueve, y conoció a Robert en Munich. Eran pobres, casi los únicos negros en la noche alemana. Decidieron ser ricos, dos negros más en el Olimpo de la música.

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