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Esa clase media que va de obrera a la que tanto le molesta que los demás se crean clase media
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Héctor G. Barnés

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Esa clase media que va de obrera a la que tanto le molesta que los demás se crean clase media

La paradoja es que a todo el mundo le gusta ser clase trabajadora menos a la clase trabajadora de verdad. No hay nada más de clase media que aparentar no serlo

Foto: Mural en el barrio de Orcasitas. (Reuters/Susana Vera)
Mural en el barrio de Orcasitas. (Reuters/Susana Vera)
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A la gente le molestan las clases sociales. Sobre todo, a aquellos que más hablan de ellas. A los que no se le cae de la boca lo obrero, lo proletario, el 99 % y el 1 %, los nuevos ricos y el dinero viejo. Estas clasificaciones nos inquietan porque suelen ofrecer relatos poco favorecedores de nuestras vidas. A unos porque les colocan en una posición un tanto inferior a la que les gustaría tener, y a otros porque les recuerdan unos privilegios que no quieren reconocer. Nos gusta hablar de las clases sociales en abstracto, pero que no nos metan en ninguna.

A Margaret Thatcher le molestaba mucho eso de la sociedad y prefería soñarla como una suma de individuos. Pero hay una tendencia pretendidamente neomarxista a la que también le molesta. Un razonamiento que sugiere que solo hay una gran clase trabajadora, todos aquellos que necesitan trabajar para vivir, y el resto. Ese 1% privilegiado que posee el capital. A esta izquierda también parecen molestarle las clases sociales. Prefiere pensar que la sociedad es una suma de individuos de clase trabajadora sin diferencias entre sí.

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La última vez que ha brotado este meme ha sido a propósito de un artículo de El País que volvía a recordar que el 41% de los encuestados por el CIS son clase trabajadora por su estatus socioeconómico, pero solo el 11% afirma serlo. La primera lectura la obvia: qué horror el desclasamiento y la clasemediatización de la sociedad, que ha desactivado el movimiento obrero y, a cambio del chocolate del loro, ha acabado con la conciencia de clase. Sobrevuela cierta culpabilización. Qué tonto es el trabajador que hace suyos los intereses de las clases superiores. Quién te crees que eres.

En esta lógica se ha dado un paso más allá, que es la de aceptar que todo asalariado o aquel que vive de su trabajo es clase trabajadora —sin tener en cuenta factores culturales, de renta o familiares— y que, en realidad, no hay tanta diferencia entre el que se encuentra en el 1% más bajo de la sociedad y el que está en el percentil 99% porque ambos viven de su trabajo. El enemigo es el 1%: o eres Amancio Ortega o eres de los nuestros. Da igual que tengas estudios o no; da igual que vayas a heredar tres casas o una carreta de deudas; da igual que vengas de buena familia o que seas huérfano; da igual que hayas estudiado en el extranjero o en un público segregado. Todo da igual porque la clase media no existe.

La vida del universitario en prácticas y del trabajador sin estudios no es igual

Esto lo dicen muchas personas que por su patrimonio se encuentran en el 10% más rico de la sociedad, que por cierto, gana ocho veces más que el 50% más pobre. Tal vez esa persona que se lleva las manos a la cabeza cuando ve que los obreros se consideran clase media sea alguien que por sus estudios (superiores, cuando no de máster o doctorado) podría considerarse clase media; progresista, seguramente leída y con una formación teórica a la que no es fácil acceder por uno mismo; urbanita; y que tal vez se considere a sí mismo precario, pero es posible que en unos años ocupe posiciones de cierta importancia en el mundo cultural, político o empresarial. Una suerte de izquierda pija que aún no es todo lo pija que será algún día.

Gente que piensa de verdad que la vida del universitario en prácticas y la del trabajador sin estudios es la misma, porque ambos comparten una situación precaria, sin darse cuenta de que la suya es una situación transitoria y la del otro no. Gente que se considera clase trabajadora porque no se ha juntado nunca con la clase trabajadora de verdad. Que se preocupa de ocultar sus privilegios por todos los medios aparentando formar parte de la misma clase obrera a la que reprocha no querer serlo. Gente que no para de quejarse de lo mal que le va y que en unos años le irá mejor que a mí, que a ti, que a cualquiera. Es una de las trampas del término "precariado", que como han advertido sociólogos como Erik Olin Wright, no define a una clase social sino más bien "un agregado de distintas situaciones de clase".

Un perfil que podría encajar dentro de la categoría de los "nuevos trabajadores prósperos", según la prolija división en siete clases sociales que el profesor Mike Savage propuso en 2013. Se trata de una clase social que no dispone de un capital económico especialmente alto, pero sí unos niveles medios de capital social y cultural. "Jóvenes y activos" que en principio no se identifican con las cualidades de la clase trabajadora tradicional, pero que tal vez por eso lamentan que ya no exista.

La paradoja aquí es que a todo el mundo le gusta ser clase trabajadora menos a la clase trabajadora de verdad, porque vive su situación como algo que le gustaría dejar atrás si fuese posible. Mientras tanto, esa clase media disfrazada de precaria los contempla con severidad, como traidores a su propia clase. Pero es posible que estos descastados tengan razón y que se parezcan más a la clase media de lo que se piensan, como sugiere Olin Wright en Comprender las clases sociales (Akal), donde explica que el enfoque dominación-explotación es tan solo uno de los tres que definen a las clases.

En este caso, la clave se encuentra en el enfoque del acaparamiento de posibilidades, que proviene del trabajo de Max Weber. Lo que marca la diferencia en este caso son elementos son los estudios superiores, y en la medida en que cada vez hay más españoles con estudios (el 31,8 % de los mayores de 15 años) es lógico que más españoles se sientan de clase media. Según esta clasificación, más allá de los capitalistas dueños de los medios de producción, nos encontramos con una clase trabajadora excluida de la alta educación y del capital, y una clase media "definida por los mecanismos de exclusión sobre la adquisición de educación y competencias técnicas".

Cuando todos somos clase trabajadora, invisibilizamos a la clase trabajadora real

En otras palabras, esta clase media se perpetúa a través de un cierre social que impide a las clases inferiores acceder a su posición. Al defender que todos somos iguales, meros asalariados, lo que hace esta clase media (verdadera) es ocultar que dentro del 99% sigue habiendo muchas diferencias que pasan, por ejemplo, por el acceso a másteres caros o préstamos sustanciales, a unas mejores oportunidades laborales garantizadas por las redes familiares o a la herencia familiar. Cuando todos somos clase trabajadora, lo que hacemos es invisibilizar a la auténtica clase trabajadora.

Un obrero que gana 60.000 euros al año

Esta división tan frecuente entre asalariados y privilegiados que viven de las rentas olvida ejemplos como el que el economista francés Thomas Piketty propone en El capital del siglo XXI: el alto ejecutivo que cobra un pastón, pero que no deja de ser un empleado bien pagado. Es decir, alguien que, siguiendo la lógica citada, sería parte de esa clase obrera del 99% porque no vive de las rentas de su capital. Es absurdo, pero también lo es el universitario con un máster que considera que sus intereses son los mismos que el inmigrante no cualificado que tiene que sacar adelante a una familia numerosa.

La clave se encuentra en que en el poscapitalismo del siglo XXI abundan las posiciones contradictorias en las relaciones de clases. Nadie diría que el alto ejecutivo que vive de su trabajo es clase obrera. En realidad, posee parte de los poderes del capital, como recibir no solo un salario, sino también parte de los beneficios de la empresa. Dicho de otra manera, la sencilla división entre una élite privilegiada y una amplia clase trabajadora más o menos agraciada por distintas circunstancias personales (e individuales) resulta falaz y, en realidad, consigue el efecto contrario a lo que se propone, que es (en teoría) despertar la conciencia de clase.

placeholder El economista francés Thomas Piketty. (EFE/J.J.Guillén)
El economista francés Thomas Piketty. (EFE/J.J.Guillén)

Porque la clase media existe, sí, y sus privilegios también, así como unos valores, una visión del mundo y un contexto socioeconómico muy particular en el que surge y que explica por qué quién no lo es aspira a serlo y quién lo es aspira a ocultar que lo es. Porque en su posición contradictoria dentro de la estructura de clases resulta incómoda para todos. Sobre todo para aquellos que saben que si reconociesen sus privilegios, se vendría abajo su imagen de pobres precarios (con los bolsillos llenos) que han basado su identidad en una suerte de autenticidad de clase trabajadora, acostumbrados a señalar su propia virtud como adalides de clase. No hay nada más de clase media que reprochar a la clase trabajadora que quiera serlo. Eso sí que es cierre social.

A la gente le molestan las clases sociales. Sobre todo, a aquellos que más hablan de ellas. A los que no se le cae de la boca lo obrero, lo proletario, el 99 % y el 1 %, los nuevos ricos y el dinero viejo. Estas clasificaciones nos inquietan porque suelen ofrecer relatos poco favorecedores de nuestras vidas. A unos porque les colocan en una posición un tanto inferior a la que les gustaría tener, y a otros porque les recuerdan unos privilegios que no quieren reconocer. Nos gusta hablar de las clases sociales en abstracto, pero que no nos metan en ninguna.

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