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¿Tratas de entender el mundo kafkiano en el que vivimos? Lee a Kafka
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María Gelpí

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¿Tratas de entender el mundo kafkiano en el que vivimos? Lee a Kafka

Uno de los mayores favores que podemos hacernos a nosotros mismos, en estas condiciones de precariedad, es leer sus narraciones, diarios y cartas

Foto: Estatua de Franz Kafka en Praga, República Checa. (EFE/Martin Divisek)
Estatua de Franz Kafka en Praga, República Checa. (EFE/Martin Divisek)
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Celebramos el año Kafka, uno de los pocos escritores que, junto a Dante, Platón o Sade, ha generado un epíteto, lo kafkiano, que el común de los mortales, puteado por el presente, identifica con el mundo actual en el que vivimos en donde la democracia burocratizada se vuelve opresiva y la existencia humana carece de sentido. Uno de los mayores favores que podemos hacernos a nosotros mismos, en estas condiciones de precariedad, es leer sus narraciones, diarios y cartas.

Lo fácil hoy en día es que en algún momento te hayas visto inmerso en el laberinto de algún papeleo o proceso burocrático inagotable, absurdo y disparatado, que te haya llevado a estirarte de los pelos, por no estirárselos a quien te atiende tras un mostrador, si es que tienes esa suerte y no te atiende un obtuso bot de manera telemática. También puede ser que en algún momento hayas sentido una profunda alienación del automatismo de la vida maquínica, porque te has sentido oprimido y subyugado por una autoridad, ya sea paterna o estatal, o por la extrañeza de la propia existencia. Entonces, habrás soltado con indignación, contundencia y asertividad aquello de: "esto es kafkiano".

Kafka ha engendrado, además de un adjetivo, varias generaciones de kafkólogos que han arrojado una avalancha casi inagotable de interpretaciones, que van desde la crítica sociopolítica al análisis psicoanalítico, pasando por una interpretación teológica. Su lectura se ha vuelto muy dependiente de estas interpretaciones, desde el mismo momento de su muerte por tuberculosis, tras la que su albacea y amigo, Max Brod, desobedeció la última orden, aunque probablemente no su deseo, de quemar sus manuscritos. A Brod, le debemos, al margen de esa inusitada y lúcida desobediencia, una edición con el lamentable rigor de un intérprete de menor calidad literaria que el autor y una hagiografía de santo con una interpretación psicoanalítica, teológica, interesada y reduccionista, que, siguientes editores e investigadores tratarían de subsanar acudiendo a sus originales, que nos han llegado traducidos al castellano en Galaxia Gutenberg, así como la magnífica biografía de Reiner Stach en Acantilado.

Kafka entendía la escritura como un "descenso a los poderes oscuros" y un "desencadenamiento de espíritus encadenados por naturaleza" y de ahí la interpretación existencialista del Kafka de Albert Camus. Para Theodor Adorno, el gesto en Kafka muestra más que la palabra, puesto que trata siempre de una negatividad intransigente que se sitúa siempre al lado del proscrito, puesto que "a quien le han pasado por encima las ruedas de Kafka se le ha acabado la paz con el mundo". Así supo ver "la profecía kafkiana del terror y la tortura", al igual que Hannah Arendt, que vio en las puertas de las narraciones de Kafka el totalitarismo del Estado burocratizado asentado en un positivismo jurídico del legalismo descarnado. Lukács sostuvo, aunque Kafka estuvo prohibido en la URSS, que el contenido de la obra de Kafka refleja el mundo infernal del capitalismo contemporáneo y la impotencia del ser humano para enfrentarlo.

Foto: Fotograma de 'Metrópolis' de Fritz Lang, una de las películas de ciencia ficción más icónicas.

Pero no podemos olvidar el carácter paródico de los textos de Kafka, puesto que se cuenta que él mismo se partía de risa cuando leía a sus amigos el primer capítulo de El Proceso. Así, Gilles Deleuze y Félix Guattari les bajan los humos a los críticos psicoanalistas y existencialistas, que habían exagerado los temas de alienación y persecución en la obra de Kafka. La obra de Kafka es en realidad más deliberada y subversiva, puesto que lo kafkiano no se agota en la angustia resignada del protagonista de El Proceso, el agrimensor que no mesura ni pinta nada en un Castillo en el que no consigue entrar o el monstruoso bicho que no puede dejar de pensar ante todo que tiene que llegar a tiempo al trabajo.

En Kafka hay también una parodia, nos dicen Benjamin y Adorno, que nos permite vivir en un mundo que a veces es pesadillesco, que por fin adquiere un sentido positivo, en el sentido que se hace posible en la ficción y nos habilita un lugar para distanciarnos e incluso reírnos. Benjamin dice en una carta a Scholem: "cada vez me parece más esencial el humor en Kafka. Naturalmente que no era humorista", porque su objetivo no es hacernos reír, sino hacernos imaginar. Milan Kundera reconocía ese carácter paródico contraponiendo al protagonista de El Proceso, Josef K., con el Raskolnikov de Dostoievski, puesto que en vez de buscar su castigo por la falta, busca la falta de su castigo.

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Foster Wallace, por su parte, apunta que Kafka era gracioso, pero no una gracia en la que confiamos para descansar de los problemas, sino a pesar de ellos, creando una ficción para un regodeo reparador, aunque él mismo no supiera llevarlo a cabo. Kafka, la literatura misma en su estado más preciso, con su estilo jurídico y agonístico, somete a parodia todo lo que le rodea, desde el mundo de los informes, el trabajo, las jerarquías, la familia, las relaciones sexuales o la propia ley. La extrañeza de coger distancia es la que nos sitúa entre la tragedia y la comedia, en ese punto justo desde el que podemos juzgar, valorar e incluso actuar.

Walter Benjamin defendió el carácter abierto y alegórico de las narraciones de Kafka, tomadas por sí mismas, puesto que el mismo Kafka "tomó todas las precauciones imaginables en contra de la clarificación de sus textos", y quizá por eso todas sus historias y personajes parecen estar comunicadas en un mundo en tiempo y espacio indeterminados que no puede llamarse de otra manera más que kafkiano. Si Kafka sigue explicándonos hoy el mundo es porque tiene, a pesar de sus formas inacabadas, su preciso estilo de jurista y la precisión de su lenguaje, el punto justo de desinformación, descontextualización y parodia que no solo ha servido a la crítica a volcar una suerte de interpretaciones con mayor o menor suerte, sino para que cada uno de nosotros podamos hacer nuestro propio Kafka, puesto que, como decía Italo Calvino, un clásico lo es cuando nunca se agota todo lo que puede decirnos.

Celebramos el año Kafka, uno de los pocos escritores que, junto a Dante, Platón o Sade, ha generado un epíteto, lo kafkiano, que el común de los mortales, puteado por el presente, identifica con el mundo actual en el que vivimos en donde la democracia burocratizada se vuelve opresiva y la existencia humana carece de sentido. Uno de los mayores favores que podemos hacernos a nosotros mismos, en estas condiciones de precariedad, es leer sus narraciones, diarios y cartas.

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