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La artista que murió tras entregar su libro (sobre los finales) a imprenta
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Paula Corroto

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La artista que murió tras entregar su libro (sobre los finales) a imprenta

Camila Cañeque se murió con solo 39 años tras ofrecer 'La última frase' a la editorial el pasado marzo. Mientras dormía, comunicó la familia a los medios. Carlos me lo recordó devastado

Foto: La artista y escritora Camila Cañeque. (Cedida)
La artista y escritora Camila Cañeque. (Cedida)
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El otro día escuché decir en la radio al periodista cultural Antonio Lucas que en la Feria del Libro de Madrid pueden pasar muchas cosas —tener frío, calor, que llueva a mares—, pero que lo que nunca ocurre es el aburrimiento. Tiene razón. La feria es un parque de aventuras —para algunos sería nuestro parque de bolas— en el que, además de encontrarte con unos y con otros, descubres librazos. Porque yo cada semana recibo montones de títulos en la redacción, pero es en la feria donde alguien me dice: mira ahí. Y es justo ese "mira ahí" el preludio de la sorpresa y el placer.

Estos días fue precisamente el editor Carlos Rod quien me dijo "mira ahí". Conozco a mucha gente del mundo de los libros; a pocos que amen tanto la literatura como Carlos. Toda su enormidad corporal la tiene también de amabilidad, generosidad y de pasión por la palabra. Lleva años al frente de La Uña Rota, un magnífico sello lleno de joyitas —su catálogo de dramaturgos como Angélica Liddell, Juan Mayorga o Pablo Remón es para llevárselo a casa— que defiende a capa y espada desde Segovia. Todavía recuerdo las fotos que me hizo en el sofá de la editorial, un verdadero photocall de escritores y de cualquiera que nos dediquemos a esto de darle a la tecla. Este año, por cierto, La Uña Rota comparte caseta con Automática, otro sello que no tiene desperdicio y que me ha descubierto a autores como el chino Yan Lianke o el rumano Christian Fulas, que ha publicado este año La vergüenza, una historia demoledora sobre la adicción al alcohol que me dejó patitiesa. También es suya Liudmila Ulítskaya, la escritora rusa y disidente que suena cada año para el Nobel de Literatura. En definitiva, una caseta para ponerle un lacito.

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Y por ahí andaba yo cuando Carlos me dijo ven. Y me empezó a hablar de La última frase, de la artista y escritora Camila Cañeque, uno de esos libros que, entre tanta marabunta, se te pasan (y no deberían). Y me dijo: mira, es un ensayo con las últimas frases de más de 400 libros. No, no es el final, es la última frase, con la que el libro no va más allá, con la que lo cierras y se acabó. Mira, mira como termina: "Al fin libre, al fin existiré"; "Qué paz"; "Vale". Son las tres últimas frases de La felicidad conyugal, de Tahan Ben Jelloun, Estado de gracia, de Joy Williams y Don Quijote de La Mancha, de Miguel de Cervantes. Evidentemente, me lo llevé.

Porque, además, Camila Cañeque se murió con solo 39 años tras entregar este libro a la editorial el pasado mes de marzo. Mientras dormía, comunicó la familia a los medios. Carlos me lo recordó devastado. Es decir, Camila encontró su final tras reflexionar sobre el final, lo que también es un recordatorio sobre nuestra finitud real. Los libros se acaban, los amores se acaban, las amistades se acaban y nosotros mismos nos acabamos. Y nunca nos repetimos lo suficiente que lo importante es lo que sucede en el entremedias. Preferimos estar a otras cosas: a enfadarnos en las redes sociales, a que nos suba la bilis con la última batalla cultural o a sentirnos abandonados porque fulanito no respondió al último WhatsApp. Y después nos morimos.

placeholder La última frase, de Camila Cañeque
La última frase, de Camila Cañeque

Para quienes subrayamos, el libro de Cañeque es uno de esos que puedes dejar lleno de rayajos. Aquí van algunos: "Es difícil decir basta. Las cosas acaban, pero tener que decidir cuándo y cómo deben acabar lo complica todo. La última ronda, la última vez, el último café", escribe. Esto es de su cosecha. Y claro que es difícil y duro, sin embargo, hay algo reconfortante en saber que las cosas también se acabarán. "El mayor encanto de empezar una novela es saber que termina", señala. Y John Ashbery la corrobora: "Leer es un placer, pero terminar de leer, llegar al espacio en blanco al final, también es un placer". Y no solo ocurre con los libros, ¿no es cierto?

"Es difícil decir basta. Las cosas acaban, pero tener que decidir cuándo y cómo lo complica"

Más rayajos: "Ya lo entenderás más adelante" (La desheredada, de Benito Pérez Galdós). Suele suceder, ya que de primeras solo duele. "Cuando dejó la playa, la mar aún seguía siendo ella misma" (Omeros, de Derek Walcott) sobre el poder que tiene el agua (también la lluvia) para ahondar en nuestros sentimientos. Lo que se llora en las playas. En las literarias, como recoge la escritora, y en las reales.

Estremece leer las frases finales que Cañeque seleccionó sobre la muerte: "La muerte le llegó sencillamente, como llega la noche cuando se marcha el día" (Los miserables, de Victor Hugo). A lo largo del libro la escritora suele hacer el ejercicio de poner las frases a bailar, es decir, colocar varios finales seguidos que, de alguna manera, conformen un microrrelato. Por ejemplo: "Sus ojos se cerraron y se quedó dormido" (Al Este del Edén, de John Steinbeck); "Creo que murió inmediatamente después" (Diario de un cura rural, de Georges Bernanos); "Solo" (Compañía, de Samuel Beckett). ¿Estaba ella pensando en su propia muerte? ¿Hasta qué punto lo que escribimos anticipa lo que viviremos? "Esto que hago ahora es mejor, mucho mejor que cuanto hice en vida; y el descanso que voy a lograr es mucho más agradable que cuanto conocí anteriormente" (Historia de dos ciudades, de Charles Dickens). "Confío en que cuando no esté piensen alguna vez en mí" (Los refugiados, de Arthur Conan Doyle). "Ninguna razón hay para que no suceda" (Ubu rey, de Alfred Jarry).

placeholder El editor de La Uña Rota, Carlos Rod. (Cedida)
El editor de La Uña Rota, Carlos Rod. (Cedida)

Camila Cañeque fue una artista que sí llegó a dejar huella. Cuando murió, muchos medios recordaron su famosa performance Dead end que fue censurada en la edición de ARCO de 2013. En ella reflexionaba sobre "la muerte de España ante el poder capitalista". Aparecía tumbada boca abajo en el suelo, vestida de faralaes y rodeada de poemas del Romancero Gitano, de Lorca. Un mes antes se había ido a EEUU con el mismo traje para meter el dedito en la llaga del turista americano que llega a España buscando el tópico. Otra obra suya con repercusión fue Mucha mierda, con imágenes de cómo quedan los lugares después de fiestas populares como los Sanfermines, la Tomatina, las Fallas y la Feria de Abril. Y eso que todavía no había ocurrido el caso de La Manada.

Yo no la conocí, pero leído La última frase solo puedo adivinar a una artista con sensibilidad y perspicacia. Alguien que va más lejos, que es en lo que consiste el arte (que no paga estómagos). Alguien que, desde el más allá, me invitó a reflexionar sobre los finales pensando en que todo se acaba y está bien. Como decía Ashbery, da placer poner un punto y final a las cosas. Porque también se irá lo malo (piensen también en ese político/a que no les gusta). Por tanto, como decía el famoso meme, disfrutemos de las cosas mientras podamos.

Gracias, Carlos, por la recomendación y por haber publicado este libro.

El otro día escuché decir en la radio al periodista cultural Antonio Lucas que en la Feria del Libro de Madrid pueden pasar muchas cosas —tener frío, calor, que llueva a mares—, pero que lo que nunca ocurre es el aburrimiento. Tiene razón. La feria es un parque de aventuras —para algunos sería nuestro parque de bolas— en el que, además de encontrarte con unos y con otros, descubres librazos. Porque yo cada semana recibo montones de títulos en la redacción, pero es en la feria donde alguien me dice: mira ahí. Y es justo ese "mira ahí" el preludio de la sorpresa y el placer.

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