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Cuando Jomeini se cargó el cine contracultural: "Las dictaduras siempre producen mierda"
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Cuando Jomeini se cargó el cine contracultural: "Las dictaduras siempre producen mierda"

El cineasta iraní Ehsan Khoshbakht, exiliado en Londres desde hace 12 años, recoge en el documental 'Cellulloid underground' lo que llegó a ser el cine iraní antes y después de la Revolución

Foto: Fotograma de 'Celluloid underground', del cineasta iraní en el exilio Ehsan Khoshbakht
Fotograma de 'Celluloid underground', del cineasta iraní en el exilio Ehsan Khoshbakht

En los primeros meses de 1980, el nuevo régimen iraní se dedicó a quemar un montón de películas como si de los libros de la Bebelplatz de Berlín durante el nazismo se trataran. Muchas de ellas eran de corte contracultural y experimental, las que no les gustaba a los nuevos dictadores (un clásico). Ahmad Jorghanian, que las coleccionaba y guardaba desde los sesenta, intentó poner muchas de ellas a salvo en diversos sótanos a las afueras de Teherán. Pilas y pilas de celuloide en 35 mm. No evitó ser detenido (y torturado) por ello en varias ocasiones. Sobre todo en 1983, cuando el control del régimen sobre la cultura fue absoluto. Jorghanian murió en 2014 y ahora el cineasta iraní Ehsan Khoshbakht (1980), exiliado en Londres desde hace 12 años, le ha rendido homenaje en Celluloid underground, un documental autobiográfico que repasa su figura y lo que llegó a ser el cine iraní antes de la Revolución (y lo que ocurrió después). Otro mundo.

La cinta se pudo ver hace unos días en el festival Documenta Madrid, que también contó con la presencia del cineasta y codirector de Il Cinema Ritrovato, un festival de cine clásico en Bolonia, Italia. Khoshbakht, todo un amante del cine, suele ser comisario en retrospectivas cinematográficas como la que el año pasado se celebró en el MoMA de Nueva York sobre cineastas iraníes de los setenta.

“Ahmad Jorghanian era un hombre legendario en su tiempo. Era el coleccionista de cine underground más famoso de Irán”, explica Khoshbakht en conversación con El Confidencial mientras se toma (varios) cafés en la cantina de la Cineteca de Madrid. “Además, después de la Revolución, para él fue todo mucho más difícil que para mí, ya que yo ya nací en una realidad que era la que era, y luego pude tratar de hacer otra cosa fuera de esa realidad, pero él nació en una realidad que era distinta y se la cambiaron. Y aunque intentó volver a la realidad de antes, le fue imposible”, comenta este cineasta que tras trabar amistad con el coleccionista llegó a ver las cintas que guardaba y a proyectarlas en cineclubs semioficiales o no oficiales. “Era tan emocionante que muchas veces en lugar de ver las películas miraba a las personas que las estaban viendo”, escribió hace unos meses en un artículo en The Guardian sobre su película.

Celluloid underground es, además de la historia de Jorghanian, una cinta sobre la pasión por el cine -como la que él mismo sintió de niño cuando vio por primera vez imágenes en pantalla grande- y cómo el régimen intentó aniquilar todo lo que no le gustaba. Porque, insiste Khoshbakht, no es que Jomeini prohibiera del todo el cine, sino que prohibió el que no tenía nada que ver con sus preceptos. Como ocurre con las dictaduras.

placeholder El cineasta Ehsan Khoshbakht
El cineasta Ehsan Khoshbakht

“En la época de Stalin y Franco se hizo muchísimo cine, que era además un cine muy popular. Pero era un cine que representaba las ideas del régimen. Lo que buscan los dictadores es prohibir cualquier tipo de cine que se oponga a esas ideas o que proponga ideas distintas, porque si hay una posibilidad de que exista otra cosa, están jodidos. Hay otros países donde no se prohíbe ese tipo de cine, pero se incorporan medidas muy restrictivas al tipo de representación del cuerpo, que es lo que ocurre en Arabia Saudí con la escultura y el cine”, manifiesta el cineasta, que añade que el tipo de cine que producen las dictaduras “no tiene ningún tipo de imaginación. Tienen todos los recursos, pero producen mierda y tienen envidia de los otros que sí tienen imaginación”.

El cine experimental de una mujer

Antes de la Revolución islámica, cuenta el cineasta, en Irán existía un cine “muy diverso”. Había, por un lado, un cine más comercial, muy tipo Bollywood lleno de música, violencia y personajes, sobre todo los femeninos, muy sexualizados, y, por otro lado, la new wave, un cine más modernizado y experimental. Y lo interesante es que este último estaba liderado por una mujer, la cineasta Foruq Farrojzād (1935-1967) que, desgraciadamente, murió a los 32 años en un accidente de coche. Sin embargo, llegó a dejar películas que todavía se estudian en las escuelas de cine como La casa es negra, sobre la leprosería que había en la ciudad de Tabriz. Es un documental que ganó premios en festivales y que se ha comparado con los buñuelescos Las Hurdes o Tierra sin pan. Antes de cumplir treinta años ya era una de las cineastas más aclamadas en Europa.

“En Cellular underground hay un clip de este film de 1956 y quise incluir otro de la española Ana Mariscal para conectar ese cine de mujeres que me parece tan interesante y que en Irán después de la revolución se perdió”, sostiene Khoshbakht.

Hoy las mujeres siguen haciendo cine. Pero como dice este cineasta, no es el cine que ellas quisieran hacer sino el que les marca el régimen

Lo paradójico, no obstante, es que en Irán a día de hoy las mujeres siguen haciendo cine. Pero como dice este cineasta, no es el cine que ellas quisieran hacer, sino el que les marca el régimen. “La paradoja es que la Revolución planteó que la situación para la mujer para hacer cine y vivir la cultura antes de la revolución no era segura. Y si ves las pelis de la época son muy chocantes en lo violento y lo sexual [Khoshbakht lo equipara de alguna manera con el destape español]. Jomeini dijo: no estamos en contra del cine, sino de la prostitución. Equiparó ese cine con la prostitución. Y luego sabemos que el cine siempre ha sido muy inseguro para las mujeres en cualquier país del mundo. Weinstein es la punta del iceberg. El problema llegó cuando el régimen impuso tantas restricciones que cuando las mujeres quieren hacer las pelis que quieren tampoco les dejan”.

Por eso -y, obviamente, por muchas cosas más-, para este cineasta que hace más de una década que no vuelve a su país, lo que ha pasado en su país en los últimos meses con las manifestaciones de las mujeres es lo mejor que ha pasado en los últimos cuarenta años. “Cuando empezaron las manifestaciones empezó a haber también protestas masivas en Trafalgar Square y yo me lancé a la calle. Era la primera vez que me manifestaba y tuve una sensación de liberación y alivio”, sostiene. Ahora bien, no quiere ponerse en el papel de ningún adivino sobre posibles cambios en su país. "Me encantaría predecir que sí, pero ni idea. Cambios hay todo el tiempo, pero esos no lo sé". Ante de vaticinar, prefiere que se siga informando sobre su país "con información que no sea romantizada y que esté anclada en la realidad. Eso lo mejor que se puede hacer para que se entienda la cultura de mi país desde fuera”.

En los primeros meses de 1980, el nuevo régimen iraní se dedicó a quemar un montón de películas como si de los libros de la Bebelplatz de Berlín durante el nazismo se trataran. Muchas de ellas eran de corte contracultural y experimental, las que no les gustaba a los nuevos dictadores (un clásico). Ahmad Jorghanian, que las coleccionaba y guardaba desde los sesenta, intentó poner muchas de ellas a salvo en diversos sótanos a las afueras de Teherán. Pilas y pilas de celuloide en 35 mm. No evitó ser detenido (y torturado) por ello en varias ocasiones. Sobre todo en 1983, cuando el control del régimen sobre la cultura fue absoluto. Jorghanian murió en 2014 y ahora el cineasta iraní Ehsan Khoshbakht (1980), exiliado en Londres desde hace 12 años, le ha rendido homenaje en Celluloid underground, un documental autobiográfico que repasa su figura y lo que llegó a ser el cine iraní antes de la Revolución (y lo que ocurrió después). Otro mundo.

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