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La pobre isidrada rinde un epílogo en honor a Antoñete
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La pobre isidrada rinde un epílogo en honor a Antoñete

Manzanares, Talavante y Ureña comparecen en Las Ventas como remedio a una feria de mucho público y escasas emociones que ha tenido como figura la buena estrella de Borja Jiménez

Foto: El diestro Fernando Adrián sale por la puerta grande tras la corrida celebrada el pasado domingo en Las Ventas. (EFE/Daniel González)
El diestro Fernando Adrián sale por la puerta grande tras la corrida celebrada el pasado domingo en Las Ventas. (EFE/Daniel González)

La feria de San Isidro no ha estado a la altura de las expectativas, ni siquiera cuando Borja Jiménez (7 de junio) y Fernando Adrián (9 de junio) atravesaron in extremis el umbral la Puerta Grande de Las Ventas.

Se reconocían así los méritos de los toreros modestos frente a las discretas prestaciones de las grandes figuras. Morante comparecía de manera fantasmagórica antes de anunciar su retirada temporal. Roca Rey no conseguía enardecer los tendidos. Y los toreros en mejor forma -Daniel Luque, Juan Ortega, Sebastián Castella- se resentían de las decepciones ganaderas de una isidrada que ha congregado mucho público en los tendidos -14 tardes de no hay billetes- y pocas emociones en el ruedo.

La memoria de un mes de toros en Madrid nos remite a la madurez de Miguel Ángel Perera y a la plenitud de Pablo Aguado con el capote, aunque tiene sentido mencionar el pundonor de Román, la inspiración de David Galván, la devoción de Las Ventas a Emilio de Justo, la asepsia estética de Talavante y la irrupción de Jarocho en el escalafón de los novilleros. Decepcionaron muchas de las ganaderías más esperadas -Victorino, La Quinta, Alcurrucén Juan Pedro Domecq, El Puerto, Sorando- y sobresalieron los hierros de Santi Domecq, Fuente Ymbro y Garcigrande, sin menoscabo de algunos toros excepcionales de Baltasar Ibán y de Victoriano del Río.

No hubo manera de sobreponerse a la tiranía del tendido siete en su vociferante dogmatismo ni desquitarse del ajetreo de camareros en los tendidos con el toro en el ruedo. Se bebe más que nunca en la plaza de Madrid, más o menos como si el alcohol desempeñara la misión de hacernos más atractivas las cosas que pasan en el ruedo. Lo decía Woody Allen: bebo para que me parezcan más interesantes los demás.

Foto: La plaza de Las Ventas acoge el evento de presentación de los carteles para la Feria de San Isidro y los galardones Plaza 1. (Europa Press/Eduardo Parra)

Y bien podría convenirse que la ebriedad ha llegado al palco presidencial. Por la arbitrariedad de las decisiones. Por la heterogeneidad del criterio. Y por las injusticias que han penalizado la democracia de los pañuelos. Ninguna tan evidente como la segunda oreja que se le robó a Borja Jiménez en la tarde de su consagración Ha sido el diestro sevillano el triunfador absoluto de la isidrada. Su entrega ante las corridas de Santiago Domecq y de Victorino tuvo como recompensa la carambola excepcional de un torazo de Victoriano del Río en el epílogo del 7 de junio. Se premiaba la pureza y la hondura de su tauromaquia. Y el desgarro con que el diestro de Espartinas ha conmovido el “sistema” en un ejercicio de paciencia y de constancia.

Tienen razón para temerlo las primeras figuras del escalafón. Incluidos Manzanares y Talavante, protagonistas ambos del epílogo que este domingo remata la feria de San Isidro con la última tarde del abono. Les acompaña Paco Ureña y se lidian ejemplares de Jandilla, aunque el protagonista subliminal de la tarde es la figura de Antonio Chenel, Antoñete.

placeholder El diestro Borja Jiménez sale a hombros en la Plaza de Toros de Las Ventas tras una corrida de la Feria de San Isidro 2024. (EFE/Kiko Huesca)
El diestro Borja Jiménez sale a hombros en la Plaza de Toros de Las Ventas tras una corrida de la Feria de San Isidro 2024. (EFE/Kiko Huesca)

Le debe la plaza de Madrid un monumento en el perímetro de Las Ventas -las tienen Antonio Bienvenida, Luis Miguel y El Yiyo-, tanto por sus proezas remotas -la faena al toro blanco de Osborne (1966)- como por el revulsivo que supuso su reaparición en los ruedos en los años ochenta, cuando lo idolatraron los artífices de la movida y los rapsodas del punk.

Un torero de épocas y de época fue Antoñete. Y un tótem de Madrid que se crio de chaval en Las Ventas y cuya capilla ardiente se instaló en la plaza misma (2011) para que lo despidieran con honores los aficionados.

Antoñete fue un torero de elegancia y de empaque. Un geómetra de la distancia y de los terrenos. Un matador de enorme pureza y de tauromaquia esencial: el natural largo, el derechazo hondo, la media verónica abelmontada. Nadie le impactó más que Manolete. Nadie le influyó más que Rafael Ortega. Y ninguna otra plaza como Madrid le fue más dura ni leal.

La terna que lo homenajea en Las Ventas no puede considerarse particularmente sensible al antoñetismo. Parece un homenaje circunstancial que deriva la presión a la crisis de identidad de Manzanares, al desamparo de Ureña y a la situación especulativa de Talavante. Es verdad que el diestro extremeño ha tocado pelo en la reciente isidrada, pero los toros excelentes que ha tenido a su disposición -El Puerto, Juan Pedro, Santi Domecq- hubieran merecido faenas de mayor envergadura.

La feria de San Isidro no ha estado a la altura de las expectativas, ni siquiera cuando Borja Jiménez (7 de junio) y Fernando Adrián (9 de junio) atravesaron in extremis el umbral la Puerta Grande de Las Ventas.

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