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¿Es usted un 'burgués pobre' o un 'trabajador acomodado'? Las lecciones de 1848
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ENTREVISTA

¿Es usted un 'burgués pobre' o un 'trabajador acomodado'? Las lecciones de 1848

El historiador Christopher Clark repasa en su nuevo libro el periodo en el que Europa se vio sacudida por numerosas revoluciones y las similitudes de esa época con el momento actual

Foto: Grabado de Verleger del Parlamento de Frankfurt entre 1848 y 1849, durante el periodo de la revolución.(Getty Images)
Grabado de Verleger del Parlamento de Frankfurt entre 1848 y 1849, durante el periodo de la revolución.(Getty Images)

En 1836, dos médicos de la ciudad de Nantes, Ange Guépin y Eugène Bonamy, expertos ambos en salud pública, redactaron un libro titulado Modos de existencia de las diversas clases de la sociedad de Nantes, en el que establecían ocho clases sociales, que no coincidirían con las que posteriormente serían popularizadas por el filósofo Karl Marx.

Según Guépin y Bonámy, la primera clase la formaban simplemente "los ricos", seguida por cuatro niveles de la burguesía: la "alta burguesía", la "burguesía próspera", "la burguesía necesitada" y la "burguesía pobre", mientras que en la base de la pirámide situaban tres clases de trabajadores: los "acomodados", los "pobres" y los "miserables".

La "burguesía necesitada" resultaba ser una de las clases menos felices, según los médicos franceses. Integrada entre otros por empleados, profesores, oficinistas, y tenderos, sus vínculos con las clases más altas les obligaban a gastar por encima de sus posibilidades, lo que paradójicamente les abocaba a una de las más estrictas economías de todos los estratos. Por su parte la "burguesía pobre", que ganaba poco más que la clase obrera top, tenía como modo de vida "sobrevivir en el presente y angustiarse por el futuro", mientras que los "trabajadores acomodados" —albañiles, carpinteros, ebanistas— vivían sin preocuparse por el futuro y hasta con cierta alegría pensando en el logro de que sus familias estuvieran bien vestidas y alimentadas.

Cuando redactaron su estudio, Guépin y Bonamy estaban a las puertas del proceso revolucionario más internacional que ha haya existido nunca en Europa, cuando de forma espontánea se coordinaron —valga la contradicción— insurrecciones en España, Francia, Italia, Dinamarca y Sicilia, entre otros, con una amalgama de actores que al final resultarían estar aliados contra natura, especialmente entre liberales burgueses, con sus parlamentos no representativos y los radicales demócratas, pujando por la inclusión de toda la sociedad: los antisistemas de entonces de alguna forma "Los liberales reverenciaban los Parlamentos y miraban con puntillosa preocupación hacia los clubes y asambleas de los radicales, que se les antojaban parodias de la sublime cultura procedimental de las cámaras debidamente elegidas y constituidas…"

placeholder El historiador Christopher Clark (Cedida).
El historiador Christopher Clark (Cedida).

Todo esto lo cuenta Christopher Clark en Primavera revolucionaria. La lucha por un mundo nuevo 1848-1849 (Galaxia Gutenberg), El Confidencial ha hablado con el historiador tras su reciente conferencia en la Fundación Rafael Pino, en un momento en el que otra suerte de transformación y cambio agita Europa: desde actores populistas que aborrecen los canales de representación clásicos y asaltan las conciencias y los parlamentos a través de las redes sociales hasta una extrema derecha que reniega, en fin, de los mismos instrumentos liberales y de instituciones como el propio Parlamento de la UE, donde, sin embargo, presenta sus candidaturas.

Para Clark, que ha elaborado un detallado y extenso estudio de una etapa crucial para Europa, el neoliberalismo y la veneración de los mercados ha fracasado, lo que nos abocaría ahora a una suerte de transformaciones, si no de revoluciones, que den encaje a las frustraciones que surgen con fuerza y que recogen populismos y partidos extremistas. Lo increíble de aquella primavera de 1848 es que aunque fuera efímera resultaría duradera —valga de nuevo la contradicción— y hasta extremos inimaginables, comenzando por la última de las contradicciones del periodo: serían los propios contrarrevolucionarios "los albaceas" de las demandas de los movimientos insurreccionales. Si hubo un legado duradero de los revolucionarios liberales fueron las constituciones que aún hoy marcan el devenir político y social.

PREGUNTA.- Algo así ocurre ahora con la izquierda moderada. Una de las razones que se suelen esgrimir para explicar el declive de los partidos socialistas (socialdemócratas) en toda Europa (España es una excepción) es que los logros de la socialdemocracia ya se han incorporado desde hace décadas, por lo que lógicamente ha habido un giro hacia los conservadores, quienes ahora se ven amenazados por los ultras...

RESPUESTA.- Lo interesante ahora es que sabemos que hemos estado viviendo en el apogeo y posiblemente el final de la época neoliberal. El neoliberalismo de hecho fue una forma de liberalismo que aprendió las lecciones equivocadas de 1848. Dio la espalda a las demandas sociales de la izquierda y pensó que se podía hacer política enteramente en torno a los mercados. La apertura del crédito creó un entorno en el que el capital podría florecer, lo que eventualmente produciría buenos resultados para todos. Pero ese sueño, sencillamente, no se ha hecho realidad. Y ahora somos muchos los que somos críticos con el neoliberalismo. Un libro como el estudio del capitalismo de Thomas Piketty da buena cuenta de ello, no es solo el libro en sí, sino que el enorme interés global en las ideas de Piketty es un síntoma de que el neoliberalismo ya no parece creíble, ni siquiera en las mentes de la intelectualidad occidental. Así que estamos nuevamente en una fase de transformación y cambio.

"Hemos estado viviendo en el apogeo y posiblemente el final de la época neoliberal"

P. ¿Cómo sería ese cambio? Una de las cuestiones más interesantes de la primavera de 1848 es que hay una alianza para demoler viejas estructuras entre dos grupos bien distintos como puede ser una burguesía acomodada que ha logrado grandes cambios frente al Antiguo Régimen y una emergente clase trabajadora que en realidad no comparte los mismos objetivos…

R. Sí. Ese fue el diagnóstico de Karl Marx, que se trataba de una revolución que fue destruida por un conflicto de clases. De hecho, las revoluciones son más complejas que eso. Había una amplia gama de intereses diferentes, pero es cierto que esta revolución fue impulsada por objetivos liberales y que derivó en un conflicto entre liberales y radicales. Lo que querían los liberales era libertad de prensa, parlamentaria, gobierno constitucional, respeto a la ley, igualdad ante la ley, etc., que son los grandes logros del liberalismo del siglo XIX y que tienen que ver con estas instituciones de política representativa, pero no eran demócratas, a diferencia de los radicales que sí lo eran. Los liberales eran elitistas y solo querían otorgar derechos a una elite contribuyente relativamente pequeña. Los radicales querían otorgar derechos, si fuera posible, a toda la población masculina, además de abordar demandas sociales, no solo políticas. Querían que la cuestión de la justicia social se integrara en la elaboración de constituciones, algo que rechazaron los liberales. Este fue el mayor conflicto y una de las razones por la cual los movimientos que comenzaron con furia en la primavera de 1848 se desmoronaron muy rápidamente en verano. El famoso diagnóstico de Marx, que solo los días de primavera eran los de la unanimidad. Pero era una ilusión. Lo que ocurrió en el verano fue que la máscara de la política de clases de la burguesía liberal se cayó. Y todo el mundo pudo ver que, básicamente, no se trataba de una empresa unánime, sino profundamente dividida. En ese sentido, Marx tenía razón.

P. Hablando de Marx, en el Manifiesto Comunista elaborado muy poco después de la primavera revolucionaria, en 1849, él mismo hace un diagnóstico de la revolución del capital, de la burguesía, de ese periodo anterior, totalmente elogioso en el sentido de que realmente hace evolucionar a la sociedad, sólo que para él es tan solo un trampolín.

R. Absolutamente. Mucha gente lamentó el fracaso de los objetivos radicales en el verano de 1848. El episodio más terrible fueron las jornadas de junio en París, donde miles de trabajadores montaron una insurgencia condenada al fracaso contra el nuevo Partido Liberal, contra el nuevo gobierno provisional de la República. Esa insurrección fue reprimida violentamente por el nuevo orden revolucionario. Así, en Francia, la revolución, en cierto sentido, se boicoteó a sí misma y muchos quedaron consternados por esto. Estaban afligidos por la violencia, el patetismo del terror, el derramamiento de sangre en la ciudad. Pero en cambio, Marx vislumbró en esta violencia un momento de extraordinaria clarividencia para él. No había nada que lamentar al respecto: simplemente era parte del viaje hacia un futuro en el que los fundamentos materiales de la vida humana serían más visibles y la política, fundada en una comprensión científica de las fuerzas sociales, sería capaz de moldear los destinos humanos. Para Marx todo eran datos. Todo era evidencia que debía ser reunida para el procesamiento intelectual. No perdió el tiempo, llorando junto a la tumba de los trabajadores muertos. Estaba más interesado en comprender cuáles serían las lecciones de este episodio efectivamente para el futuro. El trampolín hacia la verdadera revolución.

P. Si hay algo que define la época de las revoluciones de 1848 es que está imbricada en un movimiento inconfundible en Europa en ese momento, el romanticismo, con todo lo que implica para bien y para mal. Las emociones y la pasión por los ideales deforman en ocasiones la realidad e impregnan todo ¿No estamos ahora de nuevo en una época de emociones? ¿Cómo afectó ese pensamiento a las demandas revolucionarias?

R. Me alegra mucho que hayas mencionado el romanticismo, porque esa es sin duda la era romántica. Las décadas de 1820, 30 y 40 son el punto culminante del romanticismo europeo, absolutamente. Y las revoluciones están marcadas por este sustrato romántico en la política: una tendencia a la retórica extrema, a posturas teatrales, a altos niveles de emoción y a apelar a los sentimientos más que a la razón. Esto, como sabes, es una característica fundamental de la política de 1848. Pero, ¿qué sucede? Creo que lo interesante de 1848 es que también representa precisamente el fin de esa política romántica, porque en la década de 1850 vemos a la gente alejarse de lo conflictivo. La palabra es el tipo de política apasionada de la década de 1840 que buscaba conflictos, grandes oposiciones. Esa forma de política se vuelve obsoleta y la gente, en cambio, avanza hacia algo más gerencial, algo más tecnocrático, más basado en la experiencia. A un análisis cualitativo. Las estadísticas se vuelven mucho más importantes.

(Inciso: ese momento se materializa a la perfección en la 'Canción de Robert Blum', que más bien podríamos rebautizar como 'Canción (triste) de Robert Blum', un episodio del que Christopher Clark da buena cuenta en su libro y que tiene como protagonista al diputado parlamentario radical alemán Robert Blum, epítome del revolucionario de las clases medias que pierde su vida en aras de ideales románticos. En la madrugada del 9 de noviembre de 1848, cuenta Clark, camino a ser ejecutado a las afueras de Viena por un pelotón de fusilamiento, Blum derramó una lágrima. Cuando el oficial le comentó "No tema, durará un instante", Blum que hizo caso omiso del intento de consolarle y respondió: "Esta lágrima no es la del diputado parlamentario de la nación alemana Robert Blum. Esta es la lágrima del padre y del marido").

placeholder Portada de 'Primavera revolucionaria: La lucha por un mundo nuevo 1848-1849', el nuevo libro del historiador Christopher Clark.
Portada de 'Primavera revolucionaria: La lucha por un mundo nuevo 1848-1849', el nuevo libro del historiador Christopher Clark.

P. De hecho, hemos vuelto a una política claramente dirigida por las emociones y la apelación en los discursos, ya sean de derecha o izquierda, fundamentalmente a la emoción. Nadie enarbola una propuesta basada en la racionalidad…

R. Volvemos a las emociones, sí. Creo que esto es muy interesante. Una cosa en la que he estado meditando es en si no deberíamos pensar en la historia europea como una secuencia de momentos románticos seguidos de momentos tecnocráticos. Uno de ellos fue la era napoleónica. Napoleón fue un gran tecnócrata, que diseñó nuevos sistemas mediante la aplicación de la ley y la administración. Lo hizo para escapar de las profundas y en cierto modo hiperviolentas contradicciones de la Revolución Francesa. Y después de 1848, para escapar de la revolución, las élites adoptan una forma tecnocrática de gobierno basada en técnicas cuantitativas y estadísticas e inversiones en infraestructuras, etc. Creo que lo mismo vuelve a suceder hasta 1989. Primero desde la Segunda Guerra Mundial en los años cincuenta, con otra vía tecnocrática y otra después de 1989, con el fin de la Guerra Fría y la caída del Muro de Berlín. Ahora mismo quizás estemos ante un momento en el que la tecnocracia está siendo desafiada por una nueva política de identidad y emoción. Definitivamente.

P. Aunque técnicamente podemos decir que las revoluciones de 1848 fracasan y son absorbidos por los contrarrevolucionarios, en tu libro explicas que son ellos mismos los que hacen suyos algunos de estos preceptos y sn duda uno de los más duraderos es la idea de las constituciones

R. Este es un punto realmente importante porque la Constitución de 1848 es un logro muy duradero. La constitución danesa actual sigue siendo la constitución del 5 de junio de 1849, que fue redactada para afrontar el desafío de la revolución. La constitución holandesa se remonta al primer movimiento revolucionario, con muchas revisiones, por supuesto, y enmiendas. Pero sigue siendo el mismo, efectivamente, el mismo orden constitucional. El Estado suizo moderno se funda en 1848. La constitución nacional italiana, es decir, la de la primera monarquía italiana unida, es, en efecto, la que fue promulgada por el estado de Piamonte en marzo de 1848. Así, una y otra vez encontramos constituciones, leyes y ordenamientos jurídicos que sientan las bases de las democracias modernas, porque contienen leyes electorales y leyes sobre la periodicidad del parlamento y las campañas electorales, etc. Son leyes extremadamente importantes y son logros muy duraderos. Y eso es un recordatorio de dos cosas: primero, que las revoluciones de 1848 no fueron una sola, no son simplemente un fracaso, no es verdad. Sus consecuencias son demasiado profundas. Y el segundo punto es que, aunque uno puede ser muy crítico con los liberales (y Marx fue muy crítico con ellos), les debemos los grandes logros de la política parlamentaria representativa, su pensamiento liberal y los argumentos liberales que produjeron estas instituciones. Ni la izquierda ni la derecha estaban interesadas en este tipo de innovaciones. Es un logro liberal y es un logro de tremendo valor.

A los liberales les debemos los grandes logros de la política parlamentaria representativa, su pensamiento liberal y los argumentos liberales que produjeron estas instituciones

P. Más que en momento de cambio,¿estamos ante un periodo prerrevolucionario?

R. Es una pregunta muy interesante. ¿Estamos en un momento prerrevolucionario? Se suele describir nuestra situación actual como una crisis electoral. Con esto quiero decir que hay numerosas crisis simultáneas: la crisis del cambio climático, que obviamente es una amenaza existencial de un tipo sin precedentes; el problema de la desigualdad social y la precariedad, un problema que hace que incluso personas que están trabajando, con dos o tres empleos, aún así no pueden ganar lo suficiente para sostener a sus familias de manera digna; la preocupación por la pérdida de cohesión social y la amenaza que eso representa para los órdenes democráticos liberales... Todas estas crisis están sucediendo al mismo tiempo que se profundiza la tensión geopolítica en un mundo cada vez más multipolar y que además es cada vez más impredecible y difícil de leer. Y tenemos nuevos actores regionales emergentes: Irán, Turquía... un sistema genuinamente multipolar. Dijimos adiós a la estabilidad bipolar el año en que cayó Gadafi y, en cambio, pasamos a algo mucho más inestable y mucho menos predecible. En ese sentido, nos hemos movido, paradójicamente, de regreso al mundo del siglo XIX, en el que jamás conocieron nada que no fuera así. Hemos vuelto a una situación de confusión, de disolución de la disciplina partidista. Los grandes partidos se están desmoronando. Los liberales, socialdemócratas y conservadores. Al menos en el Reino Unido y en los Estados Unidos de América. Y vemos desarrollos similares en otros lugares.

En 1836, dos médicos de la ciudad de Nantes, Ange Guépin y Eugène Bonamy, expertos ambos en salud pública, redactaron un libro titulado Modos de existencia de las diversas clases de la sociedad de Nantes, en el que establecían ocho clases sociales, que no coincidirían con las que posteriormente serían popularizadas por el filósofo Karl Marx.

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