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El único festival que aspira a tener cada vez menos público muestra cuál puede ser el futuro
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UN TALLER DE PRUEBAS

El único festival que aspira a tener cada vez menos público muestra cuál puede ser el futuro

El Sonidos Líquidos en Lanzarote celebró su edición número 14 el pasado fin de semana haciendo todo lo contrario que hacen los macrofestivales

Foto: El recinto de Sonidos Líquidos, el pasado sábado.
El recinto de Sonidos Líquidos, el pasado sábado.
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Los cinco jóvenes componentes de Deadletter, que tienen pinta de no haber cruzado el Támesis en su vida, se mueven por el backstage de Sonidos Líquidos como pulpos en un garaje. Cogen unas camisetas de la banda, se suben a un poste y como vendedores callejeros las empiezan a vender como comerciantes en un mercadillo. Lo más probable es que cuando vuelvan a su casa les digan a sus compañeros que hay que tocar en el Sonidos Líquidos, que hay vino, buen rollo y el sitio mola de la hostia: un escenario en mitad del desierto volcánico de Lanzarote, al lado del Timanfaya.

El backstage no es el típico backstage de un festival. Son apenas unos metros cuadrados llenos de tenderetes y casetas acondicionadas para alojar a un puñado de artistas en la parte trasera de una de las bodegas de La Geria, esa zona volcánica de la isla canaria donde los locales descubrieron hace siglos que si plantaban viñas en el suelo volcánico y las protegían del viento obtendrían uno de los vinos malvasía que hoy son seña de identidad de la isla.

Hoy La Geria alberga uno de los festivales más excepcionales de toda Europa, que desde 2013 convoca a un pequeño listado de artistas nacionales e internacionales en mitad del lunático paisaje lanzaroteño. Este año, ante un sold out de apenas 2.800 asistentes, un aforo semejante al de La Riviera en Madrid o Razzmatazz en Barcelona, para ver y escuchar a Xoel López, Carlangas y los Cubatas o Calequi y las Panteras.

Es uno de los pocos festivales, tal vez el único, en decrecer voluntariamente, como explica a El Confidencial su director y fundador, Netfalí Acosta. "Este año, como hicimos el anterior, hemos seguido reduciendo el aforo, de 3.200 a 3.000 y ahora 2.800", señala. Aunque podrían meter hasta 4.000 personas, no han caído en la tentación. Las entradas, bastante asequibles (50 euros) se agotaron meses atrás. "La demanda es alta, pero lo que queremos es preservar este entorno, podríamos irnos a otro sitio, pero ya no sería Sonidos Líquidos, porque lo que queremos es ofrecer calidad, no cantidad".

"Somos un festival 'boutique', nadie quiere que lo traten como un número"

El promotor lo tiene claro, el verdadero cabeza de cartel no son los grandes nombres como López (ni cabezas de cartel de otros años como Vetusta Morla, Crystal Fighters, Dorian, Arde Bogotá o Love of Lesbian) sino La Geria, una bodega donde nadie habría pensado que podría celebrarse un festival. Es un festival boutique, es decir, algo más pequeño y exclusivo para un público reducido. "Es una tendencia europea que también se está consolidando en España, y creo que hay un público que busca disfrutar con la garantía de que no le traten como un número más", explica.

Lo que está claro es que es un modelo que aspira a la sostenibilidad (medioambiental, pero también económica y social) que va en contra del modelo de macrofestivales que se ha impuesto en los últimos años. Una alternativa que no aspira a tener cada vez más público, ni a extenderse como una franquicia, ni a competir con el resto de propuestas locales para llevarse en exclusividad a los grandes artistas, sino ofrecer una pequeña experiencia (de un día, apenas unas horas) en condiciones de cierta comodidad y respeto al entorno. No hay nombres de cadenas de ropa ni de grandes cerveceras ni de compañías de móviles en el festival, tan solo de negocios locales.

placeholder Ale Acosta y Las Revoltosas.
Ale Acosta y Las Revoltosas.

Es uno de los contados festivales españoles evaluados por A Greener Festival, una ONG británica que reconoce a los medioambientalmente sostenibles y este año recibió el galardón al Festival con mejor Contribución a la Sostenibilidad de España de los Iberian Festival Awards. Solo se puede acceder al recinto en guagua y la energía utilizada en el festival está producida por placas fotovoltaicas. La sostenibilidad es su imagen de marca en un momento en el que el compromiso de muchos festivales está cada vez más deteriorado.

Local, pero no localista

El plato fuerte del festival, al menos en lo emocional, fue la presentación de El Porvenir de Ale Acosta. El apellido no es casualidad: el productor que forma parte del dúo Fuel Fandango es hermano del organizador del festival, una de las familias con más ascendencia en la isla. Su último trabajo mezcla electrónica tradicional con los sonidos lanzaroteños y la participación de otros cantantes del archipiélago, como la palmera Valeria Castro. Una de sus canciones evoca la playa de Famara, a menos de media hora en coche del festival.

Al final del concierto, Acosta invitó a subir al escenario a las mujeres de la murga femenina Las Revoltosas del centro cultural San Bartolomé, una pequeña localidad a unos kilómetros del festival donde se conocieron sus padres. Todo queda en casa, pero aspira a llegar al mundo entero: siempre hay grupos internacionales con la intención de que "no parezca un festival localista", como explica su director. Este año, sin ir más lejos, se podía ver a los coloristas GusGus y sus plataformones y trajes plateados paseando entre los puestos de comida y bebida. Es uno de esos contados festivales en los que los artistas se atreven a mezclarse con la gente sin miedo a ser avasallados.

Sin ayuda pública, el festival no se podría montar en las mismas condiciones

Este año, alrededor del 60 % de los asistentes al festival han llegado de fuera de la isla. De ellos, alrededor del 70 % son del resto del archipiélago, además de público británico, francés, alemán o italiano que repite año tras año y que intenta encajar sus vacaciones con el festival, uno de esos donde la gente compra la entrada sin necesidad de conocer el cartel. También, donde las mujeres (58 %) superan a los hombres (42 %) y la edad media es de unos 40 años. Hay un poco de todo, desde chavales que apenas han cumplido la mayoría de edad (o ni siquiera lo han hecho) a algún que otro yayo que se ha acercado a ver de qué va la cosa.

El festival nació en 2013 como una ambiciosa evolución de los Belingueos, unas fiestas dominicales celebradas en bodegas de la isla donde la cata de vinos se mezclaba con la música en directo. En aquella ocasión, el cabeza de cartel fue Fuel Fandango, por lo que en cierto modo, el concierto de Ale Acosta cierra un ciclo. Su hermano Neftalí es uno de los grandes constructores de la isla y desde hace 17 años es presidente de la Asociación de Constructores de Lanzarote, un negocio que le viene de familia.

¿Y esta fiesta quién la paga?

Sostenibilidad, precios bajos, aforo limitado… Acosta no engaña a nadie: el festival no sería posible sin una larga lista de patrocinadores que abarca desde el Ministerio de Industria y Turismo hasta el Gobierno de Canarias pasando por el Cabildo o el Ayuntamiento de Yaiza, incluidos fondos Next Generation. Aunque estos fondos no pueden usarse para esta clase de eventos, Canarias, al estar calificada como una región ultraperiférica por la UE, es una excepción.

placeholder Los chalecos Vibro para sentir la música.
Los chalecos Vibro para sentir la música.

"Sin ayuda pública, montar un festival en las islas (con los consiguientes gastos de empresas de sonido o de infraestructura) es difícil que solo con taquilla pueda sobrevivir un festival así", reconoce. El objetivo no es tanto el beneficio económico como dar a conocer Lanzarote desde un punto de vista cultural y gastronómico, con la mente puesta en otro tipo de turista diferente al que abarrota Puerto del Carmen o Costa Teguise.

Precisamente por eso mismo, el festival es un pequeño laboratorio de pruebas. Este año ha introducido unos vasos reutilizables de Xipcup con chip de trazabilidad para garantizar que el vaso se usa el máximo número de veces. O ceniceros portátiles para evitar que la gente tire la ceniza de sus cigarros en el suelo volcánico. Además, hay un grupo de sordomudos ataviados con mochilas que les permiten sentir la música, aunque no puedan oírla. Más que un modelo alternativo de festival, quizá Sonidos Líquidos sea más bien un banco de pruebas de aquellos inventos que más pronto que tarde se implantarán en los festivales de mayor tamaño, preocupados por una crisis de reputación (contaminación, ruido, precios) a la que tendrán que enfrentarse más pronto que tarde.

Lanzarote no puede llenarse más

Los retos a los que se enfrenta Sonidos Líquidos son los mismos a los que se enfrenta la propia Lanzarote, como reconocía Ale Acosta durante la jornada de presentación del festival, que tuvo lugar en el islote de Fermina, diseñado por César Manrique en los años setenta y que ha estado cerrado hasta hace poco: el músico empieza a percibir que, como ocurre con otras partes de Canarias, la masificación turística de Lanzarote amenaza con llegar a la saturación.

El festival se enfrenta a los mismos retos que la propia Lanzarote

Si Manrique es un icono de la isla es, no solo por haber dejado su imprenta en todos y cada uno de sus rincones, sino por haberse manifestado abiertamente en contra de la masificación turística, por ejemplo, impulsando a finales de los sesenta y principios de los 70 una reglamentación que impedía las construcciones en altura, prohibía la publicidad en las carreteras o fijaba el color (blanco) de las casas para evitar que el turismo se llevase por delante la personalidad local.

Paisajes Líquidos comparte ese espíritu. "En general, la manifestación del 20 de abril es el sentir de la mayoría de nosotros: yo sigo queriendo que venga el turismo, o sea, no soy para nada turismofóbo, pero hay que buscar un equilibrio", responde el director del festival. "No podemos morir de éxito. En Lanzarote tenemos una particularidad, que es que prácticamente el 50 % del territorio está protegido, y hay que buscar un equilibrio entre lo que tenemos en la isla y lo que el público y el turista quieren". Algo semejante ocurre con su festival, que ha crecido hasta alcanzar un tamaño manejable en el que piensan mantenerse.

Cada año, Neftalí Acosta se dirige desde el escenario a su staff para darle las gracias y pedirles que disfruten, porque va a ser el último año. Así ha sido también este. "Hoy te digo que no lo voy a hacer más", bromea. "Siempre tengo un vacile con el público y el equipo, porque los días previos son muy estresantes y porque montar esto en una bodega que tiene actividad es muy lioso, así que siempre me digo que qué necesidad tengo yo de esto". Pero luego se encienden las luces a las dos de la mañana (no más tarde: hay que respetar los límites de intensidad lumínica estipulados en la isla), se le pasa y pone a pensar en qué grupos traerá el año que viene. Concretamente, el 7 de junio de 2025.

Los cinco jóvenes componentes de Deadletter, que tienen pinta de no haber cruzado el Támesis en su vida, se mueven por el backstage de Sonidos Líquidos como pulpos en un garaje. Cogen unas camisetas de la banda, se suben a un poste y como vendedores callejeros las empiezan a vender como comerciantes en un mercadillo. Lo más probable es que cuando vuelvan a su casa les digan a sus compañeros que hay que tocar en el Sonidos Líquidos, que hay vino, buen rollo y el sitio mola de la hostia: un escenario en mitad del desierto volcánico de Lanzarote, al lado del Timanfaya.

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