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Cómo hacer una película para estafar a las instituciones públicas ¿con su connivencia?
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Hernán Migoya

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Cómo hacer una película para estafar a las instituciones públicas ¿con su connivencia?

Ya van a cumplirse varios lustros desde que robé mi propia película a mis productores y la volqué en internet para que fuera libre, antes de que ellos la enterraran del todo para que nadie investigara en su turbia financiación

Foto: Imagen de archivo de un cine en pandemia. (EFE/Kiko Huesca)
Imagen de archivo de un cine en pandemia. (EFE/Kiko Huesca)
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En este caso, me llamaron un día a una productora barcelonesa para ofrecerme dirigir mi primera película a cambio de seis mil euros. Un servidor, que es muy pobre y muy de pueblo, aceptó. Se trataba de un encargo, pero yo podía llevarlo, supuestamente, al terreno creativo que deseara. Sólo debía cumplir una premisa técnica que en sí misma tenía tela: el reto estribaba en concebir un filme nuevo que integrase también media hora de imágenes que ya tenían rodadas de otro proyecto previo frustrado. Yo acepté ese desafío, debido a mis ganas treintañeras por estrenarme como director, y creé un argumento a tal fin. Supuestamente, el argumento gustó tanto a mis productores que esas imágenes endilgadas se acabaron descartando y pude plantear hora y media de secuencias originales.

Sin embargo, en preproducción ya nos encontramos con varios problemas inesperados. No sé si es que impuse demasiados condicionamientos que obligaban a elevar el presupuesto previsto (que durante dicha etapa de preproducción nunca se me permitió conocer a ciencia cierta); la cuestión es que poco antes de rodar lo pararon todo y me comunicaron que yo no podía dirigir la película, hasta el punto de que prefirieron ofrecérsela al director de fotografía, un profesional que me habían impuesto en su momento y que también se hubiera estrenado como realizador novel. Para mi pasmo, el muchacho aceptó sin pestañear ser mi Judas Iscariote y tomar las riendas del proyecto. Yo me enroqué y les dije que por contrato era el director y que si no llevaba el timón, prefería que la película no se hiciera. Seguramente movidos por la presión acuciante de la pasta ya invertida o las altas miras de sus expectativas económicas, echaron marcha atrás, me reaceptaron al frente, me subieron el sueldo, le pegaron una patada al director de fotografía y metieron a otro más leal a mí.

Ya había sobre su mesa demasiado en juego, mucho más de lo que yo imaginaba…

Una realidad de Mortadelo

Aunque era una comedia, el rodaje fue de terror, porque las restricciones de todo tipo se sucedían constantes y en el formidable equipo artístico y técnico que formamos nunca sabíamos si la película se podría terminar. Los tipos que la financiaban continuamente me amenazaban con cortarla y me levantaba cada nuevo día de trabajo pensando que sería el último. Una semana antes de concluir la filmación, me dijeron que se tenía que acabar ya y me obligaron a finiquitar de golpe, dejando fuera un par de secuencias vitales para la comprensión de la trama. Yo ya llevaba tiempo con la mosca tras la oreja y sospechando que aquello era una simple triquiñuela para conseguir un dinero de más de las arcas del Estado, pero quería hacer mi peli, creía en ella y disfruté mucho haciéndola.

Tras varios tiras y aflojas y después de mantener congelado el material rodado durante meses, accedieron a que rodara las secuencias que faltaban y, como pudimos (aplicando postizos a los actores para simular los mismos peinados del rodaje original), terminamos nuestro cometido. Luego empezó otra ordalía: mi batalla por lograr que la película fuera vista, cuando quedó claro que sus productores eran los primeros interesados en que nadie supiera de su existencia.

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Terminada de montar, la mostré en varios espacios pertinentes: al director del Festival de Terror de Donosti le gustó mucho, pero por desgracia mi cinta no pertenecía al género de terror, al menos no voluntariamente; a los responsables del Festival de Gijón les horrorizó, una lástima que su especialidad no fuera ese género; al final, un festival más grande la aceptó. Cuando mis productores se enteraron de que la película iba a tener tamaño escaparate de partida, se echaron a temblar y me convocaron de urgencia. De pronto, sentado en su despacho, escuché al capitoste de la productora decirme LITERALMENTE esto, en un momento digno de Mortadelo y Filemón:

—Durante la rueda de prensa del festival, o si te pregunta algún periodista, tienes por favor que decir que la película está rodada en catalán, pero TAN BIEN doblada al castellano, que parece que sea el castellano el idioma en que está rodada. Pero no: ¡la hemos rodado en catalán!

Lo cual, claro, era una absoluta mentira. Obviamente, estaban recibiendo un dinero institucional como película rodada en catalán. Lo que no me cabe en la cabeza es cómo pretendían que los periodistas especializados que había concentrados en el festival fueran tan ingenuos como para tragarse el embuste de que la película había sido filmada en catalán, cuando resultaba obvio que no era así. Un doblaje es un doblaje y canta a la legua.

Por descontado, en la rueda de prensa no se me ocurrió decir ese disparate ni seguí esa directriz impuesta.

La ópera prima de un director primo

Para entonces, ya tenía claro que mis propios productores querían sabotear el estreno de la película y toda posibilidad de que fuese conocida y comentada. Yo deseaba que contara con una distribución adecuada, pero ellos no querían que así fuera. Un día recibí la llamada de un "garganta profunda" del sector del cine que me explicó cómo funcionaba todo:

—Mira, este es un tinglado que lleva años en marcha: esa productora únicamente presenta películas con directores noveles, porque el Ministerio de Cultura cubre una tercera parte del presupuesto que les presentan para óperas primas. ¿Dónde está el truco? Yo he accedido al presupuesto de tu película, al real y al fabulado. Ellos presentan uno fabulado a las subvenciones, con números falsificados: en realidad han invertido 100.000 euros en tu rodaje, pero en el presupuesto oficial multiplican esa cifra por diez. Es decir, han presentado una producción que supuestamente les ha costado un millón de euros. Pues bien, el Estado cubre un tercio de ese millón. Con lo cual ya han triplicado con creces lo que de verdad invirtieron.

Foto: Imagen de archivo de una sala de Cine de La Habana. (EFE/Ernesto Mastrascusa)

Súmale a eso que la película recibe una ayuda de la Generalitat de Catalunya por estar rodada en catalán sin estarlo, cosa que también podría ser habitual, pues presentan como original una versión doblada, y ahí se llevan ciento ochenta mil euros más. Presuntamente esa operación la han hecho varias veces con varias producciones. O sea, un chollo. Y para justificar esas subvenciones sólo tienen que estrenar en alguna sala de cine olvidada en algún pueblo perdido, comprar la taquilla a algún exhibidor para justificar el mínimo de entradas vendidas que el Ministerio exige, y listo. De hecho, no quieren que tu película se estrene en más de un cine para no llamar la atención. Prefieren pasar desapercibidos para seguir repitiendo la fórmula.

Sabiendo esto y sin mostrar mis cartas, presioné a la productora para que la película sí se estrenara en varios cines. Me prometieron que así sería (me garantizaban un mínimo de copias en 35 mm para cubrir varias salas) y yo mismo redacté una nota para que convocaran a la crítica y periodistas especializados a un pase de prensa en Madrid. Ese fue el último toque de cutrerío digno del universo Ibáñez que me vi obligado a presenciar: al pase de prensa que la productora supuestamente organizó para todos los plumillas cinematográficos de la capital sólo acudieron DOS críticos. Uno de un diario importante al que yo mismo había llamado personalmente; y otro de otro diario importante, que ya estaba conchabado conmigo —junto a un redactor cultural que me ofreció ese medio como plataforma de destape del timo— para tirar de la manta y denunciar públicamente aquella previsible estafa de dinero público. Ningún otro periodista se presentó a aquella pantomima de pase de prensa, porque seguramente ninguno fue en verdad convocado.

Una película en castellano que solo "existe" en catalán

La publicación de esa denuncia pública trajo consigo ríos de tinta y de insultos contra mí. Primero me llamó el director de Industrias Culturales, que empezó a gritarme sin miramientos ni respeto alguno: "¡Esto no se hace así! ¡Esto se denuncia en el juzgado! ¡¡¡Esto no se hace a través de la prensa!!!". Claro, claro, un hijo de carpintero y nieto de minero se va a meter a un juicio interminable con señores empresarios para defender al Ministerio de Cultura, que es la institución estafada. Luego me llamó la ministra, que al menos no me insultó: al contrario, muy comedida y educada me aseguró que harían lo posible para llegar al fondo de ese asunto. Nunca volví a saber de ella.

Por mi parte, traté de que la película pudiera verse en las salas prometidas y promocionar su existencia todo lo posible, pero los diarios no la incluían en su información. Un crítico de la revista de cine más popular de España me confió que la había logrado ver y que le había encantado, hasta el punto de escribir una encendida reseña repleta de elogios, pero que su director le había dicho que no la iban a publicar, porque oficialmente la película NO EXISTÍA y no quería problemas. Hablé incluso con el director de la Academia de los Goya con la intención de que incluyeran en su ceremonia de ese año una suerte de desagravio ante el boicot a mi filme, en forma de nominación u homenaje a uno de sus protagonistas, un viejo y entrañable cómico. Me contestó que lo hubieran hecho encantados, pero que mis productores no habían inscrito la película y que por tanto no podía participar en ninguna categoría. Noté en su tono cierto alivio al contármelo, se quitaba un marrón de encima. Era la forma respetable de lavarse las manos y decirme sin decir: aquí no vamos a dar la cara por ti ni a denunciar nada.

Vamos, lo dicho: la película no existía.

A día de hoy sólo existe oficialmente con su título catalán y, de vez en cuando, la emiten por TV3.

(Me) la meten doblada, claro.

La ley del silencio

Finalmente, un famoso director español me envió el siguiente mensaje de correo electrónico, bajo el encabezamiento "Una nota de tu amigo Tal" (nunca fuimos amigos, lo he visto un par de veces en eventos públicos, y jamás me había escrito ni me volvería a escribir), instándome a que me callara la boca. Fíjense en el tonito de señorito chulesco y ese cierto dejo escéptico y denigratorio con que me trata, sin empatía alguna, como si el responsable de un acto reprobable fuera yo:
"Soy Tal".

Todo este asunto imagino (imagino) que te habrá perjudicado muchísimo. Quiero decir, que lo haces para denunciar el maltrato que ejerce la productora contigo. ¿Es así, verdad? En ese sentido puedo llegar a entenderlo. Pero lo que no entiendo es que utilices a la prensa para solucionarlo. Hay otros cauces. Nosotros, por ejemplo.

Con la prensa lo único que consigues es publicitar aún más la mala imagen que tenemos los que hacemos cine, frente a los medios. Que sepas que haces un flaco favor a tus compañeros dando publicidad en los periódicos de lo presuntamente fácil que pudiera ser defraudar al ministerio y a las subvenciones.

Foto: Fotograma de 'Celluloid underground', del cineasta iraní en el exilio Ehsan Khoshbakht

Que no sólo está (aquí el nombre de la productora), que me imagino que son fraudulentos y todo eso, y hay que hacer todo lo posible para que esto no vuelva a ocurrir, y que nadie quiere ocultarlo. Lo que pasa es que hay más gente implicada que tú y (aquí de nuevo el nombre de la productora) en el complejo mundo de la financiación de una película. Hay gente que no es fraudulenta (la mayoría) y que necesitan realmente las subvenciones, como los del tabaco, o la industria eólica, o el deporte o la ópera.

Todo esto te lo digo como amigo, por eso te escribo. Si no fuéramos amigos ten por seguro que no te diría nada. Piénsalo. Firmado: Tal". Vamos, sólo le faltó mandarme una cabeza de caballo cortada. Supongo que lo hubiera hecho "si no fuéramos amigos"…

Yo le respondí educadamente que sólo estaba señalando una manzana podrida y que era nuestro deber en interés de todos marginar las productoras fraudulentas. Que me reuniría con él cuando quisiera para conversar el asunto y hacer un frente común contra la corrupción.

Nunca me volvió a contestar.

Y gran parte de la prensa, también, calladita. Y eso que no creo que el de esta productora fuera un caso único, porque veinte años atrás (no sé cómo será ahora) era notorio que casi la mitad de las películas producidas anualmente en España no llegaban jamás a tener un estreno apropiado, como pelis fantasmas. ¿Cuál era la razón de su existencia, entonces? Hace también unos años, con ocasión del juicio por presunta corrupción a un destacado exempleado público del medio, un veterano crítico nos epató al soltar alegremente desde un diario nacional que, si hubiera que juzgar a todos los corruptos del cine español, habría que meter en la cárcel a demasiados profesionales (¡lo gracioso es que él lo dijo para defenderlos!).

"También algún productor ha declarado ya que la compra ilícita de taquilla resultaba una maniobra habitual para llegar al cupo de difusión"

También algún productor ha declarado ya que la compra ilícita de taquilla resultaba una maniobra habitual para llegar al cupo de difusión exigido con vistas a justificar las ayudas económicas. O como me comentó a carcajadas el director de un festival cuando le expresé mi miedo a que el sector me marginara y ya no me dieran trabajo en el mundo del cine por haber revelado esa estafa: "Pero echa un vistazo a tu alrededor. Muchos de estos tipos que están aquí bebiendo y comiendo a dos carrillos en el festival han hecho todo tipo de triquiñuelas. Y míralos, trabajando tan tranquilos. ¿Por qué no ibas a poder trabajar también, si tú precisamente no has hecho nada malo?".

Gracias a nuestra denuncia pública, se desmanteló una productora que probablemente ya había birlado muchos cientos de miles de euros al Estado y que no volvió a operar desde entonces. A cambio de ello, en el gremio sólo recibí insultos o silencio, un distanciamiento general de mis contactos profesionales y dos muestras de solidaridad por privado.

Lo siguiente que hice fue robar una copia digital de la película en su último montaje y volcarla en internet. Ahora al menos puede vivir allí para quien quiera asomarse a ella. Ojo, no me engaño: la mayoría de sus espectadores dicen que es una mierda de película.

Pero es mi mierda.

Y la quiero como a un hijo que todos quisieron que no existiera.

En este caso, me llamaron un día a una productora barcelonesa para ofrecerme dirigir mi primera película a cambio de seis mil euros. Un servidor, que es muy pobre y muy de pueblo, aceptó. Se trataba de un encargo, pero yo podía llevarlo, supuestamente, al terreno creativo que deseara. Sólo debía cumplir una premisa técnica que en sí misma tenía tela: el reto estribaba en concebir un filme nuevo que integrase también media hora de imágenes que ya tenían rodadas de otro proyecto previo frustrado. Yo acepté ese desafío, debido a mis ganas treintañeras por estrenarme como director, y creé un argumento a tal fin. Supuestamente, el argumento gustó tanto a mis productores que esas imágenes endilgadas se acabaron descartando y pude plantear hora y media de secuencias originales.

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