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Esa gente que consume personas como si fuesen experiencias
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Héctor G. Barnés

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Esa gente que consume personas como si fuesen experiencias

Frente al amor para toda la vida y el sexo de una noche, abundan los no relaciones sin compromiso, afectuosas y cariñosas, pero que tienen cada vez peor fama. ¿Por qué?

Foto: Dos jóvenes parejas besándose. (Reuters/Alexandre Meneghini)
Dos jóvenes parejas besándose. (Reuters/Alexandre Meneghini)
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Ya nadie consume objetos, consume experiencias. Nadie se bebe una Coca-Cola, es decir, nadie ingiere una mezcla de agua carbonatada, saborizantes, edulcorantes y conservantes. ¿Quién querría hacer eso? Lo que hacemos es beber felicidad. Nadie bebe cerveza, bebe amistad. La industria del ocio está construida alrededor de los eventillos. Restaurantes, espectáculos musicales, calçots, conciertos multitudinarios, viajes y festivales.

En esa ecuación, siempre hace falta un acompañante. De vez en cuando son los amigos, pero con mucha más frecuencia, se trata de la pareja (o ligue), en cualquier caso, monógama. Si observa las fotos que promocionan esas experiencias verá que es común que aparezcan dos personas muy sonrientes, una al otro lado de la otra. Lo que sugieren estas imágenes no es que las experiencias compartidas sean mejores. Lo que indica, más bien, es que esa otra persona es parte misma de la experiencia, es decir, del consumo. Nosotros también somos experiencias.

Una de las críticas habituales a la era de Tinder es que se consumen cuerpos aunque, como bien señalaba Jimina Sabadú en La conquista de Tinder (Taurus), más que cuerpos son imágenes. Yo creo que nadie consume cuerpos, entendidos como meros organismos que satisfacen pulsiones sexuales, sino personas-experiencia con una serie de cualidades que trascienden lo físico. Afectivas (qué majo), psicológicas (¿es misterioso o introvertido?), incluso profesionales (anda, un bombero) o sociales (nunca he estado con un chaval de barrio) que configuran una experiencia completa como el que se hace el descenso del Sella por probar.

Me he vuelto a acordar de ello mientras leía Micropolítica del amor (Punto de Vista Editores), de Myriam Rodríguez del Real y Javier Correa Román, que me ha ayudado a orientar estas intuiciones. Nuestro comportamiento en el amor, señalan los autores, está atravesado por nuestra forma de entender el mundo en el capitalismo. "El amor ha sido reducido al sentimiento, una concepción que lo hace más susceptible a la mercantilización, pues la emoción se ha convertido en un bien de consumo", explican. "De hecho, en esta fase del capitalismo no consumimos bienes o servicios, sino que se nos insta a consumir experiencias empapadas de emoción y sentimentalismo".

El conquistador ha sido sustituido por el conquistador con responsabilidad emocional

Es un paso más allá del hoy demonizado mujeriego que coleccionaba conquistas para despreciarlas tras acostarse con ellas, un modelo casi extinguido en favor de otro que hace más o menos lo mismo, pero con responsabilidad emocional. Siempre que pienso en ese modelo, me acuerdo de Patrick Bateman, el vanidoso protagonista de American Psycho que disfrutaba mirándose en el espejo mientras hacía el amor porque lo que le excitaba no era su pareja, sino su reflejo. El icono del consumismo neoliberal e individualista tan años ochenta. Aunque, como bien advierte Correa, "todo deseo físico siempre moviliza afectos, incluso proyecciones, y todo afecto siempre moviliza un deseo".

Frente a esa falsa disyuntiva entre el amor efímero de una noche y la relación de pareja con aspiración a la permanencia prolifera una tercera vía en la que no se proyecta un futuro claro entre las dos personas de la relación pero sí hay vinculación emocional. Estas situationships o "casi algos" los define Cambridge como "una relación entre dos personas que no se consideran aún una pareja pero que tienen más que una amistad". Como recuerda Rodríguez, una especie de cajón de sastre para todo aquello que no encaja en las categorías anteriores y que abarca relaciones muy distintas. Un modelo cada vez más criticado, como dicen por ahí:

Es un tipo de relación más o menos romántica, con cuidados y afectos, que se distingue por presentarse de manera mucho más moral que la promiscuidad del crápula. Pero tal vez sea el síntoma de una época en la que necesitamos buscar justificaciones morales ante actitudes que ya no son socialmente aceptables. Como explica Rodríguez, hay una hipervigilancia sobre los comportamientos que se traduce en la creación de una serie de categorías, como la de situationship, que no tienen en cuenta las dinámicas y las peculiaridades de cada relación.

Pero también, "una capacidad de autojustificación mayor porque se dota de una serie de herramientas que están dentro de un marco moral, el de la responsabilidad afectiva y del self-care, por así decirlo", según la filósofa, que considera que "estas dos vertientes de un mismo fenómeno producen más un ensimismamiento que una apertura". Es el solipsismo de la adaptación del lenguaje psicológico y de los límites personales a las relaciones personales: "Cuando antes se decía 'mira, es que no me apetece quedar contigo porque eres una histérica', ahora se dice 'mira, es que tienes que respetar mis límites porque tengo que practicar el autocuidado y cuidar mi salud mental".

En el fondo, esta nueva masculinidad no es tan distinta de la vieja masculinidad, solo que "con un nuevo lenguaje y unas nuevas herramientas que también permiten manipular". Mientras que el don Juan promiscuo no necesitaba coartada moral, el nuevo consumidor de personas-experiencias disfruta de un nuevo andamiaje conceptual que le permite ser igual de irresponsable emocionalmente que antes, pero "con conceptos como responsabilidad afectiva, límites, autocuidado y tal". Frente a la frivolidad, una apariencia de autenticidad disfrazada de afecto que sirve como justificación moral ante comportamientos semejantes.

"La fetichización de las relaciones sublima el enamoramiento"

Cuando sientes que estás siendo consumido

Todo ello sugiere por qué tienen cada vez peor reputación las situationships si, como recuerdan los autores, no son ni buenas ni malas de por sí, sino que es su desarrollo el que debería ser criticable. Quizá porque están especialmente atravesadas por problemas muy propios del capitalismo moderno que se proyectan sobre ellas, como la mercantilización de las relaciones, la importancia del capital erótico en un mundo competitivo o la lógica excluyente del amor, temas que trata el libro.

Por un lado, porque la fetichización en el amor favorece este consumo de cuerpos o personas-experiencia. "La fetichización de las relaciones, que sublima el proceso de enamoramiento y obvia su carácter construido, favorece el consumo de amores y la liquidez de las relaciones que, bajo este paradigma, son sustituibles unas por otras", escriben los autores. "No solo porque, se piensa, es más fácil comprar/cambiar algo nuevo que arreglarlo, sino también porque la fetichización iguala —sustancialmente— todos los productos/relaciones".

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De igual forma que no hay mucha diferencia entre una hamburguesa del McDonald’s y la del Burger King, tampoco la hay entre unas relaciones de pareja y otras, que sustituyen unas a otras en un ciclo sin fin. A ello hay que unir el gran peso del capital social, que puede provocar que estar con alguien llegue a ser visto como un logro a tachar de la lista, de igual forma que hacer puenting o viajar a Vietnam una vez en la vida. Todos podemos ser una experiencia para otra persona.

placeholder Menos que una 'situationship', más que un rollo de una noche.
Menos que una 'situationship', más que un rollo de una noche.

La clave definitiva, creo, se encuentra en la jerarquización amorosa que necesita que el amor romántico de pareja sea diferente, especial, único y se alce por encima del resto de relaciones. Sobre la situationship, el ser "casi algo", planea constantemente la amenaza de la ruptura repentina al no existir la misma serie de reglas implícitas que tiene una relación de pareja convencional. No sé si las mejores mentes, pero sí he visto a amigas destruidas por la inseguridad perpetua que supone saber que en cualquier momento la otra persona puede romper su no-relación porque, en el fondo, no son "nada".

Un plato principal acompañado por una ración de asimetría entre lo que uno y otro quiere, que es algo bastante frecuente. Uno o una que no quiere nada "serio" o asegura que no está preparado para una relación (hasta que, sorprendentemente, un buen día sí lo está, pero con otra persona); y uno o una quizá le gustaría tener otro estatus en su relación, pero prefiere seguir así a no ser nada de nada. Lo que conduce a la decepción definitiva, que es en esa jerarquización de las relaciones pensar que no se es lo suficientemente bueno para evolucionar a la categoría de "pareja". Que uno se ha quedado, simplemente, en "experiencia".

Creo que el público no apreció Antes de amanecer de Richard Linklater hasta que no se estrenó una década después Antes del atardecer, que convirtió lo que era un mero escarceo adolescente en una historia de amor de verdad. Estamos educados para pensar que es el paso del tiempo, que todo lo destruye, lo que convierte a la persona-experiencia de la primera entrega (el viaje, la juventud, ¡la eternidad europea!) en la persona-pareja-monógama con que se cierra la saga, que parece más “amor de verdad" porque se ha deshecho de todos esos factores relacionados con el romanticismo y, por extensión, el enamoramiento.

Los autores proponen "la creación de espacios de amor justos, libres y emancipadores"

De nuevo, esa jerarquía de las relaciones contra la que advierten Rodríguez y Correa y que deriva de las normas móngamas que, por otra parte, siguen proporcionando cierta seguridad frente a esas otras construcciones en las que las reglas no están claras. Los autores proponen lo mejor que pueden proponer en esta cuestión, que es nada. Es decir, "la creación de espacios de amor que sean justos, libres y emancipadores para todas las personas". Pero para eso hay que saber de todo lo que hablamos cuando hablamos de amor.

Ya nadie consume objetos, consume experiencias. Nadie se bebe una Coca-Cola, es decir, nadie ingiere una mezcla de agua carbonatada, saborizantes, edulcorantes y conservantes. ¿Quién querría hacer eso? Lo que hacemos es beber felicidad. Nadie bebe cerveza, bebe amistad. La industria del ocio está construida alrededor de los eventillos. Restaurantes, espectáculos musicales, calçots, conciertos multitudinarios, viajes y festivales.

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