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Así nació en el siglo XIV la esclavitud de la belleza femenina
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Así nació en el siglo XIV la esclavitud de la belleza femenina

El Renacimiento fue una época obsesionada por las apariencias. La catedrática Jill Burke analiza el poder del aspecto físico en 'Cómo ser una mujer del Renacimiento'. Publicamos un extracto

Foto: 'La Venus de Urbino', obra de Tiziano. (Wikipedia)
'La Venus de Urbino', obra de Tiziano. (Wikipedia)

El cambio histórico está pintado en el lienzo del cuerpo. El que estemos gordos o delgados, tengamos la tez clara, nuestro aspecto sea saludable o parezcamos exhaustos no solo tiene que ver con nuestros genes; también está relacionado con un complejo trasiego entre el interior y el exterior, entre nuestros cuerpos y nuestro entorno. Durante mi vida, los cuerpos se han ido volviendo más inmóviles, más pegados a las pantallas, con los ojos más secos y los pulgares más ágiles para manejar los diminutos teclados de los teléfonos. Las expectativas sobre cuál debería ser el aspecto de los cuerpos reales también han ido cambiando, influidas fundamentalmente por el auge de las redes sociales, la disponibilidad generalizada de la pornografía, las aplicaciones para manipular imágenes digitalmente y la cultura actual de la autoayuda.

La Europa renacentista nos ha legado una herencia cultural que podemos ver a nuestro alrededor. Tradicionalmente se considera que entre los años 1400 y 1650 Europa, y en especial Italia, alcanzaron su apogeo cultural. El legado duradero de esta época se refleja en otro término común: la Edad Moderna. La aparición de un medio nuevo, el libro impreso, favoreció el intercambio de información a una velocidad y con un alcance sin precedentes. Los viajes de descubrimiento revelaron un mundo hasta entonces desconocido para los europeos, lo que, por una parte, desmontó premisas intelectuales y, por otra, brindó nuevas oportunidades para el comercio y la explotación de tierras, materiales y personas. Con el capitalismo mercantil en rápida expansión, los productos circulaban por todo el mundo y grandes puertos europeos como Lisboa, Londres, Amberes y Venecia se convirtieron en "ciudades de extranjeros", en las que a la población autóctona se sumó la inmigrante.

Aunque ahora encerramos el arte renacentista en galerías, la perspectiva cónica y el naturalismo en el dibujo, la pintura, la escultura y el grabado no fueron solo técnicas artísticas novedosas, sino también un medio preciso para compartir conocimientos. Las nuevas técnicas de dibujo fueron el motor de la revolución científica que cambió radicalmente las investigaciones en campos como la anatomía y la botánica. La llegada del desnudo naturalista y del retrato realista hizo que el aspecto externo fuera objeto de un escrutinio cada vez mayor.

Como consecuencia de ello, la forma conceptual del cuerpo femenino experimentó un cambio: del ideal gótico de caderas anchas, barriga grande y hombros delgados se pasó a la encarnación del reloj de arena de las estatuas antiguas, que volvían a estar de moda. El arquetípico desnudo femenino de 1538 del pintor veneciano Tiziano, La Venus de Urbino, es un ejemplo de ello. Recostada lánguidamente en el sofá mientras las criadas rebuscan en un baúl detrás de ella, esta Venus —tal vez el retrato de una mujer real; nadie lo sabe a ciencia cierta— mira fijamente al espectador mientras se cubre los genitales con una mano y agarra descuidadamente con la otra un ramillete de rosas que cae sobre las sugerentes sábanas blancas revueltas que tiene debajo. Las cartas muestran que esta pintura, representativa de los ideales renacentistas de belleza femenina, suscitaba deseo en los espectadores masculinos de la élite, que dejaron constancia de cómo admiraban la capacidad de Tiziano para evocar la carne real, trémula y acogedora. Sabemos mucho menos sobre las reacciones de las mujeres de la época. No obstante, esta imagen, y los demás desnudos femeninos que saturaron la cultura renacentista, tuvieron profundos efectos en las vidas de mujeres reales y se podían encontrar en las fachadas de casas, las portadas de libros y las esculturas de edificios públicos, así como en viviendas particulares.

placeholder 'Mujeres de camino al mercado' (de 'Mores Italiae', 1575).
'Mujeres de camino al mercado' (de 'Mores Italiae', 1575).

Tomemos como ejemplo a la mujer de la imagen sobre estas líneas. Esta campesina (o contadina, por usar el término italiano), retratada en un dibujo publicado en un libro de viñetas de 1575 sobre la vida cotidiana en Venecia, también ladea la cabeza para mirar al espectador. A diferencia de su relajada homóloga de Urbino, nuestra joven contadina tiene un trabajo que hacer. Va caminando con sus acompañantes varones para llevar sus productos al mercado en las concurridas calles de la Venecia renacentista, que por entonces era una de las ciudades más grandes de Europa. Balancea sobre el hombro dos cestos de fruta —¿melocotones y ciruelas tal vez?—, uno en cada extremo de una simple vara de madera. Lleva la carga sin esfuerzo, a paso ligero, con las pantorrillas desnudas, una sobrefalda plisada de color blanco y un delantal que oculta parcialmente unas mangas rojas y un vestido azul. Las cintas de color escarlata atadas a la toquilla sugieren que ha hecho el esfuerzo de arreglarse para el viaje. Lleva el cabello dorado peinado con la raya al medio y recogido en la nuca, aunque se escapan algunos rizos. En cambio, sus cejas son oscuras, casi negras, y se arquean sobre los ojos castaños. La tez es pálida, bastante más que la de sus compañeros varones, pero teñida de rojo en las mejillas y los labios de rosa.

Al igual que la Venus de Tiziano, esta contadina se corresponde con el ideal de belleza renacentista y está dibujada siguiendo las pautas derivadas de los sonetos de Francesco Petrarca (1304- 1374), el poeta, humanista y célebre cascarrabias italiano del siglo XIV. Sus versos sobre los atributos ideales de su amada y difunta Laura alaban invariablemente su cabello dorado, la frente amplia, la mirada benigna, las mejillas sonrosadas, los labios de rubí, el dulce aliento, el cuello blanco, los senos en forma de manzana y las manos blancas. Tanto los escritores como las escritoras suscribieron estos estereotipos. Un ejemplo típico es la descripción que hace Giulia Bigolina de la hermosa protagonista de su novela romántica Urania (1550):

"Fíjese … cómo esta cabellera dorada y rizada parece una red para atrapar un millar de corazones endurecidos. Mire la frente espaciosa y reluciente, los ojos, que se asemejan a dos estrellas … las pestañas rizadas y negras como el ébano, la nariz bien proporcionada, las mejillas sonrosadas, la boca pequeña, los labios, que superan al coral en belleza".

Y prosigue:

"¿Y qué decir de su cuello y su pecho, que superan en blancura a la nieve? ¿Y de esas pequeñas manzanas, que nadie que las admire puede no sentir que su corazón arde de deseo?"

Este listado de características femeninas idóneas es omnipresente en los textos del Renacimiento y aparece en contextos que van desde los poemas hasta las obras de teatro, los libros de medicina e incluso los juegos de cartas. Los ideales de belleza femenina del Renacimiento eran extremadamente limitados y estaban por todas partes.

Pero, en el caso de nuestra contadina, ¿tuvo suerte y simplemente concordaba con estas descripciones poéticas o recibió alguna ayuda? En Venecia y otras ciudades italianas concurrían centenares de campesinas, que caminaban por las bulliciosas calles de la ciudad y sumaban sus voces al griterío de los buhoneros y los comerciantes que competían por los clientes. No cabe duda de que tener un buen aspecto, tan fresco y atractivo como los melocotones que vendía, habría sido beneficioso para su negocio. Que una mujer estuviera en la calle sin un acompañante solía considerarse una señal de moral laxa y se juzgaba intolerable en el caso de las señoras urbanas "respetables" de clase media y alta. Circulaban rumores sobre la dudosa castidad de las buhone ras y los motivos de sus clientes. Para las mujeres campesinas, que normalmente tenían poco dinero y escasas oportunidades, la belleza era un medio para mejorar sus perspectivas de vida encontrando un buen marido.

Tal vez entonces, cuando la contadina se tomara un descanso de su trabajo, podría considerar hacer ella una compra. Por solo un soldo, menos del precio de una barra de pan, podía comprar la promesa de convertirse en una mujer renacentista verdaderamente hermosa.

placeholder Frontispicio de 'Una nueva y agradable obra que enseña cómo elaborar varios compuestos perfumados para embellecer a cualquier mujer ... titulada Venustà' (1526).
Frontispicio de 'Una nueva y agradable obra que enseña cómo elaborar varios compuestos perfumados para embellecer a cualquier mujer ... titulada Venustà' (1526).

En la imagen de arriba se muestra el libro impreso de consejos de belleza más antiguo que se conoce. Esta versión se publicó en 1526, pero fue reeditado varias veces durante los cincuenta años siguientes con el mismo texto, aunque comercializado con una cubierta diferente. Como sugiere la portada torcida, se trata de un librillo sin pretensiones, e improvisado de forma descuidada, de solo treinta páginas. En realidad, es más un folleto que un libro. El título lo podría haber exclamado su vendedor: "Una nueva y agradable obra que enseña cómo elaborar varios compuestos perfumados para embellecer a cualquier mujer … titulada Venustà", una palabra que en castellano dio lugar a venusta que significa "hermosa y agraciada", pero que en un sentido literal quiere decir "similar a Venus". Lo que sugiere es que si se siguen las instrucciones de su interior, una mujer lucirá tan resplandecien te y atractiva como la diosa de la belleza y el amor.

No es, ni mucho menos, el primer libro de belleza. Se conservan manuscritos que datan de mediados del siglo XIII dirigidos a "toda mujer … que desee tener un rostro hermoso" y fragmentos de un texto ahora perdido con recetas de cosméticos escrito por Critón de Heraclea, fechado alrededor de 100 d. C., que también fue famoso en el Renacimiento. Incluso hay papiros del Antiguo Egipto que incluyen ingredientes médico-cosméticos. Sin embargo, este pequeño folleto es discretamente revolucionario. Es un puente entre dos mundos, que une las descripciones poéticas de las mujeres ideales, de moda entre la élite italiana, con la vida cotidiana de una vendedora de fruta ambulante. Venustà abrió el mundo de la belleza renacentista a un público mucho más amplio que nunca. Este pequeño panfleto indica que, desde al menos aquellos primeros años del siglo XVI, los cuerpos de las mujeres, y no solo de las ricas, sino de cualquiera que pudiera permitirse un ejemplar impreso barato, eran percibidos como un proyecto en curso.

Vendida por buhoneros, Venustà no iba dirigida a los caballeros o a sus esposas e hijas —quienes difícilmente estarían deambulando por las calles—, sino a mujeres como la contadina, trabajadoras que salían a vender sus mercancías, o a las sirvientas que compraban en las bulliciosas piazzas. Puede que el poema inicial fuera recitado o tal vez cantado al son de la música para atraer a la clientela:

Damas que estar bellas deseáis,
con este libro vuestro deseo satisfaréis.
una piel sonrosada y blanca rogáis,
¡y un resplandor como el sol adquiriréis!
Estas cosas no son algo falso ni banal,
pero hacen que el aspecto sea natural
y al ser secretos muy diversos
no puedo decirlo todo en estos versos.

La segunda estrofa se jacta de las recetas secretas que revela el libro: maquillaje para colorear la piel de blanco y escarlata, compuestos de aguas destiladas para hacer crecer o eliminar el vello corporal y facial, erradicar manchas o suavizar la piel. Hay recetas para fabricar jabón de almizcle, curar las encías y limpiar y blanquear los dientes, preparar ungüento para guantes y, algo asombroso, "muchos otros secretos". La tercera estrofa promete a la lectora que la elaboración de todas estas recetas será pan comido y, lo más importante, le garantizará conseguir a su hombre:

Podréis, oyente mío, sin esfuerzo,
sin gran dispendio o tiempo perdido,
adquirir una ninfa por amiga
que os será propicia en cada verso.
Bastante ya he dicho y hablado,
de ella el arte verdadero aprenderéis,
tan grandes pociones sabe hacer
que a cambio su corazón os dará él.

La promesa de poder disfrutar de cosméticos de lujo por un precio muy bajo debió ser muy seductora. La primera receta que se encuentra al abrir el libro es la de un ungüento facial utilizado por la "reina de Hungría", pero elaborado con caracoles, grasa de cabra, médula de ternera y otros ingredientes baratos. La segunda simplemente promete "mantener la cara hermosa" y es un tipo de hidratante elaborada principalmente con grasas animales. Aunque los ingredientes puedan parecer desagradables hoy en día, estas recetas se elaboran formando una emulsión con claras de huevo y acaban teniendo una textura similar a la de la crema hidratante moderna.

placeholder Portada de 'Cómo ser una mujer del Renacimiento'. el nuevo ensayo de Jill Burke.
Portada de 'Cómo ser una mujer del Renacimiento'. el nuevo ensayo de Jill Burke.

Varias recetas parecen pensadas para tratar problemas concretos a los que se enfrentan las mujeres trabajadoras: remedios para eliminar las quemaduras solares del rostro, y para blanquear y suavizar las manos. Hay muchas fórmulas de jabones para las manos y la cara, e incluso recomendaciones de salud, como comer ortigas "para dar a la cara un buen color". El apartado sobre el cabello incluye consejos para su eliminación y también instrucciones para tenerlo largo, rubio, ondulado y liso. Además de todas estas cremas, jabones, polvos dentífricos y champús, también se añaden remedios para las "dolencias femeninas". De naturaleza ginecológica, incluyen sustancias para ayudar a las mujeres a «dar a luz sin peligro», quedarse embarazadas, estrechar la vagina y provocar la menstruación. Es muy probable que en el último caso se trate de un abortivo apenas disimulado, una medicina muy peligrosa elaborada a base de hierbas para poner fin a un embarazo. Las mujeres los tomaban cuando se encontraban en una situación desesperada o cuando las obligaban a abortar hombres que intentaban ocultar sus fechorías. Aunque ahora esta fusión de recetas cosméticas y ginecológicas nos pueda resultar extraña, deriva de una larga tradición medieval en la que la salud reproductiva y la cosmética se consideraban "secretos de mujeres" y se abordaban en textos paralelos.

Las publicaciones como Venustà fueron uno de los pilares de la impresión popular desde sus inicios y son las hermanas pequeñas de un género llamado "libros de secretos", textos baratos de consejos prácticos tan característicos de la cultura renacentista como Romeo y Julieta de Shakespeare o El príncipe de Maquiavelo. Estos libros se vendían por miles en toda Europa y otros lugares. Contenían una gran variedad de recetas para elaborar medicinas caseras, conservar los alimentos, quedarse embarazada, curar la peste y otras enfermedades, además de propuestas bastante ex céntricas, como la manera de hacer tinta invisible o de teñir un caballo de verde para gastar una broma pesada.

*Jill Burke es catedrática de Culturas Visuales y Materiales del Renacimiento en la Universidad de Edimburgo y actualmente es la investigadora principal de un proyecto para recrear recetas de cosméticos y cuidado de la piel del siglo XVI. Ha publicado numerosos libros y artículos sobre historia del arte, género y el cuerpo. Su nuevo ensayo se titula ' Cómo ser una mujer del Renacimiento. Mujeres, poder y el nacimiento del mito de la belleza' (Crítica)

El cambio histórico está pintado en el lienzo del cuerpo. El que estemos gordos o delgados, tengamos la tez clara, nuestro aspecto sea saludable o parezcamos exhaustos no solo tiene que ver con nuestros genes; también está relacionado con un complejo trasiego entre el interior y el exterior, entre nuestros cuerpos y nuestro entorno. Durante mi vida, los cuerpos se han ido volviendo más inmóviles, más pegados a las pantallas, con los ojos más secos y los pulgares más ágiles para manejar los diminutos teclados de los teléfonos. Las expectativas sobre cuál debería ser el aspecto de los cuerpos reales también han ido cambiando, influidas fundamentalmente por el auge de las redes sociales, la disponibilidad generalizada de la pornografía, las aplicaciones para manipular imágenes digitalmente y la cultura actual de la autoayuda.

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