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'El imperio Berlusconi': un sátrapa construido sobre tetas y balones
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'El imperio Berlusconi': un sátrapa construido sobre tetas y balones

Movistar+ estrena una serie de tres capítulos que analiza el ascenso al poder de Silvio Berlusconi y su influencia en la política y la cultura popular

Foto: Una imagen de la serie documental dirigida por Simone Manetti. (Movistar)
Una imagen de la serie documental dirigida por Simone Manetti. (Movistar)

La fascinación humana por la desviación y la locura queda patente en los cientos de documentales y series de documentales dedicados a los dictadores y dictadorzuelos más estrambóticos. Nadie quiere tragarse unas tres horas sobre la vida de Olof Palme. Tampoco de la ex primera ministra neozelandesa Jacinda Ardern. Ni del presidente estadounidense Grover Cleveland. ¿Angela Merkel? Bostezo. En nuestra vida de medianías no interesa la gente gris, honesta, normal. No, interesa el exceso, el populismo, la ciencia ficción. Nos alucina el tipo nacido porque un rayo cayó en una colina, el que inventó la hamburguesa, el que no tiene ano y, obviamente, no defeca (Kim Jong-il). Nos obsesiona el agente de la KGB, la máquina de conspirar metódica y eficiente, el envenenador de opositores (Putin), al que, si te descuidas, te puedes encontrar cabalgando semidesnudo a lomos de un oso pardo (en realidad era un caballo, pero todo se andará). La televisión y el cine han dedicado miles de horas a debatir la imagen del showman multimillonario que llevó a una muchedumbre a asaltar el Capitolio (Trump), en una de las imágenes más elocuentes de lo que significa el populismo para las instituciones democráticas.

Ahora Movistar+ estrena El imperio Berlusconi, una serie de tres episodios centrada en el ascenso del padre del populismo contemporáneo, el hombre que supo entender que en el mando a distancia se esconde el cetro del poder. De sus bunga bunga y sus condenas por prostitución de menores ya habló en clave de ficción el gran cronista de la Italia contemporánea, Paolo Sorrentino, en Silvio (y los otros) (2019). Tres lustros antes lo había retratado el gran Nani Moretti en El caimán (2004), donde intentaba comprender ya no la figura de Berlusconi, sino los engranajes del berlusconismo, una filosofía de vida que oficializó desde la forma de escaquearse de cumplir según qué reglas, la manera de comprar más lavadoras de las necesarias, hasta el ideal de mujer mediterránea y ligera de ropa que ayudó a exportar Mediaset en los años 90 a, entre otros países, España. El berlusconismo es descarado, trilero, estridente, histriónico y corrupto; apela a las bajas pasiones, al desaforamiento, al hedonismo, al exceso, a la ligerezza, al a mí que me registren.

El documental arranca con la muerte de Berlusconi -no del berlusconismo- en junio de 2023. Las lágrimas de las múltiples mujeres, exmujeres y probables amantes en el funeral del que tachan como "pintoresco y controvertido" ex primer ministro de Italia. "Pintoresco y controvertido" puede ser una forma de definir a un político que vista corbatas de colores o luzca unas patillas exageradas, pero, al parecer, también a un político que se le han acumulado tantos juicios, condenas e indultos que es difícil tener una idea aproximada de la magnitud de corruptelas que rodean su figura y que, al momento de su fallecimiento, los telediarios, resumieron en muchos casos como excentricidades propias de un político que se anticipó a Trump, a Putin, a Bolsonaro, a Milei.

Tampoco es que El imperio Berlusconi abunde en esa faceta criminal de la vida de Berlusconi hasta el capítulo final: el director Simone Manetti prefiere loar las capacidades empresariales y la visión privilegiada del amado líder de Italia, que fundó su propio partido, Forza Italia, en diciembre de 1993, y que anunció su candidatura a primer ministro en 1994, con el famosérrimo vídeo de "Italia es el país que amo", que da título al tercer episodio de esta serie. Todos los grandes populistas manejan con maestría la puesta en escena, y aquel vídeo, en el que supuestamente vemos un despacho con una estantería de fondo -más tarde se descubrió que la estantería con libros era, en realidad, un televisor con la imagen de una estantería con libros-, resumiría lo que es el berlusconismo: un trampantojo.

Incluso en el dicho capítulo final, la serie apunta a Berlusconi como el resultado de una Italia con un problema endémico de corrupción: uno de los padrinos de Berlusconi -quien empezó militando en el Partido Socialista- fue Bettino Craxi, otrora líder admirado de la izquierda, antes de que en 1992 el escándalo Tangentopoli acabase disolviendo los partidos tradicionales por sobornos institucionalizados y Craxi se fugase a Túnez para evitar entrar en prisión. Craxi, que tras una estrecha relación con Berlusconi promovió los cambios legislativos para que el magnate entrase en el negocio televisivo, también fue quien favoreció la irrupción de Berlusconi en el Parlamento y su llegada a la presidencia en 1994.

placeholder Imagen de Berlusconi en Canale 5, la cuna de su influencia. (Movistar)
Imagen de Berlusconi en Canale 5, la cuna de su influencia. (Movistar)

Mucho antes, en los años 80, el corresponsal del Wall Street Journal en Italia, Roger Cohen, lo entrevistó en "su lujosa casa" cuando empezaba "a despuntar como un empresario italiano importante". "Tenía una oficina enorme llena de estanterías", cuenta Cohen, "y las estanterías estaban abarrotadas de volúmenes encuadernados en piel que me pareció que estaban vacíos". De nuevo, la puesta en escena. Convertido desde hace tiempo en personaje y magnate catódico, las puertas de las casas italianas estaban abiertas para él. Como aquello, ya no tan cierto, de que "si Belén Esteban se presentase a las elecciones ganaría, incluso sin programa".

Quizás sólo haya uno que se anticipase, nuestro Jesús Gil, que si hubiese llegado a presidente del Gobierno con su partido GIL (el personalismo es la base del populismo), aparecería como el pionero de todos ellos, puesto que llegó a la alcaldía de Marbella en 1991: magnate inmobiliario con múltiples condenas utiliza la televisión para blindar su imagen. Por cierto, Gil también protagoniza su propia serie, cómo no: El pionero (2019), disponible en Max. Tanto Gil como Berlusconi entendieron que apelando a los placeres más atávicos del hombre (el fútbol y las mujeres) de la forma más cruda posible conseguirían defensores, hiciesen lo que hiciesen. "Berlusconi demostró a todos que te puedes salir con la tuya si te rodeas de gente que te quiera por quién eres, por tu personalidad".

Gil, Trump y Berlusconi comparten una génesis empresarial en el mundo inmobiliario, promotores enriquecidos a partir del ladrillazo. En el caso de Berlusconi, del ladrillazo milanés. Mujeriego, dicharachero, campechano, Berlusconi se muestra como un tipo ambicioso, carismático, entusiasta y trabajador. A las imágenes de archivo de las innumerables entrevistas televisivas de Berlusconi se le añaden los testimonios de colaboradores y amigos en un retrato que dedica mucho más tiempo a alabar sus logros que condenar sus corruptelas. "Si hubiera nacido en Arabia Saudita, hubiera sido jeque", resume Berlusconi sobre sí mismo. Un imperio construido sobre tetas y balones, exportando desde Canal 5 la televisión mamachichera de puro y copa de brandy.

placeholder Berlusconi conocía el poder de la televisión. (Movistar)
Berlusconi conocía el poder de la televisión. (Movistar)

El documental analiza cómo Berlusconi supo ver las fallas del sistema y utilizarlas en beneficio propio. Un ejemplo: ¿el Estado italiano debía comprar inmuebles para tenerlos como reserva? Berlusconi seduce a la secretaria del funcionario que toma las decisiones para coincidir con él en un viaje y conseguir que adquiera una de sus promociones. ¿Que los aviones que despegan del aeropuerto pasar sobre una de sus urbanizaciones? Consigue que se desvíen los vuelos para pasar por encima de un complejo residencial de la competencia.

El documental ignora los últimos años de Berlusconi y la maraña legal de condenas y absoluciones por casos de prostitución de menores, sobornos y fraude fiscal, pero plantea la pregunta de si es legal que un magnate de la comunicación concurra a las elecciones presidenciales y de si Berlusconi es, al final, el único resultado de un sistema que permite que el poder económico, mediático, político y judicial recaigan en las mismas manos y sean constantemente pervertidos. Y una ciudadanía que aplaude esta teatralización de la democracia. Berlusconi ha muerto, pero no el berlusconismo, porque el berlusconismo somos, en realidad, nosotros.

La fascinación humana por la desviación y la locura queda patente en los cientos de documentales y series de documentales dedicados a los dictadores y dictadorzuelos más estrambóticos. Nadie quiere tragarse unas tres horas sobre la vida de Olof Palme. Tampoco de la ex primera ministra neozelandesa Jacinda Ardern. Ni del presidente estadounidense Grover Cleveland. ¿Angela Merkel? Bostezo. En nuestra vida de medianías no interesa la gente gris, honesta, normal. No, interesa el exceso, el populismo, la ciencia ficción. Nos alucina el tipo nacido porque un rayo cayó en una colina, el que inventó la hamburguesa, el que no tiene ano y, obviamente, no defeca (Kim Jong-il). Nos obsesiona el agente de la KGB, la máquina de conspirar metódica y eficiente, el envenenador de opositores (Putin), al que, si te descuidas, te puedes encontrar cabalgando semidesnudo a lomos de un oso pardo (en realidad era un caballo, pero todo se andará). La televisión y el cine han dedicado miles de horas a debatir la imagen del showman multimillonario que llevó a una muchedumbre a asaltar el Capitolio (Trump), en una de las imágenes más elocuentes de lo que significa el populismo para las instituciones democráticas.

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