Es noticia
La sociedad está más sexualizada que nunca, pero el sexo cada vez nos interesa menos
  1. Cultura
prepublicación

La sociedad está más sexualizada que nunca, pero el sexo cada vez nos interesa menos

La antropóloga e investigadora Roanne van Voorst analiza cómo serán el amor y el sexo del futuro (y las tendencias que ya se vislumbran en el presente) en 'Sexo con robots y pastillas para enamorarse' (Deusto). Publicamos un extracto

Foto: iStock.
iStock.

En los últimos años hemos tenido acceso gratuito a tanto porno y en todas partes que está ocurriendo algo sorprendente con nuestra sexualidad: cada vez nos interesa menos el sexo. Aunque la abundancia de porno no explique por sí sola este cambio, es una de las razones principales. Y quizá lo más extraordinario es que este declive también afecte a los que se presupone que tienen más apetito sexual, los jóvenes.

La situación actual demuestra lo contrario, es decir, cuanto más saturados están por la sexualidad, más tarde empiezan a tener relaciones sexuales e incluso a masturbarse o a desnudarse delante de sus compañeros después de la clase de gimnasia. Un estudio de Rutgers (centro de referencia de la salud y de los derechos sexuales y reproductivos en los Países Bajos) y de Soa Aids Netherlands (parte de Aidsfonds) demostró que, a diferencia de hace apenas cinco años, los jóvenes de hoy se duchan más a menudo con los calzoncillos puestos. Están, según la expresión coloquial utilizada entre los científicos, "oversexed, but underfucked" ['sobreexcitados, pero poco follados']. Un estudio neerlandés sobre veinte mil jóvenes de entre 12 y 25 años reveló que los entrevistados en 2017 empezaban de media un año más tarde que sus coetáneos de 2012 a masturbarse, besarse con lengua y tener relaciones sexuales. En 2012, la mitad de los jóvenes tenían sus primeras relaciones sexuales a los 17,1 años y en 2017 a los 18,6.260 Un año de diferencia puede parecer insignificante, pero es muy relevante porque estamos hablando de un cambio producido en un período de tan sólo cinco años y, sobre todo, porque esta tendencia se extiende a otros países, como Estados Unidos o Japón. En Estados Unidos, la situación es más o menos la misma, los jóvenes de ahora empiezan a tener relaciones sexuales más tarde y hablan menos del tema con sus amigos y con sus padres, especialmente si son inseguros o tienen algún problema.

En Japón proliferan los denominados 'hombres herbívoros', jóvenes que nunca han mantenido relaciones sexuales ni están interesados

Además, en relación con las generaciones anteriores, tienen, en promedio, más parejas sexuales diferentes a una edad más precoz y una visión menos crítica del sexo sin amor. Hoy en día, los jóvenes hablan sobre todo de lo que les gustaría a sus potenciales parejas y se dan consejos sobre "cómo hacerlo". El caso más impactante de este retroceso del apetito sexual se da en Japón, donde no paran de proliferar los denominados "hombres herbívoros", jóvenes que nunca han mantenido relaciones sexuales ni están interesados en tenerlas. Trabajan, juegan a videojuegos, comen, duermen, charlan un rato con una amiga avatar... Y con eso, dicen, les llega.

Ésta es la paradójica situación en la que nos encontramos: la sociedad está más sexualizada que nunca, pero el sexo está en declive. Nos hemos acostumbrado a recibir anuncios de porno en la pantalla del portátil, a sextear, a hacernos selfis sexis para compartirlos con un ligue, a que se hable abiertamente de sexo en la televisión, pero, entre todas estas tentaciones practicamos menos sexo que nuestros ancestros, sobre todo los más jóvenes. Y no solo eso: también lo deseamos menos.

Más libertad, más presión, menos sexo

La sexóloga neerlandesa Ellen Laan cree que cada vez tenemos menos ganas de tener relaciones sexuales porque en las últimas décadas nos hemos vuelto más exigentes con nosotros mismos y con nuestras parejas. Esta presión mental nos aleja de la lujuria:

Damos por sentado que nuestra relación amorosa ha de basarse en una profunda amistad y en compartir las responsabilidades de criar a nuestros hijos y contribuir económicamente. Además, nuestras expectativas sobre el sexo están por las nubes: queremos disfrutarlo con la misma intensidad hasta el fin de los tiempos.

No admitimos que el sexo pueda ser fantástico en algunas ocasiones y simplemente agradable en otras. En palabras de una psicóloga a la que visité hace algún tiempo: "A veces coméis juntos una comida de cinco platos en un restaurante con estrellas Michelin, otras veces un huevo frito. ¿Y qué tiene de malo un huevo frito? Yo adoro los huevos fritos". Supongo que habrá muchos ciudadanos modernos que, pese a estar de acuerdo con ella, piensen que algo tan sencillo no puede llamarse "cena".

Y por eso nos sentimos insatisfechos cuando una y otra vez nuestra pareja nos sirve un huevo frito, actos sexuales que ya conocen los derroteros de un cuerpo familiar, que no necesitan emplearse a fondo para satisfacernos con su eficiente rutina. No es que nos parezcan desagradables, sólo que no se parecen al sexo idílico descrito en los libros:

Su mano se convierte en la mía. Guía mis dedos por el campo oscuro de su cuerpo, hacia abajo. Mis yemas acarician sus paredes carnosas. Es como si me estuviese tocando a mí misma. Apenas puedo contenerme, pero quiero prolongar el placer un poco más, mi cuerpo se convierte en otro cuerpo, más suave, más húmedo, más sensible.

La mujer sobre la cama se tensa. Aprieta las rodillas contra los muslos del hombre, que apoya la frente en su hombro. Él tensa la espalda y su brazo la
rodea mientras ella inclina la cabeza hacia atrás. [...] El hombre la toma en
sus brazos sobre la cama.

Le acaricié la espalda, fue como si se aferrara a mí, la eché hacia atrás, le besé el cuello, la mejilla, la boca, coloqué la cabeza junto a su pecho, escuché
latir su corazón, le quité el suave pantalón de chándal, le besé el vientre, los muslos... Ella me miró con sus ojos oscuros, con sus bonitos ojos, que se
cerraron cuando la penetré. [...] Y cuando me corrí, fue dentro de ella. Era lo único que quería.

Podría dar muchos más ejemplos, pero sospecho que la cuestión está clara: el lector romántico se queda anhelante, pensando "que me pongan lo que están comiendo ellos". Pues venga, coméntaselo a tu bienintencionado huevo frito.

placeholder Portada de 'Sexo con robots y pastillas para enamorarse' (Deusto), de Roanne van Voorst.
Portada de 'Sexo con robots y pastillas para enamorarse' (Deusto), de Roanne van Voorst.

Laurens Buijs, Ingrid Geesink y Sylvia Holla (científicos sociales de la Universidad de Ámsterdam) llegaron a una conclusión parecida a la de Laan cuando investigaron el estado de la sexualidad en los Países Bajos. En teoría, los resultados son buenísimos: los neerlandeses nos consideramos gente sexualmente libre y abierta y así nos presentamos también a los que no nacieron aquí, pues los refugiados aprenden en los cursos de integración que somos tolerantes con el sexo (y que ellos también deberían serlo si quieren seguir viviendo con nosotros) y los turistas descubren al recorrer nuestras zonas de marcha callejera (que todavía existen) que valoramos la libertad sexual. Pero, a la hora de la verdad, nos cuesta disfrutar del acto porque nos aferramos demasiado a ciertas ideas preconcebidas sobre el género, el amor y el sexo:

Pensemos en la eyaculación, por ejemplo. En muchas relaciones sexuales sigue siendo la mejor meta alcanzable, una responsabilidad mutua que, además, preferiblemente debería coincidir con el orgasmo del otro. Esto limita a los que quieren definir el "buen" sexo basándose en otras metas, por eso es probable que interpreten sus fantasías en términos de culpabilidad o vergüenza y no como alternativas sexuales.

En este aspecto también estamos muy influidos por la literatura, pero puede que todavía más por la cultura visual que impera en nuestra sociedad moderna. Las películas porno y las románticas ofrecen las mismas historias poco realistas sobre el sexo. No vemos a los actores luchando por alcanzar el orgasmo o que alguien lleve horas intentando que el otro llegue al clímax, nunca se oye a nadie murmurar: "Olvídalo, creo que hoy no va a funcionar, estoy demasiado distraído con temas del trabajo". Sin embargo, es innegable que esto ocurre en muchas camas; o que uno alcance el orgasmo siempre muy rápido y el otro sólo lo consiga después de mucho esfuerzo; o que paremos de hacer el amor porque empezamos a charlar o a bromear y prefiramos ponernos a leer o a dormir. Al final, todos estos momentos son sabrosos huevos fritos, pero nos parecen comida de pobres comparada con el menú de cinco estrellas que anhelamos.

En el transcurso de una entrevista, Ellen Laan enumera otras razones que pueden explicar la disminución del sexo entre los jóvenes: las chicas heterosexuales son más autónomas y suelen elegir el momento adecuado para el sexo, en lugar de verse apuradas como antes por el joven excitado con el que salen. Además, reciben más educación sexual, por lo que son más conscientes del riesgo de contraer enfermedades o de quedarse embarazadas. Los estudios han demostrado que son motivos frecuentes de abstinencia prolongada. Otro elemento — en mi opinión muy importante— que según Laan contribuye a la desexualización de las nuevas generaciones es que vivimos en una sociedad digitalizada y pornográfica:

Quizá la explicación más interesante sea que el sexo ya no es una fruta prohibida. Es más normal hablar de ello y a los padres no les molesta tanto que sus hijos compartan cama con alguien. Quizá eso hace que el sexo sea menos excitante.

Además, los jóvenes de hoy están tan acostumbrados a relacionarse sexualmente en las redes sociales con sus colegas que, después de un día online, ya están un poco hartos del tema: "Hay mucha comunicación a través de las redes sociales, pero toda es virtual. Es posible que los jóvenes se exciten más con los mensajes de texto y que por eso aplacen el sexo cara a cara".

Sí, eso parece. Los estudios recientes de varios sociólogos ilustres coinciden al afirmar que esta mudanza transformadora en la esfera sexual va de la mano de los cambios económicos modernos. Manuel Castells escribió sobre la "normalización" del sexo en la economía actual; Steven Seidman sostiene que está en auge un "erotismo sin límites"; Zygmunt Bauman da un paso más al describir una "revolución erótica posmoderna" y Anthony Giddens ya había reflexionado en 1993 sobre el fenómeno de la "sexualidad plástica", que, en su opinión, representa la experiencia del sexo contemporáneo ("plástica" se refiere a la maleabilidad de la expresión erótica individual, a la idea de que puedes moldear tu sexualidad según tus necesidades y deseos eróticos).

El sociólogo y filósofo esloveno Slavoj Žižek afirmó en 2020 que "disponemos de libertad para reinventar constantemente nuestra identidad sexual, para cambiar no sólo de trabajo o de trayectoria profesional, sino incluso nuestros rasgos subjetivos más íntimos, como nuestra orientación sexual". Suena liberador, pero no lo es en absoluto, argumenta Žižek, porque detrás de todas estas opciones hay un modelo económico capitalista que no para de crear y de intentar vendernos nueva mercancía, modas e imágenes cada vez más escandalosas; basta con pensar en los límites a los que llegan los usuarios de Chaturbate o en el porno explícito que coloniza internet. No somos de veras libres, vivimos en un sistema cuya supervivencia depende de su capacidad de ofrecer cada vez más opciones a los consumidores. Al final tenemos que elegir, no nos dejan conformarnos con lo que ya poseemos, porque si redujésemos la marcha y fuésemos a contracorriente acabaríamos siendo "conscientes de la falta de sentido de todo el movimiento". Según Žižek, esto deriva en una "transgresión permanente", se nos anima constantemente a mirar o practicar modalidades sexuales cada vez más osadas y provocativas y, como resultado, el apetito disminuye y nuestra sexualidad se queda en punto muerto.

Cualquiera que haya tenido una aventura (o haya fantaseado sobre ello) sabe que cuando el sexo es inalcanzable, cuando la tensión entre quererlo y no tenerlo, entre quererlo y no estar seguro de si lo tendrás es palpable, entonces el deseo se vuelve casi incontrolable. En cambio, cuando el sexo está garantizado, disponible en cualquier momento y en la forma que quieras, la tensión desaparece y, con ella, el deseo.

Sí quiero

Hay otro factor en juego en la actual desexualización de los jóvenes. No está tan presente en el debate público, pero yo opino que es igual de importante: el sexo se está convirtiendo en algo cada vez más peligroso a medida que se impone la necesidad del "consentimiento mutuo", es decir, la idea de que cada persona deba dar su permiso explícito antes de mantener relaciones sexuales. Es un planteamiento bienintencionado, pues antes, si sufrías una violación, tenías que probar que no habías querido mantener relaciones sexuales con el agresor, una tarea ardua si, por ejemplo, no hubo forcejeo físico ni gritos y la víctima se quedó paralizada por el miedo, cosa que ocurre a menudo. Se trata de una exigencia terrible para los denunciantes, sobre todo si el agresor termina absuelto por falta de pruebas. En 2018, los suecos aprobaron una ley para librar a las víctimas de esta obligación y convirtieron el consentimiento mutuo y explícito en un requisito legal. Desde entonces, sí sigue significando sí, pero la ausencia de un sí significa no.

Suena sencillo, ¿verdad? El problema es que el sexo no es sencillo en absoluto. Es desordenado, confuso y en él intervienen relaciones de poder. El sexo no es una práctica verbal o racional, sino física y emocional; no puedes concebirlo de antemano, sólo sentirlo mientras lo practicas, arriesgándote a que tus deseos cambien a medio camino o a sentir algo que no deseabas o crees que no deberías sentir. Por eso Slavoj Žižek se opone con vehemencia a los compromisos contractuales de consentimiento:

[Al hacerlo se] pierde un rasgo central de la interacción sexual, que es precisamente un delicado equilibrio entre lo que se dice y lo que no. La interacción sexual está llena de excepciones y, cuando uno quiere que las cosas se hagan sin decirlo de manera explícita, cuando la brutalidad emocional extrema puede ejercerse disfrazada de cortesía y la violencia moderada puede sexualizarse, la única manera de proceder es desplegando una comprensión y un tacto discretos.

La explicación de Linda Duits es más simple y, cuando menos, ingeniosa. Cuando el ministro neerlandés de Justicia y Seguridad propuso aprobar una ley de consentimiento sexual contractual le dedicó estas palabras:

El ministro Grapperhaus trata el sexo como si fuese té. Lo ve como un producto que pides a propósito y bebes con determinación. [...] El problema con la comparación y, por tanto, con el proyecto de ley de Grapperhaus, es que el sexo no es un producto, sino un proceso desordenado, irracional y lujurioso durante el cual tus preferencias cambian sin cesar. Pedir consentimiento a cada paso no es factible y limitarnos a un consentimiento previo carece de valor porque deberíamos poder conservar la opción de retirarlo.

Puedes cometer un error de juicio en la cama o darte cuenta durante el acto sexual de que antes lo querías pero ahora no o hacer algo divertido y excitante y luego sentirte un poco asqueado o avergonzado por ello. Es una pena, pero no una razón para poner una denuncia. Sin embargo, ocurre con asiduidad, sobre todo cuando las chicas se arrepienten después de haber mantenido relaciones sexuales. En Estados Unidos, donde varias universidades tienen estrictas políticas de "consentimiento sexual mutuo", surgieron dolorosos casos de chicos acusados en falso de violación. Sus compañeras de cama habían decidido mantener relaciones sexuales y actuaron en consecuencia, pero a la mañana siguiente se avergonzaban de su comportamiento sexual desenfrenado o se sentían heridas cuando el chico no las llamaba. En estos casos no era difícil demostrar que había sido sexo forzado e involuntario, ya que las mujeres en cuestión no habían dicho explícitamente que querían sexo y, según este tipo de normativa, todo lo demás significa no. Para cuando el joven acusado era absuelto, a veces meses o años después, su carrera y su reputación ya estaban hechas añicos.

Sin embargo, en los Países Bajos se sigue valorando la posibilidad de introducir una ley de este tipo y ya existen apps en las que tú y tu compañero de cama podéis registrar el consentimiento mutuo: así, si te denuncian por violación, tendrás una prueba de que la otra persona dijo que sí. Los expertos en tendencias creen que en el futuro utilizaremos más herramientas de este tipo para registrar el consentimiento explícito. Es un paso lógico en una sociedad que utiliza el miedo como el principal motivo para que controlemos nuestra conducta, una sociedad que nos empuja a desconfiar de las buenas intenciones de los demás y que nos predispone a elegir como buenas alternativas la vigilancia y la seguridad tecnológicas. Pero no es un paso alentador para los jóvenes que aún tienen que investigar sus preferencias y sus límites en materia sexual, que todavía no saben a ciencia cierta ni qué les gusta ni cómo expresarlo. No es de extrañar que cada vez sean más los que opten por no empezar este proceso en la vida real. ¿Y por qué deberían hacerlo si tienen acceso al porno, muñecas sexuales y avatares?

Ya hay a la venta vaginas de silicona diseñadas según los genitales de las estrellas porno

Las generaciones futuras podrán usar nuevas herramientas tecnológicas que les permitan sentir sexo online y, gracias a la realidad virtual, parecerá que están compartiendo el mismo espacio tridimensional con su pareja digital. Combinadas con la tecnología háptica, las experiencias online serán cada vez más difíciles de distinguir de las reales y los personajes virtuales nos atraerán tanto como los de carne y hueso que los controlan. Ya existe un prototipo de "máquina de besos" que te permite sentir los movimientos de la lengua y de los labios de otras personas y ya hay a la venta vibradores controlables por bluetooth desde el otro extremo del planeta (ideal si tu pareja vive en el extranjero) y vaginas de silicona diseñadas según los genitales de las estrellas porno. La industria del sexo que ofrece este tipo de dispositivos — ya de por sí grande— está creciendo exponencialmente.

La realidad virtual (RV) es una simulación informática en la que el usuario vive una experiencia usando unas gafas de visión de imágenes simuladas en 3D. Según se especula, en 2025, el porno será el tercer sector más importante de la RV, después de los juegos y los deportes. Scholtens y Nummerdor estiman que en 2027 practicar sexo con RV será tan normal como ver porno.

También conocida como comunicación cinestésica o tacto 3D, la tecnología háptica recrea el sentido del tacto mediante movimientos, vibraciones o fuerzas ejercidassobre el usuario. Sin embargo, y a contracorriente de esta dinámica de expansión material, las futurólogas Jeanneke Scholtens y Mabel Nummerdor predicen un "sexit": en un futuro que está al caer dejaremos de tener relaciones sexuales con otras personas, como un Brexit del sexo. En su libro nos recuerdan que "en el pasado todavía existían la abstinencia y la espera. A veces el mundo estaba en contra de ti y no conseguías lo que querías".

En un futuro que está al caer dejaremos de tener relaciones sexuales con otras personas, como un Brexit del sexo

Todo esto me recuerda el amor cortés mencionado en el Prólogo, un ideal romántico que surgió en torno al siglo XII en las cortes europeas y que giraba alrededor de un deseo reprimido. Los nobles y los caballeros ponían a una mujer sobre un pedestal y sentían por ella un amor perpetuo y (al menos antes del matrimonio) puramente platónico, un amor nunca correspondido que ensalzaban los trovadores con poéticos y lacrimógenos cantos. También evoca romances veraniegos, recuerdos de sol, de arena caliente y de vello rubio en los brazos; las noches que me pasaba en un avión antes de los reencuentros con mi pareja, que vivía en el extranjero, tan emocionantes que compensaban y disipaban mi jet lag; o la espera entre los mensajes de texto intercambiados con un nuevo amor, todos momentos sin contacto, pero rebosantes de lujuria, incertidumbre, fantasías, deseos y esperanzas.

Pero, en el futuro — escriben Scholtens y Nummerdor—, la impaciencia vencerá a la hora de satisfacer nuestras necesidades sexuales. Entonces, ¿no estaremos matando el fenómeno del deseo contenido? ¿Y no será la disponibilidad continua de sexo, en última instancia, la mayor depredadora de la lujuria?

Hay otra vía

Jennifer Lyon Bell, productora de cine erótico, opina que no es así. Jennifer entra en el estudio y no quiere ni café, ni té, ni galletas: "No, gracias, por ahora estoy bien, pero ¿podría tumbarme un rato en el sofá del rincón?". La estadounidense sufre de dolores de espalda desde que tuvo un accidente y, aunque sabía que el trayecto hasta el estudio era demasiado largo, le apetecía mucho caminar. El sol brillaba ese día, la primavera se asomaba cautelosa y Ámsterdam trinaba, bullía de energía y coqueteaba, igual que el pódcast que ella y yo íbamos a grabar sobre el futuro del porno. Sobre su porno, es decir, el porno inclusivo y ético que dirige en su productora, Blue Artichoke Films, una forma de porno poco conocida, pero cuya popularidad crece como la espuma. Con sus películas, Jennifer ha ganado premios en festivales y eventos, incluso el renombrado Seks & Media Prijs de la Sociedad Científica Neerlandesa de Sexología (NVVS por sus siglas en neerlandés), que nunca había galardonado una película erótica. Incluso tumbada y luchando contra el dolor de espalda, Jennifer lucía un estilo envidiable, es una de esas personas que son chic sin pretenderlo. Lleva el pelo corto y le gusta combinar vestidos anchos de colores con zapatillas deportivas. Nada en ella evoca las imágenes tópicas que la sociedad — y, debo admitirlo, yo misma— tiene sobre la industria del porno tradicional. Su estilo de vestir no es supersexi, como tampoco lo es su historia laboral. Jennifer se licenció en Psicología en Harvard y luego hizo un máster de Estudios Cinematográficos en la Universidad de Ámsterdam. Ella no "terminó metida en la industria del porno", como a menudo oímos decir a la gente y a los periodistas; ella eligió deliberadamente y con entusiasmo trabajar en este sector, igual que muchas otras personas.

"Sabía que tenía que hacerlo", me dijo la primera vez que hablamos, y se mostraba tan encantada que no me costó imaginármela como una estudiante aplicada trabajando en su tesis sobre el porno, cosa que provocó cierta consternación entre sus profesores, según me contó.

Estábamos hablando por Zoom. Una pantalla tambaleante apoyada en un regazo, un marido transitando por nuestra conversación buscando las gafas, las llaves. "Ven a saludar a Roanne", le dijo Jennifer, y allí, durante un segundo, apareció un hombre saludando a la pantalla. Un poco después, desde una habitación cercana, se oyó una voz masculina: "¡Ya las encontré!".

Antes de esa llamada, empecé a conocerla por las películas que me envió para que me hiciese una idea de su obra. Sus filmes se parecen al porno tradicional tan poco como la propia Jennifer. No porque no sean excitantes o explícitos (lo son), sino porque tienen una estructura totalmente diferente. Los actores, por ejemplo, apenas siguen un guion y, a diferencia de la mayoría de las producciones porno, Jennifer no les exige que mantengan relaciones sexuales o que alcancen el orgasmo (o que actúen como si lo hiciesen). Les da unas instrucciones mínimas y luego ellos siguen sus propios impulsos. Las cámaras no dejan de rodar para que Jennifer dirija a los actores, de modo que las grabaciones pueden durar horas y horas. "Así es más real y, por tanto, más emocionante", explica Jennifer.

Otra diferencia con respecto al porno convencional es que los actores, aunque sean seleccionados por la productora, parece que de veras se gustan. Y así es: "Antes de rodar, me reúno con cada uno y luego ellos se conocen. A veces les organizo una cita para que comprueben si sienten alguna conexión". Si surge atracción erótica entre ellos, ruedan una película juntos; si no, no:

Mi película de realidad virtual Second Date se titula así porque se trata de la segunda cita de dos actores para los que yo misma organicé la primera. Su segundo encuentro desembocó en un flechazo sexual que filmamos y que el espectador puede experimentar usando unas gafas de realidad virtual.

placeholder Una mujer, con gafas de realidad virtual. (EFE)
Una mujer, con gafas de realidad virtual. (EFE)

Me puse las gafas y me sentí como un voyeur en el salón de una casa flotante en la que los dos actores, sobre una zona llena de cojines de colores, charlaban, reían, tocaban el piano y, finalmente, follaban. "Puedes ver y sentir que la química entre ellos no es una actuación", me había prometido Jennifer, y tuve que darle la razón: parecía que sus actores se habían enamorado el uno del otro durante su segunda cita o que, por lo menos, se lo habían pasado muy bien.

Eso espero, sí — dice Jennifer entusiasmada durante la grabación del pódcast—. Y no sólo se lo pasaron bien juntos, sino también con el resto del equipo. Cuido mucho a mis actores, contratamos un servicio de catering delicioso y saludable, les damos albornoces calentitos y les pagamos un salario justo. Lo sé, suena todo muy lógico, pero, por desgracia, la industria del porno convencional dista mucho de ser así.

Los actores de sus películas tampoco se parecen mucho a las estrellas porno y no se ajustan en absoluto al ideal de belleza al uso: mujeres delgadas pero pechugonas, sin vello púbico pero con larga melena (preferiblemente rubia) y hombres musculosos y con un pene de tamaño descomunal. En las películas de Jennifer veo mujeres rellenitas o con vello en el pubis y en las axilas, mujeres con un arnés sexual a modo de pene, con cicatrices en el vientre o en las piernas, hombres delgados, gente guapa, gente de aspecto corriente, hombres que juraría — basándome en sus movimientos, en su tono de voz y en mis prejuicios— que son homosexuales, pero que no lo son, y hombres cuyo pene no aparece por ninguna parte: la película Headshot muestra a uno que alcanza el orgasmo, pero el espectador sólo le ve la cara.

Este tipo de porno inclusivo y realista (y feminista, según algunos expertos) es de pago:

El espectador puede pagar por una película o por acceder a toda mi filmografía. Te parecerá absurdo en un mundo en el que puedes ver sexo gratis por todas partes, pero es una condición imprescindible si queremos democratizar el futuro del cine erótico. De hecho, si no tienes que pagar por el porno que ves, es probable que estés viendo una obra plagiada o con actores que fueron maltratados económicamente o de alguna otra forma.

"Debemos acabar con esto", afirma Bell. De hecho, el porno gratis nunca debería haber existido. Cada vez hay más gente que piensa como ella, hombres y mujeres que pagan encantados por sus películas o por las de otros productores de porno inclusivo y alternativo, como Erika Lust (¡sí, su apellido significa 'lujuria' en inglés!). Jennifer me dice sonriendo que tiene mil planes de futuro: "Cada vez se ponen en contacto más actores que quieren trabajar conmigo y cada persona nueva me inspira".

*Roanne van Voorst es antropóloga, investigadora, conferenciante y escritora. En 2014 se doctoró cum laude en el Amsterdam Institute of Social Science Research y es profesora en la Universidad de Ámsterdam. Preside la Dutch Future Society, que se encarga de identificar tendencias de futuro, y es consejera científica y fundadora de HATCH, empresa que forma a personas para que se anticipen a las necesidades que exigirá la sociedad en el ámbito laboral. En ' Sexo con robots y pastillas para enamorarse' (Deusto) analiza el futuro del amor y el sexo en la era de la inteligencia artificial.

En los últimos años hemos tenido acceso gratuito a tanto porno y en todas partes que está ocurriendo algo sorprendente con nuestra sexualidad: cada vez nos interesa menos el sexo. Aunque la abundancia de porno no explique por sí sola este cambio, es una de las razones principales. Y quizá lo más extraordinario es que este declive también afecte a los que se presupone que tienen más apetito sexual, los jóvenes.

Libros Ensayo Sexualidad Inteligencia Artificial
El redactor recomienda