A penas levantaba un palmo del suelo y ya acompañaba a sus padres al Teatro Comunale de Florencia a escuchar óperas y sinfonías completas de Wagner. La música formó parte de su vida desde que llegó al mundo y garabateaba orquestas de muchos colores. Una historia de pasión, disciplina y autoexigencia para esculpir un don único para deleitarnos a tantos.
Un padre al oboe, una madre al piano y un hermano mayor (Lorenzo) al violín. “En casa había instrumentos que ya estaban cogidos”, ríe. ¿Eligió el violonchelo o el violonchelo la escogió? “Ambas”, confiesa. “Me gusta su sonido, es más cálido, hay tanta belleza y armonías”.
María Salvatori (Florencia, 2004) comenzó a afinar las notas con cinco años. Empezó siendo un juego en la Accademia Musicale di Firenze, con una maestra formada en la prestigiosa Juilliard School, el conservatorio de Nueva York . “Era muy bonito porque el método Suzuki es música en 360 grados: canto, memoria, ritmos… pero a partir de los ocho o nueve años, el violonchelo se puso más serio”.
Tras formarse en su ciudad natal y Basilea, con 17 años desembarcó en Madrid para hacer del violonchelo su pasión y su profesión. “Gané esta plaza y era mi sueño. Puedes amar la música pero hacer de ella tu profesión es muy exigente; hay sacrificios, aunque vale la pena”, cuenta emocionada a El Confidencial desde la Escuela Superior de Música Reina Sofía de Madrid donde cursa su tercer año en la Cátedra de Violonchelo Aline Foriel-Destezet.
Salvatori es una de las dos artistas becadas por la Reale Foundation dentro del programa Cultura con Impacto que apadrina a jóvenes talentos, junto a su compatriota Martina Bonaldo (Mantua, 2002) en la cátedra de Viola que imparte Diemut Poppen Ambas fueron distinguidas como las alumnas más sobresalientes de sus respectivas cátedras en la ceremonia de Clausura del curso 2023-2024, que contó con la presencia de la Reina Doña Sofía.