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Cómo el pique entre un francés y un inglés resolvió el gran enigma del mundo antiguo
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El año cero de la egiptología

Cómo el pique entre un francés y un inglés resolvió el gran enigma del mundo antiguo

Durante la invasión napoleónica de Egipto, el descubrimiento de la Piedra Rosetta inició una fascinación por los faraones que aún colea. La lucha por descifrar el jeroglífico enfrentó a dos niños prodigios europeos

Foto: Bonaparte ante la Esfinge. (Jean-Léon Gérôme/Dominio Público)
Bonaparte ante la Esfinge. (Jean-Léon Gérôme/Dominio Público)

Entre la Revolución Francesa y la batalla de Waterloo, Europa pasó un cuarto de siglo en combustión, con Inglaterra y Francia en tensión bélica permanente. Mientras tanto, una micro batalla entre dos niños prodigio, un francés y un inglés, iba a llevar la batalla por la hegemonía a otro terreno, de los soldados de infantería a los ratones de biblioteca. O la lucha sin cuartel por ver quién lograba descifrar primero la Piedra Rosetta.

Los héroes enfrentados (pero complementarios) de esta historia son Jean-François Champollion y Thomas Young. Llamarles personas del Renacimiento sería quedarse muy cortos. Siendo adolescentes dominaban el griego y el latín, además de manejarse con el árabe, el hebreo, el persa, el caldeo y el sirio. “A los trece años, Young encontró un libro que incluía versiones del padrenuestro en cien lenguas diferentes. Examinar y comparar los extraños giros —recordaba ya adulto— le había proporcionado "extraordinario placer". Champollion, a los catorce, se sintió una vez solo e inquieto; pidió a sus hermanos mayores que le enviaran una gramática china como distracción”.

Criaturitas. Un auténtico duelo de titanes:

“Young lo había aprendido todo, al aparecer, desde la más temprana infancia. A los dos años, recordaría más tarde, “aprendió a leer con notable fluidez”. A los seis sus lecturas eran amplias y diversas. Había leído la Biblia, Los viajes de Gulliver y Robinson Crusoe… Incluso los colegas que trabajaban con él se admiraban de su versatilidad. “Sabía tanto que era difícil decir lo que no sabía”, escribió sir Humphry Davy, el científico británico más célebre a comienzos del siglo diecinueve”.

“Desde los diez u once años, Champollion centró sus formidables talentos exclusivamente en Egipto… Siendo un adolescente, el interés se había convertido en una obsesión. Champollion publicó su primer trabajo, sobre los nombres de lugar en el antiguo Egipto, a los dieciséis… Con solo dieciocho años, escribió entusiasmado a su hermano: “Me he entregado por completo al copto [lengua muerta del antiguo Egipto]. Deseo conocer el egipcio como mi francés, porque en esa lengua se basará mi gran obra sobre los papiros egipcios”. A esta siguió casi inmediatamente otra carta a su hermano. "Sueño solo en copto [...]. Me he vuelto tan cóptico que, por diversión, traduzco al copto todo lo que me viene a la cabeza. Hasta hablo copto a solas conmigo mismo (ya que nadie más me entendería)”.

Lo cuenta el ensayista estadounidense Edward Dolnick (1952) en el asombroso ensayo La escritura de los dioses. Descifrando la piedra de Rosetta (Siruela).

Hablamos con él.

PREGUNTA. Young y Champollion parecen dos caras de una misma moneda: caracteres opuestos con obsesiones parecidas. ¿Qué similitudes y diferencias había entre ellos?

"La similitud clave es que ambos eran genios. Pero tenían un carácter completamente diferente"

RESPUESTA. La similitud clave es que ambos hombres eran genios. Pero tenían un carácter completamente diferente. Champollion estaba exuberante un día y miserable al siguiente, moviéndose frenéticamente de un lado a otro entre la absoluta confianza de que estaba al borde de un gran logro y la negra desesperación de estar perdido y nunca encontraría su camino. Young era ecuánime y daba por sentado que ningún problema, en ningún campo, podría resistirle por mucho tiempo. Champollion puso su fe en destellos de perspicacia. Young dependía de una aplicación constante e implacable de poder, como si fuera un soplete. Champollion solo estaba interesado en un problema: descifrar los jeroglíficos egipcios. Young estaba interesado en cualquier problema, siempre y cuando todos los demás creyeran que era imposible.

P. ¿Qué nos dice la batalla entre estos dos hombres sobre la rivalidad entre Francia e Inglaterra y las idiosincrasias de ambos países?

R. Cada hombre actuaba casi como un emblema de su país. Champollion era un romántico lleno de energía y desbordante de emoción, como la estrella de una ópera. Young era tranquilo y discreto, desdeñaba las emociones y estaba convencido de que la racionalidad era la clave de todos los problemas.

P. La disputa entre Thomas Young y Jean-François Champollion ayudó a resolver el misterio de la piedra Rosetta. ¿El ego humano mueve montañas?

R. Todos hacemos lo que hacemos por una combinación de motivos, algunos de ellos admirables y otros no tanto. El futbolista domina el juego por el placer del deporte pero también por la adulación del público. Picasso pintaba para expresar sus emociones más profundas y también para ganar fama y mujeres. Champollion y Young realmente querían resolver un misterio y también ganar la gloria para ellos y sus naciones. ¿Es posible que, sin estos motivos básicos, no reuniésemos la energía y la resistencia para lograr grandes cosas?

placeholder Una egiptóloga revisando la Piedra Rosetta en Londres. (EFE)
Una egiptóloga revisando la Piedra Rosetta en Londres. (EFE)

Misión imposible

En efecto, el pique entre Young y Champollion, cada uno se aprovechó de los avances de su rival descifrando el jeroglífico, llevó al desvelamiento del sistema de escritura del antiguo Egipto, enterrado por la arena del tiempo desde hacía 15 siglos. Lo explica el libro: “Fue el auge del cristianismo lo que supuso el final de la escritura jeroglífica. A comienzos del siglo cuarto, el emperador romano Constantino se convirtió a dicha fe. Y ese acto espoleó uno de los cambios de curso más importantes en la historia del mundo. Más avanzado el siglo, el cristianismo se convertiría en la religión oficial de Roma. Y a finales de este la enclenque nueva fe se volvería lo bastante poderosa como para proscribir a sus rivales. En el año 391, el emperador romano Teodosio el Grande ordenó que todos los templos de Egipto fueran destruidos como afrentas al cristianismo”.

Para cuando Young y Champollion empezaron a descifrar la Rosetta, hacía más de 1300 años que nadie en el mundo sabía leer jeroglíficos.

La Rosetta era una enorme piedra (1,20 metros y tres cuartos de tonelada) con mensajes faraónicos en tres escrituras distintas: jeroglíficos egipcios, escritura demótica y griego antiguo. Pero, ojo, aunque cada texto hablaba de lo mismo, decía cosas diferentes, de ahí la dificultad para descifrar el jeroglífico, no valía con traducir, había que empezar de cero para desvelar el dibujo de signos. "Para los descifradores nada se podía dar por sentado. El texto podía ir de izquierda a derecha, como el inglés, o de derecha a izquierda, como el hebreo y el árabe, o de arriba a abajo, como el chino y el japonés. Variantes más elaboradas también existieron. Algunos textos griegos antiguos siguen un camino zigzagueante, como un campesino que estuviese arando. Una línea hacia la izquierda, y la siguiente hacia la derecha, y así sucesivamente (y en cada nueva línea, las letras individuales también cambian de dirección). La escritura azteca, como señala un historiador, “formaba meandros en la página como si fuera un juego de la oca, y la dirección se indicaba con líneas y puntos”... Pero, peor aún —mucho peor— era esto: los últimos hablantes del antiguo egipcio habían muerto milenios atrás. (Los egipcios han hablado árabe desde el siglo séptimo). A modo de ejemplo contemporáneo, imaginemos intentar leer el chino sin hablar el idioma. Y a continuación imaginemos intentar leer el chino cuando nadie hablara ya el idioma… Supongamos que el último hablante de lengua inglesa hubiera muerto hace veinte siglos. ¿Cómo podría nadie saber que los sonidos c-a-t [gato], pronunciados en rápida sucesión, significan animal peludo con bigotes?”, razona el libro.

La fascinación

"En tiempos de Napoleón, las pirámides, monumentos y templos que salpican Egipto llevaban miles de años siendo célebres, pero casi nadie sabía quiénes las habían construido, cuándo ni por qué. Solo se sabía que, mientras gran parte del mundo había estado temblando de frío en cuevas y manoseando la tierra en busca de babosas y caracoles, los faraones egipcios habían reinado con esplendor”, explica el libro.

La piedra Rosetta apareció durante la conquista de Egipto del joven de Napoleón, glamurosa en lo cultural y desastrosa en lo militar: Napoleón acabó regresando a Francia de tapadillo (y vendiendo una victoria que no era tal), dejando a su ejército varado en Egipto, donde los ingleses les darían rápidamente para el pelo (este es el motivo por el que la Piedra Rosetta no se expone ahora en Francia, sino en el Museo Británico, donde es el objeto con más tirón de la tienda desde hace décadas).

Foto: Napoleón Bonaparte en Egipto (Fuente: iStock)

En la enésima muestra de que lo más importante para los franceses es la grandeur, Napoleón desembarcó en Egipto con una brigada de académicos, investigadores y arqueológicos. En la aventura de Napoleón en Egipto, en definitiva, hubo más compadreo con la intelectualidad que glorias militares dignas de tal nombre. O el líder filósofo que tanto gusta a los franceses.

Napoleón tenía un genuino interés por la ciencia y la tecnología, y los savants [sabios o eruditos] eran sus favoritos. Varios de los más eminentes entre ellos habían sido escogidos para viajar con él [a Egipto] a bordo del L’Orient, el buque insignia de la flota y el barco de guerra más grande del mundo. Por las noches, cuando los viajeros no estaban mareados (Napoleón sufría también ese mal, y su cama tenía ruedas como supuesto remedio), los savants cenaban junto a Napoleón y sus oficiales. Napoleón proponía un tema distinto en cada velada. ¿Qué significan los sueños? ¿Cuál es la forma de gobierno ideal? ¿Hay vida en otros planetas? Y asumía el papel protagonista de aquel salón en medio del mar mientras insistía en que simplemente estaba allí como otro filósofo. Corría el alcohol, las lámparas de la mesa parpadeaban y la conversación se prolongaba hasta avanzadas horas de la noche”.

“Los savants mostraron siempre mejor ánimo que los soldados, que los culpaban a ellos de aquella expedición absolutamente descabellada. Buenos hombres estaban muriendo en el desierto, protestaban los soldados, para que un puñado de intelectuales inútiles contemplara montones de piedras rotas. Pero fue ese puñado el que haría historia. Y los dibujos que realizaron durante sus tres años en Egipto, y especialmente sus copias de los jeroglifos, acabarían teniendo un valor incalculable. El ejército de Napoleón contó con cuarenta mil hombres; los savants no llegaban ni a doscientos. El ejército cayó en el olvido. Los savants abrieron de par en par una puerta que había estado cerrada durante mil años”, sentencia el libro.

placeholder Masas frente a la Piedra Rosetta en el Museo Británico. (EFE)
Masas frente a la Piedra Rosetta en el Museo Británico. (EFE)

Como recuerda el libro, la cultura faraónica se extendió durante 30 siglos, cifra que contrasta con los tres siglos de la historia de EEUU (imperio del que algunos adivinan ya su decadencia). “La Gran Pirámide y la Esfinge, los monumentos más conocidos de Egipto, son más antiguos que Stonehenge”, aclara el texto sobre la grandiosidad egipcia en la historia humana.

Seguimos hablando con Dolnick.

P. ¿Por qué la fascinación por el antiguo Egipto nunca mengua?

R. Egipto fue la primera, la más grandiosa y la más longeva de todas las civilizaciones antiguas. Egipto ocupa un lugar agradable en nuestras mentes: los egipcios se parecían tanto a nosotros que sentimos que los conocemos, pero eran lo suficientemente diferentes como para que parezcan exóticos. Nosotros también construimos monumentos para decir "Estuvimos aquí", pero las pirámides eclipsan nuestros monumentos. Nosotros también llevamos a cabo rituales para recordar a los muertos, pero las innumerables momias de Egipto son mucho más extrañas y espeluznantes que nuestros cementerios. Cuando miramos los símbolos de Egipto, como la Esfinge o los jeroglíficos, nos enfrentamos a un misterio que nos atrae. Sentimos que casi podemos encontrar un significado oculto, pero no del todo, y no podemos resistirnos a preguntarnos qué pasó en ese mundo desaparecido.

P. En efecto, descifrar un lenguaje secreto siempre ha sido una actividad intrigante especial, más aún en el caso de los jeroglíficos. ¿Por qué nos atraen tanto?

"Se parecían tanto a nosotros que sentimos que los conocemos, pero eran lo suficientemente diferentes como para que parezcan exóticos"

R. A todo el mundo le encantan las historias de descifradores de códigos, y la historia de los jeroglíficos es la mejor de todas esas historias. La mayoría de los códigos, como el código Enigma de la Segunda Guerra Mundial, son tan prohibitivos que ningún extraño podría empezar a descifrarlos. Pero los jeroglíficos eran imágenes y casi invitan a descifrarlos, tal como lo haría una serie de emojis. El gran desafío fue cómo empezar. Una vez que hayas adivinado lo que significa un dibujo de un gato, por ejemplo, o una imagen de la luna, ¿cómo probarías tu suposición? ¿Cómo podrías acercar tu oído a un mensaje escrito en una lengua muerta y oírlo hablar?

P, En el libro dice que Egipto es el "misterio de los misterios". ¿Qué quedaría por desvelar?

R. Ahora podemos leer lo que los egipcios tenían que decir, pero ese misterio abre la cortina a un misterio más profundo: ¿de qué trataba Egipto? ¿Era esta una cultura que estaba aterrorizada por la muerte? ¿Es por eso que centraron tanta atención en la otra vida? -¿o era esta una cultura tan enamorada de la vida que no podían soportar la idea de que terminara- y es por eso que las tumbas egipcias contenían comida, vino, juegos de mesa, juguetes e instrumentos musicales, y todo lo demás que pudieras necesitar? ¿Disfrutar del más allá? Si viajáramos en el tiempo al antiguo Egipto, ¿lo encontraríamos fascinante o desconcertante?

placeholder Batalla de las pirámides, Francois-Louis-Joseph Watteau (1798-1799).
Batalla de las pirámides, Francois-Louis-Joseph Watteau (1798-1799).

El desenlace

Durante quince años, Young y Champollion lucharon por descifrar el jeroglífico. Aunque el francés se acabó llevando el gato al agua, la discusión sobre si lo logró gracias a los avances previos del inglés se encrespó.

"En sus momentos culminantes, los bandos rivales se atacaron los unos a los otros a golpe limpio. Champollion era un “villano” cuya “desfachatez”, “charlatanería” y “falta de honestidad” no podían ignorarse. Young era “un hombre rencoroso” movido por la envidia hacia Champollion y resentido ante un mundo que no había reconocido su talento tanto como él mismo… En cierto sentido, la inquina entre Champollion y Young era casi inevitable. Aunque los titanes en todos los campos tienden a los ataques de envidia y de furia celosa —el genio y el desmesurado amor propio forman una mezcla explosiva—, las rivalidades en la ciencia y entre descifradores tienden a ser incluso más violentas que en ningún otro ámbito. El problema es que todo el mundo corre hacia un único objetivo”, aclara el libro.

¿Podían haber resuelto el enigma el uno sin el otro? Probablemente no.

“Por decirlo de manera sencilla, Young acabó con el misterio que había envuelto los jeroglíficos egipcios y demostró que estos también obedecían leyes racionales. Young fue, a juicio de John Ray, “probablemente el más brillante solucionador de problemas que Gran Bretaña haya dado jamás”. Pero un genio para resolver puzles no era suficiente. Se requería también un conocimiento del copto y de la historia egipcia tan profundos que la intuición y la experimentación pudieran llevarnos, a través de él, más allá de los límites de la lógica. Ese fue el papel de Champollion, y solo él podía desempeñarlo. Fue como si los dos rivales se convirtieran en compañeros perfectos. Young, que había ganado todas las carreras que había disputado hasta entonces, estaba casi destinado a ser quien derramara la primera sangre. Champollion, que llevaba obsesionado con Egipto, su cultura y su lengua desde la infancia, estaba casi destinado a persistir en el enigma más que nadie y ver más lejos que nadie en sus profundidades”.

Tras no pocas tensiones intelectuales, Champollion y Young se reencontraron en 1828 en el Louvre, donde Champollion había sido nombrado primer conservador de las antigüedades egipcias. "Young describió la visita a su amigo Gurney con deleite y sorpresa. Champollion le había ‘mostrado mayor atención de la que yo he mostrado o sería capaz de mostrar a ningún ser vivo; dedicó siete horas enteras a examinar conmigo sus trabajos y la magnífica colección que tiene a su cargo’”.

Fue su manera de hacer las paces.

Entre la Revolución Francesa y la batalla de Waterloo, Europa pasó un cuarto de siglo en combustión, con Inglaterra y Francia en tensión bélica permanente. Mientras tanto, una micro batalla entre dos niños prodigio, un francés y un inglés, iba a llevar la batalla por la hegemonía a otro terreno, de los soldados de infantería a los ratones de biblioteca. O la lucha sin cuartel por ver quién lograba descifrar primero la Piedra Rosetta.

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