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El día que Hitler se colgó de una velocista estadounidense en los JJOO de 1936
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El día que Hitler se colgó de una velocista estadounidense en los JJOO de 1936

El periodista argentino Luciano Wernicke recoge diversas anécdotas y curiosidades en 'Historias insólitas de los Juegos Olímpicos' (Altamarea)

Foto: Hitler, en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 (Imago)
Hitler, en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 (Imago)

Adolf Hitler había quedado prendado de la belleza de la velocista estadounidense Helen Stephens, ganadora de los 100 metros lisos el 4 de agosto. El flechazo había sido tan intenso que el canciller ordenó a uno de sus colaboradores que invitara a la velocista de dieciocho años a visitarlo en su despacho privado del Olympiastadion. Tras la ceremonia de premios, la muchacha aceptó el convite, según confesó, porque tenía "curiosidad" por conocer personalmente al hombre fuerte de Alemania, "del que hablaba todo el mundo".

Stephens pronto se arrepentiría de ser tan chismosa. De acuerdo con su propio relato, el encuentro comenzó cuando el Führer la recibió con el tradicional saludo nazi."Yo le di un buen apretón de manos, al viejo estilo de Missouri. Enseguida, Hitler me saltó a la vena yugular. Me agarró del trasero, lo apretó y lo pellizcó, y luego me abrazó y al oído me dijo "Tú tienes un verdadero tipo ario. Deberías correr para Alemania". Después me dio un masaje en los hombros y me invitó a pasar con él un fin de semana en su residencia de Berchtesgaden".

Asustada, Stephens logró escapar del despacho y del pegajoso acoso hitleriano, y corrió a refugiarse entre sus compatriotas. Tras ganar los relevos 4x100, la jovencita volvió a ser convocada a la estancia privada de Hitler. Aceleró hasta su máxima velocidad, pero en sentido contrario.

La petición

Durante los Juegos, el jefe del equipo de pista y campo estadounidense, Lawson Robertson, tomó una particular medida: para la carrera de relevos 4x100, disputada el 9 de agosto, decidió sacar del cuarteto a Sam Stoller y Marty Glickman, quienes eran judíos, y reemplazarlos por dos afroamericanos: Jesse Owens y Ralph Metcalfe. Se sospecha que la determinación de Robertson habría sido "sugerida" por el jefe de la delegación norteamericana, Avery Brundage, a petición de un enviado de Hitler.

el Führer prefirió sufrir la cuádruple coronación de un campeón de raza negra antes que la simple de uno judío

En una entrevista concedida al periódico Los Angeles Times en 1998, Glickman remarcó que se trató de un acto "de antisemitismo contra Sam Stoller y contra mí" y aseveró que Hitler le había hecho saber a Brundage que preferiría que no hubiera atletas judíos en el podio. El equipo de pista y campo estadounidense estuvo integrado por 66 competidores, de los cuales solo dos eran judíos: Glickman y Stoller, los muchachos retirados de la prueba por sus propios entrenadores. La sospecha de Glickman tiene sustento, porque en la última práctica antes de la competición oficial, Robertson organizó una carrera de 100 metros entre los cuatro velocistas que participarían de la prueba de relevos: Stoller llegó primero; Glickman, segundo; Foy Draper, tercero, y Frank Wikoff, cuarto.

Pese a este resultado, los elegidos para la prueba fueron Draper y Wikoff, junto a Owens y Metcalfe. El cuarteto estadounidense no solo ganó fácilmente el evento, sino que estableció un nuevo récord mundial de 39,8 segundos. La supuesta petición de Hitler a Brundage denunciada por Glickman permitió a Owens ganar su cuarta medalla de oro y alcanzar una cosecha jamás superada en el campo del atletismo olímpico. Evidentemente, el Führer prefirió sufrir la cuádruple coronación de un campeón de raza negra antes que la simple de uno judío.

La recompensa

Los primos Alfred y Gustav Flatow nacieron en Polonia, pero se criaron desde pequeños en Berlín, donde sus familias habían decidido radicarse. En la capital alemana, los jóvenes Flatow pronto se destacaron en todo tipo de eventos deportivos: gimnasia, ciclismo, levantamiento de pesas y competiciones atléticas de pista y campo. Al conocerse que en Atenas se realizarían los primeros Juegos Olímpicos modernos, los Flatow viajaron para representar a su país en las distintas modalidades gimnásticas, tanto en pruebas individuales como grupales, integrando la selección nacional germana. Gracias al aporte de los primos, Alemania ganó el título por equipos en barras paralelas y barra horizontal. Alfred obtuvo además un oro y una plata en el concurso individual de las mismas especialidades.

Tras la asunción de Hitler la gloria olímpica conseguida por los primos se evaporó por su condición de judíos

Al regresar a Alemania, los Flatow fueron calurosamente felicitados por los éxitos conseguidos para su país. No obstante, en 1933, tras la asunción de Adolf Hitler como jefe de Gobierno, la gloria olímpica conseguida por los primos se evaporó por su condición de judíos. Alfred y Gustav —quienes trabajaron en varios gimnasios y escuelas enseñando distintas disciplinas deportivas— debieron exiliarse en Países Bajos para escapar de la ola de antisemitismo que se había levantado en Alemania. Durante la Segunda Guerra Mundial el ejército germano ocupó los Países Bajos y los Flatow, como otros miles de judíos, quedaron atrapados bajo la bota nazi. Ambos fueron capturados y deportados al campo de concentración de Theresienstadt, en la actual República Checa, donde murieron de hambre junto a 35.000 personas: Alfred tenía 73 años; Gustav, 70.

Sin embargo, la gloria olímpica no pudo ser aplastada por el tremendo desenlace. En 1987, la Federación Alemana de Gimnasia instituyó la Medalla Flatow al mérito deportivo en homenaje a Alfred y Gustav Flatow. Una justa y eterna recompensa para dos personas que dedicaron su vida a promover el deporte entre los jóvenes germanos.

Extractos de Historias insólitas de los Juegos Olímpicos, de Luciano Wernicke. Publicado en Altamarea.

Adolf Hitler había quedado prendado de la belleza de la velocista estadounidense Helen Stephens, ganadora de los 100 metros lisos el 4 de agosto. El flechazo había sido tan intenso que el canciller ordenó a uno de sus colaboradores que invitara a la velocista de dieciocho años a visitarlo en su despacho privado del Olympiastadion. Tras la ceremonia de premios, la muchacha aceptó el convite, según confesó, porque tenía "curiosidad" por conocer personalmente al hombre fuerte de Alemania, "del que hablaba todo el mundo".

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