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El amor en los tiempos del chuculún: cómo me hice adicto al porno latino por su literatura
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Hernán Migoya

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El amor en los tiempos del chuculún: cómo me hice adicto al porno latino por su literatura

Cada titular del bendito Chuculún es un dechado de virtuosismo redaccional, un enunciado fidedigno de noticia fraudulenta que juega con dobles sentidos y sobreentendidos al servicio del mensaje pícaro o abiertamente sexual

Foto: Imagen de la revista en cuestión. (Cedida)
Imagen de la revista en cuestión. (Cedida)

En literatura, lo tengo claro: Gabriel García Márquez era un embaucador de baja estofa. Sus novelas más célebres me resultan tan marrulleras y empalagosas que cada vez que leo una de sus páginas me encojo involuntariamente con el temor de que al pasarla me vaya a asaltar el propio autor a pedirme dinero mientras me sacude de las solapas. A tal punto se le nota la afectación y las ganas de camelarme con su barniz de almíbar, como de putero en el armario que jura amor eterno a su pareja entreabriendo la puerta. Por eso, en cuestión de literatura, me inclino hacia un estilo menos melifluo y más honesto, que refleje la manera genuina en que ama y habla el pueblo. Bajo ese criterio, la revista pornográfica peruana Chuculún le pega mil vueltas sustanciosas a Cien años de soledad, a El amor en los tiempos del cólera y a cualquier título melosiento en el alma de ese trilero pesado. Esos nerudos que tanto escriben del amor eterno a mí no me engañan: bajo la alfombra sentimentalista esconden una amante o un deseo enfermizo de tenerla y sólo parecen fabular para cultivarlas.

El Chuculún, en cambio, habla el lenguaje del amor verdadero… o como mínimo del que siempre se tumba al que llamamos así, al que aspiramos, al trascendente, al postizo que casi todas las parejas aparentan en mayor o menor grado: sus viejas nuevas promueven el afecto carnal, el dionisíaco, sin cabriolas sensibleras ni dárselas de romanticón, pero con una carga de poesía real, la del ingenio popular dosificado con coital cadencia. Obviamente, en esa categoría no entran retóricos académicos, intelectuales poseros ni onanistas compulsivos como los escritores.

¡Y mucho menos los poetas!

La triste vida de un escritor en paro

Hace unos días, durante otro de mis indolentes paseos matutinos por mi adorada Lima, la ciudad donde resido, dudaba entre invertir la desocupada jornada en enviar mis cuentos a algún concurso literario español para volver a lograr el hito de ser premiado y amonestado a un tiempo (como me pasó en los Premios del Tren Camilo José Cela, donde para justificar su concesión de mi accésit tras enterarse de que yo era el autor de Todas putas, el jurado se apresuró a declarar en el libro oficial del certamen que el galardonado por ellos era un "buen escritor, aunque quizá demasiado provocador para el gusto del jurado") o enrumbar sin más al Parque de las Leyendas, ese zoo local que, como todos los zoológicos hoy día, rezuma una grave melancolía digna de los cementerios, al albergar enterrados en vida a cientos de animales: allí mantenía un romance exclusivamente visual y de constantes altibajos emocionales con un babuino pelirrojo que me tenía sorbido el seso porque era idéntico a Will Ferrell y al que visitaba de uvas a peras, como si fuera el último recurso de un incel en celo.

Foto: Imagen de archivo de un cine en pandemia. (EFE/Kiko Huesca)

Lo han adivinado: en realidad llevaba meses sin trabajo estable y no caía ni un encargo mercenario, ni siquiera poder escribirle de tapadillo su autobiografía a un famoso o una novela a algún abogado de los que abundan en la capital peruana con ansias de presumir de pluma. Por eso me quedé de piedra cuando, al cruzar frente a un quiosco anidado por mil reclamos fosforito, mi mirada chocó con un titular de diario que me dejó pasmado en el sitio: "Le llené el anexo a la jefa y ya tengo chamba".

De entrada pensé que se trataba de un rotativo con ofertas de trabajo ("chamba" es empleo en peruano), pero no: en cuanto adquirí esperanzado la publicación ante la mirada divertida del quiosquero, comprendí para mi asombro que se trataba de un semanario porno, editado con un papel infecto de diario barato.

Chuculún se llama, que es, en efecto, el divertido término con que aquí denominan la cópula.

Cada titular, un verso

Pero de pronto, como atraídos por un imán, mis ojos empezaron a recorrer los encabezamientos de cada página, aperplejado ante la belleza sonora y el singular virtuosismo de aquellos titulares, que transitaban todas las figuras literarias con un éxito rotundo. El texto invocaba imágenes de una altura artística que contrastaba con la chocarrería de aquellas a todo color que obscenamente ilustraban las cálidas crónicas. Sí, cierto, sus fotos eran vulgares instantáneas de frotación inguinal compradas seguramente a cualquier agencia sicalíptica (y hasta los cómics incluidos iban sin firmar por algún dibujante avergonzado de su impudor): eso no quitaba que aquellas frases fueran dignas de un genio de las letras.

Yo ya había gozado los hallazgos expresivos de lo que en Perú definen como "prensa chicha", un tipo de periodismo de aspiración popular alimentado por un amarillismo mucho más creativo que el español. A menudo, nace dirigida con la mala intención propagandística de manipular las voluntades de sus miles de consumidores en sus inclinaciones políticas, pero si sus redactores son ingeniosos, suelen estar repletas de gemas lingüísticas como ese "profesor de matemáticas dividido en cuatro" con que condensaban un accidente de tráfico en el que pereció un pobre maestro. Sí, la sensibilidad moral no es el fuerte de esta prensa, ¡pero también Borges era pinochetista y nadie deja de leerlo por eso! Y yo no soy clasista: no leo sólo a señoritos.

"Cada titular del bendito Chuculún es un dechado de virtuosismo redaccional, un enunciado que juega con dobles sentidos"

Cada titular del bendito Chuculún es un dechado de virtuosismo redaccional, un enunciado fidedigno de noticia fraudulenta que juega con dobles sentidos y sobreentendidos al servicio del mensaje pícaro o abiertamente sexual. Los símiles gastronómicos son los más abundantes, como por ejemplo en esta lección de cómo poner la comida basura al servicio del gracejo barriobajero: "Fui por un KFC y me sacaron toda la mayonesa". O este manual del placer oral y en específico del cunnilingus: "Formas de hacer la sopa: aprende cómo lamerle la cosita para que se moje a forro". Confieso que frente a tamaño exhibicionismo de la jerga limeña, hasta yo me perdía con sus tremendas florituras: "Ando a pura leche de tigre para meterle tres al hilo a chibola veinteañera". ¡Un Machado más manchado hubiera sido capaz de alcanzar estas cumbres!

Los símiles futbolísticos tampoco son mancos: "Le reventé la Champions a hincha del Real Madrid". O uno más localista: "Todo lo ve U y no me hunde el Calcaterra". Aunque detesto el fútbol, resulta imposible no comprender que la cita en cuestión plasma una ficticia pero razonable protesta de alguna chica con deseos legítimos de entregarse a la concupiscencia, ante la indiferencia de su novio aficionado al Universitario de Deportes, equipo limeño conocido a pie de calle como "la U".

Eso sí, me he pasado horas intentando desentrañar sin ayuda el significado del insólito vocablo "calcaterra", aventurando que tal vez se tratara de una reciente aportación del argot autóctono, revestida en su aparente construcción compuesta de connotaciones escatológicas (por lo calcáreo de "calca" y lo terrenal de "terra"), hasta que alguien me ha soplado que es el simple apellido de un futbolista argentino

Una juerga de la jerga

La gracia innata del Chuculún reside en la maratón de buceo a pulmón libre que propone por nuestra lengua en su vertiente más voluptuosa. Kundera hubiera matado por asomarse a este panal de soportabilísima levedad. El léxico, además de sabrosísimo, resulta también novedoso, pues incluye una serie de neologismos y términos coloquiales que sin duda contribuyen a la rica revalidación de nuestro idioma en contextos cotidianos frente al invasivo inglés.

Lean si no estos titulares fascinantes: "Regresé con mi ex, porque la cuca me arde por su trola". La cuca, la trola… Ah, el trasiego de esos exóticos palabros excita sin duda a la gente sencilla… ¡pero ante todo nuestra imaginación! O este otro: "Rica cuñada me sacó conejos de la chulapi". Aclaro que "sacar conejos" es hacer crujir los huesos, como chascar los dedos, pero aquí practicado sobre la mentada chulapi… que no es otra cosa que la "pichula" que tan de moda pusiera hace no tanto Vargas Llosa.

Hay otros lemas cuyo significado sólo intuyo a medias: "Dale, dale y dale, hasta que te pida chepa de tanto tirar". O ese "Jermita parecida a Michael me vació los porongos". Deduzco que jermita es algo similar a mujercita, no tengo idea de quién es Michael (¿una atractiva trans?) y casi preferiría no saber qué son los porongos, pero el resultado desborda una musicalidad rayana en la aliteración más lograda del más loable bardo.

Foto: Milan Kundera fotografiado en 1963. (Reuters/CTK Photo Frantisek Nesvadba)
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El uso del vesre (esa jerga basada en la inversión del orden silábico que ya hemos visto aplicada a "pichula") alumbra asimismo asertos que me hacen enmudecer de admiración, suministrándome un intenso placer lector y repletándome a la vez de una mundana hilaridad: en este "Jeropa me inaugura el Aníbal Smith", ustedes mismos pueden deducir el significado de "jeropa" leyendo sus sílabas en orden inverso; y respecto al "Aníbal Smith" inaugurado, sospecho que aquí el líder del Equipo A designa nuestra puerta trasera.

En cuanto a "Gozo rico en búnker con veneco cheroka", resulta más fácilmente descifrable: "veneco" es la casi contracción con que se alude a nuestros hermanos venezolanos; y "cheroka", leído de atrás adelante se transforma en "cachero/a", que es la manera llana con que en estas tierras se tilda a las personas muy activas en el lance amatorio.

Esa capacidad de travestir cualquier concepto en una posibilidad de procacidad la redondea Chuculún con su vehiculación de los extranjerismos. Para muestra, este "Dispara al igual que Spiderman y llénale la cavidad de abundante quaker", en referencia a la famosa marca de avena estadounidense…

¡El Nobel ya para el redactor del chuculún!

Así que lo han adivinado: me he convertido en un adicto al porno chicha que se edita en el Perú y tengo ya aburrido a mi quiosquero de tanto encargarle números atrasados de ese Chuculún magistral y de otras cabeceras de similar pelaje. Ni por peteneras he logrado, sin embargo, hacerle creer que el objetivo de mis adquisiciones sea el de proporcionarme un goce estrictamente literario, así que me siento como cuando quinceañero le compraba a mi librera el Playboy y le comentaba tartamudo lo buenas que eran las entrevistas. En verdad, jamás se me ocurriría hacerme una paja mirando esos periódicos: ¡me dejarían las manos embadurnadas de esperma tintado! Hagamos una prueba de titular chicha con mi probable infortunio: "¡Pelao de la madre patria se llena las garras de cemento grone en pleno pajatén!"*.

Algo que me encanta del Chuculún en particular es que además se atreve a meterse con el amor propio de los machitos arrabaleros que presuntamente componen en gran medida su público lector. Hay titulares que le dan la vuelta al supuesto machismo de estas publicaciones y se ríen de la virilidad del usuario. Así, no hay otro modo de interpretar este hiriente "Destrózala con tu pene chico", sin vocativo que valga. Titular que además se complementa con un subtítulo abiertamente feminista, en tanto concibe al hombre como mero instrumento de inducción a los orgasmos femeninos: "Las mejores poses para que se moje toditita y quede con la marucha contenta".

"Algo que me encanta del Chuculún en particular es que además se atreve a meterse con el amor propio de los machitos arrabaleros"

Hay momentos en que el propio semanario parece deleitarse en bajarle los humos al comprador de turno: "Conoce cuáles son los errores más comunes que los hombres cometemos en el catre, no seas un gil más". ¡Encima apuesta por una educación sexual del varón encauzada al placer de la pareja!

Es por ello, queridos lectores de fino paladar cultural, que solicito su apoyo para principiar una campaña por la que el redactor de esa humilde publicación sea candidato seguro al Premio Nobel de este año. ¡Miren que si no acabará en manos de Stephen King y sus novelas interminables, con esos remates horribles a sus inmejorables comienzos! Mucho mejor y más socialmente transversal y revolucionario que lo reciba un modesto periodista de contenidos amarillentos y amarillistas, envuelto por el olor a tinta y papel malo y bañado en estearina de su costal, dedicado en cuerpo y Almax a inventar, para solaz de la humanidad hispanoparlante y bajo fachada engañosamente prosaica, un delicioso universo de lenguaje evocador que eleve (todititos) nuestros sentidos.

Atiende, Bécquer. La esgrima del verbo sexual que, junto a su basta tinta, transpiran todos los poros del Chuculún… ¡Eso sí es poesía!

Y casi, casi, casi… amor verdadero.

*Gracias al gran guionista peruano Christopher Velásquez por su impoluta mano en la "traducción".

En literatura, lo tengo claro: Gabriel García Márquez era un embaucador de baja estofa. Sus novelas más célebres me resultan tan marrulleras y empalagosas que cada vez que leo una de sus páginas me encojo involuntariamente con el temor de que al pasarla me vaya a asaltar el propio autor a pedirme dinero mientras me sacude de las solapas. A tal punto se le nota la afectación y las ganas de camelarme con su barniz de almíbar, como de putero en el armario que jura amor eterno a su pareja entreabriendo la puerta. Por eso, en cuestión de literatura, me inclino hacia un estilo menos melifluo y más honesto, que refleje la manera genuina en que ama y habla el pueblo. Bajo ese criterio, la revista pornográfica peruana Chuculún le pega mil vueltas sustanciosas a Cien años de soledad, a El amor en los tiempos del cólera y a cualquier título melosiento en el alma de ese trilero pesado. Esos nerudos que tanto escriben del amor eterno a mí no me engañan: bajo la alfombra sentimentalista esconden una amante o un deseo enfermizo de tenerla y sólo parecen fabular para cultivarlas.

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