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Retrato, megalomanía y bochorno
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María Gelpí

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Retrato, megalomanía y bochorno

Dada la expectativa que el caso Milei despierta en ciertos círculos económicos, algunos están más interesados en la observación del experimento radical, que en un resultado honesto

Foto: Milei, en una imagen de archivo. (EFE/Presidencia de Argentina)
Milei, en una imagen de archivo. (EFE/Presidencia de Argentina)

Hacía tiempo que no presenciábamos una puesta en escena política tan bochornosa como la de la "Cena de la Libertad" del Instituto Juan de Mariana, en la que el presidente de la República de Argentina, Javier Milei, fue galardonado con el premio Juan de Mariana 2024 por "una defensa ejemplar de las ideas de la libertad".

No me estoy refiriendo al panegírico del gran maestro, Jesús Huerta de Soto, en el que dijo que Milei es "el torero de la política y en este caso el toro a matar es el Estado", ni a los alegatos en favor de la economía liberal bajo la sutil consigna "¡Viva la libertad, carajo!". Pocos signos de megalomanía pueden haber más autoindulgentes que presenciar el desvelamiento de tu propio retrato, en un tradicional óleo sobre lienzo, de tamaño ciclópeo y deplorable pericia, en olor de libertarios. El velo cayó, emergió el monumental retrato y el "león de argentina" lloró de emoción dos lágrimas: la primera por lo bonito del cuadraco y la segunda por lo bonito de su propia emoción, en lo que Milan Kundera detectó la esencia misma del kitsch, de lo que ya hablé en otra ocasión. Creo que, desde tiempos soviéticos, no recordábamos una teatralización tan bochornosa y grotesca de veneración iconográfica de un líder del pueblo, si no fuera porque en la cena de la Fundación Juan de Mariana, todo el mundo estaba ahí por voluntad o libertad propia.

Milei debe su éxito a que ha desplegado su política radical a partir de una situación calamitosa que dejó el peronismo, con un Estado viciado y depauperado que, además de puta, tuvo encima que poner la cama y pagarla con deuda pública. Pero esto no basta. Milei ha pedido al pueblo argentino, espumarajo en boca y motosierra en mano, que haga sacrificios, que renuncie a subsidios, prestaciones y ayudas sociales, porque él va a luchar contra el estatismo a cuenta de un supuesto providencialismo económico basado en preferencias individuales confundido con un concepto utilitarista de libertad. Y resulta que le han votado, confiando en que un sacrificio individual opere de forma mercantil como un fondo de inversión. Nadie en su sano juicio desea otra cosa que Argentina acabe con los desastres de sus políticos históricos y revierta su deriva. Sin embargo, parece que, dada la expectativa que el caso Milei despierta en ciertos círculos económicos, algunos están más interesados en la observación del experimento radical, que en un resultado honesto, a la espera de que algún día les llegue el turno propio.

Pero no abandonemos el plano estético, puesto que la imagen de sí que ha ido forjando Milei nos permite entender algunas cosas. El poder necesita la comunicación rápida que otorgan imágenes representativas, símbolos y mamarrachos diversos. Milei ha hecho una agresiva y provocadora campaña a través de su imagen histriónica de mirada amenazante y pose de embiste, para alcanzar la confianza absoluta del ciudadano lego. A cambio, promete un falso antiestatismo como única opción, que no es otra cosa que una megaobra de creación propia, un work in progress con pretensión de unidad estatal. Esta estrategia pasa necesariamente por la creación de un culto a la propia personalidad que ha tenido como respuesta, entre otras, una suerte de compulsión artística variopinta de sus fans, a la que se ha sumado la fundación libertaria. Desde un retrato de su persona con cabeza de león, teriomorfismo propio de un dios egipcio, hasta cuadros de estilo hiperrealista con su gesto de pulgares arriba, como un doble autolike, con el que suele fotografiarse junto a líderes tecnológicos como Elon Musk, Sam Altman o Tim Cook para colgar en redes, pasando por retratos de sus perros. Quizá el retrato más desacertado (cuesta decidirse) sea el que le hicieron como un trasunto de Napoleón, tomando como modelo el cartel de la película de Ridley Scott, pasando por alto que el original, de Paul Delaroche, representa un triste Napoleón abdicando en Fontainebleau.

Foto: Milei y Scholz se saludan. (EFE/Hannibal Hanschke)

Es posible que tanto artista espontáneo desconozca el consejo de Bernini que, mientras trabajaba en el busto de Luis XIV, apuntaba que "el secreto de los retratos es exagerar lo hermoso, añadir grandeza y disminuir lo feo o mezquino", pero "hacerlo sin adulación". Y es que, si en los retratos de Milei que configuran ya un imaginario colectivo hay algo remarcable, es un exceso de adulación. Y esa veneración, en un paradigma de mercantilización de todo lo que se menea, nunca puede ser gratuita. Su exhibición glorificada es un atarlo en corto, como una captura intencional de una idealización del líder que busca comprometerlo, cogerlo por los huevos y decirle: "te hemos convertido en nuestro león, ahora no puedes defraudarnos, carajo".

En el libro La Fabricación De Luis XIV, Peter Burke nos señala que los retratos son parte de una retórica y nos recuerda que Aristóteles, en su Poética, explica que los pintores pueden hacer a los hombres mejores, de la misma manera que la épica los ensalza. No olvidemos que el retrato, como tal, es en origen una tentativa de mantener la presencia figurada de alguien, de fijarlo e inmortalizarlo de manera idealizada. Así, el mito de Kora, narrado por Plinio el Viejo, cuenta cómo ella dibujó la sombra del amado en la pared, como una forma de hacerse con el ser querido. Milei no es el único gerifalte que se ha dejado retratar de forma delirante y pompier, con tal de penetrar en el imaginario colectivo. Ha habido otros retratos, encargados o consentidos, a lo largo de la Historia, que podrían provocar esas dos lágrimas antes apuntadas, empezando por el retrato de Luis XIV por Rigaud, paradigma y modelo del propagandismo, que más que rey parece drag queen enseñando pierna. En la misma línea afrancesada y pompier estarían el Napoleón entronizado de Ingres o el George IV de Thomas Lawrence. Pero más recientemente no podemos pasar por alto el Donald Trump llamado El visionario, de Ralph Wolfe Cowan, en un acertado atuendo golfero o el Retrato de George W. Bush en un cutre sofá clase media, de Robert Anderson, sin olvidar el último lienzo de Carlos III pintado por Jonathan Yeo, hace tan solo unos meses, emergiendo de un dudoso mar rojo con una mariposa en el hombro. Quizá, ante todos estos retratos de engrandecimiento impostado, la respuesta lógica del retratado debiera ser la que Inocencio soltó al ver su rostro pintado por el maestro Velázquez: Troppo vero!, demasiado real.

Hacía tiempo que no presenciábamos una puesta en escena política tan bochornosa como la de la "Cena de la Libertad" del Instituto Juan de Mariana, en la que el presidente de la República de Argentina, Javier Milei, fue galardonado con el premio Juan de Mariana 2024 por "una defensa ejemplar de las ideas de la libertad".

Trinchera Cultural Javier Milei
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