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'14.4': Botto y Peris-Mencheta montan una potente (y moralista) historia de inmigración
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En el Matadero de Madrid

'14.4': Botto y Peris-Mencheta montan una potente (y moralista) historia de inmigración

De una tragedia personal nos ofrece un discurso moral que a veces está más cercano a un spot de ACNUR que a una obra de teatro. Pese a todo, ya está todo vendido

Foto: Ahmed Younoussi en una escena de '14.4' (Vanesa Rabade)
Ahmed Younoussi en una escena de '14.4' (Vanesa Rabade)

Juan Diego Botto y Sergio Peris-Mencheta son de los mejores creadores teatrales de estos tiempos. Tanto en la dirección como en la dramaturgia y en la interpretación. Son ellos los que han puesto en pie montajes como Un trozo invisible de este mundo, muy aclamada, y Una noche sin luna, aclamada hasta la extenuación, con razón. Todo ello sin contar lo que hacen cada uno por su cuenta, que también suele ser del gusto del público y la crítica. Por eso su nueva colaboración, 14.4, era de esos estrenos esperadísimos en la cartelera madrileña. Y por eso el mes que va a estar en el Matadero (hasta agosto) tiene un sold out que ya no se lo quita nadie.

Y es una buena obra. Con una escenografía -están detrás Alessio Meloni (La infamia, Ladies Football Club, entre otras) y Javier Ruíz de Alegría (Forever)- espectacular. Con una dirección medida, cronometrada, con esos juegos que no sabes si estás dentro o fuera de la obra, marca de la casa de Peris-Mencheta. Y con un texto que te engulle desde los primeros minutos y no te suelta (marca de la casa de Botto). Los espectadores entramos de cabeza en la historia de Ahmed Younoussi, actor y a la vez el personaje de la obra con un monologazo que nos sacará alguna sonrisa, nos encogerá el alma y nos meterá un puñetazo en el estómago. Tres en uno.

Y, sin embargo, pese a todo esto… Chirría.

Pero, vayamos por partes.

placeholder Younoussi en '14.4' (Vanessa Rabade)
Younoussi en '14.4' (Vanessa Rabade)

14.4 es la historia real de Younoussi, que ahora tiene 35 años y que desde muy pequeño vivió lo que no debería vivir ningún niño. Nacido en un pueblecito del interior de Marruecos, tras sufrir malos tratos por parte de su padre y su madrastra huyó con solo tres años a Tánger. Allí se ganó la vida en las calles junto a otros niños que miraban con ojos anhelantes cruzar esos 14.4 kilómetros que separan la costa marroquí de la española para empezar una nueva vida en Europa, la gran mina de oro. Ser como su gran ídolo: Zinedine Zidane.

Younoussi, lo sabemos porque está ahí, frente a nosotros, lo consiguió. Y su peripecia es la que se va narrando en un montaje que juega con múltiples posibilidades escenográficas. Por haber, ¡hay hasta lluvia! Hay escenas en las que combina el español y el árabe donde consigue que veamos a sus amigos de miserias y correrías, a su familia, a la policía, a gente buena y a auténticos diablos. Es un texto dinámico que nos mantiene atentos. También se utiliza una pantalla que nos traslada directamente a Tánger y a ese puerto lleno de deseos… Y no se abusa de la lágrima fácil… hasta que ocurre.

Porque si bien la obra de teatro es la vida de este chico -con sus más malos ratos que buenos, pero contados sin dramas- Botto y Peris-Mencheta también aprovechan para sacudir al espectador con las políticas de inmigración europeas (y españolas: Marlaska no se sale demasiado bien parado), ya desde la época colonial y hasta la actualidad. Por ahí aparece el rey Leopoldo de Bélgica y su violencia sanguinaria para con los congoleños (a quienes cortaba las manos sin demasiados miramientos), pero también cómo hoy en día se sigue explotando a numerosas personas del Congo para sacar el coltán de las minas que después va a nuestros teléfonos móviles. Y cómo la civilizada (y progresista) Unión Europea no solo es que mire para otro lado sino que se aprovecha de ello.

Botto y Peris-Mencheta sacuden al espectador con las políticas de inmigración europeas (y españolas: Marlaska no sale bien parado)

Pero hay más. No se deja pasar la muerte a la que están abocadas numerosas personas en el Mediterráneo tratando de escapar de sus vidas desesperanzadas. Y si ahí todavía no te has emocionado, viene la traca final con la imagen en grande de Aylan Kurdi, el niño sirio de origen kurdo y de solo tres años cuya foto ahogado en una playa de Turquía dio la vuelta al mundo. Claro, también podía haber sido Younoussi. Y tantos otros niños que cruzan el Mediterráneo convertido más en tumba que en el mar que bañó las playas de tantas civilizaciones.

Y vuelve a haber más tragedias personales de Younoussi que no vamos a desvelar para no hacer spoiler, pero si a esas alturas al espectador no se le han enjuagado los ojos ni tiene corazón ni tiene nada. Ahora bien… la tecla de la lágrima es demasiado facilona.

Y ese es el gran hándicap de esta obra que lo tenía todo para ser una gran triunfadora. De una tragedia personal nos ofrece un discurso moral (y moralista) que a veces está más cercano a un spot de ACNUR que a una obra de teatro. Hablar de la inmigración en una época en la que resurgen discursos racistas por todas partes- la ultraderecha machaca con ellos día sí y día también en España y Europa-, es una buena idea, abroncar como si fuera un mitin a los ya convencidos con el desastre, no lo parece tanto. Si además después de verla nos iremos todos a tomar un vinito o una cerveza. Y a llamar con el móvil.

Juan Diego Botto y Sergio Peris-Mencheta son de los mejores creadores teatrales de estos tiempos. Tanto en la dirección como en la dramaturgia y en la interpretación. Son ellos los que han puesto en pie montajes como Un trozo invisible de este mundo, muy aclamada, y Una noche sin luna, aclamada hasta la extenuación, con razón. Todo ello sin contar lo que hacen cada uno por su cuenta, que también suele ser del gusto del público y la crítica. Por eso su nueva colaboración, 14.4, era de esos estrenos esperadísimos en la cartelera madrileña. Y por eso el mes que va a estar en el Matadero (hasta agosto) tiene un sold out que ya no se lo quita nadie.

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