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El orgullo también es nuestro: qué hace un hetero celebrando
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Juan Soto Ivars

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El orgullo también es nuestro: qué hace un hetero celebrando

Heteros y homosexuales no somos más que gente que va por ahí buscando un poco de amor. Todo lo demás es parafernalia

Foto: Un grupo de jóvenes participan en el desfile del Orgullo en 2023. (EFE/Mariscal)
Un grupo de jóvenes participan en el desfile del Orgullo en 2023. (EFE/Mariscal)

El matrimonio igualitario entró en vigor en 2005 y desde entonces me he sentido un poco más orgulloso de ser español. Es una sensación como cuando Rafa Nadal muerde una ensaladera, pero mejor. Quiero decir que, sin saber yo jugar al tenis, esa victoria de otro es también un poco mía. España fue uno de los primeros países del mundo en alcanzar una cota básica de normalidad. Así de simple es lo de 2005.

Hoy existen países donde la homosexualidad se paga con la vida, donde se paga con la cárcel o la tortura, y otros donde sencillamente no existen derechos básicos para la gente que no se entiende en la cama con el otro sexo. Por muy buena que esté la comida y mucho respeto que tengan en cierto país a sus mayores, ponte por caso, a mí me parece un país de mierda cualquiera que no acepte a los gais y demás.

Por eso pienso que la gente que viene a vivir aquí desde esos países tiene que aprender, primero de todo, que España es un país bueno para los gais. Si no te gustan, mejor te quedas en tu casa. ¡Lo sé! Esto que acabo de escribir supone un cortocircuito mental para mucha gente. Tanto para conservadores que detestan a los moros, pero también a los gais, como para progresistas que pretenden creer que no existen prejuicios homofóbicos ultras arraigados en el buen salvaje.

Pero es así, y en los próximos años va a ser uno de los mayores líos en el terreno de la diversidad. Lo veréis.

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Pero no adelantemos acontecimientos. Decía que siempre me ha alegrado el Día del Orgullo y que es la hostia vivir en un país donde quien quiere se casa y forma una familia, más allá de la biología, y donde los gais son ministros de Interior que caen fatal a todo el mundo y una lesbiana te atiende en la consulta con una foto de su mujer en la mesita. Le tengo a Pedro Zerolo tanto agradecimiento por haber contribuido a esto que ni las burradas de Pedro Sánchez se cargan del todo este legado del PSOE.

Sin necesidad de homofobia, hay gente que considera que el desfile, sea como sea, es de muy mal gusto. Por la guarrindonguería y el porno, y tal. Y a mí tampoco me encanta, la verdad sea dicha: desde que cumplí los 25 me he mantenido a 25 kilómetros de distancia de ese mogollón, pero si lo comparas esto con lo que pasaba hace cincuenta años, la imagen mejora de repente. Una carroza llena de gais en bolas con Fangoria a todo trapo es infinitamente más distinguida que un furgón gris con rejas.

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Poco queda en España de aquellos furgones. Hoy, entre los jovencitos que encuentran en lo facha una pose de rebeldía, prolifera, según las encuestas, una homofobia creciente. No se dan cuenta de que caen en la trampa como caponcitos: heteros y homosexuales no somos más que gente que va por ahí buscando un poco de amor. Todo lo demás es parafernalia.

Al matrimonio igualitario se opusieron, entre 2004 y 2005, individuos opusinos, masas neocatecumenales fletadas en autobuses y un PP a caballo entre dos siglos que andaba de opereta semántica y cálculo electoral. "Que no lo llamen matrimonio", decían, y recurrieron a bobas metáforas de peras y manzanas, pero luego, con la mayoría absoluta de derechas, no echaron el paso atrás. Cuando Javier Maroto se casó con otro hombre, Mariano Rajoy estuvo en la boda.

A mí esa foto de bodas siempre me ha parecido tan importante para el movimiento LGTB como la de Zerolo celebrando la entrada en vigor del matrimonio igualitario. A una calle de las que desembocan en la plaza de Zerolo le podían poner Maroto, porque Rajoy fumándose un puro mientras él y su marido se besaban era la garantía de que el salto adelante había caído en tierra firme.

placeholder Mariano Rajoy en la boda de Javier Maroto. (EFE)
Mariano Rajoy en la boda de Javier Maroto. (EFE)

En los movimientos organizados, que es una forma de decir "politizados", no hay demasiada simpatía por los gais de derechas, pero están muy equivocados en su aversión, porque los gais de derechas son la prueba de que estamos a salvo. De hecho, en España la gente del colectivo ha conseguido hasta el derecho a ser de derechas, que ya es decir. ¡Tienen más derechos que los actores de cine!

Luego es cierto que en los últimos años se ha ido complicando la cosa. La hormonación de menores sin pasar por el psicólogo no creo que ayude demasiado a nadie, y he leído con tristeza a activistas gais lanzando mensajes contra la libertad de expresión, que fue el punto de apoyo necesario para alcanzar la libertad sexual de la que disfrutan.

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Pero nada de lo que diga un homosexual representa realmente a los homosexuales. Igual que yo no represento a todos los que se querrían tirar a mi mujer. Las orientaciones sexuales no son orientaciones políticas, ni excluyentes. Excluyentes son los prejuicios, y para mí la semana del orgullo es justamente una semana contra el prejuicio, que es fácil de ver en ojo ajeno y difícil de detectar bajo las posaderas propias.

El matrimonio igualitario entró en vigor en 2005 y desde entonces me he sentido un poco más orgulloso de ser español. Es una sensación como cuando Rafa Nadal muerde una ensaladera, pero mejor. Quiero decir que, sin saber yo jugar al tenis, esa victoria de otro es también un poco mía. España fue uno de los primeros países del mundo en alcanzar una cota básica de normalidad. Así de simple es lo de 2005.

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