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Es todo un 'fake', pero al menos la literatura sigue siendo decente
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Paula Corroto

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Es todo un 'fake', pero al menos la literatura sigue siendo decente

Han caído en mis manos dos libros de dos argentinos que me han entusiasmado. Todo lo contrario que lo que consigue este presidente a quien seguro que tampoco le gustan estos libros. Pues ya estamos empatados

Foto: El presidente de Argentina, Javier Milei. (EFE/MARTIN DIVISEK)
El presidente de Argentina, Javier Milei. (EFE/MARTIN DIVISEK)
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Es un fenómeno que suele ocurrir. Cuando un país no tiene a sus mejores gobernantes, en el terreno cultural surgen cosas muy interesantes. Hay gente que afila el colmillo, arriesga, no chupa de la teta boba, esquiva al censor y voilà tenemos una obra que quizá perdure en el tiempo. Pasó en España. Ahí están esos años cincuenta o sesenta del siglo pasado cuando aparecieron algunos de nuestros mejores escritores (y, aunque poquitas, también escritoras como Carmen Martín Gaite o Ana María Matute). Es verdad que también surge toda una camarilla al dictado del poder que solo está ahí para poner la gorra. Lo contó muy bien el rumano Norman Manea en Payasos: el dictador y el artista con toda esa recua de estómagos bien alimentados a la orden de Ceaucescu. Pelotas ha habido y habrá siempre.

Pero luego están los otros, los que no ríen las gracias. Estoy pensando en Argentina, donde tienen ahora un presidente muy gracioso que ha ganado en parte gracias a sus tontunas en la televisión. Dice cosas que, según economistas de prestigio, no tiene mucho sentido y los primeros datos económicos de sus medidas no parecen demasiado buenos, pero ahí está. A la vez y casualmente han caído en mis manos dos libros escritos por dos argentinos que no tienen nada que ver —ni ellos ni los argumentos de los libros—, pero que me han entusiasmado. Todo lo contrario que lo que consigue este presidente a quien seguro que tampoco le gustan estos libros. Pues ya estamos empatados.

El primero de ellos se titula Tu nombre no es tu nombre (Libros del KO) y es del escritor y periodista Federico Bianchini (Buenos Aires, 1982). En él narra la historia real de Claudia Poblete Hlaczik, quien fuera un bebé robado en 1978, durante la época de la dictadura, y que no recuperó su identidad hasta el año 2000. Fue entonces cuando un juez la citó para decirle que sus padres no eran sus padres —sino sus "apropiadores"— y que tampoco se llamaba Mercedes Landa ni era una niña bien del barrio de Belgrano. También para confesarle que sus verdaderos padres habían sido secuestrados, torturados y arrojados al mar con pentotal. Y que ahí estaba su verdadera abuela —la paterna, la materna se suicidó al poco de conocer la desaparición de su hija— que la había estado buscando todos estos años.

La historia de Claudia Poblete es conocida en Argentina porque su caso sirvió para liquidar leyes como la de Punto Final con la que se habían amnistiado muchos perpetradores de crímenes. Se ha hablado de ella, de sus padres, que eran discapacitados y militantes de los Montoneros, que eran una mezcla de marxistas socialistas cristianos. Se ha hablado de su abuela… Pero se ha hablado menos de los pasos que tuvo que dar ella para recuperar su identidad. Los pasos psicológicos, emocionales… Porque ella era feliz en su anterior vida, ella amaba a sus padres que no eran sus padres, este matrimonio la quería… Y en un día todo salta por los aires. Todo había sido un enorme fake. Es un shock emocional alucinante.

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Y ahí es donde va Bianchini. Por eso el libro se abre con la cita "A la historia solo parecen preocuparle los hechos, las emociones quedan siempre marginada", extraída de El fin del 'Homo Sovieticus’, de Svetlana Aleksievich. La historia de Claudia Poblete no es un texto de la wikipedia, no es un texto jurídico, no es la sentencia de un juez, sino que hay alma, como prueba este extracto: "durante una de las entrevistas para este libro (...), se referirá al coronel retirado Ceferino Landa y a su esposa Mercedes Moreira como "esta gente" y "mis apropiadores". Aunque, en otro momento de la entrevista, también les dirá "mis papás". Pues es que eso es lo que eran.

Precisamente, hay otro pasaje, ya hacia el final del libro en el que Claudia cuenta cómo se descubre teniendo gestos de la madre que no era su madre: "Y cada vez que se descubría guardando las ollas adentro del horno y pensaba, por un momento, que estaba copiando a la mujer que decía ser su madre, trataba de tranquilizarse y pensar: Ya está, es así. Y cuando se dio cuenta de que la cocina de su casa estaba ordenada del mismo modo que el departamento de Belgrano decidió cambiar cada cosa de lugar: pero todo era un esfuerzo. Intentaba, infructuosamente, sacarse de encima veinte años de crianza".

placeholder 'Tu nombre no es tu nombre', de Federico Bianchini
'Tu nombre no es tu nombre', de Federico Bianchini

Bianchini consigue extraer del titular del periódico —Bebé robado recupera su identidad etc— todo lo que hay detrás. Los años de sufrimiento por tener dos identidades —y una de ellas inesperada—, la familia que en un momento deja de serlo (tu madre ya no es tu madre, sino que además es una criminal)... Y es un libro que no se detiene en el crimen, que es lo que hacen la mayoría que hablan de bebés robados durante la dictadura argentina (y en España), sino que va a todas esas emociones que pasan por la víctima desde que la mueven el suelo que había pisado durante sus primeros veinte años de vida hasta que asume que nunca más será quien era. Es un ejercicio periodístico y literario fantástico que apunta a donde hay que apuntar, aunque al presidente argentino eso de recordar la dictadura argentina no le guste mucho.

El otro libro de argentino que he tenido el placer de leer es El teatro perpetuo (editorial Tres Hermanas), de Franco Chiaravalloti (Buenos Aires, 1979). En este caso son trece cuentos que nos adentran en el terreno de las relaciones familiares y de pareja para mostrarnos sus zonas más oscuras, inquietantes, cortantes y desagradables. La familia es una institución que, en realidad, solo queda bien en las fotos y en los cuadros y a veces ni eso. Hay un lienzo que me gusta mucho que es La familia de Carlos IV, de Goya. Porque ahí tenía que haber de todo. Como en el de La familia de Juan Carlos I, de Antonio López, que ya sabemos que hubo de todo.

A la familia de Milei no le ha ido nada mal en su país. Una investigación periodística revelaba hace unos días que las empresas de transporte de las que su padre, Norberto Milei, fue presidente y accionista recibió subvenciones estatales por al menos 33 millones de dólares entre 2005 y 2007, en pleno kirchnerismo. Y además no pagó impuestos. Tampoco parece que haya que aborrecer tanto de lo público con este generoso montante. Claro, el presidente ha dicho que eso fue cosa de su padre y punto. Ay, la familia, que solo la queremos cuando queremos.

placeholder 'El teatro perpetuo', de Franco Chiaravalloti
'El teatro perpetuo', de Franco Chiaravalloti

Volviendo al libro de Chiaravalloti no son pocos los relatos en los que la madre o el padre no salen bien parados. Están en la cárcel, están desasistidos, desasisten a sus hijos, están muertos. "Los quiero, claro, pero los odio", que escribió Jane Lazarre y a quien este autor cita (hay muy buenas citas en el libro). A partir de un hecho cotidiano, el escritor te mete en un mundo del que quieres salir pero también quieres seguir leyendo. Hay algo que siempre lidia con el terror. "La memoria del asco es mayor que la memoria de la ternura", que decía Milan Kundera.

Y al final, todo puro teatro. Un cuento (argentino).

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Es un fenómeno que suele ocurrir. Cuando un país no tiene a sus mejores gobernantes, en el terreno cultural surgen cosas muy interesantes. Hay gente que afila el colmillo, arriesga, no chupa de la teta boba, esquiva al censor y voilà tenemos una obra que quizá perdure en el tiempo. Pasó en España. Ahí están esos años cincuenta o sesenta del siglo pasado cuando aparecieron algunos de nuestros mejores escritores (y, aunque poquitas, también escritoras como Carmen Martín Gaite o Ana María Matute). Es verdad que también surge toda una camarilla al dictado del poder que solo está ahí para poner la gorra. Lo contó muy bien el rumano Norman Manea en Payasos: el dictador y el artista con toda esa recua de estómagos bien alimentados a la orden de Ceaucescu. Pelotas ha habido y habrá siempre.

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