Enemigo a la puerta: cinco siglos de defensa de la Europa católica ante los turco-otomanos
El imperio otomano no se puede explicar sin su vertiente europea y sin la rivalidad con los Habsburgo, la gran dinastía que puso freno a las ambiciones de esa potencia
"Durante un instante aún parece que Bizancio se va a salvar; la más extrema desesperación ha conseguido repeler el más feroz de los ataques. Pero entonces acontece una trágica casualidad, uno de esos enigmáticos incidentes que a veces provoca la Historia en sus inescrutables resoluciones…". Así relataba el escritor austriaco Stefan Zweig en sus
Ataca entonces el emergente imperio Otomano comandado por el sultán Mehmed: "O tomo esta ciudad, o será la ciudad la que me tome a mí, vivo o muerto", proclama ante el emperador Constantino XI antes del asalto final. La ironía del destino quiso que fuera un Constantino quien defendiera la ciudad fundada en Bizancio en el 320 por Constantino I el Grande como nueva capital del Imperio Romano y que luego lo sería del Imperio Oriente cuando fue dividido en el 395.
"Ocurre algo incomprensible", prosigue Zweig, que es vienés y que tiene impresa en la cabeza la historia de la capital austríaca como la nueva defensora de Europa frente a los otomanos, justo lo que no pudo ser Constantinopla. "Por una de las múltiples brechas de las murallas exteriores han entrado unos cuantos turcos, no lejos del lugar donde se desarrolla lo más fuerte de la lucha, y no se atreven a atacar la muralla interior. Mientras, curiosos y sin ningún plan determinado, vagan por el espacio que media entre la primera y la segunda muralla de la ciudad, descubren que una de las puertas menores del muro interno, la llamada Kerkaporta, ha quedado abierta por un incomprensible descuido".
Los jenízaros, un cuerpo de élite otomano de soldados de infantería y que se considera la primera infantería moderna del mundo, penetran entonces por esa puerta abierta en la ciudad, que cae el 29 de mayo de 1453. Los jenízaros, especialistas en el uso del arco y las armas de fuego, no constituían la única ventaja militar de los otomanos en la toma de Constantinopla: también habían desarrollado el mortero, con su parábola de tiro, y disponían de los cañones más potentes del momento, fundidos para el sultán por un húngaro, el maestro artillero Orban. Serían indispensables para derribar el magnífico sistema amurallado de Constantinopla que había ordenado construir el emperador Teodosio en el siglo IV y que se consideraban prácticamente inexpugnable; Kerkaporta estaba en la muralla interior, no en la verdadera defensa exterior.
Lo explica en un nuevo libro,
Solemos pensar en el Imperio Español como la potencia hegemónica del siglo XVI, aquel en el que no se ponía nunca el sol, pero en esa misma época, especialmente en tiempos de Solimán, que se hacía llamar el Magnífico, el imperio turco-otomano amenazó esa hegemonía con el intento de la conquista de Europa:
"En su apogeo en el siglo XVI, el Imperio Otomano estaba entre los imperios militarmente más formidables y burocráticamente mejor administrados que impactaron las vidas de millones en tres continentes. Los otomanos también fueron un actor crucial en la política de poder europea. Constituían una amenaza militar constante para sus vecinos Habsburgo, venecianos, húngaros, polaco-lituanos, españoles y austriacos, y sitiaron Viena, aunque sin éxito, dos veces, en 1529 y 1683", explica Gábor Ágoston.
Vertiente europea
Lo cierto es que el imperio otomano no se puede explicar sin su vertiente europea, sin la rivalidad con los Habsburgo, la gran dinastía que puso freno a las ambiciones de un imperio que había conquistado hacia oriente desde Egipto hasta Siria y Palestina, así como partes del norte de Irak, otra de la Península arábiga —actual Yemen—, Azerbaiyán y la franja del norte de África, además de las principales islas mediterráneas como Rodas, Chipre o Creta. Hacia occidente, en un continuo sobre el mapa, poseían Grecia y los Balcanes: era la potencia que amenazaba cualquier hegemonía europea.
Allí se chocó con las dos grandes fronteras de Europa para el imperio Otomano: Hungría, que se convirtió en el principal campo de batalla continental entre los Habsburgo y los turcos y el Mediterráneo, en donde tuvieron que medirse a Carlos I de España, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, que no era sino el nieto de los Reyes Católicos, quienes habían expulsado al último estado musulmán de Europa e iniciado la conquista del norte de África para la seguridad del Mediterráneo y la defensa de las fronteras.
Eran las de la retaguardia de Granada, recién conquistada al reino nazarí y tras las capitulaciones de Santa Fe, el motivo esencial para que siguiendo la recomendación de Isabel I se asegurara el norte de África: Orán y Argel, tal y como continuó el emperador Carlos. No fue fácil y de hecho, la guerra con el corso berberisco patrocinada inicialmente por el sultán otomano Solimán, sería a la postre la más larga de los reinos de Castilla y Aragón, y más tarde en su transformación como el Reino de España. Se luchó contra el corso durante casi cuatro siglos hasta el abandono final de Orán en 1827, aunque los otomanos perdieran realmente la posibilidad de amenazar Europa por ese lado en la Batalla de Lepanto en 1571, con la gran victoria de la Santa Liga forjada por Carlos I.
Antes, en 1529, lo habían intentado en Viena, donde el hermano de Carlos I, Fernando, rechazó a los turcos. Se suele olvidar, sin embargo, un nuevo intento en 1532 que recoge Gábor Ágoston y que ejemplifica la principal tesis del húngaro en El Imperio Otomano y la conquista de Europa: la paradoja de que los otomanos fueran a la postre y a su manera un imperio europeo más, como al final demostraría la historia.
Fue prácticamente a la par de la reconciliación de Carlos con el papa Clemente, que el 24 de febrero de 1530 entregó al emperador la espada, el orbe y el cetro y lo coronó emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, la última vez que un Papa coronó a un emperador, poniendo fin al ritual centenario que había comenzado cuando Carlomagno recibió la corona imperial de manos del papa León III. Un año después, en enero de 1531, el hermano del emperador, Fernando, fue elegido rey de los romanos y heredero del imperio, tal y como recoge Gábor Ágoston en El imperio otomano y la conquista de Europa.
Solimán, furioso por la coronación de su rival y el hecho de arrogarse el título de monarca universal que ansiaba para sí mismo, montó en cólera. Se unía además a la amenaza que cernían los Habsburgo sobre Buda, la capital húngara que había conquistado Solimán en la batalla de Mohács el 29 de agosto de 1526, por lo que decidió atacar una vez más Viena, la joya del cristianismo, la nueva Constantinopla. Los hermanos Habsburgo respondieron con increíble presteza reuniendo en poco tiempo un ejército verdaderamente formidable que incluyó a los estados alemanes y los mismísimos luteranos, así como dinero suficiente del papa para pagar a los mercenarios húngaros y croatas.
Fernando envió entonces mensajeros a Solimán con una propuesta de paz para que detuviera su marcha sobre Viena dada la majestuosidad de su ejército. La respuesta del otomano fue la siguiente: "El rey de España –escribió Solimán a Fernando desde Osijek– ha proclamado desde hace mucho tiempo que quiere actuar contra los turcos; y ahora, por la gracia de Dios, avanzo con mi ejército contra él. Si es un hombre que tiene agallas y coraje, que venga y prepare su ejército en el campo listo para luchar con mi hueste imperial, y el resultado será lo que Dios quiera. Sin embargo, si no quiere reunirse conmigo, que envíe su tributo a mi Majestad Imperial", recoge Ágoston en El imperio otomano y la conquista de Europa.
Farol calculado
Era, sin embargo, un farol calculado. Ninguno de los dos quería entrar en guerra realmente y mucho más una vez que estuvieron las cartas sobre la mesa. Eso es lo que según Ágoston explica que Solimán empleara tres semanas en asediar el pequeño fuerte húngaro de Kószeg que se encontraba camino de Viena, a apenas 100 kilómetros: perdía tiempo para no llegar a sus murallas. Lo defendía un capitán general de Fernando, el croata Nikola Jurisic, que participa en una rendición orquestada por el general otomano Ibrahim Pasha que le conocía desde que fuera embajador en Constantinopla en 1530.
El intercambio sirve para que Solimán salve los muebles y celebre la victoria en las calles de Belgrado emulando de alguna forma los fastos de la coronación del emperador Carlos en Bolonia. Los Habsburgo por su parte consiguen la paz que estaban buscando en esos momentos, porque "los dos solos somos débiles frente a los otomanos", según había escrito el emperador Carlos a su hermano Fernando en una carta en 1531. La paz permite a Solimán centrarse en la campaña contra los safavides persas.
Es una de las principales tesis de Ágoston: que la interdependencia de los gobiernos imperiales otomano y habsburgo y sus élites moldearon las políticas, capacidades militares y estrategias no sólo frente a sus oponentes, sino incluso también en relación a la oposición interna. La conquista otomana como parte integral de la historia de Europa. Después llegaría la gran victoria de Lepanto para los cristianos, que arrojaría del Mar Mediterráneo a los otomanos tras destruir su flota, lo que no impediría que se siguiera luchando durante siglos contra el corso berberisco, aunque la amenaza ya no fuera la misma.
El imperio otomano volvería a asediar la capital de Viena en 1683 sin éxito: marcaría el declive final de un imperio que, sin embargo, pervivió durante varios siglos más, aún a pesar de que no ejerciera un control verdadero sobre todas las provincias, que más bien se gestionaban por su cuenta. Durante el siglo XVIII la cuestión del desmembramiento del Imperio Otomano ocupó a las grandes potencias europeas y perdieron la península de los Balcanes en 1878, pero su verdadero final no llegaría hasta el Tratado de Sévres en 1920, como consecuencia de su derrota en la Primera Guerra Mundial. Acabó con todas sus posesiones en Oriente Medio ¿Y quién había sido su aliado en la Primera Guerra Mundial? Precisamente el Imperio Astro-Húngaro, su gran enemigo durante siglos, que desapareció también entonces.
"Durante un instante aún parece que Bizancio se va a salvar; la más extrema desesperación ha conseguido repeler el más feroz de los ataques. Pero entonces acontece una trágica casualidad, uno de esos enigmáticos incidentes que a veces provoca la Historia en sus inescrutables resoluciones…". Así relataba el escritor austriaco Stefan Zweig en sus
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