Es noticia
Por qué la ciudad de San Sebastián volverá a ser en unos pocos años un barrio de Madrid
  1. Cultura
ANÁLISIS

Por qué la ciudad de San Sebastián volverá a ser en unos pocos años un barrio de Madrid

A finales de esta década, a los turistas se les unirán miles de viajeros que llegarán todos los fines de semana en trenes AVE desde Madrid. Entonces todo cambiará, como ocurrió cuando en 1864 el rey consorte inauguró la línea Madrid-Irún

Foto: La playa de la Concha, llena de gente a finales de julio de 2023. (EFE/Juan Herrero)
La playa de la Concha, llena de gente a finales de julio de 2023. (EFE/Juan Herrero)

En los últimos años San Sebastián está experimentando grandes cambios urbanísticos y económicos. Bajo la plomiza sombra del terrorismo, hasta hace una década esta ciudad costera mantenía unos equilibrios económicos y sociales muy estables. En su área metropolitana había un turismo manejable, industria y servicios propios de una rica capital de provincia. Una diversificación que permitía sostener la autonomía que demandaba su población. Esa estructura ha cambiado en la última década, cuando los equilibrios de las escalas intermedias, las nacionales, se enfrentan a los flujos de la globalización. El juego ha cambiado. Las ciudades pequeñas se encuentran hoy en una posición débil cuando se trata de captar talento e inversión fuera de sus límites en aquellos sectores en los que no están entre los mejores del mundo.

La industria vasca, que durante casi dos siglos creció gracias al mercado del resto de España, languidece cuando tiene que competir contra el resto de países de la OMC. Hoy vende calidad de vida, pero poco a poco los contratos se acaban y los jóvenes se van. Por eso San Sebastián se está centrando en aquello que da sentido a su ADN, el turismo “de calidad”. Un sector que, sin embargo, es cada vez más problemático, debido a los cambios que provoca en las ciudades.

El municipio de San Sebastián, con 180.000 habitantes, es el barrio rico de una conurbación de 430.000 habitantes que se extiende desde la frontera francesa en Irún y Fuenterrabía hasta pueblos industriales del interior como Andoáin. Un barrio rico que, sin embargo, siempre tuvo el aspecto de una ciudad mucho más grande de lo que realmente es. Pero esa ilusión óptica no esconde el hecho de que unos pocos cambios puntuales (la construcción de un aparcamiento, la peatonalización de una calle o la inauguración de un hotel) pueden cambiar las dinámicas de todo su sistema.

En San Sebastián está pasando. La ciudad se está transformando en un parque de atracciones, algo que ocurrirá a final de la década, cuando, a los turistas que ya hay se le junten los miles de viajeros que llegarán todos los fines de semana en trenes de alta velocidad procedentes de Madrid DF. Entonces todo cambiará.

La decana del sol y playa

Como en otras capitales españolas, en la estructura socioeconómica del siglo XX muchas familias de clase alta con propiedades e industrias en toda la provincia tenían también una vivienda en la ciudad. Convivían allí con los profesionales liberales, los estudiantes, abogados, arquitectos, ingenieros y banqueros cuyo sector servicios era fundamental para el desarrollo de toda la región. Sin embargo, la simbiosis entre la ciudad burguesa, su cinturón metropolitano obrero y su campo tradicionalista fueron siempre complejas.

San Sebastián era una burbuja, porque además de ser una capital de provincia al uso, desde su refundación, la ciudad se concibió como un barrio deslocalizado y playero del Madrid más cosmopolita y burgués.

Foto:

Para entender lo que está pasando hoy, debemos mirar brevemente doscientos años atrás. Durante las Guerras Napoleónicas San Sebastián -ocupada por los franceses- fue reducida a cenizas por los británicos. Tenían sus motivos. Hasta entonces era un pueblo de costa, conocido por ser un puerto corsario dedicado en su mayoría a desvalijar barcos ingleses que navegaban por el Atlántico. Ahora se tomaban la revancha.

Cincuenta años después, reconstruida su parte vieja, aquella pequeña villa marinera vio cómo el mundo moderno la colocó en el mapa.

En La carretera y la ciudad, el sociólogo Lewis Mumford explicaba cómo las ciudades utilizaron las infraestructuras para extender la modernidad (el capitalismo, los impuestos y la reducción de las relaciones humanas a la transacción económica) a lo largo y ancho del territorio. Eso es precisamente lo que hizo Madrid con San Sebastián -en este caso con el tren- y es lo que está a punto de volver a hacer.

Foto: Una de las casas de la Colonia de Fuente del Berro. (Cedida/COAM) Opinión

Era a mediados del siglo XIX, cuando el marqués de Salamanca regresó de su exilio en Francia de la mano de la familia Rothschild, con la intención de hacerse con las principales concesiones de las nuevas líneas de ferrocarril. Y así, consiguió desarrollar la línea Madrid-Irún. Los carlistas fueron barridos de los valles que recorrería la línea y la nueva ciudad liberal se convertiría en el apéndice “muy noble y muy leal” del incipiente liberalismo madrileño.

El marqués, que era uno de los promotores del nuevo ensanche de Madrid, compró también tierras en los arenales a las afueras de este pueblo de mar, conocedor como era de lo que estaba cociéndose en la vecina Biarritz, donde las clases altas francesas habían convertido aquel pueblito de pescadores en una elegante ciudad, destino obligado de la burguesía europea para tomar baños de mar. Ahora solo necesitaba que la primera parada costera de su línea con Francia fuese precisamente junto a sus arenales … y voilá! En 1864 el rey consorte inauguraba la línea a San Sebastián, dando comienzo una tradición de un siglo en la que los jefes de estado convertirían a la ciudad en la sede de la corte durante los meses de verano.

Del cosmopolitismo burgués al provincialismo

Gracias a los pelotazos del marqués, en San Sebastián se construyó el tercer ensanche del país (tras Barcelona y Madrid). Una ciudad construida prácticamente de nueva planta, de pronto era la más importante de Guipúzcoa y la decana del sol y playa en España. San Sebastián se convirtió, literalmente, en un “Barrio de Salamanca con mar”. La burguesía madrileña acompañaría a los reyes y dinamizaría el turismo de todos los pueblos de la costa vasca: Fuenterrabía, Zarautz, Getaria, Zumaya, Lekeitio, etc.

Con el carlismo aislado en los montes, la modernidad lo cambió todo. Para que los madrileños y los reyes se entretuviesen, se levantaron casinos, teatros de ópera, hoteles, balnearios, parques de atracciones… También comenzaron a aparecer nuevas “tradiciones” como las regatas con las lanchas sardineras (las traineras), los cangrejos deshilachados (el txangurro) para que la gente pudiese comerlos elegantemente con cuchara y sin mancharse los dedos, los pintxos, las gildas, los festivales de cine y de jazz…Lo que hiciera falta con tal de que corriese el champán y no se acabase la fiesta. Que es precisamente lo que vendía y de lo que vivía la ciudad. Un siglo de Belle Époque con toques pintorescos, extendida en el tiempo hasta los años cincuenta, cuando el terrorismo puso punto y final a todo aquello.

Con décadas de retraso, el campo y los obreros se vengaban del liberal. Muchos se fueron o mantuvieron un perfil bajo. El turismo, la corte y la burguesía de Madrid buscaron otras alternativas y San Sebastián fue convirtiéndose poco a poco en Donostia.

El arte y la arquitectura como espejos del cambio social

Conforme fueron desapareciendo creadores y artistas como Chillida, Oteiza o Peña Ganchegui, la ciudad dejó de ser foco de las propuestas vanguardistas que habían llegado a definir la arquitectura y el arte español e internacional de la época. Estos artistas habían realizado sus estudios en Madrid y Barcelona y crecieron vinculados a las corrientes internacionales que aún a mediados de siglo llegaban a la ciudad. La euskaldunización (a la que colaboraron paradójicamente algunos de ellos) fue haciéndose patente y con ello, el cosmopolitismo de sus actividades y la creación original fue decayendo hasta reducirse al sector de la cocina. Un cosmopolitismo que, ojo, aunque participasen de él los locales, tenía como función última contentar y entretener a los turistas. Muertos los maestros, ya no había sustitutos. Así que desde los noventa, cada vez que se ha convocado un gran concurso de arquitectura, de esos que son anónimos y se salen de la endogamia local, las mejores propuestas ya no eran de arquitectos donostiarras. Es lo que ocurrió con el Kursaal de Rafael Moneo o con la ampliación del Museo San Telmo de Nieto-Sobejano. Ambos proyectos de estudios madrileños, aunque aún con una profunda conexión con las dinámicas propias de la ciudad.

placeholder Museo San Telmo. (Nieto Sobejano Arquitectos)
Museo San Telmo. (Nieto Sobejano Arquitectos)

El fin de ETA en 2011 coincidió con la inauguración del San Telmo y con la crisis económica, y con ello pararon también varias industrias de la provincia, como las factorías de Fagor, en Mondragón. Hubo que reinventarse. Paradójicamente le tocó a Bildu gestionar ese retorno de la ciudad a su esencia turística franco-española. No duraron más que una legislatura en el gobierno, y desde entonces es el PNV, con su ambigüedad identitaria y su política pro-turismo, el que ha transformado en menos de diez años las dinámicas de la ciudad.

Salto a la economía global

Desde entonces Euskadi y Donosti están enfocadas en captar su parte del pastel de los flujos financieros internacionales. Y dado que ya no se puede mandar al rey a las satrapías árabes y centroasiáticas a conseguir jugosos contratos de ferrocarriles y autobuses para las fábricas de la provincia, lo que quedan son los pintxos y los turistas. Por supuesto, también los turistas de esas satrapías.

El problema es que el salto a la globalidad se ha hecho desde el provincialismo, y eso también se ve en su arquitectura actual. Hace tiempo que los mejores referentes propios murieron y tras varias décadas de ensimismamiento no hay nadie que esté hoy al nivel de los maestros. Tampoco ayudan las promotoras locales, que copan todo el mercado, cerrado a los de fuera, imponiendo un monopolio estilístico mediocre y de bajo coste.

Hasta que se construya el nuevo Gastronomy Open Ecosystem proyectado por la oficina danesa BIG, no parece que esta dinámica vaya a mejorar. Este edificio representa bien el giro hacia la globalización financiera de la ciudad. Un centro de I+D+I dedicado a los estudios culinarios y al que acudirán estudiantes de todo el mundo. Un edificio anodino a nivel internacional, pero que, salvando a buenos estudios como VAUMM (que ya proyectó la primera sede del Basque Culinary Centre), mejorará con creces los intentos de locales de hacer arquitecturas globalizadas con resultados francamente mediocres. Ahí están la reforma del estadio Anoeta, cuya nueva fachada compite en fealdad con muchos estadios nuevos de Rusia y Europa del Este, o las más que cuestionables reformas de edificios históricos dedicados a hoteles, como el Hotel Catalonia o el icónico Hotel de Londres, cuya icónica cúpula (que incluso sirve de logo del hotel) ya apenas se ve porque la nueva mansarda intenta maximizar el número de habitaciones.

placeholder El Hotel de Londres en la actualidad.
El Hotel de Londres en la actualidad.

Y aquí radica buena parte del problema en el nuevo cambio de la ciudad. Si hace un siglo era uno de los pocos destinos turísticos obligados de las clases altas españolas y europeas, hoy San Sebastián tiene muchos más competidores en el sector de la gastronomía, el sol y la playa. Y, por mucho que en su ayuntamiento caigan en la autocomplacencia, si lo que se pretende es esquivar el turismo de masas subiendo los precios, recuperar cinco décadas puede no salir del todo bien. Sobre todo si, salvo en la gastronomía, ya no se cuenta con la exclusividad que genera una gran capacidad creativa que compita a nivel global.

San Sebastián no podrá recuperar el tiempo perdido. Ahora es una más. Habrá lugar para el lujo, por supuesto, pero la ciudad no va a poder aspirar más a que a un turismo de masas globalizado con un nivel adquisitivo algo superior a la media.

El problema es que para ello, está sacrificando su tejido social a marchas forzadas. Su ensanche y su centro histórico concentra ya casi la mitad de las viviendas turísticas de Euskadi. Los fondos invierten en la demolición y reconversión de edificios antiguos para construir hoteles boutique, viviendas de lujo y apartamentos turísticos. Y ahora, en la parte vieja, los franceses hacen cola frente a los bares de toda la vida y los palillos de los pintxos se cuentan a la hora de pedir la cuenta, como si fueran locales franquiciados. Además, según Idealista, el precio de la vivienda ha subido más de un 5% desde junio de 2023. Muchas familias y jóvenes se ven obligados a marcharse a los pueblos del área metropolitana, donde aún queda suelo para construir vivienda protegida, pero extendiendo, en cualquier caso, la presión en los precios más allá del municipio.

De Donostia a San Sebastián

La cuestión es que este nuevo resurgir turístico no ha hecho más que empezar y salir a la globalización desde posiciones intermedias tiene su coste social y político. Sobre todo cuando la comunicación natural es, desde su creación, con Madrid, que siempre fue su trampolín a la globalización.

Convertida en un gigantesco hotel, San Sebastián depende cada día más de los turistas que llegan desde la capital. No cuenta con conexiones diversificadas, ni por tren ni por aeropuerto (Bilbao y Biarritz tienen pocas frecuencias y rutas). Hoy, estas conexiones están dosificadas por la capacidad de los coches y autobuses. Pero dentro de pocos años, la llegada del AVE, el hilo de hierro que cose la nación, lo cambiará todo. Mucho antes de que se termine la conexión de la alta velocidad con París, el tren a Madrid hará que San Sebastián vuelva a depender estratégicamente de la capital, hoy convertida en una gran ciudad global, Madrid DF, que ahora puede extender su red de influencia económica con mucha más intensidad de lo que nunca lo hizo. Será entonces cuando se vuelva a convertir en un apéndice, en un barrio costero al servicio, esta vez, de las clases medias y acomodadas que lleguen a miles semanalmente en los trenes. Y quienes más lo sufrirán serán aquellos que no tengan una vivienda en propiedad.

Nuevamente, con la llegada del tren y del capitalismo financiero, se está cerrando un círculo que empezó hace ya más de 150 años y que muestra cómo ni la política ni las balas pueden cambiar fácilmente ni su destino, ni las profundas inercias que configuran la esencia de los lugares. San Sebastián fue una creación madrileña y una ciudad dependiente de las dinámicas de la capital. Y si hoy sus gobernantes, por mucho que oculten la bandera de España, están acentuando esa dependencia es porque saben que la otra opción (la decadencia con txapela) es inasumible.

Foto: Turistas en la playa de La Concha de San Sebastián. (EFE/Juan Herrero)

Hoy, la energía que consumen sus fábricas y sus hoteles se produce fuera del territorio vasco, y cada vez más propietarios de viviendas, restauradores y trabajadores dependen económicamente de los clientes que bajan desde la meseta. La industria de los valles decae mientras el “carlismo 2.0” de Bildu hace tiempo que bajó de los montes. Por eso, no debería extrañarnos si en las próximas décadas mucha gente en San Sebastián y en los pueblos playeros de la costa abraza el liberalismo de Madrid DF. El de siempre. El que regresa con fuerza: el de los servicios turísticos, las rentas y las plusvalías del suelo. Con ello, volverá la tensión entre el campo y la ciudad, introduciendo el barniz del conflicto nacionalista no entre un lado y otro del Ebro, sino en el mismo corazón de Euskadi.

Y es que, lo que no consiguen las banderas, lo hace el dinero. Cuando el alto precio de la Ikurriña empiece a generalizarse, veremos cómo, al fin y al cabo, las patrias verdaderas tienen mucho que ver con los patrimonios.

En los últimos años San Sebastián está experimentando grandes cambios urbanísticos y económicos. Bajo la plomiza sombra del terrorismo, hasta hace una década esta ciudad costera mantenía unos equilibrios económicos y sociales muy estables. En su área metropolitana había un turismo manejable, industria y servicios propios de una rica capital de provincia. Una diversificación que permitía sostener la autonomía que demandaba su población. Esa estructura ha cambiado en la última década, cuando los equilibrios de las escalas intermedias, las nacionales, se enfrentan a los flujos de la globalización. El juego ha cambiado. Las ciudades pequeñas se encuentran hoy en una posición débil cuando se trata de captar talento e inversión fuera de sus límites en aquellos sectores en los que no están entre los mejores del mundo.

Arquitectura Arquitectos
El redactor recomienda