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Si eres un joven virtuoso de la música clásica y te convoca este hombre, estás llamado a ser una estrella
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XXIII Encuentro de Música y Academia

Si eres un joven virtuoso de la música clásica y te convoca este hombre, estás llamado a ser una estrella

En invierno, un director de orquesta de talla mundial recluta a los mejores jóvenes intérpretes de Europa peregrinando por prestigiosas escuelas. Santander los acoge estos días en el curso-festival de música clásica más selecto del verano

Foto: El 'maestro' Péter Csaba, director del Encuentro, al frente de la orquesta. (Cedida)
El 'maestro' Péter Csaba, director del Encuentro, al frente de la orquesta. (Cedida)

Todos los niños que estudian en los conservatorios tienen algo en común. Antes o después, cuando llega el verano, sus padres los mandan a uno de los numerosísimos campamentos musicales que se celebran por toda España y que sirven tanto para refrescar los conocimientos adquiridos durante el curso, como para prepararse de cara a septiembre.

Que nadie piense que son campamentos con tiendas de campaña, nubes de algodón y conciertos a la luz de la hoguera, como los de los scouts. Se trata de unos encuentros en los que los chavales conviven durante un par de semanas en albergues o residencias de estudiantes, donde reciben clases de música a la vez que disfrutan de actividades de ocio.

Estos días en Santander hay algo parecido, pero elevado a la máxima potencia: 71 jóvenes músicos, llamados a ser estrellas en los próximos años, viven su particular campamento musical de verano. Evidentemente, lo de campamento es una licencia. El nivel de los intérpretes, de los maestros que les enseñan y la exigencia y rigor de las lecciones que allí se imparten lo convierten en uno de los cursos musicales más selectos de toda Europa.

Allí solo van los elegidos por Péter Csaba, un renombrado director de orquesta que durante el invierno peregrina por las escuelas de música más prestigiosas del continente en busca talentos. Los seleccionados son invitados a participar en el Encuentro de Música y Academia de Santander, iniciativa que vive su XXIII edición impulsada por la Fundación Albéniz, la entidad que está detrás de la reconocida Escuela de Música Reina Sofía, una de las mejores canteras de música clásica del mundo. Ellos se encargan de todo -asumen el coste de los traslados, la manutención y la formación- para que los músicos solo se preocupen de tocar.

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Csaba es el director musical de este festival desde sus inicios y tiene el honor de haber visto el potencial de algunas estrellas cuando nadie se había percatado. Cuenta el caso de Vineta Sareika-Völkner, la primera mujer elegida concertino en la Filarmónica de Berlín. En conversación con El Confidencial, rememora cómo se topó con esta virtuosa. Relata que apenas tenía 18 años y que llevaba solo tres meses estudiando en el Conservatorio Nacional París. "No suelo escoger a gente tan joven, pero…", suspira al recordar a esa artista letona que encontró. El poderío que hoy muestra sobre el escenario contrasta con la imagen de un joven frágil y tímida que halló Csaba. Cuando la escuchó tocar, la convocó para la cita de Santander, en la que participó en las ediciones de 2005 y 2006. "Y podría contarte una lista de casos similares", apostilla el músico.

Unas audiciones diferentes

El secreto de ese ojo clínico quizá esté en la forma que tiene el maestro de hacer las pruebas. Lo explica Tomasso Gaeta, un flautista romano de 25 años, curtido en las jóvenes orquestas italianas y que cursa una maestría en la Academia de Música FNHW en Basilea (Suiza). "Te escucha tocar y luego te pregunta cosas. Además de la prueba musical, hay una pequeña entrevista personal en la que te conoce un poco más", destaca.

Esto no es nada habitual. En el mundo de la música clásica, los tribunales de las pruebas son rígidos y directos. Apenas escuchan un pasaje de una obra concreta a cada aspirante y después dan paso al siguiente. Sin más explicaciones. En frío. Únicamente les interesa el valor musical del especialista. Csaba, sin embargo, busca algo más. En un entorno en el que una técnica depurada y un nivel musical altísimo se presuponen, apuesta también por el "human touch".

"Necesitan tener muchas cualidades, no una sola", ríe el maestro, quien enumera habilidades como "la musicalidad, la recepción del conocimiento, el potencial comunicativo, la personalidad o la capacidad para relacionarse [musical y personalmente] con otros intérpretes" como valores a tener muy en cuenta en sus pruebas: "Puedes ser muy bueno, pero tendrás muchos problemas si eres egoísta".

placeholder El pianista belga Declercq, en uno de los recitales del Encuentro. (Cedida)
El pianista belga Declercq, en uno de los recitales del Encuentro. (Cedida)

"Creo que mi principal virtud es que puedo reaccionar muy bien cuando toco con otra gente. Escuchar cómo están tocando y responder de una manera adecuada", asegura en esta línea Alexander Declercq, un pianista belga de 26 años que también domina el clarinete y que ya ha ofrecido recitales en auditorios tan prestigiosos como el Concertgebouw de Ámsterdam. Igualmente, sonríe al echar la vista atrás hasta aquella audición con Csaba: "Eran preguntas que no te esperas, quizá porque son muy simples. Me preguntó qué conocía del festival o por qué quería participar. No es lo habitual".

También la recuerda Andréas Pérez-Ursulet, que tiene una historia particular. Por un lado, este contratenor es el primer músico vocal que participa en el curso; por el otro, y aunque no lo cuenta en la conversación con este diario, ganó un conocido talent show de la televisión de Francia y ya ha grabado discos con Warner con solo 22 años. Sí es consciente, sin embargo, de la importancia de este curso y de la oportunidad que supone estar rodeado de talentos: "Seguir creciendo, colaborando, descubriendo... Es muy inspirador ver cómo otros instrumentistas ensayan, y cómo todos lo hacen de distintas maneras".

Un sitio normal

En un barrio obrero de la zona alta de Santander, con la bahía de fondo y lejos de la postal veraniega de la playa del Sardinero, de la intelectualidad que se cita estos días en La Magdalena, o de los turistas con helado y gafas de sol que caminan por el paseo Pereda, está el Conservatorio Jesús de Monasterio.

Por fuera no es distinto a cualquier otro centro similar de provincias. La diferencia está dentro. De allí sale la música que llama la atención a los paseantes despistados y que se irá perfeccionando hasta cristalizar en los conciertos que, como seña de identidad de este curso-festival, los alumnos y sus profesores ofrecen en distintos auditorios de Cantabria: desde la imponente sala Argenta del Palacio de Festivales de Santander -y bajo la atenta mirada de Paloma O'Shea, la creadora de todo este ecosistema musical- hasta en las pequeñas ermitas de los pueblos.

Cuando salen de este conservatorio, los jóvenes artistas comparten techo: viven juntos en una residencia -igual que ocurría en aquellos campamentos de su infancia- y eso se nota en la complicidad con la que se saludan por los pasillos. Cuando toca volver al ensayo, se les ve concentrados, enfocados en su objetivo. Son disciplinados, determinados, puntuales y autoexigentes. No les importa, pese a lo idílico del entorno y la coyuntura propia del verano en Santander, dejar las distracciones en un lugar muy residual de sus prioridades: quieren triunfar y su vida es la música.

"Los maestros no bajan el nivel, no entienden lo de tocar regular. Aquí nadie baja el estándar de calidad. Todo el mundo busca lo máximo"

Lo deja claro el viola zamorano Mario Carpintero, alumno de la Escuela Superior de Música Reina Sofía de Madrid: cualquier amago de relajación se esfuma a la hora de la verdad. "Los maestros no bajan el nivel, no entienden lo de tocar regular. Aquí nadie baja el estándar de calidad. Todo el mundo busca lo máximo", resalta un músico, que, pese a todo, encuentra similitudes entre los cursos de verano a los que iba a hace más de 15 años y este encuentro de alto nivel.

"Se parecen, pero esto es a lo grande. Hay muchísima más gente, más y mejores profesores, muchas más culturas… Esto no deja de ser un festival y un encuentro internacional", subraya Irene García Sevillano, clarinetista de Valladolid (25 años), que estudia en el Koninklijk Conservatorium de Bruselas. Ella tampoco olvida su primer campamento musical de verano: "Tenía 6-7 años, fue en Urueña… y, efectivamente, no era tan diferente. Al fin y al cabo, lo que más cambia es el nivel".

placeholder La clarinetista, Irene García Sevillano, a la derecha, en un recital de cámara ofrecido en el Encuentro. (Cedida)
La clarinetista, Irene García Sevillano, a la derecha, en un recital de cámara ofrecido en el Encuentro. (Cedida)

Tanto García como Carpintero coinciden al señalar que lo mejor de la experiencia, al margen de poder tocar con profesores de talla mundial, es la conjunción de talento y distintas formas de ver la música que se dan cita en este conservatorio santanderino. "Tocar con gente que viene de escuelas musicales distintas es muy enriquecedor. Llegar a este festival te exige entenderte, hacer funcionar la música en tiempo real, saber ceder…", subraya Carpintero, a quien completa García: "La flexibilidad musical, conectar con gente lo más rápido posible, abrir el oído, escuchar, aprender de los profesores… Aquí tienes que hacerlo todo muy rápido. Y que te ayuden a esto, que es lo primero que tiene que saber hacer un músico profesional, es una pasada".

El mejor trabajo

Con todos estos mimbres, y con una selección de músicos hambrientos de éxito bajo su tutela, Csaba tiene el trabajo más divertido de todos. Puede jugar a ser una especie de maestro de títeres con jóvenes músicos de primer nivel. Él tiene los mandos y los intérpretes harán la música que él les diga. No esconde que intenta poner en complicaciones a la élite de la música clásica del mañana, ya que así mejorarán.

Para ello, diseña distintos grupos de cámara en los que distribuye a los intérpretes para que expriman sus capacidades. En ellos, intercala a maestros como el pianista Ralf Gothoni, el chelista Frans Helmerson o la violinista Mihaela Martin para subir el listón un poco más -si cabe- y poner a prueba a los jóvenes virtuosos. Les obliga a adaptarse a situaciones a las que se tendrán que enfrentar de manera habitual como instrumentistas profesionales del más alto nivel. Lo que viven durante el curso estos virtuosos no tiene nada que ver con su rutina en las escuelas y Csaba lo condensa en una frase: "Allí son jóvenes estudiantes y aquí son jóvenes artistas".

Y estos jóvenes artistas, dentro de unos años, cuando formen parte de los grupos de cámara punteros del panorama mundial, impartan cátedra en los mejores conservatorios o copen los primeros atriles de las orquestas en las que todos quieren estar, pero muy pocos pueden, quizá descuelguen el teléfono y llamen Csaba para agradecerle aquel verano musical en Santander. Hasta entonces, el maestro continuará, al menos algún año más, peregrinando por las mejores escuelas de música clásica de Europa en busca de esos virtuosos que están llamados a ser estrellas.

Todos los niños que estudian en los conservatorios tienen algo en común. Antes o después, cuando llega el verano, sus padres los mandan a uno de los numerosísimos campamentos musicales que se celebran por toda España y que sirven tanto para refrescar los conocimientos adquiridos durante el curso, como para prepararse de cara a septiembre.

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