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Yo (no) soy esa
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Tatiana Abellán

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Yo (no) soy esa

Como artista visual trato de habitar la disidencia, por lo que soy renuente a recurrir a perspectivas de género programadas, bio-necro-animalismos no-humanos, uber-reciclajes contra la ansiedad climática, tecno-capitalismos ultra-liberales y ODS varios

Foto: Estudiantes en la universidad de Cataluña, junio de 2024. (EP/Kike Rincón)
Estudiantes en la universidad de Cataluña, junio de 2024. (EP/Kike Rincón)
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Presa del pánico ante la inminente presentación al tribunal de su Trabajo Fin de Grado, una estudiante a la que he tutelado me pide argumentos con los que poder justificar que el documento esté redactado en primera persona. Pensaba yo que esto ya lo habíamos resuelto, pero la inseguridad es así; ella era incapaz de ver otra carencia o deficiencia mayor. La cuestión es que durante su vida universitaria se le ha insistido en la necesidad de objetividad, neutralidad o impersonalidad aséptica que requieren el ensayo o la escritura científica y hacer evidente el sujeto enunciador, por inercia, le seguía pareciendo una traición a la academia, sin importar que la propia academia impele a cuestionarlo todo y sin atender a que estaba presentando un proyecto artístico autobiográfico.

Se preguntarán quién soy y por qué les cuento esto. Mi objetivo en esta primera colaboración con El Confidencial es precisamente responder a estas dos cuestiones de manera que me ubiquen en el espectro socio-político-cultural y acelerar la activación de esos sesgos y prejuicios que acompañan un articulismo en el que quien lo dice es más importante que lo que se dice. Trataré de transmitir así cuál es mi grado de privilegio-opresión con el fin de que los lectores más woke puedan otorgarme expeditivamente la legitimidad necesaria para pronunciarme sobre determinados asuntos. Aunque ya adelanto que he debido opinar cosas que no debía porque en mi corta experiencia en la prensa escrita ya he sufrido un par de intentos de cancelación que, por mi irrelevancia, no han logrado su propósito.

Procuraré contar entonces quién soy, asumiendo el necesario fracaso que conlleva lidiar con la gran pregunta de la filosofía. No crean que no estoy nerviosilla. Escribe Gregorio Luri en El eje del mundo que "La dificultad de responder con claridad a la pregunta '¿quién soy yo?', es, pues, si se la mira bien, una primera respuesta a esa pregunta: somos seres que, por poseer, de forma bien paradójica, más libertad que inteligencia, nos dejamos arrastrar fácilmente por la inercia". El autoconocimiento se revela como imprescindible para evitar esa inercia o pasividad y cultivar la virtud; no en vano, el fin de la vida parece ser conocerse a uno mismo. Casi nada. Fue precisamente Luri —a través de mi padre— quien me presentó a Oliva Sabuco (1562-1622), una filósofa española pionera en entender, entre otras cosas, que la salud física está intrínsecamente ligada a la emocional. En su obra Nueva filosofía de la naturaleza del hombreese "hombre" inclusivo del que formamos parte las hembras— explica que todos los males del mundo derivan del desconocimiento de la naturaleza humana. Así, empezando por sí misma y sus propias limitaciones, afirma: "Yo veo en mí que no me entiendo, ni me conozco a mí misma, ni a las cosas de mi naturaleza". Cinco siglos después, algunas de esas naturalezas las conocemos. Otras, en cambio, las hemos olvidado —escuchen el pódcast de Las hijas de Felipe—.

Por generación soy una millennial posmoderna a la que no le gusta lo primero y que abomina de lo segundo. Nací empoderada, como todas, y tuve una infancia sin masculinidades tóxicas, aunque el adanismo progre nos quiera hacer creer que se trata de cuestiones que no vienen dadas. Estudié en un colegio concertado, una cooperativa, que mis tías abuelas llamaban "de rojos", y que yo pensaba que era en referencia al color del tejado. Siendo de ciencias puras, me licencié en Bellas Artes en la primera promoción de la Universidad de Murcia e hice un doctorado en la Complutense en el que nos empalaron bien a base de postestructuralismo, por lo que 20 años después sigo en proceso de recuperación de sus relativismos, muertes de las metanarrativas, cuestionamientos de las estructuras de poder y deconstrucciones varias. Defiendo esa comprensión objetiva y universal de la realidad que nos negaron los intelectuales franceses, aunque en mi ámbito, paradójicamente, no hay texto curatorial validable sin la preceptiva invocación de Foucault, Derridà, Baudrillard, Lyotard, Deleuze, Butler o Preciado.

Nací empoderada, como todas, y tuve una infancia sin masculinidades tóxicas

Como artista visual trato de habitar la disidencia, por lo que soy renuente a recurrir a perspectivas de género programadas, bio-necro-animalismos no-humanos, uber-reciclajes contra la ansiedad climática, tecno-capitalismos ultraliberales y ODS varios, en plena concordancia con los discursos oficialistas —donde se esconde el oro—. Entenderán así que tenga otras ocupaciones que, en cualquier caso, me proporcionan un sueldo que rara vez alcanza las cuatro cifras —para que me ubiquen en lo relativo a los privilegios materiales—. Mi trabajo como artista se centra en la fragilidad de la memoria, el paso del tiempo y la muerte, casi siempre desde la sencillez, lo frágil y lo poético. Como profesora asociada asumo la Coordinación del Grado y el Vicedecanato de estudios e internacional, en un momento en el que la gestión y la burocracia universitaria está fagocitando una docencia ya herida de muerte por gamificaciones, aulas invertidas e innovaciones docentes sin sentido —pedagogos, no os lo perdonaré jamás—. En el poco tiempo del que dispongo entre juntas, evidencias, actas, informes, tutorías —o terapias—, coordinaciones verticales, horizontales y en espiral, trato de hacer entender a mis alumnos que están en el último curso de una carrera universitaria y que —aunque lo sean— deben dejar de comportarse como víctimas, ser adultos y abandonar los discursos adocenados de marca blanca a los que se les conduce, si bien lo más complejo es transmitirles que se puede ofender sin cometer ningún delito y que los sentimientos no dan carta blanca para actuar.

Puesto que ni como artista visual ni como docente universitaria consigo vivir dignamente, me veo abocada a un pluriempleo que a la postre está dificultando la que hemos dicho ha de ser la misión principal de la vida; saber quiénes somos. Siendo trabajadora autónoma cada día interpreto un papel distinto: doy conferencias, gestiono eventos culturales, programo en un centro de arte, hago comisariados, colaboro con medios como Onda Cero y La Verdad, en ocasiones bajo seudónimo, y lloro puntualmente cuando toca hacer la declaración trimestral o presentar una factura electrónica —las mujeres que ya no lloran las deben hacer ordinarias, como Shakira—. Así no hay quien se aclare. Esta sensación de alteridad integrada o de multiplicidad de identidades tiene un límite en aquello que no soy: activista, ortodoxa, inmutable ni cobarde. Para mi alivio, tampoco soy periodista. Mi mindset: amo el bien y la belleza; reivindico la verdad, la razón y la vida confidencial —aunque lea otros medios—.

Foto: El Gobierno y los diputados socialistas ovacionan a Sánchez en el Congreso. (EFE) Opinión

Umbral sostenía que en un periódico se debe ser lo más subjetivo posible. Parafraseando a Manuel Azaña, afirmaba que escribía sobre sí mismo porque era el ser humano más accesible para él y al que mejor conocía, partiendo de la consideración preliminar de que todos los seres humanos son iguales. Del mismo modo, un periódico debe ofrecer la posibilidad de diálogo, que el lector encuentre un interlocutor con el que reafirmarse o disentir, y eso hoy día no sucede en muchos de los grandes medios de este país, sino aquí, en los digitales, que son los responsables de hacer que el agua siga fluyendo para que la podredumbre de sectarismo, irracionalidad e identitarismo no lo cubra todo de fango. Yo creo en el honor y en la lealtad, pero no en sentido estalinista, hay verdades que están por encima de los partidos y sus consignas. Recuerda Mosser, su biógrafo, que para Sontag uno de los fines de la literatura era entender que "los otros, personas distintas a nosotros, existen de veras". Yo añadiría que esta es también una misión vital. No me malinterpreten, se puede y se debe estar contra el otro, pero desde el respeto y la posibilidad de intercambio, algo que en su demencial deriva totalitaria, nuestro gobierno ignora —como tantos otros consensos—, al pretender silenciar a todo medio que se desvíe del argumentario oficialista.

Aunque mi abuela me lo decía mucho: "tú no te signifiques", prometí al inicio presentarme y explicar quién soy, pero hasta ahora me he escondido en lo que hago —o pienso—. Confesó la propia Sontag en sus diarios que si había algo en lo que creía de verdad era en la vida privada; yo añado que la vida privada debe ser privada, o debería poder serlo. Esto no es óbice para defender la máxima de que lo personal es político, si bien, en tanto que consigna feminista, ha sido totalmente distorsionada para justificar una cultura de la cancelación y moralismo individualista que socava la solidaridad y el cambio estructural. En su contexto original estaba lejos de querer significar que lo político ha de basarse exclusivamente en lo personal, si no que hay problemas que no sufrimos de manera aislada y son consecuencia de un sistema. Abogo en este sentido por recuperar el sentido auténtico del lema, y nos enfoquemos en la organización colectiva para enfrentar problemas políticos en lugar de habitar fanatismos identitarios. Dicho esto, soy una mujer casada de 43 años, madre, librepensadora, sin filiación política, introvertida, serena, blanca, creyente y homosexual, con una única militancia: La Casa Azul. Una señor(it)a tranquila y sencilla.

Déjenme finalmente justificar el recurso a la autorreferencialidad que ya he ido deslizando. Paul Valéry —de quien tomé prestado mi handle de Instagram @yoesotra— expuso en su conferencia en la Universidad de Oxford de 1939 que en el inicio de toda teoría siempre hay elementos autobiográficos: "Me disculpo por exponerme de esta manera ante ustedes; pero considero más útil contar lo que uno ha sentido que simular un conocimiento independiente de cualquier persona y una observación sin observador. En realidad, no existe teoría que no sea un fragmento, cuidadosamente preparado, de alguna autobiografía". Yo aprecio el principio de no contradicción para no tener que ir cabalgando por ahí, que es muy cansado. Por eso, a partir de la crónica autobiográfica, sin privilegiar la experiencia vivida por encima de las evidencias empíricas como exigía Lyotard, trataré de conocerme a mí misma, volviendo a los clásicos si fuera necesario, evitando el dogmatismo y los lugares comunes, combatiendo la irracionalidad y los fanatismos identitarios; tratando de recuperar la ciencia, la coherencia y la razón.

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En definitiva, al igual que mi estudiante debía usar la primera persona para responsabilizarse de su trabajo, contra la inercia de la academia, trataré de tener una voz propia, de esas que no encajan en los coros que hacen los bises a los diarios del régimen —con benditas excepciones—, esquivando leísmos, plurales mayestáticos o de modestia, precisamente en la búsqueda de la objetividad y compromiso que acarrea la firma. Mi opinión, a partir de mi experiencia, solo tendrá que sincronizarse con los datos y el entendimiento, por lo que, inevitablemente, provocaré la decepción de muchos —yo no soy esa que tú te imaginas—. A diferencia de nuestro ministro, no creo que la cultura sea una herramienta de combate contra la extrema derecha. Creo que las guerras culturales polarizan, nos hacen perder el foco y me siento impelida a pronunciarme, sin renunciar a la posibilidad de conciliación. Así, siendo más de duelos a primera sangre, me alisto orgullosa en esta tribuna, asumiendo que las guerras de trincheras acarrean largas batallas, con el propósito de que mis estocadas sirvan para conocerme, aunque en realidad, cual Quijote, yo sé quién soy.

Presa del pánico ante la inminente presentación al tribunal de su Trabajo Fin de Grado, una estudiante a la que he tutelado me pide argumentos con los que poder justificar que el documento esté redactado en primera persona. Pensaba yo que esto ya lo habíamos resuelto, pero la inseguridad es así; ella era incapaz de ver otra carencia o deficiencia mayor. La cuestión es que durante su vida universitaria se le ha insistido en la necesidad de objetividad, neutralidad o impersonalidad aséptica que requieren el ensayo o la escritura científica y hacer evidente el sujeto enunciador, por inercia, le seguía pareciendo una traición a la academia, sin importar que la propia academia impele a cuestionarlo todo y sin atender a que estaba presentando un proyecto artístico autobiográfico.

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