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Sólo hay dos clases de críticos de cine en España: o eres un viejo lesbiano o Boyero
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Hernán Migoya

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Sólo hay dos clases de críticos de cine en España: o eres un viejo lesbiano o Boyero

Que alguien pudiera ganarse la vida y hasta tener su prestigio dedicándose a escribir sobre un medio artístico que claramente odiaba, me parecía el summum del éxito profesional

Foto: Carlos Boyero. (Alejandro Martínez Vélez)
Carlos Boyero. (Alejandro Martínez Vélez)
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Desde niño, siempre soñé con ser un inútil.

Por eso cuando descubrí el oficio de crítico de cine orienté todos mis esfuerzos a convertirme en uno. Mi ídolo de la adolescencia era el crítico Ángel Fernández Santos de El País. Que alguien pudiera ganarse la vida y hasta tener su prestigio dedicándose a escribir sobre un medio artístico que claramente odiaba, me parecía el summum del éxito profesional. Además, no había una sola película buena que dejara bien: recuerdo la admiración que me embargaba cuando destrozaba El corazón del ángel de Alan Parker, se pitorreaba de las ínfulas de Steven Spielberg por (supuestamente) intentar medirse con David Lean en El imperio del sol o soltaba que La madre muerta de Juanma Bajo Ulloa era anticine. Y las pelis malas las ponía por las nubes. Que le pagaran por ello y hasta le aplaudieran los intelectuales era algo que me fascinaba: ¡yo quería ser como él!

También quería ser escritor, pero convencido de que fracasaría en el intento, como buen hijo de proletario jugué sobre seguro y me licencié en la carrera oficial de los inútiles por antonomasia: Ciencias de la Información. Así, como periodista honrosamente titulado tras pasarme las clases en el bar, podría lograr encarrilar por la vía ortodoxa mi acceso al estrellato del perezoso. Reforcé mi aspiración dejándome guiar por otros ídolos menores, especialmente esos ceñudos críticos comunistas que en los años 80 te decían que eras fascistoide e irías derechito al infierno de los inmorales porque disfrutabas viendo las, para ellos, claras apologías de la ultraviolencia capitalista como Conan el bárbaro o Mad Max (lo decían, lo decían, consultad la hemeroteca). Conseguir compaginar esa ponderable postura ética con sus loas incondicionales al tradicionalismo reaccionario, machistón y racista de Centauros del desierto o al señoritismo imperialista de El hombre que pudo reinar es algo que escapa a mi comprensión y mi noción de coherencia vital: pero esa incoherencia es la que indudablemente lleva a la gloria en nuestro mundo de la cultura.

De hecho, qué fácil hubiera sido trasladar esa última peli mencionada —perdón, filme— en toda su esencia a una versión franquista protagonizada por los Alfredo Mayo y Luis Peña de la aventura filogay ¡A mí la legión!, cambiando a los cínicos caballeretes británicos por dos señoritos madrileños de paseo por las colonias para reírse de los magrebíes o los filipinos con el mismo descaro y desprecio con que aquellos dos suboficiales se ríen de los sudasiáticos, retratados por sistema como auténticos imbéciles; aunque nuestros "héroes" ibéricos resolverían antes su propia tensión homoerótica que el acceso a una exótica corona…

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Lo que me lleva a sospechar que esos críticos con conciencia sólo se pueden permitir sus bajos instintos reaccionarios, machistorros, racistas e imperialistas con el cine del establishment anglosajón y jamás con el español, so pena de ser acusados de fachas por sus propios correligionarios.

La mansión de los Plaff en pleno

Mientras estudiaba Periodismo en el bar de la Facultad, empecé a incursionar yo mismo en el sector de la crítica para emprender mi escalada al triunfo (y de paso, no lo niego, para ganarme las lentejas), siendo fichado ipso facto por una tele catalana como reseñador oficial del cine de actualidad. Si hubiera perseverado por ese camino, sin duda habría logrado incluso especializarme como presentador de noticieros y ahora tendría un Premio Planeta sobre mi estante. Por desgracia, nunca fui constante en la impostura que el oficio demandaba.

Para empezar a foguearme como inútil profesional, acudí a cubrir varios festivales de cine. En uno de ellos, un joven cineasta que luego adquiriría fama dirigiendo y protagonizando un torrente de comedias, estrenaba un corto en una competición donde los asistentes debíamos votar de uno a diez todas las cintas a concurso. El tipo llegó a su sesión antes de tiempo y se dedicó a agarrar las papeletas de votaciones de todo aquel a quien considerara su "amiguete" (o sea, según su criterio: a todos los que allí estábamos) para garabatear un diez en la casilla de su cortometraje y un cero en las de sus rivales. Ahí cometí mi primer error: ¡reaccioné como una persona honrada! Indignado (ay, por favor, qué idiota fui), le exigí que me devolviera la papeleta y que me permitiera votar lo que yo decidiera, dado que con su acción abusiva estaba perjudicando a otros competidores ilusionados. Ni corto ni perezoso, el futuro Midas de nuestro cine popular demandó la presencia del director del festival y, delante de él y de otros colegas críticos, les dijo que "mi amiguete ha querido regalarme un diez a mi corto y ponerle un cero a los demás, pero le he dicho que eso es injusto y que vote equitativamente, así que por favor proporcionadle otra ficha al chaval". Todos se descojonaron de mí y se me facilitó otra papeleta de votación entre el cachondeo general. ¡Muy mal, panoli!, me espeté a mí mismo. Así, con un sentido de la moral genuino en lugar de aspaventar uno falso como era de rigor, no iba a llegar a ningún lado en el mundo del cine.

Escarmentado y dispuesto a integrarme más cómodamente en el grupo de la crítica local, me centré en la reseña de estrenos en las salas barcelonesas. Casi todos los que acudíamos a aquellos pases de prensa éramos hombres, casi todos éramos feos y casi todos amargados. Allí, copiando a mis compañeros, me acostumbré a vociferar ostentosos comentarios despectivos en medio de las proyecciones. "¡Bah, menudo inepto!", "¡Tómate tu tiempo, gañán!", "De donde no hay no se puede sacar…"y otros improperios desdeñosos de esa guisa eran moneda común entre butacas. Allí aprendí también que todos los críticos sabemos dirigir mejor que los directores y mereceríamos ser más famosos por nuestro genio, tan mayúsculo que no necesitamos demostrarlo.

Foto: Fotograma de la película 'Superman IV: En busca de la paz' (Cannon Films)

Por eso entiendo perfectamente la preeminencia de alguien como Carlos Boyero, a quien admiro a pesar de no haber leído nunca una crítica suya. Es la consecuencia lógica de nuestro sistema: el Infierno no conoce furia como la de una mujer despechada ni como la de un hombre feo. Ser feo en España es garantía de éxito, además. El pueblo español desconfía de la belleza, la encuentra fascista; mientras que con los feos se puede identificar y engañarse con la creencia de que ese feo en la cima es uno más de ellos. En ciencias y letras los españoles no queremos meritocracia: ahí también queremos lotería.

Nuestro amigo Marcos

El otro incidente notable durante mi fracasada carrera como crítico sucedió durante el estreno en Barcelona de Caminantes (2001), un ¿documental? de Fernando León de Aranoa. Es básicamente lo que uno espera de un niño bien jugando a ser izquierdista de salón, pero en clave de parodia involuntaria. El largometraje era un cúmulo de tópicos populistas y cómo el Subcomandante Marcos representaba al colectivo mexicano más humilde porque era un santo varón, un profeta inmaculado, y así lo retrataba aquel publirreportaje. El realizador lo entrevistaba bajo el gancho argumental de que, al final de dicha entrevista, el líder del Ejército Zapatista de Liberación Nacional mostraría a su entrevistador y a las cámaras su rostro, hasta entonces sempiternamente oculto bajo un legendario pasamontañas. El anzuelo se resuelve con el truco más barato que uno pueda concebir y cuya técnica de montaje haría sonrojar al mismísimo Eisenstein: el Subcomandante se dispone a desembozar la cara y, justo cuando va a revelar sus facciones, el director corta la secuencia y concatena a un puñado de "mexicanos comunes" quitándose de modo simbólico sus propios pasamontañas y sonriéndonos a cara descubierta.

Una metáfora propagandística tan burda y de un populismo digno del NO-DO (¡el rostro del Subcomandante Marcos es el de todos los mexicanos!), inserta para más inri en un presunto documental, despertó en mí la mayor incredulidad y, de modo incontrolable, estallé en carcajadas que mi pecho no supo reprimir. Las espontáneas risas debieron ser sonoras porque, al salir al vestíbulo, el encargado de la sala me acorraló contra la pared con una violencia inusitada y empezó a gritarme que había intentado "sabotear" (sic) la proyección de la película. Yo le dije que nanay, que había sido una reacción natural ante lo absurdo de su desenlace y que, por esas mismas, hubiera debido acusar a todos los críticos cada vez que prorrumpían en risotadas durante el visionado de algún estreno con contenidos pretendidamente dramáticos, cosa que ocurría diariamente.

Foto:  Nueva sala de conciertos del Festival. (SF/Neumayr/Leo)

Esa noche intensifiqué mis prácticas ante el espejo para poner semblante de especialista serio y circunspecto, de los que parecen saber algo que nadie más sabe, y para morderme la lengua ante situaciones indeseablemente hilarantes cuando no tocara exhibir jocosidad.

Nada, imposible: cada vez que me acordaba de Caminantes, me partía el culo hasta delante del espejo. Pero las quejas llegaron a mi puesto de trabajo

Entrevista como puedas

Una vez comprobado que como crítico solamente recibía reveses de mi entorno, decidí centrarme en la divulgación, un camino más amable y menos accidentado para mí. Gracias a ello pude conocer a modelos de comportamiento social como Jean Claude Van Damme, quien quedó encantado conmigo cuando le pregunté por qué enseñaba el culo en todas sus películas. Ese era un poco el nivel de mi periodismo, pero reconozco que es el que me gusta ejercer.

Foto: Tyrion Lannister en el último capítulo de 'Juego de Tronos'. (HBO)

Un mes después de Caminantes me tocó entrevistar a Jerry Zucker. El director estadounidense estrenaba Ratas a la carrera, comedia divertidísima por más que menor (me ha quedado el ramalazo de crítico, ¿veis?), y había venido a promocionarla a España, razón por la cual la distribuidora me citó en una suite de hotel donde él y uno de sus actores, Cuba Gooding Jr., recibirían a los periodistas. La verdad es que fue un encuentro inolvidable… aunque seguramente por las circunstancias equivocadas.

Cuando llegó mi turno, contaba con al menos veinte minutos de interrogatorio para mí solo. Lo cierto es que me hacía mucha ilusión poder entrevistar para la tele a quien consideraba un mito del humor absurdo, así que me mentalicé para no cagarla aireando alguna reacción o comentario inapropiados. De hecho, comencé de forma inmejorable: grabado en todo momento por el cámara, entré en la habitación arrastrándome de rodillas y me incliné a la musulmana ante Zucker entonando la letanía de "¡No soy digno, no soy digno!", a la manera de los protagonistas de Wayne’s World. Y es que para mí, estar frente al cocreador de Aterriza como puedas y, sobre todo, de la inmortal Top Secret significaba sin duda una cúspide profesional y un hito personal.

Jerry se expandió como un rajá ante tan devota demostración y la entrevista subsiguiente arrancó como la seda: me senté en otro diván y comencé a hacerle preguntas expertas sobre su apasionante filmografía. De vez en cuando se me sentaba en los muslos Gooding Jr., quien a pesar de haber ganado el Oscar por aquella mierda titulada Jerry Maguire, estaba muy gracioso en Ratas a la carrera y también lo estuvo en persona, robándome el micrófono de tanto en tanto para imitarme a base de chapurrar en castellano unos arrobados "¿Sí…? ¿Sí…?". Fue sinceramente simpático y cordial.

Foto: Hugh Jackman y Ryan Reynolds son amigos a la fuerza en esta 'buddy comedy'. (Disney)
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Así que yo me las veía felices, porque de Zucker me gustaban hasta los huesos de Ghost. Sin embargo, llegamos a un escollo. Me tendría que haber mordido la lengua, callarme por una vez el chascarrillo inapropiado, pero el pequeño demonio que me habita (¡de crítico de cine, joder!) pudo más y no fui capaz de contenerme. Y es que llegó el minuto de comentar El primer caballero, su fantasía artúrica con Sean Connery, Julia Ormond y Richard Gere. Y el diablo autodestructivo que me posee pudo conmigo al obligarme a enunciar mi pregunta en inglés:

—Mi idolatrado Jerry, la única película tuya que no me gusta es El primer caballero. ¿Cómo decidiste darle a Richard Gere el papel de Lancelot? En vez de caminar como caballero medieval, camina como un puto.

Yo le dije, literalmente, like a male whore. Al principio, Zucker creyó haber entendido mal y me pidió que repitiera la palabreja última. Le insistí en lo de male whore y a la cuarta ya desorbitó los ojos, genuinamente pasmado. Escandalizado por mi comentario, empezó a tartajear:

—B-but Richard… he is my friend! He is a-a very close friend! And I… I love his acting!!!

Foto: Una imagen de 'Megamix Brutal'.

A partir de ahí todo fue cuesta abajo. El hombre me despidió con una gelidez titánica y hasta Cuba me miró mal. Me retiré cabizbajo, pensando todavía que mi pregunta era graciosa y sin entender por qué el creador del chiste "Joey, ¿te gustan las películas de gladiadores?" no había encajado bien mi pequeño reproche. ¡Pero si le había descrito como obras maestras el resto de sus títulos!

Esta vez, las consiguientes quejas de los organizadores de la entrevista provocaron que el canal me despidiera. Amargado, yo aún creía en ella, así que le envié una copia a Manel Fuentes para ver si me contrataba para la radio como crítico o como bufón, que él decidiera. Con suerte aún me daría tiempo de ganar un Planeta y ser un Ónega Man. Y yo había pasado todo el primero de carrera estudiando el techo con Manel, así que me imaginé que él sí entendería mi enfoque delicado de humor inteligente y cómplice. Pero nunca me respondió. ¡Qué complejo de apestado me entró! Esa fue la puntilla que puso fin a mi trayectoria como divulgador (y como crítico) del Séptimo Arte. Nadie me entendía, así que colgué los guantes y desde entonces me dediqué al periodismo serio, como esta sección.

Veintitrés años después, aún espero que mi vida profesional dé un giro para bien y pueda probar al fin las mieles del reconocimiento como crítico cinematográfico feo y exitoso. Quiero ser un boyante Boyero, pero me quedé en viejo lesbiano tirado en la cuneta. Ni siquiera de esos que carraspean en el programa de Garci (a quien respeto y admiro, incluso por su Ninette) y se arriesgan a sufrir una apoplejía mientras se hacen pajitas solidarias que confluyen en una apoteosis de gañidos, baba y flema mirando pelis de hombres que se matan. Siempre las mismas.

Foto: El arqueólogo y documentalista Michael Donnellan en una imagen de su documental 'Atlantica'. (Cedida por el autor)

¡Manel, si lees esto, contéstame, amigo, que la entrevista fue graciosa, ¿a que sí?!

Y si no te lo pareció, ¡¡¡a mí tampoco me gustan tus imitaciones de Springsteen y bien que das el coñazo con ellas!!!

Desde niño, siempre soñé con ser un inútil.

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