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El Sinaí, el viaje total: un tesoro en el corazón del Mar Rojo
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El Sinaí, el viaje total: un tesoro en el corazón del Mar Rojo

Una muestra de que el mundo está cambiando y el eurocentrismo se diluye entre el manos de un planeta que avanza y rompe los tópicos

Foto: Las aguas cristalinas del mar Rojo (C.S)
Las aguas cristalinas del mar Rojo (C.S)

La subida al monte Sinaí (2.285 metros) tiene algo de iniciática. Impresiona caminar toda la noche a la búsqueda de un sublime amanecer entre los legendarios beduinos del desierto, siempre acompañados de sus escuálidos camellos, e imaginar que en este lugar, según cuenta la tradición bíblica, Yahveh entregó las tablas de ley a Moisés, o Musa, como se prefiera, en lengua árabe. No en vano, los beduinos la conocen como Jabal Musa, Monte Moíses.

Impresionan sus piedras y un tortuoso y empinado camino coronado por la modesta capilla de la Santísima Trinidad, desde donde se divisa la fuerza sublime de un desierto cargado de simbolismo que tiene a sus pies, como si se tratara del comienzo de algo nuevo –de ahí que el viaje tenga algo de iniciático– el monasterio de Santa Catalina, el lugar exacto en el que la tradición sitúa un hecho bíblico sin parangón: justamente donde la zarza que encendió Moisés, patriarca de las tres grandes religiones monoteístas, ardía sin consumirse.

La zarza, lógicamente, ya no arde, si alguna vez lo hizo, pero los monjes que allí habitan, apenas una veintena, aseguran que es la misma, e incluso están dispuestos a defender que las raíces del arbusto se han intentado trasplantar a otros lugares sin ningún éxito. Ni que decir tiene que los monjes son guardianes de un verdadero tesoro escondido en medio del desierto.

placeholder El desierto pedregoso del Sinaí (C.S)
El desierto pedregoso del Sinaí (C.S)

El monasterio, también llamado de la Transfiguración, es patrimonio de la humanidad y guarda celosamente en su seno desde hace 15 siglos códices, iconos y manuscritos de un valor incalculable. Sólo hay que decir que se trata de la biblioteca más antigua del mundo en funcionamiento ininterrumpido. Su construcción se sitúa alrededor del año 550 y hasta el siglo XIX albergó el Códice Sináitico, el manuscrito de la Biblia más antiguo, que fue vendido por Stalin en 1953 al Museo Británico tras haber sido adquirido por el zar Alejandro II.

Lo relevante, sin, embargo, sea como fuera, es que el viaje a la península del Sinaí, un caprichoso triángulo situado entre el Mediterráno y los golfos de Aqaba y Suez, representa uno de esos destinos turísticos que hoy –todavía– escapan a la masificación. Y eso que el Sinaí es mucho más que la montaña sagrada de la que habla la Biblia, y que inevitablemente recuerda a Lawrence de Arabia en aquel viaje imborrable en busca de la independencia de los países árabes.

Un mar de corales

En particular, su zona más meridional bañada por el Mar Rojo, una especie de tierra de nadie durante siglos sólo habitada por los beduinos, lo que le ha permitido escapar al avance imparable de la urbanización del territorio y de los mares. Lo atestigua el increíble subsuelo de corales que lucen sus cristalinas aguas. El centro de operaciones de este viaje impagable en medio del mundanal ruido es Sharm el-Sheij, o la ciudad de la paz, como les gusta decir a los egipcios, a donde ya se puede viajar sin escalas desde Madrid (poco más de cinco horas) hasta el próximo 30 de septiembre.

El viaje lo organiza Sama Travel, una agencia de viajes egipcia con sede en Madrid, que ha lanzado varios paquetes turísticos, en función del precio y la duración de la estancia, que combinan el interior del Sinaí, un desierto imponente con lluvias bíblicas cuando caen las precipitaciones, con una costa que ha encontrado en las actividades subacuáticas su razón de ser.

Sharm el-Sheij, sede de grandes cumbres en busca de la paz en un territorio tantas veces castigado por la violencia política, pero que hoy goza de una absoluta seguridad, ya no es aquel pueblo de marineros de hace unas pocas décadas. Básicamente, por la extraordinaria política de inversiones públicas que viene realizando el Gobierno egipcio. Fue allí donde se celebró en 2022 la cumbre sobre el clima de Naciones Unidas (Cop 27) y es allí donde se han fraguado algunos acuerdos históricos en busca de la paz.

placeholder El camello del Sinaí (C.S)
El camello del Sinaí (C.S)

Lo que antes era un desierto, y en parte sigue siéndolo, ya que se está respetando su contorno pedregoso y arrugado, son hoy inmensa avenidas y carreteras jalonadas a un lado y otro, por hoteles y resort, algunos dignos de aquellas fantasías que se contaban en las mil y una noches. El hotel Rixos, por ejemplo, es una especie de feraz oasis que muestra cómo el turismo se ha sofisticado y ya no es sólo el patrimonio de burgueses occidentales con ganas de encontrar nuevas experiencias.

Frente al tópico, un país como Egipto, siempre acariciado por una historia milenaria, desde luego en el sur de la península del Sinaí, abre su luz al mundo y al turismo internacional. Pero también al antiguo Egipto de los faraones, hoy representado en otro de los tesoros de Sharm el-Sheij, su impresionante museo, inaugurado en 2020, dotado de más de 5.200 antigüedades que no desmerecen al Museo egipcio de El Cairo. Desde luego, más limpio y ordenado. Entre esas joyas, una hermosa cabeza de alabastro del rey Thutmose I y otra de su hija, la fascinante Hatshepsut, la mujer que más tiempo estuvo reinando en Egipto hace más de 3.500 años.

Las cumbres del Sinaí

La fortaleza del Mar Rojo, ya se ha dicho, es una combinación casi perfecta y llena de contrastes, como es poder caminar sobre las cumbres de Sinaí, con un sol de justicia, hay que advertir, pero también, y en pocas horas, a tiro de piedra para poder bucear entre arrecifes de coral que permiten observar una fauna marina verdaderamente fabulosa. No en vano, más de 220 especies de coral conviven en el parque nacional de Ras Mohammad, cuyo área (480 kilómetros de superficie incluyendo la parte marina) alberga a más de 1.000 especies de peces, 40 clases de estrellas de mar, 25 especies de erizos de mar e innumerables tipos de moluscos y crustáceos. Incluido un enigmático lago encantado dotado de una enorme salinidad que hace casi imposible hundir, también muy cerca de los manglares, con sus mágicos árboles que crecen en agua salada realizando un proceso de desalinización natural.

Sin olvidar la isla blanca, una franja de arena límpida que sobresale del mar como si quisiera escapar de las aguas cristalinas, y a lo que solo se puede acceder nadando, apenas 20-30 metros, ya que los barcos no pueden acceder hasta allí porque podrían embarrancar.

placeholder Los beduinos en una tienda (C.S)
Los beduinos en una tienda (C.S)

No puede extrañar, por eso, la rica variedad de pescados y mariscos que se pueden consumir en los hoteles internacionales que delimitan y jalonan el contorno físico de lo que hoy es Sharm el-Sheij. O lo que es todavía más enriquecedor, sugiere visitar alguna jaima beduina donde se puede almorzar sobre alfombras que inevitablemente recuerdan a un tiempo pasado, pero que todavía existe. Es probable que el mejor lugar sea una pequeña casa que refleja la dignidad del desierto por su pulcritud situada a pocos kilómetros del monasterio de Santa Cataluña. Y que recibe con un té, casi bíblico por su intensidad, que resume la esencia de un viaje inolvidable.

Inolvidable porque demuestra que el mundo está cambiando y el eurocentrismo se diluye entre el manos de un planeta que avanza y rompe los tópicos. Y para llegar a esta conclusión sólo hay que acudir al Café Farsha, a las afueras Sharm el-Sheij, probablemente la experiencia más fascinante que hoy se puede vivir en el mundo de la hostelería. No hay nada comparable, y no es una exageración del viajero atrapado por el síndrome de Stendhal.

El Sinaí, en definitiva, es el viaje total. Y el Café Farsha, una especie de recreación de las mil y una noches al borde del Mar Rojo, lo atestigua

Sólo el Nobel egipcio Naguib Mahfuz podría describirlo navegando entre la ficción y la realidad, como los cuentos que dieron origen a las más bellas historias de la imaginación humana. Entre la luz y la noche, entre el atardecer y el amanecer. El Sinaí, en definitiva, es el viaje total. Y el Café Farsha, una especie de recreación de las mil y una noches al borde del Mar Rojo, lo atestigua bajando hacia su impresionante oquedad. De alguna manera es como el monte Sinaí, pero al revés, cavado sobre la roca, y está ahí para recordar que hay una civilización que se resiste a morir, como los viejos cafés de Alejandría o de Bagdad. Un lujo a su alcance que hoy está a apenas cinco horas en vuelo de Madrid. El viaje total.

La subida al monte Sinaí (2.285 metros) tiene algo de iniciática. Impresiona caminar toda la noche a la búsqueda de un sublime amanecer entre los legendarios beduinos del desierto, siempre acompañados de sus escuálidos camellos, e imaginar que en este lugar, según cuenta la tradición bíblica, Yahveh entregó las tablas de ley a Moisés, o Musa, como se prefiera, en lengua árabe. No en vano, los beduinos la conocen como Jabal Musa, Monte Moíses.

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