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La tauromaquia pierde la sabiduría de Paco Camino
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La tauromaquia pierde la sabiduría de Paco Camino

El gran maestro de Camas muere a los 83 años con las garantía de haber pasado a la historia como un torero total que abrió 12 veces la Puerta Grane de Madrid, que fue idolatrado en México y que no se reconcilió con Sevilla

Foto: Paco Camino junto a su segundo hijo, Rafi Camino, en una imagen de archivo. (Gtres)
Paco Camino junto a su segundo hijo, Rafi Camino, en una imagen de archivo. (Gtres)

No estaba bien de salud el maestro Camino. La cabeza le funcionaba con la lucidez de siempre, pero el cuerpo le había abandonado. Y se ha muerto a los 83 años en un hospital de Navalmoral de la Mata. Se habla de un agravamiento del estado de salud. Se habla de la vejez misma, contrapeso y contrafigura de un torero que fue niño precoz y maestro clarividente.

Recuerdo con más sentido y emoción que nunca la devoción con que lo saludó hace un par de años el arquitecto Rafael Moneo en el homenaje que organizamos a Camino los miembros del la Asociación Cultural Minotauro.

placeholder Rafael Moneo y Paco Camino.
Rafael Moneo y Paco Camino.

Hubiera querido levantarse el torero de Camas para corresponder la deferencia. No lo hizo porque le costaba ponerse de pie, aunque las limitaciones no llegaron entonces al extremo de requerir una silla de ruedas ni una “muleta”. Se ayudaba en el brazo de su mujer, Isabel. Y conservaba la lucidez que le hizo gigante, inmenso, en los ruedos.

Conservaba la lucidez que le hizo gigante, inmenso, en los ruedos

Ya se ocupó Moneo de improvisar una laudatio en los postres, de evocar la naturalidad, el poder y la gracia con que se desenvolvía Camino. La facilidad, el talento, el respeto al público (y viceversa). Y la totalidad de la tauromaquia. El capote de seda. La muñeca izquierda en el primor de los naturales. Y la espada abriéndose camino como un cuchillo en la mantequilla.

Había cumplido Camino 82 años y Moneo tenía 85. Los identificaba la generación y el buen gusto, pero es probable que el arquitecto hubiera querido ser torero… y no al revés. Moneo llegó a tiempo de ver torear a Manolete en Tudela. Y fue precisamente en Navarra donde Camino puso kilómetros a la discriminación de La Maestranza. “Yo no soy de Sevilla, soy de Camas”, nos concedía el matador, enfatizando así el despecho o la victoria.

Y quien dice de Camas, dice de Madrid. Porque fue la plaza de Las Ventas la fortaleza de su reino. Doce veces salió por la Puerta Grande, diez de ellas consecutivas, aunque las estadísticas representan una anécdota respecto al peso de la memoria. El toro del Jaral. Y “Serranito”. La Beneficencia del 70. Y la arrogancia con que Camino se medía a sus coetáneos. Se apostaba las orejas con Diego Puerta y con El Viti. Y fue ídolo en Madrid, como lo fue de las plazas de Barcelona, de Zaragoza, del sur y del norte… y de México. Ya se ocupó el escritor Jorge Hernández de evocar la devoción que se le profesó a Camino en la Monumental, aunque la actuación de mayor resonancia sobrevino en la extinta plaza Toreo. Allí se definió el éxtasis y se exaltó la voz de Pepe Alameda, comentarista excepcional a la faena el berrendo de Santo Domingo. “Traguito” se llamaba el cómplice de la ebriedad.

Recordaba Jorge Hernández que los aficionados mexicanos se arrojaron al ruedo para levantar en volandas al matador cuando el toro aún no había capitulado. Tan grande era el delirio. Y tan lejos había llegado el estado de gracia del maestro en la reunión de la sabiduría, la estética y la pureza.

“He hecho lo que me ha dado la gana”, nos contaba Camino en la sede del Club Matador. No con petulancia, sino como una evidencia

“He hecho lo que me ha dado la gana”, nos contaba Camino en la sede del Club Matador. No con petulancia, sino como una evidencia. La plenitud le exigió pagar el tributo de treinta cornadas. Y le constriñó a recibir la extremaunción hasta en dos ocasiones -Bilbao, Aranjuez-, aunque la experiencia del túnel redundó en la dimensión de los prodigios.

Camino lo fue de niño y lo fue de adulto. Y lo era también en las contingencias de la ancianidad, con sus andares titubeantes, sus tirantes rojigualda, su laconismo, su coquetería, su sonrisa de niño y las manos enjutas de una escultura de Salzillo. Hablaba sin rencores ni veneno. Evocaba la violencia de los toros de antaño. Le gustaba Ginés Marín y ver por televisión las novilladas sin caballos. Y miraba hacia atrás con más serenidad que orgullo: “Quiero que se diga de mi que fui un buen torero. Nada más. Y creo haberlo conseguido”.

Estaba bien arropado Camino en el homenaje que le hicimos. Le acompañaban Curro Vázquez y El Macareno. Y le confortaba el cariño y la veneración de quienes le vieron y no le vimos, aunque los documentos audiovisuales y la inercia de la historia explica que la encuesta organizada por la revista Minotauro en enero de 2021 llegara a la conclusión de que Camino ocupaba el sexto lugar entre los matadores de todos los tiempos, solo un escalón por debajo del colega al que más admirado: Ordóñez.

No estaba bien de salud el maestro Camino. La cabeza le funcionaba con la lucidez de siempre, pero el cuerpo le había abandonado. Y se ha muerto a los 83 años en un hospital de Navalmoral de la Mata. Se habla de un agravamiento del estado de salud. Se habla de la vejez misma, contrapeso y contrafigura de un torero que fue niño precoz y maestro clarividente.

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