'Ghost In The Shell': todo máquina y nada de alma
Rupert Sanders no consigue armar una buena adaptación cinematográfica del famoso 'anime' a pesar de la presencia de Scarlett Johansson
No es raro que en Hollywood se lo pensaran más de dos décadas antes de producir su versión de 'Ghost in the Shell': después de todo, ¿qué necesidad había, considerando que a lo largo de este tiempo numerosos títulos de ciencia ficción –'Matrix' (1999), 'A.I. Inteligencia Artificial' (2001), 'Minority Report' (2002), 'Avatar' (2009), la teleserie 'Westworld'— ya se han inspirado en el clásico 'anime' dirigido por Mamoru Oshii en 1995? Si consideramos además que en su día Oshii ya se inspiró en Philip K. Dick y en William Gibson y en 'RoboCop' (1987), entre otras fuentes, que este 'remake' acabara oliendo a refrito era inevitable.
En todo caso, el director Rupert Sanders no finge reinventar nada. Al contrario, en muchas de las escenas prácticamente parece haber usado el 'anime' a modo de 'storyboard'. Igual que aquel —y que el manga original, publicado en 1989 por Masamune Shirow—, la nueva película retrata un mundo en el que los seres humanos pueden reemplazar con maquinaria partes del cuerpo que se les adjudicó al nacer. En ese contexto, Mayor (Scarlett Johansson) es algo así como un prototipo: una conciencia humana implantada en una anatomía hecha de piezas mecánicas.
Mayor trabaja para una división secreta del Gobierno que lucha contra el cibercrimen y el terrorismo. En una de sus investigaciones, mientras persigue junto a su equipo a un misterioso 'hacker', el 'cyborg' poco a poco va descubriendo detalles acerca de su propio pasado, y comprendiendo lo destructiva que la tecnología puede llegar a ser.
Del mismo modo que Mayor es un monstruo de Frankenstein hecho de partes biónicas, su representación en esta película parece ser un ensamblaje de los papeles que Johansson interpretó en 'Her' (2013) —un 'software'—, 'Under the Skin' (2013) —un ente no humano que cuestiona su identidad—, 'Lucy' (2014) —una máquina de matar— y las películas de Marvel —otra máquina de matar—. Dada la naturaleza del personaje, se explica que la actriz se pasee por la pantalla andando como si algo le escociera ahí abajo y con permanente cara de palo. Sea como sea, como resultado, es difícil que nada de lo que sucede nos importe. A la película de Oshii, todo sea dicho, ya le ocurría lo mismo.
En esta película, Johansson parece un ensamblaje de los papeles de 'Her' (2013), 'Under the Skin' (2013), 'Lucy' (2014) y las películas de Marvel
Desde su estreno, decíamos, han pasado 22 años, y no olvidemos que las cuestiones que planteaba —acerca de la línea borrosa que separa nuestra humanidad de la tecnología por la que dejamos dominar nuestros cuerpos y mentes— ya habían sido planteadas por 'Blade Runner' (1982). En todo este tiempo, los contornos de la ciencia ficción han cambiado tanto que la única forma legítima de reintroducir 'Ghost in the Shell' en la cultura pop sería poniendo algo nuevo encima de la mesa. Decir que no es el caso es pecar de indulgentes.
Cierto que, escena a escena, Sanders hace que sus personajes frunzan el ceño para convencernos de que encarnan algo muy profundo, y que cada 20 minutos de metraje alguno de ellos dice cosas como "Tú sigues siendo tu alma" o "Recuerdos, fantasías… ¿cuál es la diferencia?"; pero todo lo que el 'anime' tenía de oscuro y poético y filosófico ha sido difuminado o directamente eliminado para dar más espacio a las escenas de peleas ralentizadas bajo la lluvia y de 'geishas' androides con pistolas. Si Shirow y Oshii meditaron sobre el alma oculta dentro de la máquina, la película de Sanders es todo máquina y nada de alma.
En otras palabras, mucha forma y poco fondo. Como una ostra sin perla. Como un huevo Kinder sin sorpresa. Un envase que no contiene más que ínfulas.
Después de todo, lo que esta película cuenta no es más que otra historia de buenos contra malos, estrictamente estereotipada y puntuada con secuencias de acción no particularmente inventivas en las que Johansson —a menudo ataviada con un traje mágico que la hace parecer desnuda— salta de rascacielos y atraviesa ventanales; y con planos aéreos que echan mano de todo lo que los avances en materia de posproducción digital pueden ofrecer para reciclar los paisajes urbanos ideados en su día por 'Blade Runner' y 'Akira' (1989). Y ya. Al menos, eso sí, el envase luce.
No es raro que en Hollywood se lo pensaran más de dos décadas antes de producir su versión de 'Ghost in the Shell': después de todo, ¿qué necesidad había, considerando que a lo largo de este tiempo numerosos títulos de ciencia ficción –'Matrix' (1999), 'A.I. Inteligencia Artificial' (2001), 'Minority Report' (2002), 'Avatar' (2009), la teleserie 'Westworld'— ya se han inspirado en el clásico 'anime' dirigido por Mamoru Oshii en 1995? Si consideramos además que en su día Oshii ya se inspiró en Philip K. Dick y en William Gibson y en 'RoboCop' (1987), entre otras fuentes, que este 'remake' acabara oliendo a refrito era inevitable.
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